Frank Shostak
1. Michel Chevalier, sobre la naturaleza acumulativa de la innovación
Michel Chevalier (1806-1879) fue una de las personas más brillantes de la escuela clásica francesa de economía política, calificada apropiadamente por el doctor Joseph Salerno como la “escuela de Bastiat”. Como ministro durante el Segundo Imperio, lideró las negociaciones que llevaron al tratado de libre comercio Cobden–Chevalier de 1860. Michel Chevalier es, sin embargo, menos conocido por su contribución al debate de la propiedad intelectual. Al contrario que Jean-Baptiste Say, Gustave de Molinari, Charles Coquelin y la mayoría de los demás economistas franceses, Michel Chevalier se opuso con fiereza al sistema de patentes a partir de fundamentos económicos. Además, al haber sido un ingeniero, Michel Chevalier tenía un amplio conocimiento de las nuevas tecnologías. Para quienes quieran conocer con mayor detalle las ideas de Chevalier, pueden acudir a mi artículo sobre “El alegato de Michel Chevalier contra el sistema de patentes”. Si sabéis leer francés, el libro de Michel Chevalier fuera impreso por el Instituto Coppet y está disponible gratis en su sitio web.
Chevalier entendía que la innovación es sobre todo un proceso acumulativo. Las innovaciones iniciales nunca son perfectas y deben complementarse con más innovación para alcanzar todo su potencial. Así que dar privilegios al primer innovador destruiría este proceso, llevando a menos invenciones, no a más. En su libro Les Brevets d’Inventions (1878) escribía:
Todo descubrimiento industrial es el producto del fermento general de las ideas. Cada descubrimiento es el resultado de trabajo interno que se consiguió con el apoyo de un gran número de colaboradores sucesivos o simultáneos en la sociedad, a lo largo de siglos. El descubrimiento industrial está lejos de ofrecer el mismo grado de individualidad comparado con la mayoría de otras producciones de la mente que requieren una relación con el autor. Por eso es difícil afirmar ser el originador.
2. Michel Chevalier, sobre aprovechadores de patentes
Michel Chevalier fue asimismo un pionero en la compresión de los efectos terribles que tienen sobre la innovación y el progreso económico los aprovechadores de patentes:
La institución de las patentes ha generado un intrusismo que no produce nada y que por el contrario es dañino para la sociedad, porque vive de usurpaciones y abusos. Las disposiciones de nuestra legislación que permiten e incluso requieren aprobación y confiscación ponen en manos de quien las quiera armas a veces formidables contra los verdaderos inventores y a veces contra fabricantes y vendedores. Estos contrabandistas acechan como merodea el cazador. Una vez se produce una invención interesante, luchan vigorosamente por proseguir sus beneficios y operar la mediante una patente presentada apresuradamente, antes de que se dé cuenta de mentor. Si se les han adelantado y se ha concedido la patente, no se consideran derrotados; mediante añadidos que en la práctica estarían indicados por el ingeniero menos distinguido, o mediante cambios expresados imaginativamente, consiguen una patente para interponerse como aves de presa entre patenta dolor y el público y para recaudar tributos de ambas partes.
Chevalier insistía en la importancia de aniquilar the sistema de patentes. En 1863, escribía en una carta que “todos los amigos del progreso industrial y social deben trabajar juntos para rescatar a la industria frente a obstáculos, restos obsoletos del pasado”, añadiendo que: “las patentes deben desaparecer primero”. Después de ayudar a acabar con el sistema proteccionista a través del tratado Cobden-Chevalier de 1880, su mayor preocupación fue acabar con el sistema de patentes. Los convincentes argumentos de Chevalier contra el sistema de patentes han sido ignorados, pero merece ser redescubiertos.
3. Charles Coquelin, sobre la inexistencia de propiedad intelectual
Charles Coquelin fue otro brillante liberal clásico francés, que es conocido sobre todo por su notable trabajo sobre banca libre. Se suponía que Hayek escribiría el prólogo a la traducción al inglés de su libro sobre banca, pero por desgracia este proyecto no se completó. Coquelin fue asimismo el editor del primer diccionario de economía, el Dictionnaire d’Economie Politique (1853). En él escribió a la entrada sobre patentes, en la que, a pesar de defender su existencia, rechaza llamarlas propiedades. El argument de Coquelin a favor de las patentes es consecuencialista, pero al menos tiene el mérito de verlas como lo que son: un privilegio. Tal y como dice:
No es verdad que el inventor sea, en el significado normal del término, el dueño del proceso industrial que descubre: sólo es el primer explorador. El derecho a adquirir no es un derecho de propiedad, es un derecho de prioridad y nada más y este derecho tiene su límite natural en el correspondiente derecho de todos los demás competidores industriales a seguir a su vez el camino que ha acometido primero.
4. Thomas Jefferson, sobre ideas y escasez
En una letra escrita por Thomas Jefferson a Isaac McPherson en 1813, el primero expresaba de una forma hermosa la idea de que las ideas no son escasas:
Si la naturaleza ha hecho a una cosa menos susceptible que todas las demás a la propiedad exclusiva, es la acción del poder de pensamiento llamada idea, que una persona puede poseer exclusivamente mientras la mantenga para sí, pero en el momento en que se divulga, queda en posesión de todos y el receptor no puede perderla. Su carácter peculiar es también que nadie posee menos porque todos los demás poseer su totalidad. El que recibe una idea de mí, recibe instrucción sin que yo pierda la mía, igual que quien enciende su fanal en una mina recibe luz sin oscurecerme.
5. Stephan Kinsella, sobre ideas y escasez
Una de las obras libertarias modernas más logradas sobre propiedad intelectual es indudablemente Contra la propiedad intelectual, de Stphan Kinsella.
Este escribe:
Por tanto, los derechos de propiedad deben tener límites objetivos y discernibles y ser asignados de acuerdo con la norma del primer ocupante. Además, sólo pueden aplicarse a recursos escasos. El problema de los derechos de propiedad intelectual es que los objetos ideales protegidos por ellos no son escasos y además no son ni pueden ser asignados de acuerdo con la norma del primer ocupante.
6. Boldrin y Levine, sobre el monopolio intelectual como nuevo mercantilismo
El libro de Boldrin y Levine, Against Intellectual Monopoly (2012) es en mi opinión el alegato más convincente contra la propia intelectual. Denuncian la propiedad intelectual como lo que es: una política mercantilista, ineficiente e injustificada.
Escriben:
La variación contemporánea de esta plaga económica [el mercantilismo] es una en la que nuestro interés colectivo se ve ha atendido mejor supuestamente si comparamos bienes baratos y vendemos ideas caras. En la mente de quienes predican esta nueva versión de la religión mercantilista, la Organización Mundial del Comercio debería aplicar tanto o libre comercio como sea posible, de forma que podamos comprar “sus” productos a un precio bajo. Debería asimismo proteger nuestra “propiedad intelectual” hasta donde sea posible, para que podamos vender “nuestras” películas, software y medicinas a un alto precio. Lo que olvida esta tontería es que, ahora como hace tres siglos, mientras que es bueno comprar “su” comida barata, si “ellos” compran películas y medicinas con precios altos, lo mismo hacemos “nosotros”. Esto tiene consecuencias dramáticas sobre los incentivos para progresar: cuando alguien puede vender a precios altos debido a la protección legal frente imitadores, no dedica muchos esfuerzos a buscar maneras mejores y más baratas de hacer las cosas.
7. Kal Raustalia y Christopher Sprigman, sobre la economía de imitación
El libro de Kal Raustalia y Christopher Sprigman, The Knockoff Economy, es una brillante exposición empírica del proceso innovador como proceso acumulativo. Lo que es dañino es guardarse las ideas no imitarlas:
La teoría del monopolio es hostil a la imitación, porque la imitación, se cree, afecta inevitablemente a las recompensas posteriores. (…) ¿Pero es realmente así? Hemos examinado una amplia variedad de sectores innovadores que, de una forma u otra, contradicen esta premisa básica. Moda, comida, fuentes, fútbol, innovaciones financieras… en todas estas áreas creativas, y en algunas más, la copia es libre y a menudo legal. A veces copiar se permite sencillamente por razones de practicidad. Pero en todas, las innovaciones están abiertas a la imitación. A la luz de la teoría del monopolio, estos sectores deberían ser poco creativos. Pero la verdad es la contraria: estos sectores son vibrantemente creativos.
8. Murray Rothbard, contra los juicios de valor del economista a favor de las patentes
Murray Rothbard, en Poder y mercado, critica a los economistas a favor de las patentes por adoptar un juicio normativo. Decir que necesitamos patentes implica que las fuerzas del mercado no bastan para proporcionar el nivel óptimo de innovación. ¿Pero cómo podemos saber cuál es el nivel óptimo innovación para empezar?
Rothbard escribe:
El propio mercado proporciona una vía sencilla y eficaz para quienes crean que no se están realizando suficientes gastos en determinadas direcciones. Pueden hacer esos gastos ellos mismos. Aquellos a quienes les gustaría ver que se producen y explotan más invenciones tienen por tanto la libertad de unirse en y subvencionar esas actividades de la forma que les parezca mejor. De esa manera, como consumidores, añadían recursos a los negocios de la investigación y la invención. Y así no estarían obligando a otros consumidores a perder utilidad concediendo monopolios y distorsionando las asignaciones del mercado. Sus gastos voluntarios se convertirían en parte el mercado y expresarían valoraciones definitivas de los consumidores. Además, no se restringiría a los inventores posteriores. Los amigos de la invención podrían lograr su objetivo sin acudir al estado ni imponer pérdidas a un gran número de personas.
9. Hayek y las patentes son una fatal arrogancia
Hayek hizo varios comentarios contra la propiedad intelectual en sus obras. Sería siendo escéptico hacia la propiedad intelectual en su libro La constitución de la libertad. Algunos de los think tanks a favor de la propiedad intelectual que alaban a Hayek como el dios que no fracasó podrían aprender mucho de sus posturas en contra de la propiedad intelectual de Hayek.
En La fatal arrogancia, escribe:
La lenta selección a través de la prueba y error de un sistema de reglas delimitando los rangos individuales de control de diferentes recursos ha creado una postura curiosa. Aquellos mismos intelectuales que generalmente se inclinan por cuestionar esas formas de propiedad material que son indispensables para la organización eficiente de los medios materiales de producción se han convertido en los defensores más entusiastas de ciertos derechos inmateriales de propiedad inventados solo de una forma relativamente reciente, teniendo que ver, por ejemplo, con producciones literarias e invenciones tecnológicas (por ejemplo, derechos de autor y patentes). (…)Pero no es evidente que esa escasez forzada sea la forma más eficaz de estimular el proceso creativo humano. Dudo incluso que exista ninguna gran obra de literatura que no poseamos porque el autor fue incapaz de obtener un derecho exclusivo de autor para ella: me parece que el alegato en defensa de los derechos de autor debe basarse casi exclusivamente sobre la circunstancia de que obras extraordinariamente útiles como enciclopedias, diccionarios, libros de texto y otras obras de referencia no podrían producirse si, una vez existen, pudieran reproducirse libremente.
Recientemente, Matt Ridley en su extraordinario libro The Evolution of Everything (2015) aplicaba los argumentos evolucionistas de Hayek a la innovación para sí criticar la investigación financiada por el gobierno y la eficacia del sistema de patentes, lo que prueba que más de 20 años después de su muerte el legado de Hayek sigue siendo relevante y merece extenderse a otro campo de investigación, especialmente en lo que se refiere a la propiedad intelectual.
Publicado originalmente el 14 de junio de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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