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martes, 20 de diciembre de 2016

La irresistible utopía liberal





[Nota editorial: este artículo hemos decidido publicarlo como ejemplo de que incluso un crítico de Rothbard, pese a todo, no puede ignorar sus aportes a la teoría social en la economía y en la política]
En este breve artículo trataremos de explicar por qué su ideal de sociedad (sin Estado) es una utopía en los tiempos actuales, no sin antes recordar sus geniales aportaciones en otras áreas.
Rothbard despuntó desde muy pequeño por su inteligencia. Tras licenciarse en Estadística, entró en contacto con Ludwig von Mises, el maestro de Hayek. Se quedó tan prendado de su hondura intelectual que, a partir de ese momento, algo cambió en su vida. De Mises tomó su teoría económica, la praxeología, que estudia a partir de un hecho dado, la acción humana, los efectos de los intercambios, el papel del dinero y, en suma, toda la economía. Tanto para Mises como para Rothbard, la economía no es mera estadística ni unas leyes matemáticas que rigen la vida autómata de los humanos, porque aquélla es hija de la libertad de elegir.
Y así, analizando cómo funciona la economía, Rothbard encontró que su maestro no había ido lo suficientemente lejos. De hecho, se percató de que todas las “imperfecciones” que encontramos en la vida económica se deben a la perniciosa intervención del Estado. Así, llegó, entre otras, a la siguiente conclusión: los monopolios son resultado de las restricciones que impone el Estado para entrar en un mercado. Los ejemplos que podríamos citar son muchos, pero basta con uno: la televisión. Para ser dueño de una cadena no basta con haber acumulado suficiente capital y tener los medios para ello, además es preciso contar con el plácet gubernamental en forma de licencia. Por eso, cuando reina esta arbitrariedad, es lógico que los empresarios que se enriquecen con estas medidas sean los primeros en pedir que el Estado se inmiscuya en la vida de los ciudadanos. Además, consideró que en el mercado sería imposible que una sola compañía dominara el mercado, porque “para cada bien de capital debe haber un mercado definido en que las compañías compren y vendan dicho bien”.
Rothbard no sólo consiguió superar a Mises en muchas cuestiones económicas, además se propuso edificar un sistema que combinara el liberalismo con las ideas de la Escuela Austriaca, a la que pertenecía su maestro. A esa fusión entre el derecho natural de Locke y las ideas económicas de Mises,Menger o Hayek añadió las teorías de autores anarquistas comoLysander Spooner y ciertos conservadores críticos con la política exterior estadounidense durante las dos guerras mundiales.
El resultado, como hemos anticipado, fue todo un boom. Rothbard rescató el anarquismo individualista y lo dotó de contenido. Para Rothbard, la base del liberalismo residía en el hecho de que la persona se posee a si misma (self-ownership), de lo que se deriva que tenga no sólo derechos sobre su propio yo, también sobre el resultado de sus acciones, ya que al fin y al cabo tiene que actuar para conseguir sus fines. Este axioma del que parte Rothbard es autoevidente, ya que en caso de no ser verdadero otra persona sería dueña de nuestro ser y de nuestras propiedades, o bien tanto la propia persona como un tercero serían propietarios de su persona y de sus bienes. En el primer caso, el individuo sería esclavizado, al no ser dueño de si mismo ni de ninguna otra persona. En el segundo se produce la paralización de la sociedad. Como para actuar el individuo debe disponer de medios escasos (su tiempo, su esfuerzo, etcétera), y no puede hacerlo sin contar previamente con el consenso de todos y cada uno de los miembros del colectivo, resultaría imposible realizar cualquier acción.
Una vez probado su axioma Rothbard descubrió que el único impedimento para que las personas persigan libremente sus fines es la coacción, que puede proceder del Estado o de la sociedad. Sin embargo, para Rothbard la peor de las coacciones era la legal, la sancionada por el monopolio de las armas. A pesar de que los liberales clásicos como Hume, Adam Smith o Jean Baptiste Say asignaran unas pocas funciones al Estado para que éste protegiera la vida, la libertad y el derecho de propiedad individual, Rothbard consideró que pecaban de ingenuos. Lo cierto es que el Estado, cual minotauro, tiende a crecer y a devorar a sus fieles. Así, la única solución pasaba por defender que todos los servicios que hasta ahora prestaba el Estado los empezaran a ofrecer empresarios en el libre mercado.
Es en este punto en el que fue extremadamente original, puesto que consiguió demostrar que no hay servicios que no vayan a prestarse en el mercado, como alegan los partidarios del Estado (véase, carreteras, faros, seguridad social, etcétera), y que incluso instituciones como el derecho penal o los establecimientos penitenciarios fueron un día privadas.
No obstante, lo que planteó resulta un tanto utópico. Quizás sólo fuera posible en un mundo en que los gobiernos fueran tan poco intervencionistas que la transición hacia el anarcocapitalismo no supusiera cambios dramáticos en la vida de las personas.
En su obsesión antiestatal, Rothbard acabó siendo víctima de sus teorías. Así, primero trató de captar adeptos entre la “nueva izquierda” al socaire del malestar provocado por la guerra de Vietnam, y luego acabó apoyando a un personaje funesto como Pat Buchanan, obviando que este político es un proteccionista en toda regla. Asimismo, su coherencia le impidió relacionarse con autores de la talla de Friedman o Hayek, a quienes calificaba de socialistas a pesar de lo mucho que se esforzaron en difundir el ideario liberal.
Hoy en día, a algunos de sus seguidores les sucede lo mismo que al propio Rothbard: no ven más allá de su amada sociedad sin Estado. Cualquier crítica que lanzan contra el intervencionismo, aun siendo buena, no se completa con propuesta alguna de reforma del statu quo, ya que es inaceptable hacer concesiones. Pero, como todo en la vida, la pureza y la coherencia ad aeternam no sirven de mucho. La verdad es que si el liberalismo quiere triunfar tiene que convencer, y para eso los maximalismos no son de gran utilidad.
Aun cuando discrepemos en muchos sentidos de lo que dijo Rothbard, no podemos dejar de olvidar que nos ha dejado un tratado de economía: Man, economy and the Statefundamental incluso para legos en esta materia; un interesante libro de filosofía política, aunque errado por la pretensión de derivar todos los derechos del derecho de propiedad (La ética de la libertad), y, sobre todo, una magistral historia del pensamiento económico desde Lao Tse hasta Marx, en el que brillan los escolásticos de la Escuela de Salamanca. De hecho, su análisis sobre pensadores de la talla de Juan de Mariana o Domingo de Soto ha sido vital para explicar la compatibilidad entre cristianismo y liberalismo.
Una década después de su muerte, Rothbard sigue siendo un autor de referencia, como Hayek, Mises o Friedman. Sus ideas han llegado a interesar al ex ministro israelí Benjamín Netanyahu y han influido en autores importantes como Randy Barnett o Walter Block. Como decía L. Arréat, “los grandes hombres empiezan a vivir cuando mueren”. Amén.

Publicado originalmente en libertad digital.



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