Juan Ramón Rallo
Ya lo advertimos: “Montoro vive, el expolio sigue”. No ha fallado. Apenas un mes después de constituirse gobierno, Rajoy vuelve a incumplir sus promesas electorales y nos castiga con un nuevo sablazo tributario. La traición a aquellos de sus electores que reincidieron a la hora de otorgarle su crédulo voto se consumará usando comoexcusa el socialdemócrata pacto de investidura suscrito con Ciudadanos: la formación naranja presionó al PP para que subiera impuestos y éste, cómo no, aceptó presto y encantado.
En el caso que nos ocupa y que se perpetrará en el Consejo de Ministros de hoy, el rejonazo recaerá especialmente sobre las empresas, a las cuales Hacienda proyecta incrementarles el tipo efectivo del Impuesto de Sociedades al vaciarlo de deducciones. Tan torpe rapiña gubernamental, empero, no podría llegar en un peor momento: contracorriente y contraindicada.
Así, por un lado, algunas de las principales economías del planeta están apostando de manera decidida por una notable reducción de los tributos sobre las ganancias empresariales: EEUU recortará el Impuesto sobre Sociedades hasta el 15%, Reino Unido por debajo del 15%, Hungría ya lo ha colocado recientemente en el 9%, y otros países de nuestro entorno lo mantienen a tipos muy reducidos, por ejemplo Bulgaria (10%) o de manera mucho más célebre Irlanda (12,5%, si bien desde principios de este año rige un gravamen de sólo el 6,25% para las ganancias derivadas de patentes y otros activos de propiedad intelectual). ¿Qué sentido tiene que, en este contexto global de sana e intensa competencia fiscal, optemos por desmarcarnos incrementando todavía más unos tipos efectivos que ya se hallan en el 20%? Ninguno: su único efecto será el de pegarnos un tiro en el pie ahuyentando la inversión empresarial hacia otros entornos institucionales donde no se la maltrate tanto.
Por otro lado, y con independencia de la política tributaria que finalmente opten por implementar nuestros vecinos, el aumento del tipo efectivo de Sociedades sigue siendo del todo impertinente dada nuestra frágil coyuntura. Si hay un componente dentro de nuestra economía que lleva varios meses ralentizándose, ése es la inversión empresarial. Sin ir más lejos, en el tercer trimestre de este año, la formación bruta de capital fijo sólo aumentó un 0,1% con respecto al trimestre anterior: esto es, se estancó por primera vez desde que arrancara la recuperación. Lo grave del asunto es que no nos hallamos ante un colapso súbito y anómalo de la inversión que quepa esperar que se corrija solo en el futuro cercano. Al contrario, estamos ante un ininterrumpido frenazo que viene experimentándose desde finales de 2015: tan es así que, ahora mismo, la formación bruta de capital está aumentando al menor ritmo desde la recesión de 2013.
Para muchos, el componente más importante del PIB es el consumo: si el consumo marcha, la economía funciona; si el consumo encalla, la economía pincha. Pero no. En realidad, el motor del crecimiento económico es la inversión: son las decisiones que toman hoy los empresarios acerca de qué y cómo producir mañana las que determinan la forma que adoptará nuestra economía en el futuro cercano. Si la inversión se para, si dejan de crearse nuevas empresas, de ampliarse las existentes o de reestructurarse las fracasadas, entonces la incompleta transformación de nuestro modelo productivo también se detendrá y, con ella, el empleo y el crecimiento económico. El consumo, más bien, aumentará o se contraerá según evolucionen nuestras expectativas acerca de nuestra renta futura: si los españoles esperan que sus ingresos y su empleo mejoren, el consumo subirá; si esperan que sus ingresos y su empleo se estanquen, el consumo se retraerá. La inversión crea la producción futura; el consumo sólo dispone de ella.
Por tanto, la recuperación no es ni mucho menos un logro irreversible en tanto en cuanto depende del avance de un volumen de inversión que a día de hoy parece haber entrado en barrena. Y precisamente, en medio de este delicadísimo escenario, con el nuevo capital expandiéndose al menor ritmo de los últimos tres años, el Gobierno de España apuesta por tapar sus vergüenzas presupuestarios parasitando fiscalmente las magras ganancias empresariales y, en consecuencia, reduciendo la rentabilidad después de impuestos de aquellas compañías que cometan la osadía de invertir en nuestro país.
No, no es hora de subir los impuestos, sino de recortarlos con valentía para tratar de contrarrestar el creciente desencanto inversor que pone en riesgo la recuperación. Pero tampoco es hora de perpetuar un déficit que ha colocado una pesada losa financiera sobre las espaldas de los españoles y que amenaza con desacreditar la sostenibilidad del Estado. El gobierno ni debe subir impuestos ni debe seguir abusando del endeudamiento público: debería, pues, recortar los gastos con determinación. Pero con Rajoy al mando y con Ciudadanos como fieles escuderos, pierdan toda esperanza: seguirán exprimiéndonos para consolidar nuestro Estado gigantesco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario