Las emisiones de moneda que persiguen el crecimiento solo pueden fracasar. No existe un solo caso en el que la salida de una crisis se haya efectuado imprimiendo o pervirtiendo el valor de la moneda
“Una moneda de papel, basada solo en la confianza del Gobierno que la imprime, acaba siempre volviendo a su valor intrínseco, es decir, cero”, Voltaire
Año 235. Roma acaba de ser derrotada por la cuarta dinastía sasánida del segundo imperio persa, y el emperador Alejandro Severo muere asesinado a manos de sus soldados a la edad de 27 años. Las luchas de los generales romanos para sucederle provocan la fractura del Imperio en tres partes en el 258. De las provincias de Galia, Britania e Hispania, nace el Imperio galo, de las de Siria, Palestina y Egipto, el Imperio de Palmira, quedando el centro como Imperio romano propiamente.
Según señala la tradición, las últimas palabras de su tío abuelo Septimio a sus hijos Caracalla y Geta fueron: “Vivid en armonía, enriqueced a las tropas, ignorad a los demás”. Geta no pudo aplicar ninguno de esos consejos, pues fue asesinado por su hermano Caracalla, quien cumplió los dos últimos. Y llevó a cabo un aumento del sueldo de los soldados en un 50%, multiplicando primero los impuestos a los ciudadanos del Imperio y aumentando posteriormente la base impositiva, ofreciendo a todo solicitante la ciudadanía romana. El antiguo privilegio se transformó en una losa fiscal.
Los crecientes gastos del Imperio no podían cubrirse con esos ingresos, así que Severo tuvo una idea 'brillante': envilecer la moneda. El denario, introducido por Augusto en el siglo I AC, contenía en su origen un 95% de plata. Tras sucesivas 'devaluaciones', Caracalla lo recibió con solo un 60% de plata, que él redujo hasta el 50%. O, lo que es lo mismo, aumentó la masa monetaria en un 16,5%, una sexta parte. Algo parecido llevó a cabo con el oro; si bajo Augusto una libra venía representada por 45 unidades, con Caracalla la proporción varió hasta las 50, aumentando por tanto en casi un 10% la oferta monetaria. Cierto es que Constantino llevó la paridad aún más lejos, hasta las 72 unidades por libra. Pero lo peor estaba por venir.
Como la economía no crecía en consonancia con los gastos del Estado, se les ocurrió repetir la idea que ya había fracasado con Severo: emitir moneda
Entre 258 y 275 DC, el denario redujo su contenido en plata hasta cinco partes por cada 1.000, llevando la inflación hasta el 1.000%. Solo los mercenarios bárbaros cobraban en oro. Con Diocleciano se sustituyó el denario por el argenteo, de los que 96 daban lugar a una libra de plata y que se fijó inicialmente en 50 denarios; con él llegó el nummus de cobre, equivalente a 10 denarios. En menos de 10 años, el argenteo pasó a un contravalor de 100 denarios y el nummus, a 20, lo que supone una inflación del 100% en el periodo.
Desde la época de Augusto, los gastos de personal del Imperio se habían multiplicado; aunque solo nos fijemos en el ejército, sus efectivos habían pasado de 250.000 a más de 600.000 con Diocleciano; como la economía no crecía en consonancia con los gastos del Estado, a los gobernantes se les ocurrió repetir la idea que ya había fracasado con Severo: emitir moneda. Así, en el 301, al tiempo que se promulgaba el Edicto de Precios Máximos para 'evitar' la inflación (quién le iba a decir a la Revolución Bolivariana…), la libra de oro se compraba con 50.000 denarios; en el 311, eran necesarios 120.000, que pasaron a ser 300.000 en el 324. Murió Constantino en el 337, cuando eran necesarios 20.000.000 (20 millones) de denarios para comprar la misma libra de oro.
“Un papel moneda sin valor efectivo es inadmisible en el comercio para competir con los metales que tienen un valor real e independiente de toda convención”
Casi 1.450 años más tarde, los revolucionarios franceses se encontraban con que el oro escaseaba y las finanzas públicas flaqueaban. Necker, reputado banquero, volvía a ponerse al frente de la hacienda; Mirabeau, el orador del pueblo, desde la Asamblea, y Marat, el amigo del pueblo, desde su periódico homónimo, presionaron para que el Gobierno emitiese una nueva moneda. El 1 de abril de 1790 se aprobaba la primera emisión de 400 millones de libras de asignados monedas, un “gran paso hacia la regeneración de las finanzas”; eran convertibles en oro y su rentabilidad era del 5% anual, siendo su respaldo las propiedades embargadas a la Iglesia, valoradas en un amplio margen de entre 2.000 y 3.000 millones de libras. Nacía así la primera emisión de CMO (Collateralized Mortgage Obligations) más de 200 años antes que Salomon Brothers las estandarizase.
Conviene recordar que menos de 70 años antes, Francia había sido llevada a la quiebra por el escocés John Law, quien respaldó la emisión de moneda en los futuros réditos que la Luisiana francesa revertiría al erario público. Es decir, que los guardianes de la Revolución, ilustrados muchos de ellos, eran perfectamente conscientes del desastre previo. Tan es así, que en el decreto de emisión de los asignados se señala (literalmente) que “un papel moneda sin valor efectivo (y no puede tener ninguno, si no tuviera propiedades especiales) es inadmisible en el comercio para competir con los metales que tienen un valor real e independiente de toda convención”, de forma que “esa es la razón por la que el papel moneda que se ha basado exclusivamente en la autoridad ha causado siempre la ruina de los países que lo han establecido. Esa es la razón por la que los billetes de banco de 1720, tras haber causado el mayor de los males, no han dejado si no espantosos recuerdos”.
Tal y como recojo en 'Retorno al Patrón Oro' (Ed. Deusto), las primeras consecuencias de la emisión de los asignados-moneda fueron un gran éxito, como suele ocurrir en toda inundación de liquidez. Se liquidó una parte de la deuda pública que acogotaba al Estado y lo debilitaba frente al exterior, el déficit de las cuentas se alivió al ingresarse el dinero, se pudo hacer frente al gasto ordinario, el crédito volvió a fluir, y en general el comercio renació, gracias a la presencia de esa inmensa masa monetaria en circulación. La Asamblea Nacional había encontrado la piedra filosofal que permitía convertir en oro unos papeles de banco, poniendo en evidencia las maledicencias de Necker. En solo seis meses, el Estado se había gastado hasta la última libra de los 400 millones de la emisión. El propio Mirabeau hizo uno de sus mejores discursos defendiendo una nueva emisión, que hoy nos recuerda al famoso “no ha sido suficiente” que tantos colegas defienden. A esa segunda siguió una tercera, luego una cuarta, y luego… La siguiente tabla resume el proceso, con las cifras en millones de libras.
A esa QE siguió la correspondiente devaluación de la moneda, que Grandjean resume de la siguiente manera:
Fecha, final de | 1789 | 1790 | 1791 | 1792 | 1793 | 1794 | 1795 | 1796 |
Valor real para un facil de 100 libras | 100 | 90 | 75 | 65 | 50 | 30 | 5 | 0 |
El 18 de brumario del año VIII, o 9 de noviembre de 1799, el general Napoleón Bonaparte ponía fin a las aspiraciones revolucionarias mediante un golpe de Estado, apoyado por el ejército y una buena parte del pueblo. En la primera reunión del Consejo, las dudas sobre la deuda francesa consumían a sus ministros. El corso, consciente del error que había sumido en la pobreza a su país, señaló: “Pagaré en metálico o no pagaré nada”. Una de sus primeras medidas fue restablecer el oro como único curso legal. Se mantendría hasta 1941.
Estos son solo dos ejemplos de los muchos que la Historia nos regala para aprender que las emisiones de moneda que persiguen el crecimiento solo pueden fracasar. Weimar, Zimbabue, Argentina o Venezuela son otros, mucho más recientes y de sobra conocidos. No existe un solo caso en el que la salida de una crisis se haya efectuado imprimiendo o pervirtiendo el valor de la moneda.
Pero no importa lo que haya ocurrido antes, les dirán; esta vez es diferente.
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