Doug French
Una clave de la campaña de Donald Trump es la afirmación de que los problemas de Estados Unidos son problemas de gestión.
La clase política es “estúpida” y son “negociadores horribles”. Él puede arreglar los problemas del país instantáneamente con su propia capacidad empresarial y reclutando para el servicio público a gente como el multimillonario Carl Ichan. Trump afirma que le dijo recientemente en una cena: “Carl, si consigo esto, quiero ponerte al mando de China y Japón, ¿puedes encargarte de ambos? ¿De acuerdo? China y Japón”.
Tenemos que imaginarnos a Ichan diciendo su secretaria en Washington: “¡Ponme a China al teléfono!”. Como explica Jeffrey Tucker, Trump ve al país como una empresa compitiendo contra las empresas China y Japón S.A. Tucker escribe:
En la práctica, cree que se está presentando para ser el CEO del país, no solo del gobierno (como creía en su tiempo Ross Perot), sino de todo el país. De esta manera, cree que llegaría a acuerdos con otros países que harían que EEUU llegara a lo más alto, signifique esto lo que signifique. Tiene visiones de sí mismo o de alguno de sus socios sentados en una mesa frente a algún líder indio o chino y haciendo demandas descabelladas de que compren esta o aquella cantidad de producto o si no “nosotros” no compraremos su producto.
El idioma de Trump
Los votantes republicanos lo adoran. Es una brisa de aire político fresco y simple. Tal vez usted sea un sabihondo que piensa que las invectivas de Trump están al borde de la estupidez. Eso es porque sus respuestas puntuaban con un nivel de lectura de cuarto grado durante el debate de 6 de agosto, en el que el texto de sus respuestas fue sometido al examen de nivel de grado Flesch-Kincaid. La mayoría de los adultos no se enorgullecería de hablar a ese nivel, pero cierto boletín financiero que conozco quiere que sus escritores produzcan piezas a nivel de Trump. Así que debe haber un mercado para el idioma de Trump.
“El papel que ha desempeñado el idioma de Trump en su mejora en las encuestas sugiere que tal vez demasiados políticos hablan como si estuvieran por encima del público, cuando deberían hablar más poniéndose a su nivel si esperan ganar elecciones”, concluye Jack Shafer en su artículo de Politico.
Así que si palabras cortas y concisas, combinadas en frases cortas y concisas y a su vez en párrafos cortos y concisos funcionan maravillosamente con los votantes, ¿qué pasa con la burocracia federal? ¿Tendrá que gestionarla Donald? No es que realmente quiera gestionar el leviatán. Donny Deutsch probablemente tenía razón cuando decía a la audiencia de Morning Joe que Donald es un promotor inmobiliario hiperactivo, siempre en busca de pasar a siguiente trato.
¿Estás despedido?
¿Ha considerado que el gobierno federal tiene dos millones de empleados, a la mayoría de los cuales no puede despedir? Y eso no es ni la mitad. “Los Estados Unidos federales posteriores a 1960 se han convertido en una grotesca representación de un leviatán, en el que una masa en expansión de trabajadores públicos estatales y locales, contratistas con ánimo de lucro y receptores de concesiones sin ánimo de lucro administran una enorme porción del dinero y las responsabilidades federales”, escribe John J. DiIulio Jr. para el Washington Post.
Si los votantes republicanos piensan que una presidencia de Trump serían cuatro u ocho años de “El aprendiz” con esteroides, con Trump diciendo a los que desobedezcan o hagan el vago: “Estás despedido”, se engañan tanto como su héroe, quien, como dice Nick Gillespie, comprende tenuemente la realidad.
DiIulio señala que el gobierno federal gasta más de 600.000 millones de dólares al año en más de 200 programas de concesiones a gobiernos estatales y locales, cuyas plantillas se han triplicado hasta más de 18 millones. El resultado es que estos trabajadores estatales funcionan esencialmente como burócratas federales.
Medicaid, la EPA, el Departamento de Defensa y el Departamento de Seguridad Nacional funcionan todos con contratistas privados. “En el caso del departamento de energía, gasta aproximadamente el 90% de su presupuesto anual en contratistas privados, que gestionan todo, desde la eliminación de la basura radiactiva a la producción de energía”, escribe DiIulio.
Trump, te presento a Mises
Trump no dirigiría al gobierno de la manera en que dirige su empresa. En su libro Burocracia, Ludwig von Mises distingue entre gestión empresarial y gestión burocrática. La gestión empresarial está dirigida por el motivo del beneficio. “La gestión burocrática”, escribe mises, “es una gestión dirigida a cumplir normas y regulaciones detalladas establecidas por la autoridad de un cuerpo superior. La tarea del burócrata es llevar a cabo lo que le ordenan hacer estas normas y regulaciones. Su discreción para actuar de acuerdo con sus propias mejores convicciones está muy restringida por ellas”.
Así que, mientras que las pérdidas y ganancias dictan los objetivos de la gestión empresarial, “los objetivos de la administración pública no pueden medirse en términos monetarios ni pueden controlarse con métodos contables”, explicaba Mises.
Los gobiernos siguen haciéndose cada vez más grandes, porque, para el burócrata público, “gastar más dinero puede, al menos muy a menudo, mejorar el resultado de su gestión de los problemas”. Ingresos y gastos están completamente separados. “En la administración pública no hay precios de mercado para los logros”, escribía mises. “La gestión burocrática es gestión de asuntos que no pueden controlarse mediante cálculo económico”.
El atractivo de Trump estará en que es un empresario de éxito y en que es rico. Mises señalaba que el ciudadano medio iguala dirigir un gobierno con dirigir una empresa, porque la mayor parte de la gente está más familiarizada con las empresas. “Luego descubre que la gestión burocrática es derrochadora, ineficiente, lenta y llena de papeleo”. “¿Por qué no se puede dirigir un gobierno como una empresa?”, oímos a menudo.
Mises respondió a la pregunta hace décadas, escribiendo: “esas críticas no son sensatas”. Trump puede haber ganado millones, pero un “exempresario al que se ponga al cargo de una oficina pública ya no es en este sentido un empresario, sino un burócrata. Su objetivo ya no puede ser el beneficio, sino el cumplimiento de las normas y regulaciones”.
Trump puede saberlo todo acerca de “el arte de la negociación”, pero, si es elegido, las negociaciones que haga serán en todos sus aspectos tan derrochadoras y tiránicas como las de sus predecesores (o peores). “La cualidad de ser un empresario no está inherente en la naturaleza al empresario, está inherente en el puesto que ocupa en el marco de la sociedad de mercado”, destacaba Mises.
Un presidente Trump puede ser capaz de hacer cambios pequeños aquí o allí, “pero el desarrollo de las actividades burocráticas está determinado por normas y regulaciones que están fuera de su alcance”.
Los presidentes van y vienen, pero la burocracia no elegida siempre permanece. A pesar de sus bravatas simplonas, ni siquiera el poderoso Trump es un enemigo para el leviatán.
Publicado originalmente el 1 de julio de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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