La expresión “política monetaria basada en reglas” ha frecuentado mucho últimamente los círculos conservadores. El candidato presidencial republicano Ted Cruz expresó su profunda pasión por implantar una regla de política monetaria en varios debates presidenciales este año, incluyendo los de octubre y noviembre. Los republicanos de la Cámara de Representantes han presentado propuestas de ley que obligarían a la Reserva Federal a seguir una “regla”. Incluso la clase intelectual conservadora ha ondeado su bandera de aprobación a estos intentos. En febrero, la Heritage Foundation señalaba que una regla de política monetaria “mejoraría mucho la transparencia y predictibilidad”, una convicción repetida alta y frecuentemente en la conferencia de política de monetaria de noviembre alojada en el Instituto Cato.
La regla de política monetaria más citada, respetada y ampliamente conocida hoy se conoce como Regla de Taylor. Aunque en algunos casos aislados seguir estar regla genera mejoras marginales en los datos económicos, tenemos que preguntarnos si queremos la economía para progresar o para curarnos, y tenemos que preguntarnos si queremos una economía que sea mejor en general o mejor para todos.
El razonamiento filosófico de la Regla de Taylor es el siguiente: En el mejor de los casos, la Reserva Federal pone en marcha la economía con tipos bajos de interés, creando máximo empleo y crecimiento. En el peor, el banco central estimula demasiado la actividad económica, generando excesiva demanda, malas inversiones y desempleo.
El objetivo de la Regla de Taylor es mantener la Fed en el mejor de los casos, indicando con precisión cuándo puede aumentar su impresión monetaria y cuándo no. Bajo esta orden concreta, la tasa de los fondos federales se establece como igual a 1,5 veces la tasa de inflación más la mitad del diferencial de producción (la supuesta diferencia entre lo que produjo la economía y lo que debería haber producido) más 1.
En términos sencillos, esto significa que la tasa de los fondos federales aumenta si la economía se recaliente demasiado o si la inflación sobrepasa el objetivo de la Fed del 2%. Cae si la inflación queda por debajo del tipo objetivo de la Fed o su la producción potencial de la economía cae por debajo de su producción real.
Aunque los principios que guían la Regla de Taylor puedan sonar a bastante prudentes en teoría, están lejos de ser sencillos en la práctica. En realidad, es casi imposible calcular correctamente las dos partes de los datos económicos (inflación y producción potencial) de los que depende esta fórmula.
Medir la inflación no es fácil
Primero, como decía Ludwig von Mises en La acción humana, todos los índices de inflación “son en el mejor de los casos, ejemplos bastante crudos e inapropiados de cambios que han ocurrido”. Solo hace falta mirar lo a menudo que se revisan los índices de inflación preferidos de la Fed para entender lo inadecuados que son para determinar aumentos en el coste de vida medio del estadounidense. Por ejemplo, hace quince años, la inflación calculada del IPC era un 3% más alta cada año de lo que es hoy. Este gráfico muestra las asombrosas diferencias de medición de entonces y ahora:
Poco después de que llevaran a cabo estas revisiones del IPC, el presidente de la Fed, Alan Greenspan, decidió que era el momento de cambiar el índice de inflación preferido de la Fed del IPC al Gasto de Consumo Personal (GCM), un índice que rebaja la tasa de inflación en un grado aún mayor. Incluso hoy, los índices de inflación se modifican constantemente, con los cambios más recientes del IPC producidos solo hace unos meses. Estos cambios frecuentes muestran lo peligroso que es confiar en la tasa de inflación cuando se determinar la política monetaria.
También es importante recordar que inflar la oferta monetaria implica robar a los pobres para enriquecer más a los ricos. John Maynard Keynes admitía esto en Las consecuencias económicas de la paz, cuando decía que la inflación permite al gobierno “confiscar secretamente y sin testigos, una parte importante de la riqueza de sus ciudadanos (…) empobreciendo a muchos, [pero] en realidad enriqueciendo a algunos”. Al aumentar la oferta monetaria y rebajar así los tipos de interés, los mayores gastadores del país pueden permitirse tomar más préstamos. El dinero recién creado circula entonces a través de la economía, aumentando los precios y haciendo que aumento el coste de la vida de consumidor medio. Y así, incluso si la tasa de inflación pudiera indicarse correctamente de algún modo, aumentar la oferta monetaria para satisfacer las demandas de la Regla de Taylor sigue siendo equivalente a tomar de Peter para pagar a Paul en nombre de lograr “producción potencial”.
Medir la producción potencial tampoco es fácil
Sin embargo, por desgracia, la producción potencial es simplemente otro indicador económico impreciso que fue creado econometras seguros de sí mismos. Muchos de los economistas dominantes actuales continúan discutiendo cómo debería calcularse. Cuando se acuerda finalmente una cifra, a menudo se cambia después varias veces. Por ejemplo, en 1976, el diferencial de producción se calculó en un 14% del PIB. En la década de 1990, esa estimación se revisó a la baja hasta un mínimo 5% del PIB.
Aunque fuera teóricamente posible calcular el llamado diferencial de producción, la cifra solo estaría representando la producción potencial de una economía en apuros y manipulada, privada de su medicación. Las recesiones se curan en periodos de corrección post-estallido, cuando los trabajadores de sectores improductivos se trasladan a otros sectores. Hoy, por ejemplo, hay demasiada gente empleada en el sector servicios y demasiada poca en la manufactura. Bajo una economía de libre mercado, la crisis se resolvería por sí misma al pasar los empleados del sector servicios al sector manufacturero. Sin embargo, bajo la Regla de Taylor, la estructura de producción se percibe como en perfecto estado. En lugar de dejar que el mercado laboral se arregle por sí mismo, la regla distorsionará aún más el mercado usando los poderes inflacionistas de la Fed para generar actividad en el sistema estropeado que ya existe.
¿Supondría siquiera una diferencia?
Si usted sigue convencido de que la regla de Taylor es la solución a nuestros males de política monetaria, eche un ojo a este gráfico de la Fed de Kansas City, que detalla la tasa real de fondos federales en la década de 1990, frente a lo que habría recomendado la Regla de Taylor:
Todas las versiones de la regla sugerían un objetivo de tipos de los fondos federales que era casi idéntico al que ya había. ¿Y que nos produjo este objetivo? ¡Por supuesto, el crash de las punto com? Así que la Regla de Taylor y sus supuestas restricciones herméticas sobre la política monetaria habrían sometido de todas formas a Estados Unidos a una gran recesión alimentada tanto por las malas inversiones como el exceso de consumo.
La Regla de Taylor no es más apropiada para determinar los tipos de interés que los meteorólogos pronosticando el tiempo. La única diferencia entre ambos es que los hombres del tiempo son precisos a veces, mientras que la tasa de los fondos federales bajo la Regla de Taylor es, en el mejor de los casos, menos errónea. Establecer el precio del dinero y el crédito en nombre de desatar la supuesta producción potencial de la economía es el equivalente a fijar controles de precios en la leche para liberar toda su potencia de compra. Es una falacia que no puede alcanzarse. Cuanto antes se deshaga la Fed de su imprenta, antes desaparecerán sus distorsiones del mercado y antes será cada persona capaz de tomar decisiones racionales que tengan sentido no solo para sí misma, sino también para la economía en general.
Publicado originalmente el 30 de noviembre de 2015. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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