por Henry Hazzlit
John Maynard Keynes fue, básicamente, un inflacionista. Esto no ha sido claramente reconocido
porque él nunca explicó, paso a paso, las consecuencias de su proyecto para remediar el
desempleo y la depresión.
Dicho recurso fue el gasto al déficit por el gobierno. Reconoció que el aumento del gasto público
pagado con igual aumento de los impuestos no "añadía poder adquisitivo". El aumento de los
impuestos compensaría cualquier "estímulo" que el aumento del gasto público pudiese proveer.
Lo que contaba, confesó, era el déficit público. Pero él no llevó a sus lectores más allá de este
punto.
Cómo se financiaría ese déficit? O bien el dinero tendría que ser tomado en préstamo, o
el nuevo (documento de) crédito o el dinero tendría que ser creado.
Pero si el dinero fuese prestado, entonces el estímulo del gasto anterior se invertiría por la
deflación siguiente al reembolso del préstamo. La única forma de evitar esta deflación sería
permitir que los nuevos gastos quedasen pendientes de pago. En otras palabras, la solución
keynesiana a toda disminución de la actividad comercial o aumento del desempleo seguía siendo
otra dosis de inflación.
Si se me permite señalar (si es que todavía se considera necesario en esta era de inflación), que
ninguna inflación de la que tengamos conocimiento histórico ha resultado en una sana y
continuada expansión de los negocios, sino sólo en una depreciación de la moneda, una arbitraria
redistribución de los beneficios y de las pérdidas, una desorganización de la producción, y una
desmoralización económica. Esto ha sido cierto empezando con la degradación en la acuñación de
monedas en la antigua Roma o en la estratagema del papel moneda de John Law en 1716.
Las lecciones de la inflación se olvidan pronto. Aparentemente deben ser re-aprendidas en cada
generación.
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