Piketty, refutado
Hace un par de años, el economista francés Thomas Piketty saltó al estrellato mediático merced a su conocido libro Capital en el siglo XXI. La obra no podía comercializarse en un momento más propicio: en medio de una histeria global sobre la creciente desigualdad de nuestras sociedades, Piketty argumentaba que el capitalismo era el responsable último de tal desaguisado.
Desde entonces, y dado su innegable impacto social, el modelo económico de Piketty ha sido sometido tanto a críticas teóricas como empíricas. O dicho de otro modo, diversos economistas se han planteado preguntas tan elementales como: ¿son correctas las hipótesis y las relaciones de causalidad que establece Piketty para culpar al capitalismo de la desigualdad actual? ¿La realidad se comporta según pronostica su modelo o discurre por otro camino?
Empecemos por las críticas teóricas. El modelo de Piketty pronostica que, en un entorno de bajo crecimiento económico, una minoría castuza de capitalistas se irá apoderando de porciones crecientes del PIB por dos motivos: por un lado, los capitalistas serán capaces de reinvertir su capital a una tasa de retorno constante y superior al ritmo de aumento del PIB (su famoso r>g); por otro, los capitalistas ahorrarán cada año un porcentaje constante del PIB que será superior al estrictamente necesario para reponer el capital que se deprecia (técnicamente, su tasa de ahorro neta será positiva y constante). Justamente porque los capitalistas ahorran netamente cada año y reinvierten ese ahorro a tasas de retorno superiores al crecimiento del PIB, poco a poco irán apoderándose de toda la producción nacional. Si, en cambio, los capitalistas no fueran capaces de obtener retornos superiores al crecimiento del PIB o si se fundieran en consumo casi todos sus ingresos por rentas del capital (salvo aquellos que emplearan para únicamente mantener el valor de su patrimonio), entonces el modelo de Piketty haría aguas. Pues bien, parece que hay motivos para pensar que hace aguas por estos dos costados.
En primer lugar, de acuerdo con el joven economista Mathew Rognlie, Piketty yerra al presuponer que los capitalistas son capaces de reinvertir sus ahorros a una tasa de retorno cuasi constante (si se invierte masivamente en nuevos bienes de capital, r no se ubicará por encima de g durante mucho tiempo). Dado que para fabricar cualquier bien o servicio necesitamos combinar varios factores productivos —típicamente, tierra, trabajo y capital—, entraremos en un entorno de rendimientos decrecientes si sólo acumulamos uno de ellos —el capital— manteniendo el resto invariados. Además, en contra de las conclusiones de Piketty, en ese entorno de rendimientos decrecientes del capital, los factores que mayores remuneraciones obtendrán serán los relativamente más escasos (la tierra y el trabajo). Por tanto, cuanto más capital acumulen los capitalistas, menos capaces serán de seguir rentabilizándolo y más aumentarán los salarios (capital superabundante compitiendo por contratar un trabajo superescaso). Según Rognlie, Piketty rechaza en su libro tan elementales implicaciones de la archiconocida ley de rendimientos decrecientes porque acepta la hipótesis de que el capital y el trabajo son factores sustitutivos (esto es, que podemos remplazar trabajadores escasos por máquinas superabundantes sin perjuicio alguno en la productividad): pero la evidencia empírica disponible no verifica esa extrema facilidad de sustituir unos factores por otros, esto es, Piketty se inventa su hipótesis crucial. Personalmente, he de señalar que la crítica de Rognlie me parece convincente pero sólo para el corto-medio plazo. A largo plazo, sí hay razones para pensar que el capital —auxiliado por el progreso tecnológico enfocado— es capaz de sustituir en gran medida al trabajo y, por tanto, es capaz de lograr una tasa de retorno cuasi constante (de hecho, históricamente sí observamos esa tasa de ganancias constante, tal como nos recuerdan los hechos estilizados de Kaldor).
En segundo lugar, según los economistas Per Krusell y Anthony Smith, la teoría del ahorro de Piketty es poco verosímil: si los capitalistas siempre ahorraran más de lo estrictamente imprescindible para reponer el capital que se deprecia, entonces la tasa de ahorro terminaría copando el 100% del PIB en una economía de bajo crecimiento como la que anticipa Piketty. Por ejemplo, imaginemos que un granjero tiene una gallina que pone diez huevos a lo largo de su vida útil: de los diez, el granjero consume nueve y utiliza el décimo para criar una nueva gallina que reemplace a la actual una vez muera. Esa nueva gallina pondrá igualmente diez huevos: pero supongamos que ahora el granjero sólo consume ocho y dedica los otros dos a criar dos gallinas, con la desgracia de que una de esas dos gallinas dos no pone huevos y la otra sigue poniendo diez de ellos (esto sería una economía sin crecimiento). Según Piketty, en la siguiente ronda de cría de gallinas, el granjero consumiría sólo siete huevos, ahorrando los otros tres para reponer a la gallina ponedora, a la gallina no ponedora y a otra tercera gallina que tampoco pondría huevos. Si el granjero siguiera comportándose de este modo tan irracional (se abstiene de consumir huevos para incrementar el número de gallinas que posee aunque sólo una de todas ellas le sea útil), a largo plazo terminaría empleando los diez huevos en criar diez gallinas, de las cuales sólo una pondría huevos. Dicho de otro modo, con una tasa de ahorro del 100% en un entorno de crecimiento nulo… ¡nadie consumiría nada! No parece un comportamiento demasiado racional entre los capitalistas: una actitud más sensata, y más coherente con la evidencia empírica disponible, parece ser la de que los capitas incrementan su ahorro neto cuando la economía crece con intensidad (para así garantizarte un mayor consumo futuro con cargo a tu mayor patrimonio) y lo reducen cuando la economía se estanca. Es decir, los capitalistas crían más gallinas cuando su capacidad para poner huevos aumenta y menos cuando se reduce. Siendo así, los capitalistas no ahorrarán porciones crecientes del PIB en economías estancadas, de modo que tampoco irán acaparando porciones mayores de la renta agregada vía reinversión de beneficios.
Sin embargo, las anteriores eran críticas exclusivamente orientadas a desmontar hipótesis aisladas del modelo teórico de Piketty. Pero, ¿cómo se compadece el conjunto de ese modelo con la evidencia empírica disponible? ¿Es verdad que cuando la tasa de retorno del capital se ubica muy por encima del crecimiento económico (r>g) las desigualdades se incrementan y el peso de las rentas del capital dentro del PIB se dispara? El economista francés apenas se esfuerza por demostrar que sus teorías encajan con la evidencia: se limita a presentar una serie de correlaciones que parecen compatibilizarse bien con su modelo, a saber, que durante los períodos de bajo crecimiento las desigualdades aumentan. Pero lo anterior no significa necesariamente que las desigualdades aumenten porque se concentren los ingresos en los rentistas según los cauces expuestos por Piketty. Es aquí donde encontramos la segunda ronda de críticas contra el economista francés: las referidas a la evidencia empírica de su modelo.
Por un lado, los economistas Phillip Magness y Robert Murphy han puesto de manifiesto cómo Piketty pre-fabrica, manipula y retuerce muchos de los datos que presenta con el propósito de compatibilizarlos con su teoría (acusaciones similares pueden leerse en el caso de Richard Sucht o del Financial Times). Por otro, y de manera mucho más reciente, el economista Carlos Góes ha pasado un test econométrico al modelo de Piketty y sus resultados no han podido ser más devastadores para el francés: no existe ninguna relación entre el diferencial r-g y la desigualdad; y en caso de existir algún tipo de relación, sería la inversa: en el 75% de los países estudiados, un shock que incremente el diferencial entre la tasa de ganancia y el crecimiento del PIB no aumenta la concentración de la renta en el top 1%, sino que la reduce durante los años posteriores al shock. Y, al revés, un shock que incremente el peso de las rentas del capital dentro del PIB suele ir seguido de una reducción del diferencial entre la tasa de retorno del capital y el crecimiento económico. Los resultados de Góes parecen acreditar que las críticas teóricas al modelo de Piketty eran válidas en el corto plazo: un incremento del peso de las rentas del capital en el PIB va seguido de una reducción relativa de la tasa de retorno del capital porque, como explicó Rognlie, el capital exhibe rendimientos decrecientes en el corto plazo; una reducción relativa del crecimiento económico frente a la tasa de ganancia del capital va seguida de una contracción del peso de las rentas del capital en el PIB porque, como explicaron Krusell y Smith, la tasa de ahorro y de reinversión de los capitalistas se reduce en caso de estancamiento (menor inversión aunque sea a una mayor tasa de ganancia termina proporcionando menores rentas).
En definitiva, la tesis central de Piketty —un capitalismo con bajo crecimiento económico es inherentemente desigualitario por la concentración de la propiedad y de la rentas del capital en una casta patrimonialista— es simplemente insostenible, tanto desde el punto de vista teórico como empírico. El reciente incremento de la desigualdad no se explica por las razones que Piketty expone en su libro, sino por otras muy distintas —sobre todo, la creciente prima salarial asociada a las profesiones de alto valor añadido en unos mercados progresivamente más globalizados—. Es más, ni siquiera el propio Piketty se cree ya la explicación que ofreció en su afamada obra. Tal como él mismo reconoció hace menos de dos años en un artículo para la American Economic Review dirigido a digerir todas las brutales críticas a las que había sido sometido: “No considero que r>g sea el único o el más importante mecanismo para explicar los cambios en la distribución de la renta y de la riqueza en el siglo XX o para pronosticar la evolución de la desigualdad en el siglo XXI”. Vaya, que su libro apenas sirve para algo. Piketty ha sido refutado y él mismo es consciente de ello: ahora sólo queda que todos sus ideologizados seguidores también lo sean.
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