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miércoles, 11 de mayo de 2016

Sobre el monopolio





Cuando se aboga por la libertad de mercado, un pensamiento que surge en las mentes de muchos es el miedo a que monopolios descontrolados funcionen de manera enloquecida, pisoteando los derechos del “más chico” y pongan despiadadamente a los posibles competidores contra la pared. Es ampliamente sostenido que sin un control estricto del gobierno esos monopolios proliferarán y prácticamente esclavizarán la economía.

En teoría, hay dos tipos de monopolio: el monopolio de mercado y el monopolio coercitivo. Un monopolio coercitivo se mantiene por la iniciación de la fuerza o la amenaza de la fuerza para prohibir la competencia, y, a veces para forzar la lealtad del cliente. Un monopolio de mercado no tiene competencia efectiva en su campo particular, pero no puede impedir la competencia mediante el uso de la fuerza física. Un monopolio de mercado no puede conseguir sus fines iniciando la fuerza contra nadie (sus clientes, competidores o empleados) porque no tiene poder legal para forzar a las personas a tratar con él ni para protegerse de las consecuencias de sus acciones coercitivas. La iniciación de la fuerza podría ahuyentar a sus asociados comerciales y alarmar a los clientes llevándolos a prescindir completamente de sus productos o buscar productos sustitutos, o, en el caso de los empresarios, llevarlos a la instalación de un negocio competidor para atraer otros clientes insatisfechos. De modo que la iniciación de la fuerza por parte de un monopolio de mercado, lejos de ayudarlo a lograr sus fines, le daría un rápido empujón en el corto camino de descenso hacia el olvido.

 Debido a que no inicia la fuerza, el monopolio de mercado sólo puede alcanzar su condición de monopolio por la excelencia en la satisfacción de las necesidades del consumidor y por la economía de su producto y/o servicio (que requiere una gestión empresarial eficiente). Además, una vez que ha alcanzado esta posición de monopolio, sólo puede mantenerla si continúa dando un excelente servicio a precios económicos (cuanto más libre es la economía más válida es esta regla). Si los administradores del monopolio se descuidan y suben sus precios por encima del nivel del mercado, algún otro emprendedor va a ver que se puede vender más a un precio más bajo y aún así obtener tremendas ganancias, e inmediatamente actuará para entrar en ese ramo. Entonces su competencia potencial se habrá convertido en una competencia real.9 Las empresas grandes y bien establecidas son particularmente propensas a ofrecer este tipo de competencia, ya que tienen grandes sumas de dinero para invertir y prefieren diversificar sus esfuerzos en nuevos campos con el fin de tener una base financiera amplia. En una sociedad libre, donde las grandes empresas no fueron saqueadas en lo que los burócratas gustan pensar como “ganancias extraordinarias”, a través de altos impuestos, cualquier monopolio que haya subido sus precios sobre el nivel del mercado o haya descuidado la calidad de su servicio estaría prácticamente creando su propia competencia: una competencia demasiado fuerte para que la pueda expulsar. Como siempre es la regla, en un mercado sin trabas la enfermedad va a crear su propio remedio: el mercado se auto-regula.

No sólo no son los monopolios de mercado una amenaza para nadie, sino que el concepto mismo de monopolio, como se lo entiende comúnmente, es erróneo. Se supone que un monopolio es una empresa que tiene “el control exclusivo de un bien o servicio en un mercado dado, o el control que hace posible la fijación de precios y la virtual eliminación de la libre competencia” (Webster). Un monopolio de mercado no puede evitar que la competencia entre en su ramo, ya que no puede utilizar la coerción en contra de posibles competidores, y por lo tanto no puede tener ese “control exclusivo… que hace posible la fijación de los precios”. Tampoco puede decirse que dicho monopolio esté libre de competencia, incluso aunque tenga el control exclusivo de su mercado: su producto aún debe competir por el dinero del consumidor con cualquier otro bien o servicio.

Al considerar el concepto de monopolio, es también útil recordar que no es el tamaño absoluto de la firma lo que cuenta, es el tamaño de la firma en relación con su mercado. En el siglo XIX, el pequeño almacén de campo tenía un control mucho más firme de su mercado que el que hoy tiene la mayor cadena de supermercados de las grandes ciudades. Los avances en la facilidad y economía de transporte disminuyen continuamente el tamaño relativo de incluso la firma más gigante, por lo tanto haciendo que la condición de monopolio de mercado incluso temporario sea mucho más difícil de alcanzar. De este modo el libre mercado tiende a la eliminación, en lugar del estímulo, de los monopolios.

Puesto que un monopolio de mercado nunca puede eliminar la libre competencia ni fijar precios desafiando la ley de la oferta y la demanda, en realidad no guarda en absoluto ningún parecido con la noción comúnmente aceptada del “monopolio despiadado y sin control” al que tantas personas han sido enseñadas a temer. Si el término “monopolio de mercado” puede tener algún sentido, sólo puede ser entendido como una compañía que ha logrado una posición como único proveedor de su producto o servicio en particular porque las necesidades del cliente están bien satisfechas y sus precios son tan bajos que no resulta rentable para los competidores entrar en ese particular ramo. Es muy posible que su posición de monopolio no sea permanente, porque con el tiempo algún otro va probablemente a “construir una mejor trampa para ratones” y entre en competencia con ella. Pero, durante el período que dura su poder de mercado, nunca está libre de la competencia o de la ley de la oferta y la demanda con respecto a los precios.

Es fácil ver que un monopolio de mercado, debido a que no puede iniciar la fuerza, no representa una amenaza para ninguna de las personas individuales que trabajan con él ni para la economía en su conjunto, pero ¿qué ocurre con el monopolio coercitivo?

Un monopolio coercitivo tiene el control exclusivo de un campo de actividad determinado que está cerrado a la competencia y exento de ella, de modo que quienes lo controlan pueden establecer políticas arbitrarias y cobrar precios arbitrarios, independientemente del mercado. Un monopolio coercitivo puede mantener este control exclusivo que impide toda competencia sólo por el uso de la fuerza iniciada. Ninguna firma que opere en un contexto de libre mercado puede permitirse el inicio de la fuerza por temor a ahuyentar a sus clientes y asociados comerciales. Por lo tanto, la única manera de que una firma comercial puede mantenerse como un monopolio coercitivo es a través de la intervención del gobierno en la forma de garantías especiales de privilegio. Sólo el gobierno, que es en sí mismo un monopolio coercitivo, tiene el poder de obligar a los individuos a tratar con una firma con la que prefieren no tener nada que ver.

El temor a los monopolios despiadados e incontrolados es válido, pero se aplica sólo a los monopolios coercitivos. Los monopolios coercitivos son una extensión del gobierno, no un producto del mercado libre. Sin las garantías gubernamentales de privilegios especiales, no puede haber monopolios coercitivos.

La explotación económica por parte de los monopolios, cárteles y las “grandes empresas” es un dragón inexistente. En un mercado bien desarrollado, libre de la interferencia del gobierno, cualquier ventaja obtenida de dicha explotación enviará señales llamando a la competencia, lo que pondrá fin a la explotación. En un mercado libre, el individuo siempre tiene alternativas para elegir, y sólo la fuerza física puede obligarlo a elegir en contra de su voluntad. Pero el inicio de la fuerza no es una función del mercado y no puede ser provechosamente empleada por firmas que operan en un mercado no regulado.

La fuerza, de hecho, es penalizada por el libre mercado, como lo es el fraude. Los negocios dependen de los clientes, y los clientes son ahuyentados por la explotación de la fuerza y el fraude. La penalización de la fuerza y el fraude es una parte inherente del mecanismo de auto-regulación del mercado libre.

El mercado, si no se ve obstaculizado por la regulación gubernamental, siempre se orienta hacia una situación de estabilidad y máxima satisfacción del consumidor, es decir, hacia el equilibrio. La intervención del gobierno, lejos de mejorar la sociedad, sólo puede causar trastornos, distorsiones y pérdidas, y llevar a la sociedad hacia el caos. El mercado se auto-regula: la fuerza no es necesaria para que funcione correctamente. De hecho, la imposición de la fuerza iniciada es lo único que puede impedir que el mercado funcione de modo que se logre el máximo posible de satisfacción para todos.
Si los hombres no son libres para comerciar de cualquier forma no coercitiva que le dicten sus intereses, no son libres en absoluto. Los hombres que no son libres son, en cierta medida, esclavos. Sin libertad de mercado, ninguna otra “libertad” es significativa. Por esta razón, el conflicto entre la libertad y la esclavitud se centra en el mercado libre y su único oponente efectivo: el gobierno.

Traducción por Jorge Trucco.

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