Todos llevamos un banquero central dentro, reconozcámoslo. Seríamos buenos entrenadores de nuestro equipo de fútbol favorito, tenemos la receta para limpiar la política de este país y ahora sabemos mejor que nadie cuál es la política monetaria debe aplicar la eurozona a la vista de la debilidad de algunos datos. A la multitud de opiniones sobre las últimas medidas de política monetaria de Draghi me remito. “Es un gran error porque no conseguirá nada”, dicen unos. “Debe seguir aplicando una política monetaria expansiva porque da resultado”, comentan otros. Los hechos los conocen: el BCE lleva cuatro años adoptando medidas de política monetaria cada vez más expansivas para estimular el crédito con la intención de aproximar el IPC al objetivo del 2%. Lo que desconocemos es qué hubiera pasado con la economía si Mario Draghi no se hubiera entregado a la causa y a la inversa, si realmente los millones inyectados en el sistema permiten que la situación económica esté mejor. Es como si hiciéramos economía-ficción. Unos opinan que el caso japonés, que arroja millones al sistema y no logra inflar los precios evidencia que lo que hace el BCE no sirve; otros miran a Estados Unidos como ejemplo de que la ayuda de un banco central consigue reactivar la economía. Ambas referencias pueden ser válidas, con el matiz importante de lo flexible del mercado laboral estadounidense y de lo anticuado del modelo laboral japonés. Imaginen entonces lo complicado de la eurozona, con 19 mercados laborales diferentes.
En España, el saldo vivo de crédito concedido al sector privado evoluciona a la baja debido al proceso de desendeudamiento en el que todavía estamos inmersos
El Consejo de Gobierno del Banco Central Europeo está formado por algunas de las mentes más brillantes en materia macroeconómica. Esto nos permite darle un margen de confianza, incluso un margen amplio, a los planes monetarios de la entidad. Pero si bien es cierto que en enero de 2016 se alcanzaron ritmos del crecimiento del crédito a empresas del 0,6% en los países que comparten el euro, y que el ritmo del crédito a los hogares se mantiene en el 1,4%, no puedo evitar reflexionar sobre un par de dudas: la situación en España y en Italia, dos países que no cumplen estas medias de la eurozona.
En España, el saldo vivo de crédito concedido al sector privado evoluciona a la baja debido al proceso de desendeudamiento en el que todavía estamos inmersos. Y mientras la concesión de nuevo crédito no hipotecario para consumo de familias registra aumentos de apenas décimas, el crédito para empresas no financieras todavía muestras tasas negativas. El otro caso que me llama la atención es el de Italia. Allí los préstamos morosos ascienden a 202.050 millones de euros según datos del Banco de Italia, una cantidad extraordinaria que acompaña a otro dato: los préstamos a empresas no financieras en el país disminuían a un ritmo del 0,9% en el mes de enero (datos del Banco de Italia). Esta realidad puede usarse para justificar tanto que es necesario adoptar medidas que impulsen la actividad crediticia (y de ahí las medidas del BCE), como para explicar que no ha funcionado lo hecho hasta ahora en una industria, la bancaria, muy preocupada por cubrir las necesidades de capital que le exige la concesión de cada crédito y por comprobar la solvencia del solicitante del crédito.
Ya saben cómo son los datos: hay tantas cifras que podemos recurrir a unas o a otras en función del argumento que queramos defender, y por eso encontraremos números que evidencian que estamos mejor de lo que estábamos, lo que también será verdad. Y por ello el debate entre los banqueros centrales que cada uno llevamos dentro va a prolongarse por mucho tiempo.
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