Tomando de la WebPage del Instituto Mises
La Primera Guerra Mundial señala uno de los puntos de inflexión de la historia moderna. Con su final, se completa la transformación de todo el mundo occidental desde gobiernos monárquico y reyes soberanos a gobiernos democrático-republicanos y pueblo soberano que empezó con la Revolución Francesa. Hasta 1914, solo existían tres repúblicas en Europa: Francia, Suiza y, después de 1911, Portugal. Y de todas las grandes monarquías europeas solo el Reino Unido podría clasificarse como sistema parlamentario, es decir, uno en el que el poder supremo se otorgara a un parlamento elegido. Solo cuatro años después, después de que Estados Unidos entrara en la Guerra Europea y determinara decisivamente su resultado, casi todas las monarquías desaparecieron y Europa junto al mundo entero entró en la época del republicanismo democrático.
En Europa, los Romanov, Hohenzollern y Habsburgo derrotados militarmente tuvieron que abdicar y Rusia, Alemania y Austria se convirtieron en repúblicas democráticas con sufragio universal (masculino y femenino) y gobiernos parlamentarios. Igualmente todos los estados sucesores recién creados, con la única excepción de Yugoslavia, adoptaron constituciones republicanas democráticas. En Turquía y Grecia, las monarquías fueron derrocadas. E incluso donde las monarquías permanecieron nominalmente en existencia, como en Gran Bretaña, Italia, España, Bélgica, Holanda y los países escandinavos, los monarcas ya no ejercitarían ningún poder de gobierno. Se introdujo el sufragio universal adulto y todo el poder público se otorgó a los parlamentos y a los cargos públicos oficiales.
La transformación histórica mundial desde el antiguo régimen de gobernantes reales o principescos a la nueva época republicana democrática de gobernantes elegidos popularmente también podría calificarse como de Austria y el estilo austriaco a Estados Unidos y el estilo estadounidense. Esto es verdad por varias razones. Para empezar, Austria inició la guerra y EEUU la llevó a su final. Austria perdió y Estados Unidos ganó. Austria estaba gobernada por un monarca (el emperador Francisco José) y Estados Unidos por un presidente elegido democráticamente (el profesor Woodrow Wilson). Sin embargo, es más importante que la Primera Guerra Mundial no fuera una guerra tradicional sobre objetivos territoriales limitados, sino ideológica y Austria y Estados Unidos fueron respectivamente (y fueron percibidos como tales por las partes contendientes) los dos países que encarnaba más claramente las ideas en conflicto entre sí.[1]
La Primera Guerra Mundial empezó como una disputa territorial al viejo estilo. Sin embargo, con la temprana implicación y la entrada oficial definitiva en la guerra de Estados Unidos en abril de 1917, esta tomó una nueva dimensión ideológica. Estados Unidos se había fundado como una república y el principio democrático, propio de la idea de una república acababa de conseguir la victoria como consecuencia de la derrota y devastación violentas de la Confederación secesionista por parte del gobierno centralista de la Unión. En el momento de la Primera Guerra Mundial, esta ideología triunfante de un republicanismo democrático expansionista había encontrado su personificación en el entonces presidente de los Estados Unidos, Wilson. Bajo la administración Wilson, la guerra europea se convirtió en una misión ideológica: hacer al mundo seguro para la democracia y libre de gobernantes dinásticos. Cuando en marzo de 1917 el zar Nicolás II, aliado de EEUU, se vio obligado a abdicar y se estableció un nuevo gobierno democrático republicano en Rusia bajo Kerenski, Wilson estaba exultante. Sin el zar, la guerra se había convertido finalmente en un conflicto puramente ideológico: del bien contra el mal. A Wilson y sus asesores más cercanos en política exterior, George D. Herron y el coronel House, les disgustaba la Alemania del Kaiser, la aristocracia y la élite militar. Pero odiaban Austria. Como ha calificado Erik von Kuehnelt-Leddihn las opiniones de Wilson y de la izquierda estadounidense: “Austria era mucho más malvada que Alemania. Existía en contradicción del principio de Mazzini del estado nacional, había heredado muchas tradiciones, así como símbolos del Sacro Imperio Romano (el águila bicéfala, los colores negro y oro, etc.); su dinastía había gobernado en un tiempo España (otra bete noire); había liderado la Contrarreforma, encabezado la Santa Alianza, luchado contra el Risorgimento, aplastado la rebelión magiar bajo Kossuth (que tenía un monumento en la ciudad de Nueva York) y apoyado moralmente el experimento monárquico en México. Habsburgo, el mismo nombre evocaba recuerdos del catolicismo romano, de la armada, la inquisición, Metternich, Lafayette encarcelado en Olmuetz y Silvio Pellico en la fortaleza de Špilberk en Brno. Ese estado tenía que ser destrozado, esa dinastía tenía que desaparecer”.[2]
Como un conflicto cada vez más motivado ideológicamente, la guerra degeneró pronto en una guerra total. En todas partes, toda la economía nacional fue militarizada (socialismo de guerra)[3] y la distinción durante tanto tiempo respetada entre combatientes y no combatientes y entre vida militar y civil se quedó por el camino. Por esta razón la Primera Guerra Mundial género muchas más bajas civiles (víctimas del hambre y la enfermedad) que soldados muertos en los campos de batalla. Además, debido al carácter ideológico de la guerra, no era posible ningún compromiso de paz, sino solo una total sumisión, humillación y castigo. Alemania tuvo que renunciar a su monarquía y Alsacia-Lorena fue devuelta a Francia como ocurría antes de la Guerra Franco-Prusiana de 1870-71. La nueva república alemana fue obligada a pagar fuertes indemnizaciones a largo plazo. Alemania fue desmilitarizada, el Sarre alemán fue ocupado por los franceses y en el este tuvieron que ceder enormes territorios a Polonia (Prusia Occidental y Silesia). Sin embargo, Alemania no fue desmembrada ni destruida. Wilson había reservado ese destino a Austria. Con la deposición de los Habsburgo se desmembró todo el Imperio Austrohúngaro. Como remate de la política exterior de Wilson, se crearon en el antiguo imperio dos estados artificiales nuevos: Checoslovaquia y Yugoslavia. La propia Austria, durante siglos una de las grandes potencias de Europa, fue reducida de tamaño a su pequeño núcleo territorial germanoparlante y, como otro de los legados de Wilson, la diminuta Austria fue obligada a entregar su provincia completamente alemana de Tirol del Sur a Italia (extendiéndola hasta el paso del Breno).
Desde 1918 Austria ha desaparecido del mapa de la política de las potencias internacionales. Por el contrario, Estados Unidos ha emergido como principal potencia mundial. La era estadounidense (la Pax Americana) había empezado. El principio del republicanismo democrático había triunfado. Iba a triunfar de nuevo al final de la Segunda Guerra Mundial y una vez más, o eso parecía, con el colapso del imperio soviético a finales de la década de 1980 y principios de la de 1990. Para algunos observadores contemporáneos, había llegado el “fin de la historia”. La idea estadounidense de una democracia universal y global finalmente se había llevado a cabo.[4]
Entretanto, la Austria de los Habsburgo y la prototípica experiencia austriaca predemocrática no generó más que interés histórico. Es verdad que no es que Austria no hubiera logrado ningún reconocimiento, ningún intelectual y artista democrata de cualquier campo intelectual y cultural podría ignorar el enorme nivel de productividad de la cultura austrohúngara y en particular de la vienesa. De hecho, la lista de grandes nombres que asociados con la Viena de finales del siglo XIX y principios del XX es aparentemente inagotable.[5] Sin embargo, raramente se ha establecido una conexión sistemática de esta enorme productividad intelectual y cultural con la tradición predemocrática de la monarquía de los Habsburgo. Por el contrario, si no se ha considerado una mera coincidencia, la productividad de la cultura austriaca y vienesa se ha presentado de una forma “políticamente correcta” como prueba de los efectos sinérgicos positivos de una sociedad multiétnica y del multiculturalismo.[6]
Sin embargo, al final del siglo XX cada vez se están acumulando más evidencias de que en lugar de señalar el fin de la historia, el sistema estadounidense está en una profunda crisis. Desde finales de la década de 1960 o principios de la de 1970 las rentas salariales reales en Estados Unidos y Europa occidental se han estancado o incluso han caído. En particular, en Europa occidental las tasas de desempleo han estado aumentando constantemente y actualmente exceden el 10%. La deuda pública ha aumentado en todas partes hasta niveles astronómicos, en muchos casos excediendo el producto interior bruto anual de un país. Igualmente, los sistemas de seguridad social en todas partes están en bancarrota o al borde de esta. Además, el colapso del imperio soviético no representó tanto un triunfo de la democracia como la quiebra de las ideas de socialismo y también contenía una acusación contra el sistema estadounidense (occidental) de socialismo democrático (en lugar de dictatorial). Además, a través de la división nacional, étnica y cultural del hemisferio occidental, el separatismo y el secesionismo están en auge. Las creaciones democráticas y multiculturales de Wilson, Yugoslavia y Checoslovaquia, se han dividido. En Estados Unidos, menos de un siglo de completa democracia ha generado degeneración moral, desintegración familiar y social y decadencia cultural en constante crecimiento y decadencia cultural en forma tasas continuamente crecientes de divorcio, ilegitimidad, aborto y delito. Como resultado de una lista siempre creciente de leyes antidiscriminación (“acción afirmativa”) y de políticas de inmigración no discriminatorias (multiculturales-igualitarias), todos los rincones y rendijas de la sociedad estadounidense están afectados por la integración forzosa y, por tanto, por las perturbaciones sociales y las tensiones y hostilidades raciales, étnicas y morales-culturales han aumentado enormemente.
A la vista de estas experiencias desilusionantes han reaparecido dudas fundamentales acerca de las virtudes de sistema estadounidense. ¿Qué hubiera pasado, se vuelve a preguntar, si de acuerdo con su promesa de la reelección Woodrow Wilson hubiera mantenido a Estados Unidos fuera de la Primera Guerra Mundial? En virtud de su naturaleza contrafactual, la respuesta a esta pregunta nunca podrá ser confirmada o rebatida empíricamente. Sin embargo, eso no hace que no tenga sentido la pregunta o que la respuesta sea arbitraria. Por el contrario, basándose en una comprensión de los acontecimientos históricos reales y las personalidades implicadas, la pregunta con respecto al curso alternativo probable de la historia puede responderse con detalle y con una fiabilidad considerable.[7]
Si Estados Unidos hubiera seguido una política exterior estrictamente no intervencionista, es probable que el conflicto intraeuropeo hubiera terminado a finales de 1916 o principios de 1917 como consecuencia de varias iniciativas de paz, siendo la más notable la del emperador austriaco Carlos I. Sin embargo, la guerra habría concluido con un compromiso mutuamente aceptable de paz que guardara las apariencias en lugar de la imposición real. Consecuentemente, Austria-Hungría, Alemania y Rusia habrían seguido siendo monarquías tradicionales en lugar de convertirse en repúblicas democráticas de corta duración. Con un zar ruso y un káiser alemán y austriaco le habría sido casi imposible a los bolcheviques tomar el poder en Rusia y, en reacción a una creciente amenaza comunista en Europa occidental, a los fascistas y los nacionalsocialistas hacer lo mismo en Italia y Alemania.[8] Millones de víctimas del comunismo, el nacionalsocialismo y la Segunda Guerra Mundial se habrían salvado. El grado de interferencia pública y control de la economía privada de Estados Unidos y Europa occidental nunca habría llegado a los niveles que vemos hoy. Y en lugar de una Europa central y oriental (y consecuentemente la mitad del planeta) cayendo en manos del comunismo y durante más de cuarenta años siendo saqueada, devastada y aislada por la fuerza de los mercados occidentales, toda Europa (y todo el planeta) habría permanecido integrado económicamente (como en el siglo XIX) en un sistema mundial de división del trabajo y cooperación. Los niveles mundiales de vida habrían sido inmensamente más altos de los que son actualmente.
Ante el escenario de este experimento mental y el discurrir real de los acontecimientos, el sistema estadounidense y la Pax Americana no parecen (contrariamente a la historia “oficial” que siempre escriben los vencedores, es decir, desde la perspectiva de los defensores de la democracia) ser otra cosa que un desastre sin paliativos y la Austria de los Habsburgo dos y la época predemocrática parecen más atractivas.[9] Así que, indudablemente, merecería la pena ver de manera sistemática la transformación histórica de la monarquía a la democracia.
Aunque la historia desempeñe un papel importante, lo que sigue nos el trabajo de un historiador, sino el de un economista político y filósofo. No se presentan datos nuevos o poco conocidos. Más bien, en la medida en que se haga alguna afirmación de originalidad, esta sería que los estudios siguientes contienen interpretaciones nuevas o poco conocidas de hechos generalmente conocidos y aceptados; también sería que es la interpretación de los hechos, en lugar de los propios hechos lo que es una preocupación esencial para el científico y el objeto de las mayores disputas y debates. Por ejemplo se podría estar de acuerdo con el hecho de que en el siglo XIX el nivel medio de vida estadounidense, sus tipos fiscales y regulaciones económicas fueron comparativamente bajos, mientras que los niveles de vida, impuestos y regulaciones del siglo XX fueron altos. Aun así, ¿fueron los niveles de vida del siglo XX más altos gracias a mayores impuestos y regulaciones o a pesar de mayores impuestos y regulaciones, es decir, los niveles de vida habrían sido incluso superiores si los impuestos y regulaciones hubieran permanecido tan bajos como lo habían estado durante el siglo XIX? Igualmente, se puede estar de acuerdo en que los pagos sociales y las tasas de criminalidad fueron bajos durante la década de 1950 y que ambos son ahora comparativamente altos. Aun así, ¿ha aumentado el delito debido a unos mayores pagos sociales o a pesar de ellos o el delito y el estado social no tienen nada que ver entre sí y la relación entre los dos fenómenos de es una mera coincidencia? Los hechos no nos dan una respuesta a estas preguntas y ninguna cantidad de manipulación estadística de datos puede cambiar este hecho. Los datos de la historia son compatibles lógicamente con cualquiera de esas interpretaciones enfrentadas y los historiadores, en la medida en que sean solo historiadores, no tienen manera de decidir a favor de una u otra.
Si uno tiene que tomar una decisión racional entre unas interpretaciones tan rivales e incompatibles, esto solo es posible si tiene a su disposición una teoría o al menos una proposición teórica cuya validez no dependa de la experiencia histórica sino que puede establecerse a priori, es decir, de una vez y para siempre por medio de la comprensión intelectual o comprensión de la naturaleza de las cosas. En algunos círculos, este tipo de teoría tiene poca estima y algunos filósofos, especialmente los empiristas-positivistas, han declarado a cualquier teoría similar fuera de límites o incluso imposible. Esto no es un tratado político dedicado a una explicación de asuntos de epistemología y ontología. Aquí y en lo sucesivo no quiero refutar directamente la tesis empirista-positivista de que no existen las teorías a priori, es decir, proposiciones que afirman algo acerca de la realidad y que pueden validarse independientemente del resultado de cualquier experiencia futura.[10] Sin embargo, es apropiado reconocer desde principio que considero a esta tesis y de hecho a todo el programa de investigación empirista-positivista, que puede ser interpretado como el resultado de la aplicación de los principios (igualitarios) de la democracia al ámbito del conocimiento y la investigación y que por tanto ha sido ideológicamente dominante durante la mayoría del siglo XX, como algo esencialmente erróneo y completamente refutado.[11] Aquí basta con presentar solo unos pocos ejemplos de lo que quiere decir una teoría a priori (y en particular citar algunos de esos ejemplos del ámbito de las ciencias sociales) para eliminar cualquier posible sospecha y recomendar mi aproximación teórica como intuitivamente factible y conforme al sentido común.[12]
[1] Para un brillante resumen de las causas y consecuencias de la primera guerra mundial ver Ralph Raico, “World War I: The Turning Point”, en: John V. Denson, The Costs of War. America’s Pyrrhic Victories (New Brunswick: Transaction Publishers, 1999).
[2] Erik von Kuehnelt-Leddihn, Leftism Revisited. From de Sade to Pol Pot (Washington, D.C.: Regnery, 1990), p. 210; sobre Wilson y sus seguidores, ver también Murray N. Rothbard, “La Primera Guerra Mundial como consumación: El poder y los intelectuales“, Journal of Libertarian Studies, Vol. 9, nº 1, 1989; Paul Gottfried, “Wilsonianism: The Legacy that Won’t Die”, Journal of Libertarian Studies, Vol. 9, nº 2, 1990; ídem, “On Liberal and Democratic Nationhood”, Journal of Libertarian Studies, Vol. 10, nº 1, 1991; Robert A. Nisbet, The Present Age (Nueva York: Harper & Row, 1988).
[3] Murray N.Rothbard, “El colectivismo bélico en la Primera Guerra Mundial” en: Ronald Radosh & Murray N. Rothbard, eds., A New History of Leviathan (Nueva York: E. P. Dutton & Co., 1972; Robert Higgs, Crisis and Leviathan (Nueva York: Oxford University Press, 1987).
[4] Francis Fukuyama, El fin de la Historia y el último hombre (Nueva York: Avon Books, 1992).
[5] La lista incluye a Ludwig Boltzmann, Franz Brentano, Rudolph Carnap, Edmund Husserl, Ernst Mach, Alexius Meinong, Karl Popper, Moritz Schlick y Ludwig Wittgenstein entre los filósofos; Kurt Goedel, Hans Hahn, Karl Menger y Richard von Mises entre los matemáticos; Eugen von Boehm-Bawerk, Gottfried von Haberler, Friedrich von Hayek, Carl Menger, Fritz Machlup, Ludwig von Mises, Oskar Morgenstern, Joseph Schumpeter y Friedrich von Wieser entre los economistas; Rudolph von Jhering, Hans Kelsen, Anton Menger y Lorenz von Stein entre los abogados y teóricos legales; Alfred Adler, Joseph Breuer, Karl Buehler y Sigmund Freud entre los psicólogos; Max Adler, Otto Bauer, Egon Friedell, Heinrich Friedjung, Paul Lazarsfeld, Gustav Ratzenhofer y Alfred Schuetz entre los historiadores y sociólogos; Hermann Broch, Franz Grillparzer, Hugo von Hofmannsthal, Karl Kraus, Fritz Mauthner, Robert Musil, Arthur Schnitzler, Georg Trakl, Otto Weininger y Stefan Zweig entre los escritores y críticos literarios; Gustav Klimt, Oskar Kokoschka, Adolf Loos y Egon Schiele entre los artistas y arquitectos y Alban Berg, Johannes Brahms, Anton Bruckner, Franz Lehar, Gustav Mahler, Arnold Schoenberg, Johann Strauss, Anton von Webern y Hugo Wolf entre los compositores.
[6] Ver Allan Janik & Stephen Toulmin, Wittgenstein’s Vienna (Nueva York: Simon & Schuster, 1973) [Publicado en España como La Viena de Wittgenstein (Barcelona: Taurus, 1998)] ; William M. Johnston, The Austrian Mind. An Intellectual and Social History 1848-1938 (Berkeley: University of California Press, 1972); Carl E. Schorske, Fin-de-Siecle Vienna: Politics and Culture (Nueva York: Random House, 1981).
[7] Para una recopilación contemporánea de ejemplos de “historia contrafactual”, ver Niall Ferguson, ed., Virtual History. Alternatives and Counterfactuals (New York: Basic Books, 1999) [Publicado en España como Historia virtual (Barcelona: Taurus, 1998)].
[8] Sobre la relación entre el comunismo y el auge del fascismo y el nacionalsocialismo, ver Ralph Raico, “Mises on Fascism, Democracy, and Other Questions”, Journal of Libertarian Studies, Vol. 12, nº 1, 1996; Ernst Nolte, Der europaeische Buergerkrieg, 1917-1945. Nationalsozialismus und Bolschewismus (Berlín: Propylaeen, 1987).
[9] Nada menos que un nombre del establishment como George F. Kennan, escribiendo 1951, estuvo realmente cerca de admitirlo: “Todavía hoy, si se ofreciera la posibilidad de recuperar la Alemania de 1913, un Alemania dirigida por personas conservadoras pero relativamente moderadas, sin nazis ni comunistas, una Alemania vigorosa, unida y no ocupada, llena de energía y confianza, capaz de desempeñar un papel de nuevo como contrapeso al poder ruso en Europa, bueno, habría objeciones a ella desde muchos lados y no haría feliz a todos, pero en muchos sentidos no sería tan mala, en comparación con nuestro problema de hoy. Ahora, pensad lo que significa eso. Cuando se hace un recuento del resultado total de las dos guerras, en términos de sus objetivos ostensibles, se descubre que si ha habido alguna ganancia en absoluto, es bastante difícil de percibir”. American Diplomacy 1900-1950 (Chicago: University of Chicago Press, 1951), pp. 55-56.
[10] Ver sobre este tema Ludwig von Mises, Theory and History. An Interpretation of Social and Economic Evolution (Auburn, Al.: Ludwig von Mises Institute, 1985) [Publicado en España como Teoría e historia: Una interpretación de la evolución social y económica (Madrid: Unión Editorial, 2004)]; ídem, The Ultimate Foundation of Economic Science. An Essay on Method (Kansas City: Sheed Andrews & McMeel, 1978) [Publicado en España como Los fundamentos últimos de la ciencia económica: Un ensayo sobre el método (Madrid: Unión Editorial, 2012)]; Hans-Hermann Hoppe, Kritik der kausalwissenschaftlichen Sozialforschung. Untersuchungen zur Grundlegung von Soziologie und Oekonomie (Opladen: Westdeutscher Verlag, 1983); idem, Economic Science and the Austrian Method (Auburn, Al.: Ludwig von Mises Institute, 1995) [Publicado en España como La ciencia económica y el método austríaco (Madrid: Unión Editorial, 2012)].
[11] Ver Bran Blanshard, Reason and Analysis (LaSalle: Open Court, 1964); también Arthur Pap, Semantics and Necessary Truth (New Haven: Yale University Press, 1958); Saul Kripke, “Naming and Necessity”, en: Donald Davidson & Gilbert Harman, eds., Semantics of Natural Language (Nueva York: Reidel, 1972); Paul Lorenzen, Methodisches Denken (Frankfurt/M.: Suhrkamp, 1968) [Publicado en España como Pensamiento metódico (Valencia: Publicacions de la Universitat de València, 1982)].
[12] Incluso un “buen empirista” tendría que admitir que, de acuerdo con su propia doctrina, no es posible que él conozca a priori si existen o no teoremas a priori y pueden ser usados para decidir entre explicaciones incompatibles de los mismos datos históricos; por tanto, tendría que adoptar también una actitud de esperar y ver.
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