La pasada semana, el Banco Central Europeo (BCE) refrendó la decisión tomada el 22 de enero de instaurar un programa de compra de deuda pública y privada (QE, expansión cuantitativa, quantitative easing) por 60.000 millones de euros mensuales a partir de marzo.
Frente a la postura del wait and see (esperar y ver), las actas del BCE apuestan por poner la venda antes de que se produzca la herida. Este es el marco de infinita magnanimidad financiera con el que tiene que convivir la negociación entre el Eurogrupo y Grecia.
En los últimos días, el BCE ya ha aumentado en 3.300 millones la liquidez de emergencia a la que puede acceder la banca griega a través de su Banco Central. Así, el límite de créditos de emergencia disponible por el sistema bancario heleno alcanza los 68.300 millones. En dos reuniones anteriores, el BCE autorizó el aumento de dicho límite hasta 65.000 millones frente a los 50.000 iniciales.
La carta a los Reyes Magos de Grecia pasaba por impulsar una reforma de su sistema laboral, elevando el salario mínimo un 28% hasta los 751 euros, incrementar la contratación de funcionarios y readmitir a los despedidos, paralizar el plan de venta de empresas públicas, suspender los copagos sanitarios y farmacéuticos, aumentar la progresividad fiscal de ciudadanos y empresas y usar una parte de los fondos recibidos para recapitalizar su sistema financiero. Y por supuesto, abrir un marco de renegociación de su deuda, que incluya una quita sustancial.
Poco margen para negociar
El problema es que Grecia tiene poco margen para negociar. 315.000 millones de euros es la abominable cifra de la deuda pública griega. Un 176% de su PIB. En 2010 debían lo mismo pero solo suponía el 134% lo que se explica por la destrucción sistemática de su economía (deflación y paro del 29% y del 56% entre los jóvenes).
Este es el drama de Grecia a pesar del respiro de los dos últimos trimestres en los que su PIB ha crecido ligeramente. En 2022 se estima que este ratio se reduzca hasta el descorazonador 112%. Se trata de un círculo vicioso en donde, en gran parte, nuevos préstamos sirven para hacer frente al principal e intereses de los antiguos.
Y el margen es escaso por que los vencimientos de la deuda no pueden alargarse más (a no ser que devengan casi en perpetuos) ni los tipos reducirse (el tipo subvencionado de Grecia ronda el 2,5% cuando en el mercado se le exigiría el 11% como mínimo y ni siquiera a este precio tendría garantizado cubrir sus necesidades de financiación).
¿Y si llegamos al Grexit?
Los mercados financieros están sospechosamente tranquilos. De hecho, las bolsas europeas acumulan una vertiginosa subida desde comienzo de año. ¿Y si no llegan a un acuerdo y Grecia tiene que salir del euro? Para la Agencia de Calificación S&P el contagio a la deuda pública de Italia, Portugal y España no tendría por qué afectar a sus ratings ni incrementar considerablemente sus primas de riesgo.
Si echamos cuentas, España ha prestado a Grecia 28.000 millones, es decir, 1.500 euros por familia. Según Ignazio Angeloni, del Consejo Supervisor del BCE, el rescate a las cajas de ahorros españolas desde 2007 podría haber supuesto 30.000 millones de euros, un 3% del PIB español.
En Twitter corre el chascarrillo: "si como español, los griegos me deben algo, se lo perdono. Lo que no perdono es lo que me deben del rescate a Bankia y a Caixa Cataluña". El caso es que Grecia se encuentra en suspensión de pagos técnica y su entrada en concurso de acreedores perjudicaría a todo el mundo.
Los griegos se verían abocados al corralito financiero tras la depreciación de su nueva moneda. Y sus acreedores verían volatilizadas sus (arriesgadas) inversiones. Un panorama sombrío que aboca a una negociación inteligente. En cualquier caso, el futuro es sombrío para los griegos pero no por culpa del resto de Europa sino por aquellos dirigentes que les embarcaron en una desenfrenada dinámica de trampas (economía sumergida y falsificación de cuentas públicas incluidas) y despilfarro (Juegos Olímpicos incluidos).
Juan Royo Abenia, economista. @juanroyoabenia
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