Un reciente artículo en The New York Times pedía al Partido Republicano que no “desechara la libre empresa” y abrazara el populismo. Arthur C. Brooks, el autor del artículo, hace dos afirmaciones atrevidas, pero erróneas. Primero, afirma que los momentos populistas a lo largo de la historia (incluyendo el momento trumpiano en EEUU) se han producido por crisis financieras graves que generan recuperaciones largas y desiguales que exacerban las disparidades existentes de renta y riqueza.
Al recurrir a un determinismo económico ingenuo, Brooks olvida totalmente el despertar de la amplia clase media estadounidense ante instituciones y políticas que han diseñado las élites afianzadas de ambos partidos para oprimirlas y saquearlas. La interminable e inmensamente costosa guerra contra el “terrorismo”; el rescate federal de multimillonarias instituciones financieras, tanto en el interior como en el exterior; la ineficaz y sumamente cara guerra contra las drogas; la epidemia de corrección política desatada por las órdenes y regulaciones federales que ha infectado las universidades estadounidenses y el indignante e irrestricto espionaje sobre los estadounidenses por el hinchado aparato de seguridad de EEUU. Todos estos asuntos no parecen tener ninguna importancia en el análisis simplificador de Brooks. Para Brooks, “Lo importante es un crecimiento débil, desigualmente compartido”. La atribución de Brooks del auge del populismo en EEUU y otros lugares casi exclusivamente a una creciente desigualdad de renta y riqueza no solo es peculiar, sino también absurdo a la vista de todo esto y me abstendré de comentar más sobre ello.
La segunda afirmación que hace Brooks es más aceptada comúnmente y está promocionada fervientemente por los medios de comunicación de masas y los analistas académicos y políticos “responsables” de la izquierda y la derecha. Esta afirmación es que el populismo comprende posturas y políticas ideológicas concretas. Así, Brooks se refiere a “posturas políticas sobre asuntos como comercio e inmigración” y a “populistas que se especializan en identificar culpables: élites ricas que te están esquilmando; inmigrantes que quieren tu empleo; libre comercio que está matando la competitividad de tu nación”. Según Brooks, las políticas populistas implican por tanto “alguna combinación de mayor redistribución, proteccionismo y restriccionismo”. En otras palabras, sobre asuntos económicos al menos, el populismo es exactamente lo opuesto al liberalismo clásico y el libertarismo.
Populistas de izquierdas y de derechas
Pero nada podría estar más alejado de la verdad. Pues el populismo no es una ideología de derechas, sino una estrategia que puede usar cualquier grupo ideológico cuyo programa político difiera radicalmente del de la clase dirigente. Indudablemente Brooks ha oído hablar de populistas de izquierdas como Juan and Eva Perón, Huey Long, the “sacerdote de la radio” padre Charles Coughlin, Fidel Castro y Hugo Chávez. ¿Y qué pasa con populistas liberales clásicos y libertarios como Thomas Paine y Samuel Adams, Richard Cobden y John Bright y, más recientemente, el Dr. Ron Paul? Últimamenete hemos visto el súbito auge del populista Partido Pirata en Islandia, que puede ganar las próximas elecciones y cuyos miembros son ideológicamente difusos y comprenden libertarios, hackers, frikis de la web y anarquistas antiglobalistas.
Aunque el populismo puede ser ideológicamente de izquierdas o de derechas, libertario o estatista, siempre es odiado y temido por el centro político. La razón es que el centro está ocupado por aquellas personas y grupos que comprenden la izquierda y la derecha “moderadas”, que son aliadas a la hora de defender el estatus quo político y se turnan para gobernar y dirigir las palancas del poder para distribuir privilegios y riqueza para sí mismos y sus compinches.
Qué defienden los populistas
Independientemente de sus inclinaciones ideológicas, los pensadores y creadores de movimientos populistas hacen caso, al menos implícitamente, a la idea profunda de grandes teóricos políticos desde La Boétie y David Hume a Mises y Rothbard de que no existe un gobierno impopular. Atacan por tanto mostrando a los moderados que dirigen el aparato del estado como una élite poderosa y rica cuyos intereses se oponen de por sí a los de las masas de trabajadores y empresarios productivos. Para obtener la atención de la gente que no es todavía plenamente consciente de que está siendo explotada (o, en términos marxistas, para ayudarles a desarrollar una conciencia de clase) es natural que los líderes populistas empleen una retórica extremista, emocional y resentida. Esa retórica inflamatoria es especialmente necesaria hoy en EEUU y en la mayoría de los países europeos en los que los medios de comunicación de masas, aunque aparentemente libres, funcionan como portavoces privilegiados del gobierno y lanzan una interminable propaganda pensada para camuflar la explotación estatal de la clase productiva y desacreditar movimiento políticos disidentes.
Una retórica dura y extremista, como al usada por Donald Trump, hace sonar un acorde receptivo entre el electorado de EEUU, pero no porque los estadounidenses estén sujetos a accesos irracionales de envidia, xenofobia e inseguridad producidos por crisis y recesiones, como nos quiere hacer creer Brooks. Más bien, los estadounidenses están despertando por el hecho duro y frío de que han sido saqueados y oprimidos por el establishment político globalista estadounidense “moderado” desde la Segunda Guerra Mundial. Lo que dijo Rothbard acerca del populista movimiento poujadista francés a principios de la década de 1950 es aplicable hoy a EEUU y otros estados democráticos intervencionistas:
Hay mucho que lamentar: aplastantes impuestos sobre negocios y personas, sumisión de la soberanía nacional en organizaciones y alianzas internacionales, un gobierno torpe e incompetente, guerras coloniales eternas. Especialmente los impuestos.
Un último punto: una vez ha penetrado en el discurso público, el populismo (precisamente porque es la única estrategia política eficaz para el cambio político radical) no desaparecerá como consecuencia de unos pocos puntos porcentuales más de crecimiento económico “distribuido por igual”. La amenaza de Trump de impugnar las elecciones, el bréxit, el continuo crecimiento de los movimientos populistas de derechas en toda Europa, todo esto atestigua el hecho de que el populismo ha llegado para quedarse. Esto debería ser motivo de alborozo para los libertarios, que por primera vez desde su nacimiento a mediados de la década de 1960 tienen a su disposición una estrategia eficaz para acabar con el estado de bienestar de EEUU.
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