Murray Rothbard
Si los hombres fueran como hormigas, no habría interés por la libertad humana. Si los hombres individuales, como hormigas, fueran uniformes, intercambiables, privados de sin rasgos propios de personalidad, ¿a quién le importaría si son libres o no? De hecho, ¿importaría a alguien si están vivos o muertos? Lo glorioso de la raza humana es que cada persona es única, el hecho de que toda persona, aunque similar de muchas formas a otros, posee una personalidad propia completamente individualizada.
Es el hecho de que cada persona sea única (el hecho de que ningún par de personas sean completamente intercambiables) lo que hace a todos y cada uno de los hombres irremplazables y nos hace preocuparnos de si está vivo o muerto, de si está feliz u oprimido. Y finalmente está el hecho de que estas personalidades únicas necesitan libertad para su completo desarrollo, que constituye uno de los principales argumentos a favor de una sociedad libre.
Tal vez exista en algún lugar un mundo en que seres inteligentes estén completamente desarrollados en algún tipo de jaulas determinadas externamente, sin necesidad de aprendizaje interno o elecciones por los propios seres individuales. Pero el hombre está en una situación necesariamente distinta. Los seres humanos individuales no nacen ni están creados con conocimientos, valores, objetivos o personalidades completamente formados: cada uno debe crear sus propios valores y objetivos, desarrollar sus personalidades y aprender acerca de sí mismos y el mundo que los rodea. Todo hombre debe tener libertad, debe tener espacio para formarse, probar y actuar respecto de sus propias elecciones, para que se produzca cualquier tipo de desarrollo de su propia personalidad. En resumen, debe ser libre para poder ser completamente humano.
En cierto modo, incluso las civilizaciones y sociedades más paralizadas y totalitarias han permitido al menos un atisbo de de ámbito para la elección y desarrollo individual. Incluso el más monolítico de los despotismos ha tenido que permitir al menos un poco de “espacio” para la libertad de elegir, aunque solo sea en los intersticios de las normas sociales. Por supuesto, cuanto más libre sea una sociedad, menor habrá sido la interferencia en las acciones individuales y mayor el ámbito para el desarrollo de cada individuo. Luego cuando más libre sea la sociedad, mayor será la variedad y diversidad entre hombres, pues más completamente desarrollada estará la personalidad individual única de cada hombre.
Por otro lado, cuanto más despótica sea la sociedad, cuantas más restricciones a la libertad del individuo, cuanta más uniformidad haya entre los hombres y menor diversidad haya, menos desarrollada estará la personalidad única de todos y cada uno de los hombres. En un sentido profundo, por tanto, una sociedad despótica impide que sus miembros sean completamente humanos.#
Si la libertad es una condición necesaria para el completo desarrollo del individuo, no es en modo alguno el único requisito. La propia sociedad debe estar suficientemente desarrollada. Por ejemplo, nadie puede convertirse en un físico creativo en una isla desierta o en una sociedad primitiva. Pues a medida que crece una economía, el rango de opciones abiertas al productor y al consumidor procede a multiplicarse grandemente.# Además, solo una sociedad con un nivel de vida considerablemente superior a la subsistencia puede permitirse dedicar muchos de sus recursos a mejorar el conocimiento y desarrollar y montón de bienes y servicios por encima del nivel bruto de subsistencia: pero hay otra razón por la que el completo desarrollo de los poderes creativos de cada individuo no pueda producirse en una sociedad primitiva y no desarrollada y ése es la necesidad de una amplia división del trabajo.
Nadie puede desarrollar completamente sus poderes en ningún sentido sin dedicarse a la especialización. El hombre de la tribu o campesino primitivo, obligado a una interminable serie de distintas tareas para mantenerse, no podría tener tiempo o recursos disponibles para perseguir cualquier interés concreto completo. No tendría ningún espacio para especializarse, para desarrollar cualquier campo en que sea mejor o en el que tenga más interés. Hace doscientos años, Adam Smith apuntaba que el desarrollo de la división del trabajo es la clave para el avance de cualquier economía por encima del n8ivel más primitivo. Condición necesaria para cualquier tipo de economía desarrollada, la división del trabajo es también un requisito para el desarrollo de cualquier tipo de sociedad civilizada. El filósofo, el científico, el constructor, el mercader: nadie podría desarrollar estas habilidades o funciones si no hubiera tenido ámbito para la especialización. Además, ningún individuo que no viva en una sociedad que disfrute de un amplio rango de división del trabajo puede tener la posibilidad de emplear sus poderes hasta el máximo. No puede concentrar sus poderes en un campo o disciplina y avanzar en esa disciplina y en sus propias facultades mentales. Sin la oportunidad de especializar en lo que pueda hacer mejor, nadie puede desarrollar al máximo sus poderes: por tanto, ningún hombre podría ser completamente humano.
Aunque se necesita una continuidad y avance de la división del trabajo para un sociedad y economía desarrolladas, el grado de dicho desarrollo en un momento concreto limita el grado de especialización que puede tener una economía concreta. Por tanto, no hay espacio para un físico o un informático en una isla primitiva: estas habilidades serían prematuras dentro del contexto de esa economía existente. Como dijo Adam Smith: “la división del trabajo se limita por el nivel del mercado”. Por tanto, el desarrollo económico y social es un proceso que se refuerza mutuamente: el desarrollo del mercado permite una mayor división del trabajo, lo que a su vez permite una mayor extensión del mercado.#
En el marco de que el mercado y el grado de división del trabajo se refuercen mutuamente, también lo hacen la división del trabajo y la diversidad de los intereses individuales entre los hombres. Pues igual que se necesita una división cada vez mayor del trabajo para dar un ámbito completo a las capacidades y poderes de cada individuo, también la existencia de esa misma división depende de la innata diversidad de los hombres. Pues no habría ningún ámbito en absoluto para una división del trabajo si todas las personas fueran uniformes e intercambiables. (Una condición más para la aparición de una división del trabajo es la variedad de recursos naturales: tampoco los terrenos concretos son intercambiables). Además, pronto se hizo evidente en la historia del hombre que la economía de mercado basada en una división del trabajo era profundamente cooperativa y que dicha división multiplicaba enormemente la productividad y por tanto la riqueza de todas las personas que participan en la sociedad. El economista Ludwig von Mises lo expuso muy claramente:
Históricamente, la división del trabajo se origina por dos hechos de la naturaleza: la desigualdad de las habilidades humanas y l variedad de las condiciones externas de la vida humana en la tierra. Estos dos factores son realmente uno: la diversidad de la Naturaleza, que no se repite a sí misma, sino que crea el universo en una variedad infinita e inagotable (…).Estas dos condiciones (…) son realmente tales como para casi obligar a la división del trabajo a la humanidad. Viejos y jóvenes, hombre y mujeres cooperan haciendo uso apropiado de sus diversas habilidades. Aquí está también el germen de la división geográfica del trabajo: el hombre va de caza y la mujer a la fuente a buscar agua. Si las fuerzas y capacidades de todos los individuos y las condiciones externas de producción hubieran sido iguales en todas partes, la idea de la división del trabajo no podría haber aparecido nunca (…) No habría podido aparecer ninguna vida social entre hombre de igual capacidad natural en un mundo que fuera geográficamente uniforme (…).Una vez que el trabajo se ha dividido, la propia división ejercita una influencia diferenciadora. El hecho de que se divida el trabajo hace posible un mejor cultivo del talento individual y así la cooperación se hace cada vez más productiva. A través de la cooperación, los hombres son capaces de alcanzar lo que habría estado fuera de su alcance como individuos (…).La mayor productividad del trabajo bajo la división del mismo es una influencia unificadora. Lleva a los hombres a considerar a los demás como camaradas en una lucha conjunta por el bienestar, en lugar de cómo competidores en una lucha por la existencia.#
Luego la libertad es necesaria para el desarrollo del individuo, y dicho desarrollo también depende del grado de división del trabajo y del nivel de vida. La economía desarrollada da espacio y favorece una especialización y florecimiento de los poderes del individuo enormemente mayores de los que puede hacerlo una economía primitiva y cuando mayor sea el grado de dicho desarrollo, mayor será el ámbito para cada individuo.
Si la libertad y el crecimiento del mercado son ambos importantes para el desarrollo de cada individuo y, por tanto, para el florecimiento de la diversidad y las diferencias individuales, entonces hay una conexión causal entre libertad y crecimiento económico. Pues es precisamente la libertad, la ausencia o limitación de de restricciones interpersonales o interferencias, la que abre el camino para el crecimiento económico y por tanto para la economía de mercado y la división desarrollada del trabajo.
Si la libertad y el crecimiento del mercado son ambos importantes para el desarrollo de cada individuo y, por tanto, para el florecimiento de la diversidad y las diferencias individuales, entonces hay una conexión causal entre libertad y crecimiento económico. Pues es precisamente la libertad, la ausencia o limitación de de restricciones interpersonales o interferencias, la que abre el camino para el crecimiento económico y por tanto para la economía de mercado y la división desarrollada del trabajo.
La Revolución Industrial y el corolario y consecuente crecimiento económico de occidente fueron el producto de su relativa libertad de empresa, de invención e innovación, de la movilidad y la mejora laboral. Comparada con sociedades en otro tiempo y lugar, la Europa Occidental y Estados unidos en el siglo XVIII y XIX se vieron marcados por una mucho mayor libertad social y económica, una libertad de movimientos, de inversión, de trabajar y producir, a salvo de un gran acoso e interferencia del gobierno. Comparado con el papel del gobierno en cualquier otro lugar, su papel en estos siglos en occidente fue notablemente mínimo.#
Al permitir un ámbito completo de inversión movilidad, división del trabajo, creatividad y emprendimiento, la economía libre crea por tanto las condiciones para un rápido desarrollo económico. Es la libertad y el libre mercado, como bien apuntaba Adam Smith, lo que desarrolla la “riqueza de las naciones”. Así que la libertad lleva al desarrollo económico y ambas condiciones a su vez multiplican el desarrollo individual y el desenvolvimiento de los poderes del hombre individual. Luego, en dos maneras cruciales, la libertad es la raíz: solo el hombre libre puede individualizarse completamente y, por tanto, puede ser completamente humano.
Si la libertad lleva a una ampliación de la división del trabajo y a un ámbito completo de desarrollo individual, también lleva a una población creciente. Pues igual que la división del trabajo se ve limitada por el grado de mercado, la población total se ve limitada por la producción total. Uno de los hechos chocantes de la Revolución Industrial ha sido no solo un gran aumento en el nivel de vida de todos, sino asimismo la viabilidad de niveles de vida tan generosos para una población enormemente mayor. Los terrenos de Norteamérica eran capaces de abastecer solo a en torno a un millón de indios hace 500 años, y eso a un mero nivel de subsistencia. Aunque quisiéramos eliminar la división del trabajo, no podríamos hacerlo si eliminar literalmente a la inmensa mayoría de la población mundial actual.
Si la libertad lleva a una ampliación de la división del trabajo y a un ámbito completo de desarrollo individual, también lleva a una población creciente. Pues igual que la división del trabajo se ve limitada por el grado de mercado, la población total se ve limitada por la producción total. Uno de los hechos chocantes de la Revolución Industrial ha sido no solo un gran aumento en el nivel de vida de todos, sino asimismo la viabilidad de niveles de vida tan generosos para una población enormemente mayor. Los terrenos de Norteamérica eran capaces de abastecer solo a en torno a un millón de indios hace 500 años, y eso a un mero nivel de subsistencia. Aunque quisiéramos eliminar la división del trabajo, no podríamos hacerlo si eliminar literalmente a la inmensa mayoría de la población mundial actual.
II.
Concluimos que la libertad y su concomitante, la ampliación de la división del trabajo, son vitales para el florecimiento de cada individuo, así como para la supervivencia literal de la inmensa mayoría de la población del mundo. Debe producirnos, por tanto, una gran preocupación que a lo largo de los últimos dos siglos hayan brotado poderosos movimientos sociales que se han dedicado, en el fondo, a la eliminación de diferencias humanas, de toda la individualidad.
Se ha hecho evidente en los últimos años, por ejemplo, que el corazón del complejo filosófico social del marxismo no reside, como parecía en las décadas de 1930 y 1940, en las doctrinas económicas marxista: en la teoría del valor trabajo, en la familiar propuesta de la propiedad de los medios de producción por parte del estado socialista y en la planificación centralizada de la economía y la sociedad. Las teorías y programas económicos del marxismo son, por usar un término marxista, meramente la “superestructura” elaborada creada en el centro interior de las aspiraciones marxistas. En consecuencia, muchos marxistas, en décadas recientes, han estado dispuestos a abandonar la teoría del valor trabajo e incluso la panificación centralizada socialista, a medida que la teoría económica marxista se ha ido abandonando progresivamente y la práctica de la planificación socialista ha demostrado ser inoperativa. Igualmente, los marxistas de la “Nueva Izquierda” en Estados Unidos y en el exterior han estado dispuestos a deshacerse de la teoría y práctica económica socialista.
Lo que no han estado dispuestos a abandonar es el corazón filosófico del ideal marxista: no el socialismo o la planificación socialista, preocupados en cualquier caso con lo que se supone que es una “etapa” temporal del desarrollo, sino el propio comunismo. Es el ideal comunista, el objetivo final del marxismo, el que mueve al marxista contemporáneo, lo que genera sus apasiones más fervientes. A los marxistas de la Nueva Izquierda no les interesa la Rusia soviética, porque los soviéticos han relegado claramente el ideal comunista al futuro más remoto posible. El nuevo izquierdista admira al Che Guevara, Fidel castro, Mao Tse-Tung no simplemente por su papel como revolucionarios y líderes de guerrillas, sino más a causa de sus repetidos intentos de llegar al comunismo lo más rápidamente posible.#
Karl Marx fue vago y nebuloso al describir el ideal comunista, no digamos el camino para alcanzarlo. Pero una característica esencial es la erradicación de la división del trabajo. Al contrario de la creencia popular, el concepto de “alienación” tiene poco que ver con un sentimiento psicológico de separación o descontento. El centro del concepto era la “alienación” individual del producto del trabajo. Por ejemplo, un obrero trabaja en una acería. Evidentemente consumirá poco o nada del acero que produce: obtiene el valor de su producto en forma de un producto monetario y luego utiliza contento ese dinero para comprar lo que quiere de los productos de otra gente. Así, A produce acero, B huevos, C zapatos, etc. y luego cada uno los intercambia por productos de los otros a través del uso del dinero. Para Marx, este fenómeno del mercado y la división del trabajo era un mal radical, pues significaba que nadie consumía nada de su propia producción. Así que el acerero se convertía en “alienado” de su acero, el zapatero de sus zapatos, etc.
La respuesta adecuada a este “problema”, me parece, es “¿Y qué?” ¿Por qué debería alguien preocuparse acerca de este tipo de “alienación”? Sin duda el granjero, zapatero y acerero están muy contentos de vender su producto e intercambiarlo por cualquier producto que deseen; privémosles de esta “alienación” y estarán en su mayoría descontentos, así como muriéndose de hambre. Pues si al granjero no se le permite producir más trigo o huevos de los que consuma o al zapatero más zapatos de los que pueda vestir, o al acerero más cero del que pueda usar, está claro que la gran mayoría de la población rápidamente moriría de hambre y el resto quedaría reducida a una subsistencia primitiva, con vida “desagradable, brutal y corta”.# Pero para Marx esta condición era el malvado resultado del individualismo y el capitalismo y tenía que erradicarse.
Además Marx ignoraba completamente el hecho de que cada participante en la división del trabajo coopera a través de la economía de mercado, intercambiando productos con otros y aumentando la productividad y los niveles de vida de todos. Para Marx, cualquier diferencia entre hombres y, por tanto, cualquier especialización en la división del trabajo, es una “contradicción”, y el objetivo comunista es reemplazar dicha “contradicción” por la armonía entre todos. Esto significa que para el marxista cualquier diferencia individual, cualquier diversidad entre hombres, son “contradicciones” a eliminar y reemplazar por la uniformidad del hormiguero.
Friedrich Engels mantenía que la aparición de la división del trabajo destrozó la supuesta armonía y uniformidad sin clases de la sociedad primitiva y era la responsable de la división de la sociedad en clases separadas y en conflicto. Así que, para Marx y Engels, la división del trabajo debe erradicarse con el fin de abolir el conflicto de clase y dar paso a la armonía ideal de la “sociedad sin clases”, la sociedad de la uniformidad total.
Así, Marx prevé su ideal comunista solo “después de que la subordinación esclava de los individuos bajo la división del trabajo, y con ella también la antítesis entre labor mental y física, se hayan desvanecido”.# Para Marx, la sociedad comunista ideal es una en que, como dice el Profsor Gray, “todos deben hacer todo”. De acuerdo con Marx en La ideología alemana:
En una sociedad comunista, en la que nadie tenga una esfera excluida de actividad, sino que cada uno pueda implicarse en cualquier sector que desee, la sociedad regula la producción general y así ha posible que yo pueda hacer hoy una cosa y mañana otra, cazar por la mañana, pescar por la tarde, criar ganado al atardecer, criticar tras la cena, como me plazca, sin convertirme nunca en cazados, pescador, pastor o crítico.#
Y el marxista August Bebel aplicaba coherentemente esta idea diletante al papel de las mujeres:
En un momento una trabajadora de alguna industria puede ser en la siguiente hora educadora, maestra, enfermera; en la tercera parte del día se ejercita en algún arte o ciencia y en la cuarta parte cumple alguna función administrativa.
El concepto de comuna en el pensamiento socialista recibe su importancia central precisamente como medio para erradicar las diferencias individuales. No es solo que la comuna posea todos lo medios de producción de sus miembros. Lo esencial de la idea comunal es que todos los hombres realizan todas las funciones, ya sea todos a una o en una rápida rotación. Evidentemente, la comuna no tiene que subsistir más allá de un nivel primitivo, con solo unas pocas tareas comunes, para que se alcance este ideal. De ahí la comuna de la Nueva Izquierda, en la que se supone que cada persona realiza turnos por igual en cada tarea: de nuevo se erradica la especialización y nadie puede desarrollar totalmente sus poderes. De ahí la admiración actual por Cuba, que ha tratado de destacar los incentivos “morales” en lugar de los económicos en la producción y que ha establecido comunas en la Isla de los Pinos. De ahí la admiración por Mao, que intentó establecer comunas urbanas y rurales uniformes y que recientemente envió a varios millones de estudiantes a una exilio permanente a las áreas agrícolas fronterizas, con el fin de eliminar la “contradicción entre el trabajo intelectual y el físico”.
De hecho, en el centro de la ruptura entre Rusia y China está el abandono virtual de Rusia del ideal comunista frente a la devoción “fundamentalista” china al credo original. La devoción compartida por la comuna también entra en las similitudes entre la Nueva Izquierda, los socialistas utópicos del siglo XIX y los anarquistas comunistas, una rama del anarquismo que siempre compartió el ideal comunal con los marxistas.
De hecho, en el centro de la ruptura entre Rusia y China está el abandono virtual de Rusia del ideal comunista frente a la devoción “fundamentalista” china al credo original. La devoción compartida por la comuna también entra en las similitudes entre la Nueva Izquierda, los socialistas utópicos del siglo XIX y los anarquistas comunistas, una rama del anarquismo que siempre compartió el ideal comunal con los marxistas.
El comunista negará que esta sociedad ideal suprima la personalidad de todos los hombres. Por el contrario, libres de los confines de la división del trabajo, cada persona desarrollara completamente todos sus poderes en todas direcciones. Todo hombre se verá totalmente completo en todos los ámbitos de la vida y el trabajo. Como dijo Engels en su Anti-Dühringm el comunismo daría “a cada individuo la oportunidad de desarrollar y ejercitar todas sus facultades, físicas y mentales, en todas direcciones”.# Y Lenin escribía en 1920 sobre la abolición de “la división del trabajo entre el pueblo, para educar y escolarizar al pueblo, darle un desarrollo completo y una formación completa, de forma que sean capaces de hacer de todo. El comunismo está avanzando y debe avanzar hacia ese objetivo, y lo alcanzará”.
Este ideal absurdo (de los hombres “capaces de hacer de todo”) solo es viable si (a) todos hacen de todo muy mal o (b) hay solo unas pocas cosas que hacer o (c) todos se convierten milagrosamente en superhombres. El Profesor Mises apunta adecuadamente que el hombre comunista ideal es el diletante, el hombre conoce un poco de todo y no hace nada bien. ¿Pues cómo puede desarrollar alguno de sus poderes o facultades si se le impide desarrollar ninguno hasta un nivel sostenido? Como dice Mises de la utopía de Bebel:
El arte y la ciencia se relegan a las horas de ocio. De esta forma, piensa Bebel que la sociedad del futuro “poseerá incontables científicos y artistas de todo tipo”. Éstos, de acuerdo con sus diversas inclinaciones, seguirán sus estudios de arte en su tiempo libre (…). Considera todo trabajo mental como un mero diletantismo (…). Pero sin embargo debemos investigar si bajo estas condiciones la mente sería capaz de crear esa libertad sin la que no puede existir.Evidentemente, toda obra artística y científico que requiera tiempo, viajar, educación técnica y grandes gastos materiales, estaría completamente fuera de lugar.#
El tiempo y las energías de todas las personas en la tierra son necesariamente limitados; por tanto, para desarrollar cualquiera de sus facultades al máximo debe especializarse y concentrarse en algunas en lugar de otras. Como escribe Gray:
El que cada individuo debiera tener la oportunidad de desarrollar todas sus facultades, físicas y mentales, en todas direcciones es un sueño que solo agradaría a los simples, ignorantes de las restricciones impuestas por los estrechos límites de la vida humana. Pues la vida es una serie de actos electivos y cada elección es al mismo tiempo una renuncia (…).Incluso los habitantes del futura tierra de las hadas de Engels tendrían que decidir antes o después si prefieren se Arzobispo de Canterbury o Primer Lord del Almirantazgo, si quiere destacar como violinista o boxeador, si debería elegir conocer todo acerca de la literatura china o de los aspectos ocultos de la vida de la caballa.#
Por supuesto, la única forma de resolver este dilema es fantasear con que el Nuevo Hombre Comunista será un superhombre. El marxista Karl Kautsky afirmaba que en la sociedad futura “aparecerá un nuevo tipo de hombre (…) un superhombre (…) un hombre exaltado”. León Trotsky profetizaba que bajo el comunismo
(…) el hombre se convertirá en incomparablemente más fuerte, más inteligente, mejor. Su cuerpo será más armonioso, sus movimientos más rítmicos, su voz más musical (…) El humano medio ascenderá al nivel de un Aristóteles, un Goethe, un Marx. Por encima de estas altura, aparecerán nuevas cumbres.
En años recientes, los comunistas han intensificado sus esfuerzos para acabar con la división del trabajo y reducir a todos los individuos a la uniformidad. Los intentos de Fidel Castro de “construir el comunismo” en la Isla de los Pinos y la Revolución Cultural de Mao Tse-Tung han encontrado un eco en miniatura por parte de la Nueva Izquierda estadounidense en numerosos intentos de formar comunas hippies y de crear “colectivos” organizativos en los que todos hacen de todo sin el beneficio de la especialización.
Por el contrario, Yugoslavia ha sido la desesperación silenciosa del movimiento comunista al moverse rápidamente en la dirección contraria (hacia una libertad creciente, individualismo y operaciones de libre mercado) y ha demostrado ser influyente al liderar a otros países “comunistas” del Este de Europa (notablemente, Hungría y Checoslovaquia) en la misma dirección.
III.
Una forma de calcular el grado de desarrollo “armonioso” de todos los poderes del individuo en ausencia de especialización es considerar lo que ocurría realmente durante las eras primitivas o preindustriales. Y, de hecho, muchos socialistas y otros enemigos de la Revolución Industrial exaltan los periodos primitivos y preindustriales como una edad dorada de armonía, comunidad y pertenencia social, una sociedad pacífica y feliz destruida por el desarrollo del individualismo, la Revolución Industrial y la economía de mercado.
En su exaltación de lo primitivo y lo preindustrial, los socialistas se vieron perfectamente precedidos por los reaccionarios del movimiento romántico, cuyos miembros anhelaban invertir la marea del progreso, el individualismo y la industria y volver a la supuesta época dorada de la era preindustrial.
En su exaltación de lo primitivo y lo preindustrial, los socialistas se vieron perfectamente precedidos por los reaccionarios del movimiento romántico, cuyos miembros anhelaban invertir la marea del progreso, el individualismo y la industria y volver a la supuesta época dorada de la era preindustrial.
En particular, la Nueva Izquierda destaca asimismo una condena de la tecnología y la división del trabajo, así como un deseo de “volver a la tierra” y una exaltación de la comuna y la “tribu”. Como apunta acertadamente John W. Aldridge, la actual Nueva Izquierda constituye prácticamente una tribu generacional que muestra todas las características de un rebaño uniforme e intercambiable, con poca o ninguna individualidad entre sus miembros.
Igualmente, el reaccionario alemán de principios del siglo XIX, Adam Müller denunciaba la
maligna tendencia a dividir el trabajo en todas las ramas de la industria privada (…) [La] división del trabajo en las grandes ciudades o provincias industriales o mineras despedaza al hombre, al hombre completamente libre, convirtiéndolo en ruedas, rodillos, radios, ejes, etc., le fuerza a un aspecto completamente unidimensional en el campo ya unidimensional del provisionamiento de un solo deseo.
Los principales líderes conservadores franceses a principios del siglo XIX, Bonald y de Maistre, que idealizaron el orden feudal, denunciaron la disrupción del orden y la cohesión social preexistentes por parte del individualismo.# El reaccionario francés contemporáneo, Jacques Ellul, en La edad de la técnica, un libro muy a favor de la Nueva Izquierda, condena “nuestras fábricas deshumanizadas, nuestros sentidos insatisfechos (…) nuestro extrañamiento de la naturaleza”. Por el contrario, afirma Ellul, en la Edad Media “El hombre buscaba espacios abiertos (…) la posibilidad de moverse (…) de no estar chocando constantemente con otra gente”.# Entretanto, en el bando socialista, la influyente La gran transformación, del historiador económico Karl Polanyi hace de esta tesis de la disrupción una armonía social previa por parte del individualismo la economía de mercado y la división del trabajo el tema central de su libro.
Por su parte, la adoración de lo primitivo es una extensión lógica de la adoración de lo preindustrial. Esta adoración por parte de sofisticados intelectuales modernos ve del “buen salvaje” de Rousseau y la búsqueda de esa criatura por el movimiento romántico hasta la adoración de los Panteras Negras por los intelectuales blancos.# En cualquier otra patología que refleje la adoración de lo primitivo, una parte esencial de ella es un odio profundamente asentado por la diversidad individual. Evidentemente, cuanto más primitiva y menos civilizada sea una sociedad, menos diversa e individualizada puede estar.# Además, parte de este primitivismo refleja un odio al intelecto y sus obras, ya que el florecimiento de la razón y el intelecto lleva a una diversidad y desigualdad de logros individuales.
Para que una persona mejore y se desarrolle, la razón y el intelecto deben estar activos, deben encarnas la mente del individuo trabajando y transformando los materiales de la realidad. Desde los tiempos de Aristóteles, la filosofía clásica presentaba al hombre como solo satisfecho consigo mismo, su naturaleza y personalidad a través de la acción deliberada con el mundo. Es a partir de esa acción racional y deliberada como se han desarrollado las obras de la civilización. Por el contrario, el movimiento romántico siempre ha exaltado la pasividad del niño que, necesariamente ignorante e inmaduro, solo reacciona pasivamente ante este entorno en lugar de actuar para cambiarlo. Esta tendencia a exaltar la pasividad y los jóvenes y a denigrar el intelecto, ha llegado a su encarnación presente en la Nueva Izquierda, que adora tanto a la juventud por sí misma como una actitud pasivo de una espontaneidad ignorante y sin objetivo. La pasividad de la Nueva Izquierda, su deseo de vivir sencillamente y en “armonía” con “la tierra” y los supuestos ritmos de la naturaleza, recuerda completamente el movimiento romántico de rousseauniano. Igual que el movimiento romántico, es un rechazo consciente de la civilización y los hombres distintos a favor de los primitivos, los ignorantes, la “tribu” como rebaño.
Si hay que rechazar el propósito y la acción, entonces lo que los reemplaza en el olimpo romántico son los “sentimientos” no analizados, espontáneos. Y como el rango de sentimiento es relativamente pequeño comparado con los logros intelectuales, y en cualquier caso no es conocido objetivamente por otra persona, el énfasis en los sentimientos es otra forma de resolver la diversidad y desigualdad entre individuos.
Irving Babbitt, un agudo crítico del romanticismo, escribía acerca del movimiento romántico:
Todo el movimiento está lleno de elogios a la ignorancia y a aquéllos que siguen disfrutando de sus inapreciables ventajas: los salvajes, los campesinos y, sobre todo, los niños. Bien puede decirse que los rousseaunianos han descubierto la poesía de la infancia (…) pero a costa de lo que a veces parece el sacrificio bastante pesado de la racionalidad. En lugar de hacer que las flores sean sometidas a análisis, uno debería, como nos dice Coleridge, hundirnos de vuelta al estado piadoso de la maravilla infantil. Sin embargo, crecer éticamente no es hundirse de vuelta, sino luchar duramente por avanzar. Afirmar lo contrario es proclamar nuestra incapacidad de madurar (…) [El romántico] está dispuesto a afirmar que lo que viene espontáneamente del niño es superior al esfuerzo moral deliberado del hombre adulto. Los discursos de todos los sabios son, de acuerdo con Maeterlinck, superados por la sabiduría inconsciente del niño pasajero.
Otra aguda crítica del romanticismo y el primitivismo fue escrita por Ludwig von Mises. Éste apunta que “toda la tribu de románticos” ha denunciado la especialización y la división del trabajo. “para ellos, el hombre del pasado que desarrollaba sus poderes ‘armoniosamente’ es el ideal: un ideal que sin embargo ya no inspira a nuestra época degenerada. Recomiendan una retrogresión en la división del trabajo” con los socialistas sobrepasando a sus colegas románticos en este aspecto. ¿Pero tienen los hombres primitivos o preindustriales el privilegio de desarrollarse libre y armoniosamente? Mises responde:
Es inútil buscar al hombre desarrollado armoniosamente fuera de la evolución económica. El sujeto económico casi autosuficiente como lo reconocemos en el campesino solitario de los valles remotos no muestra nada de ese noble y armonioso desarrollo de cuerpo, mente y sentimientos que los románticos le atribuyen. La civilización es un producto del ocio y la paz mental que solo la división del trabajo puede hacer posible. Nada es más falso que suponer que el hombre apareció en la historia con una individualidad independiente y que solo durante la evolución [de la sociedad] (…) perdió (…) su independencia espiritual. Toda la historia, las evidencias y las observaciones de las vidas de los pueblos primitivos son directamente contrarias a esta visión. Al hombre primitivo le falta toda individualidad en el sentido que la entendemos. Dos isleños de loa mares del sur se parecen entre sí mucho más que dos londinenses del siglo XX. No se concedió al hombre personalidad desde el principio. Se adquirió en el curso de la evolución de la sociedad.#
O podemos fijarnos en la crítica de Charles Silberman a las rapsodias de Jacques Ellul sobre los “ritmos tradicionales de la vida y la naturaleza” vividos por el hombre preindustrial, comparados con “la fábricas deshumanizadas (…) nuestro extrañamiento de la naturaleza”. Silberman pregunta:
¿Pero con qué debemos comparar este mundo deshumanizado? ¿La vida bella y armoniosa vivida por, digamos, la campesina china o vietnamita que trabaja en los campos cerca de la naturaleza, doce horas al día: las condiciones en general bajo las que ha vivido la gran mayoría de las mujeres (y los hombres) toda la historia humana? Pues ésta es la condición que idealiza Ellul.
Y respecto del cántico de Ellul a la Edad Media por ser móvil, especiosa y no abarrotada:
Habría sido una noticia asombrosa para el campesino medieval, que vivía con su esposa e hijos, otros parientes y probablemente también animales en una cabaña de paja de una sola habitación. E incluso para la nobleza ¿había realmente más posibilidades de “moverse” en la Edad Media, cuando se viajaba a pie o montado, que hoy, cuando los obreros del metal se van de vacaciones a Europa?
Se suponía que el salvaje no solo era “bueno”, sino asimismo enormemente feliz. De los rousseaunianos a lo que Erich Fromm ha llamado “el paraíso infantil” de Norman O. Brown y Herbert Marcuse, los románticos han ensalzado la felicidad de la gente espontánea e infantil. Para Aristóteles y los filósofos clásicos, la felicidad era actuar de acuerdo con la naturaleza única y racional del hombre. Para Marcuse, cualquier acción racional y deliberada es, por definición, “represiva”, a la que contrapone el estado “liberado” del juego espontáneo. Aparte de la indigencia que generaría la propuesta abolición del trabajo, el resultado sería una profunda infelicidad, pues ningún individuo sería capaz de realizarse, su individualidad desaparecería en su mayor parte, pues en un mundo de juego “polimorfo” todos serían prácticamente iguales.
Si consideramos la supuesta felicidad del hombre primitivo, debemos también considerar que su vida era, en la conocida expresión de Hobbes “sucia, ruda y corta”. Había pocas ayudas médicas contra la enfermedad, ninguna contra las hambrunas, pues en un mundo sin mercados entre regiones y apenas por encima de la supervivencia cualquier falta en la oferta local de comida diezmaría a la población. Cumpliendo los sueños de los románticos, la tribu primitiva es una criatura pasiva de su entorno dado y no tiene medios para actuar para superarlo y transformarlo. Así que cuando la oferta de alimentos en un área desaparecía, la tribu “feliz y afortunada” moría en masa.
Además, debemos tener en cuenta que los primitivos afrontaban un mundo que no podían entender, ya que no realizaban mucha investigación racional y científica en sus trabajos. Nosotros sabemos qué es una tormenta y por tanto tomamos medidas racionales contra ella, pero el salvaje no lo sabe y por tanto entiende que el Dios del Trueno está molesto con él y debe hacérsele propicio con sacrificios y ofrendas votivas. Como el salvaje solo tiene una idea limitada de un mundo soldado por la ley natural (una idea que emplea la razón y la ciencia), cree que el mundo está gobernado por una serie de espíritus y demonios caprichosos, cada uno de los cuales solo puede ser propicio por rituales o magia y por unas artes de doctores brujos que se especializan en su propiciamiento. El renacimiento de la astrología y credos místicos similares en la Nueva Izquierda remarca una vuelta a esas formas primitivas de magia. El salvaje tiene tanto miedo, está tan constreñido por el tabú irracional y las costumbres de su tribu que no puede desarrollar su individualidad.
Si las costumbres tribales dificultan y reprimen el desarrollo de cada individuo, lo mismo hacían los distintos sistemas de castas y redes de restricción y coerción en sociedades preindustriales, que obligaban a todos a seguir los pasos heredados de la ocupación de su padre. Cada niño sabía desde que nacía que estaba condenado a seguir los pasos de sus ancestros, independientemente de habilidades o inclinaciones en contrario. La “armonía social”, el “sentimiento de pertenencia” proporcionados por el mercantilismo, los gremios o el sistema de castas, ofrecían tal satisfacción que sus miembros abandonaban la agonía del sistema en cuanto tenían una oportunidad. Si se les daba libertad para elegir, los hombres de la tribu abandonaban el seno de dicha tribu para ir a las más libres y “atomizadas” ciudades, en busca de trabajo y oportunidades. Es curioso, de hecho, que esos románticos anhelan restaurar la mítica edad de oro de la casta y el estatus rechacen permitir a cada individuo la libertad de elegir entre el mercado, por un lado, o la casta y la comuna tribal, por el otro. Invariablemente, la nueva edad de oro tiene que imponerse por coacción.
¿Es en realidad un coincidencia que los naturales de los países subdesarrollados, cuando tienen una oportunidad, abandonan su “cultura popular” en favor de las formas y patrones de vida occidentales y la “cocacolización”? Por ejemplo, en unos pocos años, la gente de Japón ha estado encantada de abandonar su cultura y tradiciones centenarias y adoptar los logros materiales y la economía de mercado de occidente. También la tribus primitivas, cuando se les da la oportunidad, están ansiosas por diferenciarse y desarrollar una economía de mercado, despojarse de su estancada “armonía” y reemplazar su magia por el conocimiento de las leyes descubiertas. El eminente antropólogo Branislaw Malinowski apuntaba que los primitivos utilizan la magia solo para cubrir aquellas áreas de la naturaleza que ignoran: en esas áreas en las que han llegado a entender los procesos naturales en marcha, la magia, muy sensatamente, no se utiliza.
Un ejemplo particularmente sorprendente del ansia de desarrollo de una economía de de marcado omnipresente entre tribus primitivas es caso muy desconocido de África Occidental.# Y Bernard Siegel ha apuntado que cuando, como entre los Panajachel de Guatemala, una sociedad primitiva se convierte en grande y tecnológica y socialmente compleja, le acompaña inevitablemente una economía de mercado, llena de especialización, competencia, compras en efectivo, oferta y demanda, precios y costes, etc.#
Hay por tanto amplias evidencias de que ni siquiera a las propias tribus primitivas les gusta su primitivismo y aprovechan la primera oportunidad apara escapar: el principal baluarte de amor por el primitivismo para encontrarse entre los decididamente nada primitivos intelectuales románticos.
Otra institución primitiva alabada por muchos sociólogos es el sistema de la “familia extensa”, una armonía y estado supuestamente quebrado por la individualista “familia nuclear” del occidente moderno. Aún así, el sistema de familia extensa ha sido responsable de obstaculizar al individuo creativo y productivo así como de reprimir el desarrollo económico. Así, el desarrollo del África Occidental se ha visto impedido por el concepto de familia extensa en el que, si un hombre prospera, se ve obligado a compartir su recompensa con los parientes, rebajando así su premio por su productividad y obstaculizando sus incentivos para tener éxito, mientras que anima a los parientes a vivir ociosamente cobrando de la familia. Y tampoco los miembros productivos de la tribu parecen estar muy felices acerca de esta supuesta bondad social armoniosa. El Profesor Bauer apunta que
(…) muchos admiten privadamente que temen estas obligaciones extensas (…) El miedo a las obligaciones del sistema familiar es en parte responsable del empleo extendido de ropa y baratijas como salida para los ahorros, frente a formas más productivas de inversión que es más probable que atraigan la atención de los parientes.
Y muchos africanos desconfían de los bancos, “temiendo que puedan divulgar el tamaño de sus cuentas a miembros de sus familias. Por tanto, prefieren mantener sus ahorros escondidos en el hogar o enterrados”.
De hecho, la comunidad primitiva, lejos de ser feliz, armoniosa e idílica, es mucho más probable que se vea llena de sospechas mutuas y envidia de los que tienen más éxito o se vean más favorecidos, una envidia tan omnipresente como para obstaculizar, por el miedo a su presencia, todo desarrollo económico personal o general. El sociólogo alemán Helmut Schoeck, en su importante obra reciente sobre La envidia y la sociedad, cita numerosos estudios de este omnipresente efecto obstaculizador. Así, el antropólogo Clyde Kluckhohn encontró entre los navajos la ausencia de cualquier idea de “éxito personal” o “logro personal” y dicho éxito se atribuía automáticamente para su explotación por otros y, por tanto, los indios navajos más prósperos se encontraban bajo una constante presión social para entregar su dinero. Allan Holmberg descubrió que los indios sirionós de Bolivia comen solos por la noche porque, si comen por el día, una masa se arremolina en su entorno mirándole con un odio envidioso. L consecuencia entre los sirionós es que, como reacción a esta constante presión, nadie compartirá voluntariamente comida con nadie. Sol Tax descubrió que la envidia y el miedo a la envidia en “una pequeña comunidad en la que todos los vecinos miran y todos son vecinos” explica la falta de progreso y la lentitud del cambio hacia una economía productiva entre los indios de Guatemala. Y cuando una tribu de indios pueblo mostraba los inicios de especialización y división del trabajo, el envidia de sus compañeros de tribu les impelía a tomar medidas para acabar con este proceso, incluyendo la destrucción física de la propiedad de quienes parecían de alguna manera en mejor situación que sus compañeros.
Oscar Lewis descubrió un medio extremadamente presente a la envidia de otros en una villa india mexicana, un miedo que producía un secreto intenso. Escribía Lewis:
El hombre que habla poco, se guarda sus asuntos y mantiene cierta distancia entre él y otros tiene menos posibilidad de crearse enemigos o ser criticado o envidiado. Un hombre generalmente no explica sus palnes de comprar o vender o ir de viaje.#
El profesor Schoeck comenta:
(…) es difícil apreciar lo que significa para el desarrollo económico y técnico de una comunidad cuando, casi automáticamente y por principio, la dimensión futura se prohíbe en la interrelación y la conversación humanas, cuando no pueden siquiera discutirse. La envidia ubicua, el miedo a ésta y a quienes la albergan, aíslan a esa gente de cualquier tipo de acción comunal dirigida al futuro (…) Todo esfuerzo, toda preparación y planificación del futuro no pueden realizarse salvo por seres secretos y socialmente fragmentados.#
Además, en esta villa mexicana nadie avisa o dice a otro que hay un peligro inminente para la propiedad de otro, no hay sensación alguna de solidaridad social humana.
Entre los indios de Aritama, en Colombia, los Reichel-Dolmatoff informan:
Cada individuo vive con un miedo constante ante la agresión mágica de otros y la atmósfera social general en la villa es de sospechas mutuas, de peligro latente y hostilidad oculta, que permea todos los aspectos de la vida. La razón más inmediata para la agresión mágica es la envidia. Se envidiad todo lo que podría interpretarse como una ventaja personal sobre otros: buena salud, activos económicos, buena apariencia física, popularidad, una vida familiar armoniosa, un vestido nuevo. Todos estos aspectos y otros implican prestigio y, con él, poder y autoridad sobre otros. La magia agresiva pretende, por tanto impedir o destruir este poder y actuar como fuerza niveladora.#
Los Reichel-Dolmatoff también apuntaban que si un miembro en Aritama debía trabajar más rápido o mejor que sus vecinos, su lugar de trabajo se marcaba con una cruz antes de que llegara la mañana siguiente y sus envidiosos colegas rogaban a Dios para que hiciera que este trabajador más capaz fuera más lento y estuviera cansado.
Finalmente, Watson y Samora descubrieron que la principal razón para el fracaso de un grupo de ciudadanos castellanohablantes de clase baja en un pueblo de montaña al sur de Colorado para llegar a la altura de la clase más alta de la comunidad anglosajona era la amarga envidia del grupo hispano hacia cualquiera de sus miembros que se las arreglara para ascender. A quien conseguía ascender se le consideraba un Hombre “que se ha vendido a los anglos”, “que ha trepado sobre las espaldas de su pueblo”.#
El antropólogo Eric Wolf incluso ha acuñado el término “envidia institucionalizada” para describir esas instituciones dominantes, incluyendo la práctica y el miedo a la magia negra en estas sociedades primitivas. Schoeck apunta:
La envidia institucionalizada (…) o el ubicuo miedo a ella, significa que hay pocas posibilidades de mejora económica individual y ningún contacto con el mundo exterior a través del cual la comunidad pueda esperar progresar. Nadie se atreve a mostrar nada que pueda llevar a la gente a pensar que ha mejorado. Las innovaciones son improbables. Los métodos agrícolas siguen siendo tradicionales y primitivos, en detrimento de todo el pueblo, porque todo desvío de las prácticas anteriores choca con las limitaciones establecidas por la envidia.
Y Schoeck concluye acertadamente:
No hay aquí nada visible de la comunidad unida que supuestamente existe entre los pueblos primitivos en épocas antes de la prosperidad: cuanto más pobres, se dice, mayor sentido de la comunidad. La teoría sociológica habría evitado muchos errores si esos fenómenos se hubieran observado y evaluado apropiadamente hace un siglo. El mito de una edad de oro, en la que prevalecía la armonía social porque cada hombre tenía casi tan poco como el vecino, el cálido y generoso espíritu de comunidad de las sociedades sencillas, era en realidad en su mayor parte solo un mito, y los sociólogos debería haberlo sabido en lugar de imaginar una serie de patrones utópicos con los que criticar a sus propias sociedades.
En suma, las críticas de Mises contra el romanticismo no parecen exageradas:
El romanticismo es la revuelta del hombre contra la razón, así como contra la condición bajo la que la naturaleza la ha obligado a vivir. El romántico sueña despierto: cae fácilmente en la imaginación para desdeñar las leyes de la lógica y la naturaleza. El hombre que piensa y actúa racionalmente trata de apartarse de la incomodidad de los deseos insatisfechos por la acción económica y el trabajo: produce para mejorar su posición. El romántico (…) imagina los placeres del éxito, pero no hace nada para alcanzarlos, no elimina los obstáculos, solo los elimina en su imaginación (…) Odia el trabajo, la economía y la razón.El romántico da por hechas todas las ventajas de la civilización social y desea además todo lo bueno y bello que, piensa, tenían o tienen que ofrecer tiempos y criaturas distantes. Rodeados por las comodidades de la vida en un pueblo europeo, anhela ser un rajá indio, un beduino, un corsario o un trovador. Pero solo ve la parte de las vidas de esta gente que le parece placentera (…) La peligrosa naturaleza de su existencia, la comparativa pobreza de sus circunstancias, la miserias de su trabajo, todas esas cosas las evita con tacto su imaginación: todo s transfigura en un destello rosa. Comparada con su ideal soñado, la realidad parece árida y superficial. Hay obstáculos que superar que no existen en el sueño (…) Aquí hay trabajo que hacer, incesantemente, asiduamente (…) Aquí uno debe arar y sembrar si quiere cosechar. El romántico no elige admitir todo esto. Obstinado como un niño, rechaza reconocerlo. Se mofa y se burla, desprecia y detesta al burgués.#
La actitud romántica, o primitivista, también fue criticada brillantemente por el filósofo español, Ortega y Gasset:
(…) son posibles pueblos perennemente primitivos (…) los que se han quedado en una alborada detenida, congelada, que no avanza hacia ningún mediodía.Esto pasa en el mundo que es sólo naturaleza. Pero no pasa en el mundo que es civilización, como el nuestro. La civilización no está ahí, no se sostiene a sí misma (…) Si usted quiere aprovecharse de las ventajas de la civilización, pero no se preocupa usted de sostener la civilización…, se ha fastidiado usted. En un dos por tres se queda usted sin civilización. (…) la pura naturaleza, reaparece repristinada (…) La selva siempre es primitiva. Y viceversa: todo lo primitivo es selva.#
Ortega añade que el tipo de hombre que ve aparecer en el horizonte, el “hombre-masa” moderno “cree que la civilización en que ha nacido y que usa es tan espontánea y primigenia como la naturaleza”. Pero el hombre-masa, el hombre-rebaño también se caracteriza por su deseo de deshacerse de los individuos que son distintos de la masa: “La masa (…) no desea la convivencia con lo que no es ella. Odia a muerte lo que no es ella”.#
IV.
Por supuesto, la izquierda no expresa sus reclamaciones en forma de eliminar la diversidad, lo que busca alcanzar suena semánticamente más agradable: la igualdad. Es en nombre de la igualdad por lo que la izquierda busca todo tipo de medidas, de la fiscalidad progresiva a la etapa definitiva del comunismo.
¿Pero qué es filosóficamente “la igualdad”? El término no debe quedar sin analizar y aceptarse tal cual. Tomemos tres entidades: A, B y C y digamos que C es “igual” a las demás (es decir A=B=C) si se encuentra una característica concreta en la que las tres entidades sean uniformes o idénticas. En resumen, tenemos tres hombres individuales: A, B y C. Cada uno puede ser similar en algunos aspectos pero distinto en otros. Si cada uno de ellos mide exactamente 1,80 m. de altura, son iguales en altura entre sí. De nuestra exposición se deduce que A, B y C pueden ser completamente “iguales” entre sí solo si son idénticos o uniformes en todas las características, en resumen, si todos son del mismo tamaño, tornillos y tuercas, completamente intercambiables. Vemos, por tanto, que el ideal de la igualdad humana solo puede implicar una uniformidad total y la completa eliminación de la individualidad.
Por tanto ya es hora de que quienes aprecian la libertad, la individualidad, la división del trabajo y la prosperidad y supervivencia económica, dejen de conceder la supuesta nobleza del ideal de la igualdad. Los “conservadores” han aceptado el ideal de igualdad demasiado a menudo, solo para ponerle reparos a su “imposibilidad”. Filosóficamente, no puede haber divorcio entre teoría y práctica. Las medidas igualitarias no “funcionan” porque violan la naturaleza básica del hombre, o lo que significa para el hombre concreto ser verdaderamente humano. La reclamación de “igualdad” es un canto de sirena que solo puede significar la destrucción de todo lo que apreciamos como humano.
Es paradójico que la palabra “igualdad” nos traiga su connotación favorable por un uso pasado que era radicalmente diferente. Pues el concepto de igualdad alcanzó su extendida popularidad con los movimientos liberales clásicos del siglo XVIII, cuando significaba, no uniformidad de estado o renta, sino la libertad para todos y cada uno de los hombres, sin excepción. En resumen, la “igualdad” en esos días significaba la liberación y el concepto individualista de libertad completa para todas las personas.
Así, el bioquímico Roger Williams apunta correctamente que “la expresión ‘libres e iguales’ en la Declaración de Independencia era una copia desafortunada de una expresión mejor contenida en la Ley de derechos de Virginia ‘todos los hombres son por naturaleza libres e independientes’. En otras palabras, los hombres pueden ser igualmente libres sin ser uniformes”.#
Este credo libertario se formuló con particular sagacidad por parte de Herbert Spencer en su “Ley de la igual libertad” como centro esencial sugerido de su filosofía social:
(…) la felicidad del hombre solo puede lograrse por el ejercicio de sus facultades (…). Pero el cumplimiento de esta tarea presupone necesariamente la libertad de acción. El hombre no puede ejercitar sus facultades sin cierto espacio. Debe tener libertad de ir y venir, de ver, de sentir, de hablar, de trabajar, de obtener comida, vestido, cobijo y proveer lo que estas facultades realmente le impelen a hacer (…). Por tanto, tiene un derecho a esa libertad. Sin embargo esto no es un derecho de uno, sino de todos. Todos están dotados de facultades. Todos están obligados a (…) [ejercitarlas]. Por tanto, todos deben ser libres de hacer esas cosas en las que consiste su ejercicio. Es decir, todos deben tener derechos a la libertad de acción.Y por tanto aquí aparece una limitación. Pues si los hombres tienen demandas similares a esa libertad que es necesaria para el ejercicio de sus facultades, entonces la libertad de cada uno debe estar obligada a la libertad similar de todos (…). Así que llegamos a la proposición general de que todo hombre puede reclamar la máxima libertad para ejercitar sus facultades que sea compatible con la posesión de una libertad similar para todos los demás hombres.#
Así, solo la concreta igual de libertad (la antigua visión de la igualdad humana) es compatible con la naturaleza básica del hombre. La igualdad de condiciones reduciría a la humanidad a una existencia de hormiguero. Por suerte, la naturaleza individualizada del hombre, aliada con la diversidad geográfica en la tierra, hace inalcanzable el ideal de una igualdad total. Pero podría generarse una enorme cantidad de daño (la obstaculización de la individualidad, así como la destrucción económica y social) en el intento.
Vayamos de la igualdad al concepto de la desigualdad, la condición que existe cuando todo hombre no es idéntico a todos los demás en todas las características. Es evidente que la desigualdad deriva inevitablemente de la especialización y al división del trabajo. Por tanto, una economía libre no solo llevará a una diversidad de ocupaciones, siendo un hombre panadero, otro actor, un tercero ingeniero, etc., sino que aparecerán desigualdades concretas en renta monetaria y en estatus y grado de control dentro de cada ocupación. En una economía de libre mercado, cada persona tenderá a ganar una renta monetaria igual al valor atribuido a su contribución productiva a satisfacer las demandas del consumidor. Está claro que, en un mundo de diversidad individual desarrollada, algunos hombres serán más inteligentes, otros serán más despiertos y previsores, que el resto de la población. Entretanto, otros estarán más interesados en aquellas áreas en que se obtenga mayor ganancia monetaria: quienes tengan éxito perforando petróleo obtendrán mayores recompensas monetarias que quienes permanezcan en trabajos de secretaría.
Muchos intelectuales acostumbran a denunciar la “injusticia” del mercado a otorgar una renta monetaria mucho mayor a una estrella del cine que, por ejemplo, a un trabajador social, recompensando así los “material” mucho más que lo “espiritual”. A uno le choca que si la supuesta “bondad” del trabajador social reside realmente en su “espiritualidad”, entonces sin duda sería inapropiado e incoherente reclamar que reciba los beneficios “materiales” (dinero) igual que la estrella de cine. En la sociedad libre, quienes sean capaces de ofrecer bienes y servicios que valoren y estén dispuestos a comprar los consumidores, recibirían precisamente lo que los consumidores estén dispuestos a gastar. Quienes persistan en dedicarse a ocupaciones poco valoradas, ya sea porque prefieran el trabajo o no estén suficientemente capacitados para las áreas mejor pagadas, difícilmente pueden quejarse cuando reciben un salario inferior.
Por tanto, si la desigualdad de rentas es el corolario inevitable de la libertad, también lo es la desigualdad de control. El cualquier organización, ya sea una empresa, un hotel o un club de bridge, siempre habrá una minoría de gente que ascenderá a la posición de líderes y otros que permanecerán como seguidores en sus filas. Robert Michels descubrió esto como una de las grandes leyes de la sociología: “La ley de hierro de la oligarquía”. En toda actividad organizada, no importa en qué ámbito, un pequeño número de gente se convertirán en los líderes “oligárquicos” y los demás les seguirán.
En la economía de mercado, los líderes, al ser más productivos al satisfacer a los consumidores, ganarán inevitablemente más dinero que las bases. Dentro de otras organizaciones, la diferencia solo será de control. Pero en cualquier caso la capacidad y el interés seleccionarán quiénes asciendan a lo alto. El fabricante de acero mejor y más aplicado ascenderá al liderazgo de la acería: el más capaz y activo tenderá a ascender al liderazgo en el club local de bridge y así sucesivamente.
Este proceso de habilidad y dedicación para descubrir su propio nivel funciona mejor y más suavemente, es verdad, en instituciones como empresas en la economía de mercado. Pues aquí cada empresa se encuentra bajo la disciplina de los beneficios y rentas monetarios obtenidos vendiendo un producto apropiado a los consumidores. Si los directores o trabajadores fallan en su trabajo, una pérdida de beneficios ofrece una señal muy rápida de que algo va mal y de que estos productores deben arreglar sus métodos. En organizaciones fuera del mercado, en las que el beneficio no ofrece una prueba de eficiencia, es mucho más fácil que otras actividades extrañas a la actividad real desempeñen un papel en seleccionar a los miembros de la oligarquía. Así, un club local de bridge puede seleccionar a sus líderes no solo por habilidad o dedicación a las actividades del club, sino por características raciales o físicas extrañas que prefieran los miembros. Esta situación es mucho menos probable cuando se incurra en pérdidas monetarias al atender a esos factores externos.
Solo necesitamos mirar alrededor a toda actividad u organización humana, grande o pequeña, política, económica, filantrópica o recreativa, para ver la universalidad de la Ley de hierro de la oligarquía. Tomemos un club de bridge de cincuenta miembros e, independientemente de las formalidades legales, una media docena estarán organizando el cotarro. Michels, en realidad, descubrió la Ley de hierro observando el gobierno rígido, burocrático y oligárquico que prevalecía en los partidos socialdemócratas de Europa a finales del siglo XIX, a pesar de que estos partidos supuestamente estaban dedicados a la igualdad y la abolición de la división del trabajo.# Y es precisamente la evidentemente fija desigualdad de ingresos y poder y el gobierno por una oligarquía lo que ha desilusionado totalmente al Nueva Izquierda buscadora de igualdad en la Unión Soviética. Nadie quiere a Brezhnev o Kosygin.
Es el intento igualitario de la Nueva Izquierda de escapara de la Ley de hierro de la desigualdad y la oligarquía lo que cuenta para sus desesperados intentos de acabar con el liderazgo de la élite dentro de sus propias organizaciones. (Ciertamente no ha habido ningún indicio de ninguna desaparición de la élite en el poder en las muy alabadas Cuba o China). La deriva temprana hacia el igualitarismo en la Nueva Izquierda apareció en el concepto de “democracia participativa”. En lugar de que los miembros de una organización eligieran una élite de líderes, decía la teoría, cada persona participaría por igual en todas las tomas de decisión de la organización. Por cierto, que probablemente fue este sentimiento de participación directa e intensa por cada individuo lo que contó con el embriagador entusiasmo de las masas en las primeras etapas de lo regímenes revolucionarios en la Rusia soviética y Cuba, un entusiasmo que se desvaneció en cuanto la inevitable monarquía empezó a tomar el control y a morir la participación masiva.
Aunque los supuestos demócratas participativos han hecho buenas críticas al gobierno burocrático en nuestra sociedad, el propio concepto, al aplicarse, va inmediatamente contra la Ley de hierro. Así, quien tenga que sentarse a lo largo de sesiones de cualquier organización dedicada a la democracia participativa conoce el intenso aburrimiento e ineficiencia que se desarrolla rápidamente. Pues si cada persona debe participar por igual en todas las decisiones, el tiempo dedicado a la toma de decisiones debe convertirse en casi eterno y los procesos de la organización se convierten en la vida de los participantes. Ésta es una de las razones por las que muchas organizaciones de la Nueva Izquierda empiezan a insistir en que sus miembros vivan en comunas y dediquen toda su vida a la organización (en realidad, que mezclen sus vidas con la organización). Pues si realmente vivieran y buscaran una democracia participativa, difícilmente podrían hacer otra cosa. Pero a pesar de este intento de salvar la idea, la inevitable enorme ineficiencia y el aburrimiento agravado garantizan que todos, excepto los más intensamente dedicados abandonarán la organización. En resumen, si puede funcionar, la democracia participativa solo puede hacerlo en grupos tan diminutos que son, en realidad, los “líderes” despojados de sus seguidores.
Concluimos que, para tener éxito, cualquier organización debe acabar cayendo en las manos de “profesionales” especializados, de una minoría de personas dedicadas a sus tareas y capaces de realizarlas. Es curioso que fuera Lenin quien, a pesar de su falso apoyo a ideal definitivo del comunismo igualitario, reconocía que una revolución, para que tuviera éxito, debe también estar liderada por una minoría, una “vanguardia” de profesionales dedicados.
Es además la intensa deriva igualitaria de la Nueva Izquierda la que lleva a su curiosa teoría de la educación, una teoría que ha tenido un impacto tan enorme en el movimiento estudiantil contemporáneo en las universidades estadounidenses en años recientes. La teoría sostiene que, frente a los conceptos educativos “pasados de moda”, el maestro no sabe más que cualquiera de sus estudiantes. Así que todos son “iguales” en condición: nadie es mejor que cualquier otro en ningún sentido. Como solo un imbécil proclamaría realmente que el alumno conoce tanto del contenido de cualquier disciplina como su profesor, esta declaración de igualdad se sostiene argumentando la abolición de los contenidos en el aula. Estos contenidos, afirma la Nueva Izquierda, son “irrelevantes” para el alumno y por tanto no son una parte apropiada del proceso educativo. La única materia apropiada para el aula no es un cuerpo de verdades, no lecturas o temas obligatorios, sino una discusión abierta y de vuelo libre sobre las sensaciones del alumno, ya que solo sus sensaciones son verdaderamente “relevantes” para el estudiante. Y como el método de enseñanza implica por supuesto que el docente sepa más que los estudiantes a los que imparte conocimientos, también la lección debe desaparecer. Esa es la caricatura de “educación” propuesta por la Nueva Izquierda.
Una pregunta que nos viene a la mente con esta doctrina y a la que la Nueva Izquierda nunca ha contestado realmente es, por supuesto, por qué deberían los alumnos estar en la universidad para empezar. ¿Por qué no podrían igualmente hacer esas discusiones abiertas sobre sus sensaciones en casa o en la tienda de caramelos más cercana? De hecho, en esta teoría educativa, la escuela como tal no tiene ninguna función concreta, se convierte, en la práctica, en la tienda local de caramelos y también se mezcla con la propia vida. Pero entonces ¿para qué tenemos escuelas? Y en realidad ¿por qué deberían los alumnos pagar matrícula y la facultad recibir un salario por sus servicios inexistentes? Si todos son verdaderamente iguales, ¿por qué solo se paga a la facultad?
En todo caso, el acento en las sensaciones en lugar de en el contenido racional en los cursos también garantiza una escuela igualitaria, o más bien la escuela como tal podría desaparecer, pero los “cursos” serían sin duda igualitarios, pues si solo se discuten las “sensaciones”, entonces indudablemente las sensaciones de todos serían aproximadamente iguales a las de los demás. Una vez que se permiten que influyan completamente la razón, el intelecto y los logros, el demonio de la desigualdad enseñará rápidamente su feo rostro.
Luego si la desigualdad natural de habilidades e intereses entre los hombres debe hacer inevitables las élites, la única vía sensata es abandonar la quimera de la igualdad y aceptar la necesidad universal de líderes y seguidores. La tarea del libertario, la persona dedicada a la idea de la sociedad libre no es arremeter contra las élites, que, como la necesidad de libertad, derivan directamente de la naturaleza del hombre. El objetivo del libertarismo es más bien establecer una sociedad libre, una sociedad en la que cada hombre el libre de encontrar su mejor puesto. En una sociedad libre así, todos serían “iguales” solo en su libertad, pero diversos y desiguales en todos los demás aspectos. En esta sociedad, las élites, como todos los demás, serán libres para alcanzar su mejor nivel.
En terminología jeffersoniana, descubriríamos las “aristocracias naturales” que ascenderían a la prominencia y liderazgo en todos los campos. Se trata de permitir la aparición de estas aristocracias naturales, pero no el gobierno de “aristocracias artificiales” (las que gobiernan por medio de la coacción). Los aristócratas artificiales, los oligarcas coactivos, son los hombres que alcanzan el poder atacando las libertades de sus compatriotas, negándoles su libertad. Por el contrario, los aristócratas naturales viven en libertad y armonía con sus conciudadanos y aparecen ejercitando su individualidad y sus superiores habilidades al servicio de sus compatriotas, ya sea en una organización o produciendo eficientemente para los consumidores. De hecho, los oligarcas coactivos ascienden inevitablemente al poder suprimiendo las élites naturales, junto con otros hombres: los dos tipos de liderazgo son antitéticos.
Tomemos un ejemplo hipotético de un posible caso de ese conflicto entre distintos tipos de élites. Un gran grupo de gente se dedica profesionalmente al fútbol, vendiendo sus servicios un público dispuesto a consumir. Rápidamente asciende a lo alto una élite natural de los mejores (los más capaces y dedicados) futbolistas, entrenadores y organizadores de este deporte. Aquí tenemos un ejemplo del aumento de la élite natural en una sociedad libre. Luego, la élite del poder que controla el gobierno decide con su sabiduría que todos los deportes profesionales, y especialmente el fútbol, son un mal. El gobierno decreta entonces que el fútbol profesional está prohibido y ordena a todos que en su lugar formen parte de un club local de euritmia como sustitutivo para la participación de las masas. Aquí los gobernantes son claramente una oligarquía coactiva, una “élite artificial”, que usa la fuerza para reprimir una élite voluntaria o natural (así como al resto de la población).
La visión libertaria de la libertad, el gobierno, la individualidad, la envidia y lo coactivos frente a las élites naturales nunca se ha expresado más concisamente o con mejores palabras que por parte de H.L. Mencken:
Todo gobierno, en esencia, es una conspiración contra el hombre superior: su objeto permanente es oprimirlo y reprimirlo. Si es aristocrático en su organización, entonces busca proteger al hombres que es superior solo en la ley frente al hombre que es superior en la realidad; si es democrático, busca proteger al hombre que es inferior en todas las formas contra ambos. Una de sus funciones principales es disciplinar a los hombres por la fuerza, hacerse lo más similares posible, para buscar y combatir la originalidad entre hombres. Todo lo que puede ver en una idea original es un cambio potencial y por tanto una invasión de sus prerrogativas. El hombre más peligroso para cualquier gobierno es el hombre que es capaz de pensar cosas para sí mismo, sin considerar las supersticiones y tabúes existentes.#
Igualmente, el escritor libertario Albert Jay Nock veía en los conflictos políticos entre izquierda y derecha
simplemente una pelea entre dos grupos de hombres-masa, una grande y pobre, el otro pequeño y rico (…) El objeto de esta pelea eran las ganancias materiales que derivaban del control de la maquinaria del Estado. Es más fácil apropiarse de la riqueza (de los productores) que producirla; y mientras el Estado haga de la apropiación de riqueza un asunto de privilegio legalizado, continuará esa lucha por ese privilegio.
Envy, de Helmut Schoeck, hace un poderoso alegato a favor de la visión de que la deriva igualitaria moderna hacia el socialismo y doctrinas similares busca satisfacer la envidia de los distintos y los desiguales, pero el intento socialista de eliminar la envidia a través del igualitarismo no tiene ninguna esperanza de éxito. Pues siempre habrá diferencias personales, como aspecto, capacidad, salud y buena o mala fortuna, que ningún programa igualitario, por muy riguroso que sea, podrá eliminar y en el que la envidia sea capaz de refrenar sus precoupaciones.
[Este ensayo se escribió en 1970. Leer el prólogo de Rothbard de 1991]
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario