Se acabó, el sistema económico actual ya no da más de sí. Los indicadores adelantados de muy corto plazo disponibles para distintas áreas geográficas desarrolladas -Estados Unidos, Unión Europea, Japón, Reino Unido, Canadá, Australia…- confirman que la economía occidental en su conjunto está a punto de entrar en una profunda recesión económica. La única excepción es España, cuyo indicador adelantado más fiable, el Ñ-Sting, ha rebotado. Aquí se está retrasando lo inevitable por razones meramente electorales.
Bruselas lleva haciendo la vista gorda con Rajoy y sus muchachos desde finales de 2013 -laxitud fiscal e inyecciones masivas de esa droga de diseño llamada expansión cuantitativa-, nada que ver con las condiciones leoninas exigidas a Grecia y Portugal. Se trata de criterios meramente ideológicos de soporte a “uno de los nuestros”. Pero en una economía financiarizada como la nuestra, las inversiones especulativas son las dominantes, y no así las tendentes a mejorar el capital productivo. Por eso en un contexto de excesiva deuda total (4,1 billones de euros al cierre de 2015) y externa (1,1 billón de euros al final de 2015) somos vulnerables a un aumento de la aversión al riesgo en los mercados financieros y/o a un cierre del grifo del BCE (ambos, aversión y grifo del BCE, están interconectados). En ese caso España entraría en un círculo vicioso.
El inicio del estallido de la última burbuja generada por las autoridades monetarias supone el principio del fin de una forma de crecimiento perversa
El sistema económico actual se desvanece
El inicio del estallido de la última burbuja generada por las autoridades monetarias supone el principio del fin de una forma de crecimiento perversa. Y ese proceso es inexorable, más aún bajo las recetas prescritas por la ortodoxia académica dominante. Estamos en los albores del final del mayor súper-ciclo de deuda histórico, iniciado en los años 80, y que ha estado sazonado con políticas profundamente conservadoras, enormemente injustas, tremendamente ineficaces. Pero volvamos la vista a los orígenes.
La actual crisis económica tiene sus orígenes en los acontecimientos que siguieron al intento de incrementar la tasa de retorno del capital a partir de finales de los 70. La disminución de dichas tasas de ganancia llevó a la implementación de una serie de políticas económicas cuyo objetivo último era hacer resurgir la tasa de rentabilidad del factor capital. Para ello se promovió, con el apoyo de la academia, la implementación de políticas tendentes -en nombre de la competitividad- a disminuir los salarios y recortar los beneficios del factor trabajo, aderezado todo ello con una aceleración de los procesos de trabajo, una apuesta decidida por la globalización, y el establecimiento de acuerdos comerciales o zonas de libre comercio. A pesar de la aplicación de todas estas recetas, la tasa de retorno del factor capital sólo recuperó la mitad de su caída.
Lo que aún a fecha de hoy no entienden muchos economistas es el hecho de que la principal fuente de recuperación histórica de las tasas de ganancia del capital es una quiebra generalizada, es decir, una devaluación del capital de las empresas supervivientes. Sin embargo, en los últimos 40 años apenas ha habido una escasa devaluación del capital de manera que el aumento de su tasa de retorno se ha producido exclusivamente como resultado del aumento de la intensidad de explotación de los trabajadores.
El estancamiento de los salarios y la disminución de las prestaciones o beneficios del factor trabajo fuerzan a los hogares a asumir deuda con el fin de satisfacer sus niveles de consumo. Se trata de una nueva burbuja, de una nueva exuberancia irracional a lo “Shiller”, de un ejemplo más de inestabilidad financiera a lo “Hyman Minsky”. Si las rentas salariales o los flujos de remuneración del trabajo disminuyen, la deuda utilizada para financiar el consumo puede presentar serios problemas de cara a su devolución. En el caso extremo de desempleo estaríamos en realidad ante otro ejemplo más de esquema Ponzi.
Desregulación financiera, ese material inflamable
En este contexto, la actual crisis económica sistémica fue exacerbada por el uso de un nuevo material inflamable en manos incendiarias. Nos referimos a los cambios estructurales que se producen en el sector financiero a finales de los 90. Estos cambios son el resultado de la combinación perversa de una variedad de eventos y de decisiones tomadas por gobiernos y autoridades monetarias. Los grandes cambios estructurales incluyen la desregulación -vía derogación de la Ley Glass-Steagall en 1999-; el aumento de la concentración de la riqueza en bancos sistémicos, con el subsiguiente problema implícito de riesgo moral “too big to fail”; el aumento brutal de la deuda -histéresis del factor capital; la implementación del sistema bancario en la sombra, y la tremenda innovación financiera -humo en su mayor parte-.
No se han solucionado ninguno de los males que nos han llevado hasta aquí. Y el sistema va a reventar
Debido a la financiarización causada por la crisis de rentabilidad, los capitalistas perdieron su interés por invertir en capital y desarrollo, desviando los fondos a activos del sector financiero, especulativos. Esta dinámica ponía más dinero en el centro financiero, intrínsecamente inestable, dejando a la economía susceptible de experimentar una crisis severa. Y es ahí donde nos encontramos ahora, ocho años después del origen de la crisis. No se han solucionado ninguno de los males que nos han llevado hasta aquí. Y el sistema va a reventar. Solo ansío que cuando ello se produzca, se implementen las reformas necesarias para que no vuelva a ocurrir, y que los actores políticos, económicos y académicos que lo generaron se jubilen anticipadamente.
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