El déficit público de 2015 rebasó la escandalosa cifra del 5% del PIB. Es verdad que se trata de un porcentaje muy inferior al que sufrimos en 2009, pero sigue siendo un desequilibrio gravísimo cuya urgente corrección todavía resulta imprescindible. A la postre, un déficit del 5% del PIB equivale a aproximadamente toda la recaudación anual por IVA. En este contexto, pareciera que nuestros partidos deberían mostrar cierta preocupación por mostrar sus planes acerca de cómo reconducir tamaña desviación: a saber, deberían explicarnos qué impuestos pretenden aumentar y que gastos planean recortar. No hay otra vía de acotar el déficit: más impuestos o menos gastos.
Por supuesto, resulta perfectamente legítimo seguir un rumbo opuesto en alguno de estas dos partidas: esto es, prometer bajadas de impuestos o aumentos del gasto. Pero debería quedar muy claro que si alguna formación política apuesta por alguna de estas dos vías, deberá sobrecompensar con un ajuste extra complementario: quien aspire a bajar impuestos deberá recortar multiplicadamente el gasto; quien aspire a aumentar el gasto deberá incrementar multiplicadamente los impuestos. No hay más: todas las otras opciones pasan por la contabilidad creativa, a saber, por engañar a los ciudadanos para cazar su voto.
Por desgracia, la práctica totalidad de los partidos políticos españoles siguen recurriendo a tales embustes electoralistas. El PP, por ejemplo, promete una rebaja adicional del IRPF al tiempo que asegura querer incrementar el gasto público en becas, pensiones, sanidad y ayudas a la maternidad. ¿Cómo conseguir bajar los impuestos, disparar el gasto y, aun así, acabar con un déficit público superior a 50.000 millones de euros? Da igual, porque el objetivo de esas promesas no es cumplirlas, sino captar su voto.
Algo parecido sucede con el PSOE. Los socialistas se comprometen a establecer un ingreso mínimo vital, a aumentar el gasto en prestaciones por desempleo, a incrementar las pensiones o a dotar mayores plazas escolares en todos los tramos del sistema educativo. ¿Y cómo se piensa financiar todo esto desparrame de nuevo gasto que, conservadoramente, puede ascender a 30.000 millones de euros adicionales cada año? Pues con un incremento tributario a las “rentas altas” dentro del IRPF, con el restablecimiento del Impuesto sobre el Patrimonio, con una subida de Sociedades y con mucha fiscalidad medioambiental: todo lo cual, en el mejor de los mundos, aportaría una recaudación adicional de entre 15.000 y 20.000 millones de euros. ¿Cómo conseguir acabar con un déficit de 50.000 millones de euros, gastando 30.000 millones más e ingresando solo 20.000 millones extra? Da igual, porque el objetivo de esas promesas no es cumplirlas, sino captar su voto.
Y, por último, nos encontramos a Podemos: el partido especialista en vender unicornios. Su propuesta consiste en incrementar el gasto público en 135.000 millones anuales financiándolo, junto a la reducción de los 50.000 millones de déficit, mediante un plan tributario calcado al del PSOE, más lo que pueda rascar luchando contra el fraude fiscal (de donde ellos mismos estiman apenas una recaudación de 12.000 millones de euros) y “estimulando la economía” para que crezca a más del 5% anual (el doble de lo previsto actualmente y tasas superiores a las del burbujón inmobiliario). Las cuentas no salen en absoluto. Pero da igual, porque el objetivo de esas promesas no es cumplirlas, sino captar su voto.
El único partido que, hasta la fecha, ha amagado con rectificar y con darse un cierto baño de realidad ha sido Ciudadanos: su responsable económico, Luis Garicano, ha reconocido que no podrán bajar el IVA —tal como habían prometido en las últimas elecciones— debido a que la desviación del déficit del PP lo imposibilita. Como partido socialdemócrata que son, se niegan a recortar el gasto para poder bajar el IVA (esto es, no apuestan por impuestos bajos con gasto público bajo, sino por impuestos altos con gasto público alto), pero al menos se preocupan por no engañar (demasiado) a la población con promesas que ya saben incumplibles.
Al final, resulta que la política es el arte de la mentira. Y PP, PSOE y Podemos son políticos profesionales.
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