Buscar este blog

lunes, 31 de octubre de 2016

CRÍTICA DEL INTERVENCIONISMO

Mises, Ludwig von - Critica del intervencionismo [14194] (r1.1).epub by Javier De Ory Arriaga on Scribd

La mentalidad anticapitalista

LAS CAUSAS DE LA CRISIS ECONÓMICA

La crisis global y la teoría austriaca: Principios económicos - Jesús Huerta de Soto

Causas de la crisis económica desde la perspectiva de Ludwig von Mises - Fritz Thomas

Una Perspectiva Austríaca de las Crisis Económicas Mundiales -

Coyuntura Global en la Macroeconomía del Capital - Adrian Ravier

La inflación puede estar causando desempleo a largo plazo





Uno de los temas más discutidos en la macroeconomía moderna es la supuesta compensación entre inflación de precios y desempleo. La curva de Philips se convirtió, de una manera u otra, en el eje de la política monetaria moderna desde la década de 1960, cuando los premios Nobel Paul Samuelson y Robert Solow presentado la curva como un “menú” aprovechable políticamente: o bien alta inflación de precios y bajo desempleo, o bien baja inflación de precios de alto desempleo, o bien cualquier punto entre ambos extremos, es decir, a la carta.
Los economistas Milton Friedman y Edmund Phelps argumentaron en contra de esta interpretación ingenua, que desde entonces se ha reafirmado en el discurso público. Explicaban la compensación como un fenómeno corto plazo. Cuando las políticas monetarias expansivas llevan a una inflación de precios inesperada, el empleo puede estimularse si los salarios aumentan más lentamente que otros precios en la economía. En este caso, disminuyen los costos relativos del trabajo y, en consecuencia, se emplea a más personas. Sin embargo, a largo plazo no hay ningún efecto, ya que las expectativas de inflación se ajustan a la inflación real a lo largo del tiempo y los salarios relativos vuelven a su nivel de equilibrio.
Friedman y Phelps eran por tanto de la opinión que había sido la dominante durante mucho tiempo en economía, de que el desempleo es un fenómeno que en último término depende de factores económicos reales, como el entorno institucional y político, especialmente en los mercados laborales. El economista Ludwig von Mises compartir esta opinión y por tanto calificaba apropiadamente a un desempleo incrementado y prolongado como desempleo institucional. Sin embargo, Friedman y Phelps no negaban el posible efecto a corto plazo de la política monetaria.
A partir de esta representación evidentemente simplificada de la curva de Philips a corto plazo podemos ver un problema esencial. Si pensamos en el largo plazo como una secuencia de cortos plazos consecutivos y si las mejoras son posibles a corto plazo, evidentemente deberían también ser capaces de mejorar las condiciones a largo plazo. Al menos esto debería ser posible si las políticas monetarias expansionistas son realmente neutrales a largo plazo. ¿Pero lo son?

Las consecuencias de desempleo a largo plazo de la inflación

Hay buenas razones para dudarlo. Curiosamente, fue el propio Friedman quien mostró algún descontento con su anterior trabajo sobre la inflación de precios y desempleo en su discurso en recuerdo de Nobel. Decía que la investigación sobre la curva de Philips tendría que ir a una tercera fase en la que se investigara una posible relación positiva entre las dos variables. También señalaba que habría que incorporar el proceso político en el análisis económico. Sin embargo, este proyecto de investigación no se había llevado a cabo sistemáticamente.
Los datos empíricos disponibles también dan razones para considerar la posibilidad de una relación positiva entre inflación de precios y desempleo a largo plazo. Las series temporales suavizadas de Alemania, Francia, Reino Unido, así como de Estados Unidos muestran todas el mismo patrón a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Primero aumentan las tasas de inflación de precios y luego, con un retraso considerable, les siguen las tasas de desempleo.
Si consideramos un desempleo incrementado y prolongado como un problema institucional y político, pero aún así sospechamos una relación con la inflación de precios, tenemos que preguntarnos qué efectos puede tener una expansión constante de la oferta monetaria sobre el propio proceso político.
En un estudio reciente se examinaban dos consecuencias no pretendidas de la expansión monetaria con respecto a sus efectos indirectos sobre el desempleo: (1) la redistribución de rentas y riqueza y (2) las fluctuaciones económicas.
La expansión monetaria causa una redistribución de rentas y riqueza. Aun así, esta redistribución se produce de abajo arriba y por eso la diferencia entre ricos y pobres se está haciendo cada vez mayor. El dinero recién creado del sistema financiero moderno no se distribuye por igual a todos los participantes en el mercado, sino que se da a ciertos participantes en forma de crédito. Sin embargo, conceder crédito es una actividad discriminatoria de por sí. El crédito se extiende a participantes del mercado de quienes espera que tengan un riesgo bajo de impago de crédito, por tanto, a quienes disfruten de flujos de rentas relativamente altos y estables, quienes sean relativamente ricos y ya posean activos que puedan usarse como garantía o quienes estén relativamente bien relacionados, especialmente en el ámbito político. La gente que sea relativamente acomodada recibe por tanto o una porción desproporcionadamente alta del dinero recién creado y consigue gastarlo la primera en los mercados de bienes, activos e inversiones. La gente que está peor recibe una porción desproporcionadamente pequeña del dinero recién creado y ve aumentar los precios de los bienes de consumo y activos antes de que sus rentas sigan el mismo camino. Por tanto, el rico tiende a beneficiarse a costa del pobre.
Las políticas monetarias expansivas también causan otros problemas. Pueden disparar fluctuaciones económicas. Inicialmente se pone en marcha un auge con precios y empleo al alza que es compatible con la curva de Philips a corto plazo. Sin embargo, este auge inflacionista es insostenible cuando las decisiones nominales de inversión no están en línea con los ahorros económicos reales, como explica la teoría austriaca del ciclo económico. Acabará convirtiéndose en una recesión económica, un declive o una crisis. A lo largo del último par de décadas hemos encontrado crisis económicas regulares. La política monetaria laxa ha sido indudablemente uno de los factores causales más importantes.
Ahora bien, incluso si las crisis económicas vienen con un mayor desempleo, no podemos deducir de eso una relación necesaria con el desempleo a largo plazo. Incluso las peores crisis económicas acabarán en algún momento y el desempleo volverá a su nivel de equilibrio. Tampoco una creciente diferencia entre ricos y pobres tiene un efecto necesario sobre el desempleo a largo plazo. La teoría económica pura que puede explicar estas consecuencias no pretendidas de la expansión monetaria no basta.

Las instituciones políticas cambian en respuesta a la inflación

Sin embargo, es evidente que las crisis económicas y una creciente diferencia entre ricos y pobres son vistas como problemas por los políticos y al público en general. Particularmente en un sistema político que está dirigido por ideales igualitarios, hay que luchar contra la injusticia social y las maldades económicas durante las crisis. Las consecuencias no pretendidas de la inflación monetaria establecen por tanto indudablemente incentivos para más intervenciones políticas en la economía. Hay catalizadores políticos, por decirlo así, que contribuyen a la extensión de los pagos sociales, el aumento de los impuestos y más regulaciones intrusivas en el mercado.
Entre otras cosas, se inducen intervenciones en los mercados laborales. La legislación de salarios mínimos y las leyes de protección del empleo son buenos ejemplos. Estas medidas bienintencionadas tienen por supuesto efectos múltiples, pero en lo que se refiere al nivel general de empleo solo pueden ser dañinas. Aumentar las responsabilidades y obligaciones de los empresarios hacia sus empleados rebaja sus incentivos para contratar gente. Por otro lado, un mayor gasto o social, especialmente en las prestaciones de desempleo, puede impedir que la gente busque empleo activamente. Así que estas medidas aumentarán el desempleo.
Por tanto, añadiendo la capa extra de la política al análisis económico, siguiendo la teoría de las espirales intervencionistas de Ludwig von Mises, podemos explicar una relación positiva entre inflación de precios y desempleo a largo plazo, como hemos observado en la segunda mitad del siglo XX.
Fue la intervención inicial de la expansión monetaria la que causó inflación de precios y las posteriores intervenciones en respuesta a las consecuencias no pretendidas de la primera la que hizo a los mercados laborales menos flexibles y llevó al desempleo institucional. Sin embargo, la relación que hemos dibujado entre las dos variables (inflación de precios y desempleo a largo plazo), no es directa ni necesaria, sino más bien históricamente contingente. No es un postulado a priori de la economía teórica. Como sugería correctamente Milton Friedman, depende de las decisiones políticas. Y corresponde a la política acabar con ella.

El artículo original se encuentra aquí.

El hombre de paja del homo economicus





Entre los mayores albatros que rondan en torno al cuello de la profesión económica está la idea del homo economicus. Hasta hoy la mayoría de los estudiantes de economía oían hablar de él en el contexto de la economía neoclásica. El homo economicus, se nos dice, es el hombre económico ideal que siempre busca maximizar los beneficios y minimizar los costes.  Solo actúa racionalmente y el racionalismo se define, bueno, como buscar siempre maximizar los beneficios y minimizar los costes. Peor aún, el “beneficio” se supone a menudo que significa “beneficios monetario” medible en dólares (o alguna otra moneda).
Sí, muchos economistas dirán que “es solo un modelo” señalarán que hay muchas advertencias con respecto a su uso. Estas protestas a menudo son poco convincentes, dado el uso de modelos basados en comportamiento “racional”. Pero, por ahora, tomemos la palabra a los economists. Aunque fuera verdad lo que dicen los defensores del homo economicus, permanece sin embargo el hecho de que la inmensa mayoría de sociólogos, politólogos, políticos y periodistas nunca recibieron esa advertencia. A lo largo de trabajos de investigación y artículos periodísticos sobre políticas públicas, el “homo economicus” se usa habitualmente para ilustrar los problemas de la teoría económica. Peor aún, los anticapitalistas (muchos de los cuales ven a la economía neoclásica como el principal fundamento económico de la ideología del laissez faire) presentan los defectos del homo economicus como un ejemplo de lo absurdo de las economías de mercado.
Esta semana en The New Statesman, por ejemplo, George Monbiot, eterno crítico de los mercados libres, imagina que el homo economicus ha volteado la sociedad:
Nuestra ideología dominante se basa en una mentira. En realidad, una serie de mentiras, pero me centraré solo en esta. Esta es la afirmación de somos, por encima de todo, egoístas, que buscamos mejorar nuestra propia riqueza y poder con poca consideración por su impacto en otros. Algunos economistas usan un término para describir este supuesto estado de ser: homo economicus u hombre automaximizador. El concepto fue formulado por J.S. Mill y otros, como un experimento mental. Pronto se convirtió en una herramienta de modelado. Luego se convirtió en un ideal.
En esto, Monbiot (que extrañamente cree que el capitalismo de libre mercado es la “ideología dominante”) se está apoyando en la crítica establecida de la economía de laissez faire (expresada como un ataque al llamado “neoliberalismo”) descrita por Wendy Brown en su libro de 2015, Undoing the Demos. Para Brown, el homo economicus ha remplazado todos los demás modelos de la naturaleza humana y se ha convertido en “normativo en cualquier esfera”.
Pero no son solo los izquierdistas duros los que hablan del homo economicus. Richard Butrick en el American Thinker ataca al homo economicus, pensando que ofrece una justificación teórica para el libre comercio. Y, en un comentario bastante convincente en el Financial Times, el Profesor de ciencias empresariales Yeomin Yoon culpaba recientemente a la obsesión de la profesión económica por el homo economicus de la supuesta incapacidad de la disciplina para desarrollar una “visión holística de los humanos”.
Así que no basta con limitarse a despachar los críticos del homo economicus como un grupo de personas que no entienden las formas complejas de la clase de los economistas profesionales. Los defectos de la teoría siguen siendo un problema del mundo real.

El homo economicus no es esencial para una buena economía

El problema de los atacantes antimercado del homo economicus es sin embargo que el homo economicus no es realmente necesario para entender el comportamiento humano o cómo funcionan los mercados. En realidad, se mejoraría la comprensión de los mercados sin recurrir al modelo de homo economicus en absoluto.
Por ejemplo, los economistas austriacos nunca han recurrido al homo economicus, precisamente porque no proporciona una métrica o modelo útiles o adecuados para el comportamiento humano.
Así, Ludwig von Mises señalaba que el modelo del homo economicus describía el comportamiento de solo un tipo pequeño de acción humana y no explicaba el comportamiento de los consumidores:
El muy comentado homo economicus de la teoría clásica es la personificación de los principios del empresario. El empresario quiere llevar a cabo cualquier negocio con el mayor beneficio posible: quiere comprar tan barato como sea posible y vender tan caro como sea posible. Por medio de la diligencia y atención al negocio trabaja por eliminar toda fuente de error de forma que los resultados de sus acciones no se vean perjudicados por ignorancia, negligencia, errores y similares. (…)
El esquema clásico no es aplicable en absoluto al consumo o al consumidor. No podría modo alguno comprender el acto del consumo o del gasto de dinero del consumidor. El principio de comprar en el mercado más barato se pone aquí en cuestión solo en la medida en cada decisión esté entre diversas posibilidades, iguales por otro lado, de compra de bienes, pero no puede entenderse, desde este punto de vista, por qué alguien compra el mejor traje a pesar de que el más barato tiene la misma utilidad “objetiva” o por qué en general se gasta más de lo que es necesario para el mínimo (tomado en el sentido estricto del término) necesario para una mera subsistencia física.
Si un modelo económico nos dice muy poco acerca del comportamiento del consumidor, su valor es limitado, como mínimo.
Mises también comentaba sobre el homo economicus en La acción humana cuando escribía:
Fue un error esencial (…) interpretar la economía como la caracterización del comportamiento de un tipo ideal, el homo oeconomicus. De acuerdo con esta doctrina, la economía tradicional u ortodoxa no trata el comportamiento del hombre tal y como él es y actúa realmente, sino una imagen ficticia o hipotética. Retrata a un ser dirigido exclusivamente por motivos “económicos”, es decir, solamente por la intención de obtener el mayor beneficio material monetario posible. Un ser así no tiene ni tuvo nunca una equivalencia en la realidad: es un espectro de una filosofía espuria de andar por casa. Ningún hombre está exclusivamente motivado por el deseo de hacerse tan rico como sea posible, muchos no están en absoluto influidos por ese ominoso deseo. Es inútil referirse a ese homúnculo ilusorio al tratar sobre la vida y la historia.
Como señala Mises, no es verdad que todas las personas busquen hacerse tan ricas como sea posible en términos monetarios y el beneficio adopta muchas formas distintas del dinero. Tampoco es verdad de todas las personas busquen los mismos objetivos en la vida. Y como las personas tienen un número incontable de diversos objetivos para sí mismas, también es por tanto imposible generalizar acerca de lo que es racional o irracional para ellas. Para algunas personas, una vida ascética en una ermita puede ser lo más deseable y por tanto sería racional seguir este estilo de vida. Para otras, una vida dedicada a jugar videojuegos y visitar centros comerciales es la más deseable. Por tanto es bastante imposible generalizar e indudablemente imposible crear un modelo para un ideal de comportamiento humano.
Y aun así, los economistas hoy siguen anclados en el concepto de homo economicus que proporciona munición a la izquierda para crear un hombre de paja tras otro.

¿Requieren los mercados la existencia del homo economicus?

En las mentes de los críticos de izquierdas del mercado como Brown y Monbiot, todo el sistema de mercado se basa en una visión impuesta de la naturaleza humana para hacerlo funcionar. La fábula anticapitalista es así: en un tiempo todos los seres humanos se daban cuenta de que la humanidad tenía naturalmente una mentalidad de comunidad y estaba motivada por cosas distintas de los beneficios monetarios. Entonces aparecieron los economistas que crearon una nueva visión “normativa”, “hegemónica” e “impuesta” del mundo, en la que todos los seres humanos eran egoístas maximizadores de beneficios. Gracias al lavado de cerebro de generaciones por parte de los economistas capitalistas, la gente ahora cree realmente que la incesante competencia del mercado es la vía a la felicidad y todas las demás instituciones humanas son secundarias en el mejor de los casos. Como consecuencia, la sociedad se ha destruido.
En realidad, por supuesto, el mercado no depende de ninguna ideología impuesta en absoluto y Mises y los austriacos nunca basaron sus análisis en ninguna de esas suposiciones. Ningún buen economista niega que los seres humanos tienden a ser sociales y el propio Mises escribe que: “el hombre apareció en la escena de los eventos terrenales como un ser social”. Lejos de depender de la existencia de seres humanos antisociales o atomistas, la economía de mercado simplemente responde a los seres humanos tal y como son. De hecho, son los consumidores los que se imponen en el mercado al decidir qué produce este y cuándo.

El homo economicus es una herramienta para los planificadores centralizados

Además, lejos de ser un fundamento de las economías de mercado, el homo economicus es mucho más útil a la hora de proporcionar ayuda teórica para los enemigos de los mercados. Después de todo, al oponerse al constructo del homo economicus, Mises señala que los deseos humanos son demasiado diversos como para permitir una generalización acerca de lo que pueden y deben producir los mercados o lo que deberían hacer los consumidores. Por extensión, dada la naturaleza impredecible de los deseos y talentos humanos, es imposible planificar centralizadamente una economía e incluso intervenir en ella sin empobrecer a los consumidores que puedan querer algo distinto de lo que asumen los planificadores públicos. El homo economicus refuerza en muchos sentidos la arrogancia de que podemos saber por adelantado qué querrán y harán consumidores y productores.
Cuando los anticapitalistas piensan que están atacando de alguna manera el núcleo del liberalismo de laissez faire al denunciar al homo economicus, no están haciendo nada por el estilo.

El artículo original se encuentra aquí.

sábado, 29 de octubre de 2016

Otto Kdolsky 'Peter Lynch, el inversor total'

Francisco García Paramés | Rueda de prensa [COMPLETA]

Francisco García Paramés

Depresiones económicas: Su causa y remedio



 


[Artículo número 6 de la lista de lectura de 30 días de Robert Wenzel que te ayudará a convertirte en un conocedor libertario]

Vivimos en un mundo de eufemismos. A los enterradores se han convertido en “funerarios”, los agentes de prensa son ahora “consejeros de relaciones públicas” y los bedeles se han transformado en “superintendentes”. En todos los aspectos de la vida, los hechos desnudos se han cubierto con un neblinoso camuflaje.

Esto no ha sido menos cierto en economía. En los viejos tiempos, solíamos sufrir casi periódicamente crisis económicas, cuya repentina aparición se llamaba un “pánico” y al periodo persistente después de éste se llamaba “depresión”.

La depresión más famosa en tiempos modernos, por supuesto, fue la que empezó con un típico pánico financiero en 1929 y duró hasta la llegada de la Segunda Guerra Mundial. Después del desastre de 1929, economistas y políticos resolvieron que esto no debe ocurrir nunca de nuevo. La forma más sencilla de conseguir esto era simplemente definir las “depresiones” de forma que no pudieran existir. A partir de ese momento, Estados Unidos ya no iba a sufrir más depresiones. Pues cundo llegara la siguiente depresión aguda, en 1937-38, los economistas sencillamente rehusaron utilizar el temible nombre y proporcionaron una palabra nueva y que sonaba mucho más suave: “recesión”. A partir de ese momento, hemos pasado unas cuantas recesiones, pero ninguna depresión.

Pero muy pronto la palabra “recesión” también se hizo muy dura para las delicadas sensibilidades del público estadounidense. Ahora parece que tuvimos nuestra última recesión en 1957-58. Pues desde entonces, solo hemos tenido “descensos” o, mejor aún, “ralentizaciones” o “movimientos laterales”. Así que ánimo: a partir de ahora, las depresiones e incluso las recesiones han sido prohibidas por medios semánticos de economistas; a partir de ahora, lo peor que nos pueden pasar son “ralentizaciones”. Así son las maravillas de la “nueva economía”.

Durante 30 años, los economistas de nuestra nación han adoptado la opinión del ciclo económico que sostenía el economista británico John Maynard Keynes, que creo la economía keynesiana o “nueva economía” en su libro, La teoría general del empleo, el interés y el dinero, publicado en 1936. Por debajo de sus diagramas, matemáticas y jerga rudimentaria, la actitud de los keynesianos ante auges y declives es la misma simplicidad, incluso ingenuidad. Si hay inflación, entonces se supone que la causa es el “gasto excesivo” por parte del público, siendo el supuesto remedio para el gobierno, el autonombrado estabilizador y regulador de la economía de la nación, intervenir y obligara a la gente a gastar menos, “absorbiendo su exceso de poder adquisitivo” mediante un aumento en los impuestos. Si hay una recesión, por el contrario, la ha causado un gasto privado insuficiente y el remedio es ahora que el gobierno aumente su propio gasto, preferiblemente mediante déficits, aumentado así la corriente agregada de gasto de la nación.

La idea de que el aumento en el gasto público o la moneda débil son “buenos para los negocios” y que los recortes presupuestarios y la moneda fuerte son “malos” afecta incluso a los periódicos y revistas más conservadores. Estas publicaciones también darán por sentado que es una tarea sagrada del gobierno federal dirigir el sistema económico en el estrecho camino entre los abismos de la depresión por un lado y la inflación por otro, pues se supone que la economía del libre mercado siempre podría sucumbir a uno de estos males.

Todas las escuelas actuales de economistas tienen la misma actitud. Apuntemos, por ejemplo, el punto de vista del Dr. Paul W. McCracken, el presidente entrante del Consejo de Asesores Económicos del presidente Nixon. En una entrevista en el New York Times poco después de asumir el cargo [24 de enero de 1969], el Dr. McCracken afirmaba que uno de los principales problemas económicos que afrontaba la nueva administración es “cómo puedes enfriar esta economía inflacionista sin al mismo tiempo disparar inaceptables niveles altos de desempleo. En otras palabras, si lo único que queremos hacer es enfriar la inflación, podría hacerse. Pero nuestra tolerancia social ante el desempleo es estrecha”. Y repetía: “Creo que tenemos que sentir nuestro camino. Realmente no tenemos mucha experiencia en tratar de enfriar una economía de una forma rápida. Clavamos los frenos en 1957, pero, por supuesto, tuvimos un aflojamiento sustancial en la economía”.

Advirtamos la actitud fundamental del Dr. McCracken hacia la economía, notable solo en que es compartida por casi todos los economistas actuales. La economía se trata como un paciente tratable, pero siempre problemático y recalcitrante, con una continua tendencia a desviarse a hacia una mayor inflación o desempleo. La función del gobierno es ser el sabio y viejo director y médico, siempre atento, siempre ajustando para mantener al paciente económico en buen estado. En cualquier caso, aquí se supone claramente que el paciente económico ha de ser el súbdito y el gobierno, como “medico”, el amo.

No hace mucho tiempo que este tipo de actitud y política se llamaba “socialista”, pero vivimos en un mundo de eufemismos y ahora podemos utilizar etiquetas mucho menos duras, como “moderación” o libre empresa ilustrada”. Vivimos y aprendemos.

¿Cuáles son entonces las causas de las depresiones periódicas? ¿Debemos ser siempre ignorantes de las causas de los auges y declives? ¿Es realmente cierto que los ciclos económicos están profundamente enraizados en la economía de libre mercado y que por tanto se necesita alguna forma de planificación económica dentro de algún tipo de límites estables? ¿Los auges y declives simplemente ocurren o alguna fase del ciclo deriva lógicamente de otra?

La actitud actualmente de moda hacia el ciclo económico deriva en realidad de Karl Marx. Marx veía que antes de la Revolución Industrial, aproximadamente en el siglo XVIII, no había repetición regular de auges y depresiones. Habría habido repentinas crisis económicas cada vez que algún rey hiciera la guerra o confiscara la propiedad de su súbdito, pero no había ningún indicio de los peculiares fenómenos modernos de cambios generales y bastante regulares en la fortuna de los negocios, de expansiones y contracciones. Como estos ciclos también aparecieron en escena aproximadamente al mismo tiempo que la industria moderna, Marx concluía que los ciclos económicos eran una característica propia de la economía capitalista de mercado. Todas las distintas escuelas de pensamiento económico, independientemente de sus demás diferencias y las distintas causas que atribuyan al ciclo, están de acuerdo en este punto vital: que estos ciclos económicos se originan en algún sitio profundo de la economía de libre mercado. Hay que echar la culpa a la economía de mercado. Karl Marx creía que las depresiones periódicas empeorarían cada vez más, hasta que las masas se vieran obligadas a rebelarse y destruir el sistema, mientras que los economistas modernos creen que el gobierno puede estabilizar con éxito las depresiones y el ciclo. Pero todas las partes están de acuerdo en que el problema reside en el fondo en le economía de mercado y que si algo puede salvarla, debe ser alguna forma de intervención pública masiva.

Sin embargo hay algunos problemas críticos en la suposición de que la economía de mercado sea la culpable. Pues la “teoría económica general” nos enseña que oferta y demanda siempre tienden a estar en equilibrio en el mercado y por tanto los precios de los productos, así como de los factores que contribuyen a la producción siempre tienden hacia algún punto de equilibrio. A pesar de que los cambios en los datos, que siempre tienen lugar, impiden que se alcance nunca el equilibrio, no hay nada en la teoría general del sistema de mercado que explique las fases regulares y recurrentes de auge y declive del ciclo económico. Los economistas modernos “resuelven” este problema sencillamente manteniendo su teoría general del precio y su teoría del ciclo económico en compartimentos separados y fuertemente aislados, sin que se encuentren ambas ni mucho menos se integren. Por desgracia, los economistas han olvidado que solo hay una economía y por tanto solo una teoría económica integrada. Ni la vida económica no la estructura de la teoría pueden ni deben ser compartimentos herméticos: nuestro conocimiento de la economía o es un todo integrado o no es nada. Aun así, la mayoría de los economistas se contenta con aplicar teoría totalmente independientes y, de hecho, mutuamente exclusivas para el análisis general de los precios y para los ciclos económicos. No pueden ser verdaderos científicos económicos mientras se contenten con seguir operando de esta manera primitiva.

Pero hay problemas aún más graves con la postura actualmente de moda. Los economistas tampoco ven un problema particularmente crítico porque les se preocupa ajustar sus teorías del ciclo económico y general de precios: el peculiar análisis de la función empresarial en tiempos de crisis económica y depresión. En la economía de mercado, una de las funciones más vitales del hombre de negocios es ser un “emprendedor”, un hombre que invierte en métodos productivos, que compra equipamiento y contrata mano de obra para producir algo de lo que no está seguro de obtener ningún beneficio. En resumen, la función empresarial es la función de pronosticar el futuro incierto. Antes de realizar ninguna inversión o crear una línea de producción, el empresario o “emprendedor” debe estimar los costes presentes y futuros y los ingresos futuros y por tanto estimar si obtendrá beneficios de la inversión y cuáles serán. Si pronostica bien y significativamente mejor que sus competidores en los negocios, obtendrá beneficios de su inversión. Cuando mejor sea su pronóstico, mayores beneficios obtendrá. Si, por otro lado, es un mal pronosticador y sobrestima la demanda de su producto, sufrirá pérdidas y se verá muy pronto fuera del negocio.

Por tanto, la economía de mercado es una economía de pérdidas y ganancias, en la que la sagacidad y capacidad de los empresarios se ve dirigida por las pérdidas y ganancias que obtienen. Además, la economía de mercado contiene un mecanismo interno, una especie de selección natural, que asegura la supervivencia y el florecimiento del pronosticador superior y la erradicación de los inferiores. Pues cuantos más beneficios obtengan los mejores pronosticadores, mayores se harán sus responsabilidades empresariales y más tendrán disponible para invertir en el sistema productivo. Por otro lado, unos pocos años con pérdidas llevarán a los malos pronosticadores completamente fuera del negocio y les incluirán en las filas de los empleados asalariados.

Así que si la economía de mercado tiene incluido un mecanismo de selección natural de buenos empresarios, esto significa que, en general, esperaríamos que no muchas empresas tengan pérdidas. Y de hecho si miramos a nuestro alrededor en la economía de un día o año medio, encontraremos que las pérdidas no están muy extendidas. Pero, en ese caso, lo raro que necesita explicación es esto: ¿Cómo es que, periódicamente, en tiempos previos a las recesiones, especialmente en las agudas, los negocios experimentan repentinamente un grupo masivo de graves pérdidas? ¿Llega un momento en el que las empresas empresarios antes muy astutos en su habilidad para conseguir ganancias y evitar pérdidas, repentina y lamentablemente se encuentran, casi todos, sufriendo pérdidas graves e incalculables? ¿Cómo es eso? He aquí un hecho trascendental que cualquier teoría de las depresiones debe explicar. No basta una explicación como el “infraconsumo” (una caída en el gasto total en consumo), por una razón, porque lo que tiene que explicarse es por qué los empresarios, capaces de pronosticar todo tipo previo de cambios y evoluciones económicas, resultan ser total y catastróficamente incapaces de prever esta supuesta caída en la demanda de consumo. ¿Por qué este repentino fracaso en la capacidad de pronosticar?

Una teoría adecuada de las depresiones debe por tanto explicar la tendencia de la economía a moverse a través de sucesivos auges y declives, sin mostrar ninguna señal de aproximación que se mueva lentamente o progrese silenciosamente a una situación de equilibrio. En particular, una teoría de la depresión debe explicar el mastodóntico grupo de errores que aparece veloz y repentinamente en un momento de crisis económica y se mantiene durante el periodo de la depresión hasta la recuperación. Y hay un tercer hecho universal que debe explicar una teoría del ciclo. Invariablemente, los auges y declives son mucho más intensos en los “sectores de bienes de capital” (los sectores que fabrican máquinas y equipos, los que producen materias primas industriales o construyen plantas industriales) que en los sectores que fabrican bienes de consumo. He aquí otro hecho de la vida del ciclo económico que debe explicarse (y evidentemente no puede explicarse por las teorías de la depresión como la popular doctrina del infraconsumo: que los consumidores no están gastando lo suficiente en bienes de consumo. Pues si el gasto insuficiente es el culpable, entonces ¿cómo es que las ventas al detalle son las últimas en caer y las que menos lo hacen en una depresión y a las que realmente golpea la depresión es a esos sectores como la máquina herramienta, los equipamientos de capital, la construcción y las materias primas? Inversamente, son estos sectores los que realmente despegan en las fases de auge inflacionista del ciclo económico y no los negocios que atienden al consumidor. Así que una teoría adecuada del ciclo económico debe asimismo explicar la mucha mayor intensidad de los auges y declives en los sectores de bienes que no son de consumo o “bienes de producción”.

Por suerte, sí existe una teoría correcta de la depresión y del ciclo económico, a pesar de que sea universalmente olvidada en la economía actual. También tiene una larga tradición en el pensamiento económico. Esta teoría empezó con el filósofo y economista escocés del siglo XVIII, David Hume y con el eminente economista clásico inglés del siglo XIX, David Ricardo. Esencialmente, estos teóricos veían que se había desarrollado otra institución crucial a mediados del siglo XVIII, junto con el sistema industrial. Era la institución de la banca, con su capacidad de expandir el crédito y la oferta monetaria (primero, en la forma de papel moneda, o billetes de banco, y luego en forma de depósitos a la vista, o cuentas corrientes, que son redimibles instantáneamente en efectivo en los bancos). Eran las operaciones de estos bancos comerciales las que, creían estos economistas, tenían la clave de los misteriosos ciclos recurrentes de expansión y contracción, de auge y declive, que habían desconcertado a los observadores desde mediados del siglo XVIII.

El análisis ricardiano era algo así: Las monedas naturales que aparecen como tales en el mundo del libre mercado son materiales útiles, generalmente oro y plata. Si el dinero se limitara sencillamente a estos materiales, la economía funcionaría en su total como lo hace en los mercados concretos: un ajuste suave de oferta y demanda y por tanto sin ciclos de auge y declive. Pero la inyección de crédito bancario añade otro elemento crucial y perturbador. Pues los bancos expanden el crédito y por tanto el dinero bancario en forma de billetes o depósitos que son teóricamente redimibles a la vista en oro, pero en la práctica está claro que no. Por ejemplo, si un banco tiene 1.000 onzas de oro en sus arcas y emite recibos de depósito redimibles inmediatamente por 2.500 onzas de oro, entonces está claro que ha emitido 1.500 onzas más de las que puede redimir. Pero mientras no haya una “corrida” concertada en el banco a reclamar esos recibos, sus recibos de depósito en el mercado funcionan como equivalentes al oro y por tanto el banco ha sido capaz de expandir la oferta monetaria del país en 1.500 onzas de oro.

Así que los bancos empiezan a expandir alegremente el crédito, pues cuanto más lo expandan, mayores serán sus beneficios. Esto genera la expansión de la oferta monetaria dentro de un país, digamos Inglaterra. Al aumentar la oferta de papel moneda y dinero bancario, aumentan las rentas y gastos monetarios de los ingleses y el aumento del dinero empuja al alza los precios de los bienes ingleses. El resultado es inflación y un auge dentro del país. Pero este auge inflacionista, mientras sigue su alegre camino, muestra las semillas de su propia desaparición. Pues al aumentar la oferta y las rentas monetarias los ingleses proceden a comprar más bienes del exterior. Además, al aumentar sus precios, los bienes ingleses empiezan a perder su competitividad respecto de los productos de otros países sin inflación o con inflación en menor grado. Los ingleses empiezan a comprar menos en el interior y más en el exterior, mientras que los extranjeros compran menos en Inglaterra y más en su nación; el resultado es un déficit en la balanza inglesa de pagos, con las exportaciones inglesas cayendo abruptamente por debajo de las importaciones. Pero su las importaciones exceden a las exportaciones, esto significa que el dinero debe fluir de Inglaterra a otros países. ¿Y qué dinero será? Sin duda, no billetes o depósitos bancarios ingleses, pues a franceses, alemanes o italianos les interesa poco o nada mantener sus fondos guardados en bancos ingleses. Así que estos extranjeros tomarán sus billetes y depósitos bancarios y los presentarán a los bancos ingleses para redimirlos en oro, así que el oro será el tipo de dinero que tenderá a fluir persistentemente fuera del país al seguir adelante la inflación inglesa. Pero esto significa que el dinero crediticio bancario inglés estará cada vez más acumulado sobre una base de oro en disminución en las arcas bancarias inglesas. Al proseguir el auge, nuestro hipotético banco expandiría sus recibos de depósito de digamos 2.500 onzas a 4.000 onzas, mientras que su base en oro disminuye hasta, digamos, 800 onzas. Al intensificarse este proceso, los bancos acabarán asustándose. Pues los bancos, después de todo, están obligados a redimir sus pasivos en efectivo y su efectivo esta saliendo rápidamente mientras se acumulan sus pasivos. Así que los bancos acabarán perdiendo los nervios, deteniendo su expansión crediticia y, para salvarse, contraerán los préstamos bancarios existentes. A menudo esta retirada se precipita con corridas bancaria de bancarrota disparadas por el público, que se ha ido poniendo también cada vez más nervioso acerca de las condición cada vez más inestable de los bancos de la nación.

La contracción bancaria invierte el cuadro económico: la contracción y el declive siguen al auge. Los bancos pasan a la defensiva y las empresas sufren al aumentar la presión para la liquidación de deudas y la contracción. La caída en la oferta de dinero bancario, lleva a su vez a una caída general en los precios ingleses. Al caer la oferta monetarias y las rentas y desmoronarse los precios ingleses, los bienes ingleses se hacen relativamente más atractivos en términos de productos extranjeros y la balanza de pagos se invierte, con las exportaciones superando a las importaciones. Al fluir oro al país y como el dinero bancario se contrae en lo alto de una base de oro en expansión, la condición de los bancos se hace mucho más sólida.

Por tanto éste es el significado de la fase de depresión en el ciclo económico. Advirtamos que es una fase que se produce, y se produce inevitablemente, por el precedente auge expansionista. Es la inflación precedente la que hace necesaria la fase de depresión. Por ejemplo, podemos ver que la depresión en el proceso por el que se ajusta la economía de mercado, elimina excesos y distorsiones de previo auge inflacionista y restablece una condición económica sólida. La depresión es la desagradable pero necesaria reacción a las distorsiones y excesos del auge anterior.

¿Por qué empieza entonces el siguiente ciclo? ¿Por qué tienden a ser recurrentes y continuos los ciclos económicos? Porque cuando los bancos se han recuperado lo suficiente y están en mejores condiciones, están entonces en una posición confiada como para seguir su camino natural de la expansión del crédito bancario y el siguiente auge se abre camino, llevando las semillas del próximo declive inevitable.

Pero si la banca es la causa del ciclo económico, ¿no son los bancos también parte de la economía privada de mercado y no podemos por tanto decir que el libre mercado es todavía el culpable, aunque solo sea el segmento bancario de ese libre mercado? La respuesta es no, pues los bancos, en primer lugar, nunca serían capaces de expandir el crédito concertadamente si no fuera por la intervención y estímulo del gobierno. Pues si los bancos fueran verdaderamente competitivos, cualquier expansión del crédito por parte de un banco acumularía rápidamente las deudas de ese banco en sus competidores y éstos reclamarían inmediatamente al banco en expansión la redención en efectivo. En resumen, los rivales de un banco reclamará la redención en oro o efectivo de la misma forma que harían los extranjeros, excepto que el proceso sería mucho más rápido y cortaría de raíz cualquier inflación incipiente antes de que empezara. Los bancos solo pueden expandirse cómodamente al unísono cuando existe un banco central, esencialmente un banco público, que disfrute de un monopolio de los negocios públicos y de una posición privilegiada impuesta por el gobierno sobre todo el sistema bancario. Solo cuando se estableció la banca centralizada los bancos fueron capaces de expandirse en cualquier momento y el conocido ciclo económico se puso en marcha en el mundo moderno.

El banco central adquiere su control sobre el sistema bancario mediante medidas gubernamentales como: Hacer que sus pasivos sean dinero de curso legal para todas las deudas y pendientes en impuestos; concediendo al banco central el monopolio en la emisión de billetes bancarios, frente a los depósitos (en Inglaterra, el Banco de Inglaterra, el banco central establecido por el gobierno, tenía un monopolio legal de los billetes bancarios en el área de Londres) o a través de la obligación directa a los bancos a usar el banco central como su cliente para mantener sus reservas de efectivo (como en Estados Unidos y su Reserva Federal). No es que los bancos se quejaran de esta intervención, pues es el establecimiento de la banca centralizada lo que hace posible la expansión del crédito bancario a largo plazo, ya que la expansión de los billetes del banco central proporciona reservas adicionales de efectivo a todo el sistema bancario y permite a todos los bancos comerciales expandir juntos su crédito. La banca centralizada funciona como un acogedor cártel bancario obligatorio para expandir los pasivos de los bancos y los bancos son ahora capaces de expandirse sobre una mayor base de efectivo en forma de billetes del banco central, además del oro.

Así que ahora vemos por fin que el ciclo económico no se produce por ningún misterioso defecto de la economía de mercado, sino más bien lo contrario: por una intervención sistemática del gobierno en el proceso de mercado. La intervención pública produce expansión bancaria e inflación y, cuando se acaba la inflación, entra en juego el subsiguiente ajuste de la depresión.

La teoría ricardiana del ciclo económico entendía lo esencial de una teoría correcta del ciclo: la naturaleza recurrente de las fases del ciclo, la depresión como ajuste de la intervención en el mercado en lugar de por la economía de libre mercado. Pero había aún sin explicar dos problemas: ¿Por qué el repentino grupo  de errores empresariales, el repentino fracaso de la función emprendedora y por qué las mucho más grandes fluctuaciones en los sectores de los bienes de producción que en los de los bienes de consumo? La teoría ricardiana solo explicaba movimientos en el nivel de precios, en los negocios en general; no hubo pistas de la explicación de las enormemente distintas reacciones en los sectores de bienes de capital y de consumo.

La teoría correcta y completamente desarrollada del ciclo económico fue finalmente descubierta y expuesta por el economista austriaco Ludwig von Mises cuando era profesor en la Universidad de Viena. Mises desarrollo los indicios de su solución al problema esencial del ciclo económico en su monumental Teoría del dinero y del crédito, publicada en 1912 y aún, casi 60 años después, el mejor libro sobre teoría del dinero y la banca. Mises desarrolló su teoría del ciclo durante la década de 1920 y llegó al mundo angloparlante a través del principal seguidor de Mises, Friedrich A. von Hayek, que llegó de Viena a enseñar en la London School of Economics a principios de la década de 1930 y publicó, en alemán e inglés, dos libros que aplicaban y desarrollaban la teoría del ciclo de Mises: Teoría monetaria y ciclo económico y Precios y producción. Como Mises y Hayek eran austriacos y también como seguían la tradición de los grandes economistas austriacos del siglo XIX, esta teoría se ha conocido en la literatura como l
a teoría “austriaca” (o de la “sobreinversión monetaria”) del ciclo económico.

A partir de los ricardianos, de la teoría general “austriaca” y de su propio genio creativo, Mises desarrolló la siguiente teoría del ciclo económico:

Sin la expansión bancaria del crédito, la oferta y la demanda tienden a equilibrarse a través del sistema de precios libres y no pueden producirse auges y declives acumulados. Pero luego el gobierno estimula la expansión del crédito bancario a través de su banco central expandiendo los pasivos bancarios y por tanto las reservas de efectivo de todos los bancos comerciales de la nación. Los bancos proceden luego a expandir el crédito y por tanto la oferta monetaria de la nación en forma de cuentas corrientes. Como vieron los ricardianos, esta expansión del dinero bancario lleva al alza los precios de los bienes y por tanto causa inflación. Pero Mises demostró que hace algo más, y es algo incluso más siniestro. La expansión del crédito bancario, al generar nuevos fondos prestados en el mundo de los negocios, rebaja artificialmente el tipo de interés en la economía por debajo de su nivel del libre mercado.

En el mercado libre no intervenido, el tipo de interés se determina puramente por las “preferencias temporales” de todos los individuos que constituyen la economía de mercado. Pues la esencia de un préstamo es que un “bien presente” (dinero que puede usarse en el presente) se intercambia por un “bien futuro” (un pagaré que solo pueda usarse en algún momento futuro). Como la gente siempre prefiere dinero ahora a la perspectiva de tener la misma cantidad en el futuro, el bien presente siempre tiene una prima en el mercado respecto del futuro. Esta prima es el tipo de interés y su nivel variará de acuerdo con el grado en que la gente prefiera lo presente a lo futuro, es decir, el nivel de sus preferencias temporales.

Las preferencias temporales de la gente también determinan el grado en que la gente ahorrará e invertirá, comparado con cuánto consumirá. Si las preferencias temporales de la gente deberían caer, es decir si cae su grado de preferencia por el presente sobre el futuro, entonces la gente tenderá ahora a consumir menos y a ahorrar e invertir más; al mismo tiempo, y por la misma razón, también caerá el tipo de interés, el tipo de descuento temporal. El crecimiento económico se produce en buena parte como resultado de las menores tasas de preferencia temporal, lo que lleva a un aumento en la proporción de ahorro e inversión respecto del consumo y asimismo a una caída en el tipo de interés.

¿Pero qué pasa cuando el cae el tipo de interés, no por menores preferencias temporales y más ahorro, sino por la interferencia pública que promueve la expansión del crédito bancario? En otras palabras, si el tipo de interés cae artificialmente debido a la intervención en lugar de naturalmente, como resultado de cambios en las valoraciones y preferencias del público consumidor.

Lo que pasa es que hay problemas. Pues los hombres de negocios, al ver caer el tipo de interés, reaccionan como siempre harían y deberían hacer ante un cambio así en las señales del mercado: invierten más en bienes de capital y producción. Las inversiones, particularmente en proyectos largos y que consumen tiempo, que antes no parecían rentables ahora sí lo parecen a causa de la caída en las cargas de intereses. En resumen, los hombres de negocios reaccionan como lo harían si hubieran aumentado realmente los ahorros: expanden su inversión en equipamiento duradero, en bienes de capital, en materias primas industriales, en construcción, en comparación con su producción directa de bienes de consumo.

En resumen, los negocios toman prestado alegremente el recién expandido dinero bancario que les llega a tipos más baratos, utilizan l dinero para invertir en bienes de capital y este dinero acaba usándose en renta inmobiliarias más altas y salarios más elevados para trabajadores en los sectores de bienes de capital. El incremento en la demanda empresarial empuja al alza los costes laborales, pero las empresas piensan que pueden pagarlos porque se han visto engañadas por la intervención de gobierno y bancos en el mercado de los préstamos y su intromisión decisivamente importante en la señal del tipo de interés del mercado.

El problema se produce tan pronto como trabajadores y terratenientes (en buena parte los primeros, ya que la mayoría de los ingresos empresariales se utilizan en los salarios) empiezan a gastar el nuevo dinero bancario que han recibido en forma de salarios más elevados. Como las preferencias temporales del público en realidad no han disminuido, la gente no quiere ahorrar más de lo que tiene. Así que los trabajadores se dedican a consumir la mayoría de su nueva renta, en pocas palabras, para restablecer las antiguas proporciones de consumo/ahorro. Esto significa que redirigen el gasto de nuevo a sectores de bienes de consumo y no ahorran e invierten lo bastante como para comprar las máquinas recién fabricadas, equipamientos de capital, materias primas industriales, etc. Todo esto se revela como una repentina depresión aguda y continua en los sectores e los bienes de producción. Una vez los consumidores restablecen sus proporciones deseadas de consumo/inversión, se revela así que los negocios han invertido demasiado en bienes de capital e infrainvertido en bienes de consumo. Las empresas han sido seducidas por la intromisión gubernamental y la rebaja artificial del tipo de interés y actuaron como si hubiera disponibles más ahorro para invertir de los que había realmente. Tan pronto como el nuevo dinero bancario se filtró a través del sistema y los consumidores restablecieron sus antiguas proporciones, quedó claro que no había suficientes ahorros como para comprar todos los bienes de producción y que las empresas habían invertido mal los limitados ahorros disponibles. Las empresas habían sobreinvertido en bienes de capital e infrainvertido en productos de consumo.

Así que el auge inflacionista lleva a distorsiones en el sistema de precios y producción. Los precios de la mano de obra y las materias primas en los sectores de bienes de capital han aumentado durante el auge demasiado como para ser rentables una vez que los consumidores hayan reafirmado sus antiguas preferencias de consumo/inversión. La “depresión” se ve entonces como la fase necesaria y saludable por la que la economía de mercado se exfolia y liquida las inversiones insensatas y antieconómicas del auge y restablece aquellas proporciones entre consumo e inversión que son las realmente deseadas por los consumidores. La depresión es el proceso doloroso, pero necesario por el que el libre mercado exfolia los excesos y errores del auge y restablece a la economía de mercado en su función de servicio eficiente a la masa de consumidores. Como los precios de los factores de producción se han elevado demasiado en el auge, esto significa que deben dejarse caer los precios de la mano de obra y los bienes en estos sectores de bienes de capital hasta que se recobren las relaciones apropiadas del mercado.

Como los trabajadores reciben el dinero aumentado en forma de salarios más altos bastante rápidamente, ¿cómo es que los auges pueden durar años sin que se revelen sus inversiones insensatas, se hagan evidentes sus errores debidos a la intromisión en el mercado con señales de mercado y empiece a funcionar el proceso de ajuste de la depresión? La respuesta es que los auges serían de muy corta duración si la expansión del crédito bancario y consiguiente impulso a la baja de tipo de interés por debajo del nivel del libre mercado fueran cosa de un solo golpe. Pero ocurre que la expansión del crédito no es un solo golpe: procede una y otra vez, no dando nunca a los consumidores la posibilidad de restablecer sus proporciones preferidas en consumo y ahorro, no permitiendo nunca que el aumento en los costes en los sectores de bienes de capital se ajusten al aumento inflacionista en los precios. Igual que al dopar repetidamente a un caballo, el auge mantiene su dirección directo a su inevitable merecido mediante dosis repetidas del estimulante del crédito bancario. Solo cuando la expansión del crédito bancario deba finalmente acabar, ya sea porque los bancos se encuentren en una situación comprometida o porque la gente empieza a hartarse de la inflación continua, el castigo finalmente atrapa al auge. Tan pronto como se detiene la expansión del crédito, deben afrontarse las consecuencias y los inevitables reajustes liquidar las sobreinversiones insensatas del auge, con la reafirmación de un mayor énfasis proporcionado en la producción de bienes de consumo.

Así que la teoría misesiana del ciclo económico explica todos nuestros problemas: la naturaleza repetida y recurrente del ciclo, el grupo masivo de errores empresariales, la mucha mayor intensidad del auge y declive en los sectores de bienes de producción.

Luego Mises centra la culpa del ciclo en la expansión inflacionista del crédito bancario propulsada por la intervención del gobierno y su banco central. ¿Qué dice Mises que debería hacerse, digamos por el gobierno, una vez llega la depresión? ¿Cuál es el papel del gobierno en el remedio de la depresión? En primer lugar, el gobierno debe dejar de hinchar tan pronto como sea posible. Es verdad que esta disposición, inevitablemente, lleva al auge inflacionista repentinamente a su fin y hace empezar la inevitable recesión o depresión. Pero cuanto más espere a esto el gobierno, peores tendrán que ser los reajustes necesarios. Cuanto antes se supere el reajuste de la depresión, mejor. Esto también significa que el gobierno nunca debe tratar de sostener situaciones de negocio insensatas: nunca debe rescatar o prestar dinero a empresas con problemas. Hacer esto sencillamente prologará la agonía y convertirá una fase de depresión aguda y rápida en una enfermedad persistente y crónica. El gobierno nunca debe tratar de sostener salarios o precios de bienes de producción: hacerlo causará una depresión indefinida y prolongada y un desempleo masivo en los sectores esenciales de bienes de capital. El gobierno no debe tratar de volver a inflar para salir de la depresión. Pues aunque esta reinflación tenga éxito, solo generará más problemas más adelante. El gobierno no debe hacer nada por estimular el consumo y no debe aumentar sus propios gastos, pues esto aumentará aún más la relación social consumo/inversión. De hecho, recortar el presupuesto del gobierno aumentará la relación. Lo que la economía necesita no es más gasto en consumo, sino más ahorro, para validar algunas de las inversiones excesivas del auge.

Así que lo que debería hacer el gobierno, según el análisis misesiano de la depresión, es absolutamente nada. Debería, desde el punto de vista de la salud económica y de acabar con la depresión lo antes posible, mantener una política estricta de laissez faire, de manos afuera. Todo lo que hace retrasará y obstaculizará el proceso de ajuste del mercado; cuanto menos haga, más rápidamente hará su trabajo el proceso de ajuste del mercado y se producirá una sólida recuperación económica.

La receta misesiana es por tanto exactamente la contraria de la keynesiana: El gobierno ha de apartar sus manos de la economía y limitarse a parar su propia inflación y recortar su propio presupuesto.

Hoy se ha olvidado completamente, incluso entre los economistas, que la explicación y análisis misesianos de la depresión ganaron mucho impulso precisamente durante la Gran Depresión de la década de 1930, la misma depresión que siempre se ha expuesto a los defensores de la economía de libre mercado como el mayor fracaso catastrófico del capitalismo del laissez faire. No fue eso. 1929 se hizo inevitable por la enorme expansión del crédito a lo largo del mundo occidental durante la década de 1920: una política adoptada deliberadamente por los gobiernos occidentales y principalmente por el Sistema de la Reserva Federal en Estados Unidos. Fue posible por el fracaso del mundo occidental en volver a un genuino patrón oro tras la Primera Guerra Mundial y permitir así más espacio a políticas inflacionista del gobierno. Todo el mundo piensa ahora en el presidente Coolidge como un creyente en el laissez faire y en una economía de mercado no intervenida: no lo era y, trágicamente, menos aún en el campo de dinero y el crédito. Por desgracia, los pecados y errores de la intervención de Coolidge se pusieron en el debe de una inexistente economía de libre mercado.

Si Coolidge hizo inevitable 1929, fue el presidente Hoover el que prolongó y profundizó la depresión, transformándola de una depresión típicamente aguda pero de rápida desaparición en una enfermedad persistente y casi fatal, una enfermedad “curada” solo por el holocausto de la Segunda Guerra Mundial. Hoover, no Franklin Roosevelt, fue el fundador de la política del “New Deal”: esencialmente el uso masivo del Estado para ahcer exactamente aquellos contra lo que más advertía la teoría misesiana: sostener salarios por encima de los niveles del libre mercado, sostener precios, inflar el crédito y prestar dinero para situación de negocio con problemas. Roosevelt solo avanzó en un mayor grado lo que había iniciado Hoover. El resultado, por primera vez en la historia de Estados Unidos, fue una depresión casi perpetua y un desempleo masivo casi permanente. La crisis de Coolidge se había convertido en la depresión de Hoover-Roosevelt prolongada sin precedentes.

Ludwig von Mises había predicho la depresión durante el cénit del gran auge de la década de 1920 (un momento en el que, igual que hoy, economistas y políticos, armados con una “nueva economía” de inflación perpetua y con nuevas “herramientas” proporcionadas por el Sistema de la Reserva Federal, proclamaban una “nueva era” de prosperidad permanente garantizadas por nuestros sabios doctores económicos en Washington). Ludwig von Mises, armado solo con una teoría correcta del ciclo económico, fue uno de los muy pocos economistas que predijeron la Gran Depresión y por tanto el mundo económico se vio obligado a escucharle con respeto.  F.A. Hayek predicó en Inglaterra y los economistas jóvenes ingleses estaban todos, al principio de la década de 1930, empezando a adoptar la teoría misesiana del ciclo para su análisis de la depresión, y por supuesto a adoptar la receta de una política de estricto libre mercado que derivaba de esta teoría. Por desgracia, los economistas han adoptado hoy la noción histórica de Lord Keynes: que ningún “economista clásico” tuvo una teoría del ciclo económico hasta que llegó Keynes en 1936. Hubo una teoría de la depresión, estaba dentro de la tradición económica clásica, su receta era un dinero fuerte estricto y laissez faire y estaba siendo adoptada rápidamente en Inglaterra e incluso en Estados Unidos como la teoría aceptada del ciclo económico. (Una ironía particular es que el principal defensor “austriaco” en Estados Unidos a inicios y mediados de la década de 1930 fue nada menos que el profesor Alvin Hansen, que pronto se significaría como el principal discípulo de Keynes en este país).

Lo que acabó con la creciente aceptación de la teoría misesiana del ciclo fue sencillamente la “revolución keynesiana”, el asombroso barrido del mundo económico que hizo la teoría keynesiana poco después de la publicación de la Teoría general en 1936. No es que la teoría misesiana fuera rebatida con éxito, simplemente fue olvidada en la carrera por subirse al vagón keynesiano repentinamente de moda. Algunos de los principales partidario de la teoría de Mises (que estaba claro que la conocían mejor) sucumbieron a los nuevos vientos establecidos de la doctrina y consiguientemente lograron importante puestos en las universidades estadounidenses.

Pero ahora el archikeynasiano The Economist de Londres ha proclamado recientemente que “Keynes está muerto”. Después de más de una década de afrontar incisivas críticas teóricas y refutaciones por los testarudos hechos económicos, los keynesianos están ahora en una retirada general y masiva. Repito que se está reconociendo a regañadientes que la oferta monetaria y el crédito bancario desempeñan un papel esencial en el ciclo. Es el momento apropiado para un redescubrimiento, un renacimiento, de la teoría del ciclo económico de Mises. Nunca será tarde, si es que se hace alguna vez, para el concepto de que debería desecharse un Consejo de Asesores Económicos y verse una retirada masiva del gobierno de la esfera económica. Pero para que todo esto se produzca, el mundo de la economía, y la gente en general, deben ser conscientes de la existencia de una explicación del ciclo económico que ha permanecido olvidada en la estantería durante demasiados años trágicos.

[Este ensayo se publicó originalmente como un minilibro por parte de la  Constitutional Alliance of Lansing, Michigan, en 1969]

Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí: aquí.

El dinero y el individuo





La teoría del dinero y del crédito, de Ludwig von Mises, es simplemente una de las más extraordinarias contribuciones al pensamiento económico del siglo XX. Aparece como culminación y realización de la “Escuela Austriaca” de economía y además, al hacerlo, funda por sí misma una nueva escuela de pensamiento.
La Escuela Austriaca aparece como una burbuja de luz en el mundo de la economía en la década de 1870 y 1880, sirviendo para derrocar al sistema clásico o ricardiano que había llegado a un callejón sin salida. Este derrocamiento ha sido calificado a menudo como “revolución marginal”, pero esta etiqueta es altamente inadecuada para el nuevo modo de pensamiento económico. La esencia del nuevo paradigma austriaco era analizar el individuo, sus acciones y elecciones como pilares fundamentales de la economía.
La economía clásica pensaba en términos de grandes clases y por tanto no podía ofrecer explicaciones satisfactorias para el valor, el precio o las ganancias en la economía de mercado. Los austriacos empezaban con las acciones de los individuos. Por ejemplo, el valor económico consistía en las valoraciones realizadas por los individuos que eligen y los precios resultaban de las interacciones del mercado basadas en estas evaluaciones.
La Escuela Austriaca se inició con Carl Menger, profesor de economía en la Universidad de Viena, con la publicación de sus Principios de economía política (Grundsätze der Volkswirtschaftstehre) en 1871. Fue posteriormente desarrollada y sistematizada por el alumno y sucesor de Menger en Viena, Eugen von Böhm-Bawerk, en escritos a partir de la década de 1880, especialmente en distintas ediciones de sus volúmenes de Valor, capital, interés. Entre ellas y basándose en su análisis fundamental de la valoración, acción y elección individual, Menger y Böhm-Bawerk explicaban todos los aspectos de lo que hoy se llama “microeconomía”: utilidad, precio, intercambio, producción, salarios, interés y capital.
Ludwig von Mises era un austriaco de “tercera generación”, un estudiante brillante en el famoso seminario de grado de Böhm-Bawerk en la Universidad de Viena en la primera década del siglo XX. El gran éxito de Mises en La teoría del dinero y del crédito (publicada en 1912) fue tomar el método austriaco y aplicarlo a una manifiesta y vital laguna en la teoría austriaca: la amplia área macroeconómica el dinero y los precios en general.
Porque la teoría monetaria seguía languideciendo en el molde ricardiano. Mientras que la teoría “micro” general se basaba en el análisis de la acción individual y construía los fenómenos de mercado a partir de los bloques de la elección individual, la teoría monetaria seguía siendo “holística”, ocupándose de agregados muy alejados de las elecciones reales. De aquí la separación total de las esferas micro y macro. Mientras que todos los demás fenómenos económicos se explicaban por la acción individual, la oferta de dinero se consideraba como algo dado y externo al mercado y se pensaba que la oferta afectaba mecánicamente a una abstracción llamada “el nivel de precios”. No aparecía el análisis de la elección individual que ilustraba el área “micro”. Las dos esferas se analizaban totalmente separadas y sobre diferentes fundamentos. Este libro realizó la asombrosa tarea de integrar la teoría monetaria y la micro, de construir una teoría monetaria bajo los fundamentos individualistas del análisis económico general.
Eugen von Böhm-Bawerk murió poco después de la publicación de La teoría del dinero y del crédito y los ortodoxos böhmbawerkianos, encerrados en su viejo paradigma, rechazaron aceptar la nueva ruptura de la teoría del dinero y los ciclos económicos. Mises por tanto tuvo que emprender la dura tarea de fundar su nueva escuela de pensamiento neo-austriaca o misesiana. Tenía la desventaja del hecho de que su puesto en la Universidad de Viena no estaba pagado; aún así, durante toda la década de 1920 muchos estudiantes brillantes acudieron en masa a su Privatseminar.
En el mundo angloparlante, la aceptación de las ideas de Mises estaba gravemente dificultada por el simple pero significativo hecho de que pocos economistas leían otra lengua distinta del inglés. La teoría del dinero y del crédito de Mises no se tradujo al inglés hasta 1934 y fue el resultado de dos décadas de olvido de las ideas misesianas. El análisis del saldo de caja se desarrolló a finales de la década de 1920 en Inglaterra por parte de Sir Dennis H. Robertson, pero su visión era holística y agregativa, y no se basaba en la acción individual.
La teoría de la paridad del poder de compra llegó sólo a Inglaterra y Estados Unidos a través de la forma defectuosa y diluida propuesta por el economista sueco Gustav Cassel. El desconocimiento de la teoría de Cuhel-Mises de la utilidad marginal ordinal permitió a los economistas occidentales, liderados por Hicks y Allen a mediados de la década de 1930, desechar completamente la utilidad marginal a favor de la falsa “curva de indiferencia”, ahora familiar en los libros de texto de micro.
La integración de Mises de la teoría micro y macro, su desarrollada teoría del dinero y el teorema de la regresión, así como su sofisticado análisis de la inflación fueron totalmente ignorados por economistas posteriores. La idea de integrar la teoría macro en bases micro está más alejada que nunca de la práctica económica actual.
Sólo llegó al mundo angloparlante la teoría del ciclo económico de Mises y esta proeza se logró más por medios personales que escritos. El extraordinario seguidor de Mises, Friedrich A. von Hayek, emigró a Londres en 1931 para asumir el puesto de profesor en la London School of Economics. Hayek, que se había concentrado en desarrollar las ideas de Mises en una teoría sistemática del ciclo económico, se las arregló rápidamente para convertir a los mejores de la nueva generación de economistas ingleses y uno de los más brillantes de este grupo, Lionel Robbins, fue responsable de la traducción al inglés de La teoría del dinero y del crédito.
Durante unos pocos años gloriosos a principios de la década de 1930, esas jóvenes luminarias de la economía inglesa como Robbins, Nicholas Kaldor, John R. Hicks, Abba P. Lerner y Frederic Benham cayeron bajo la fuerte influencia de Hayek. Entretanto, los seguidores austriacos de la teoría del ciclo económico de Mises (principalmente Fritz Machlup y Gottfried von Haberler) empezaron a ser traducidos o publicados en Estados Unidos. También en Estados Unidos, el joven Alvin H. Hansen se estaba convirtiendo en el principal defensor de la teoría del ciclo de Mises-Hayek.
La teoría del ciclo económico de Mises se estaba adoptando precisamente como una explicación convincente de la Gran Depresión, una depresión que Mises anticipó a finales de la década de 1920. Pero justamente cuando se estaba extendiendo por Inglaterra y Estados Unidos, la revolución keynesiana barrió el mundo económico, convirtiendo incluso a quienes más sabían. El proceso de conversión ganó, no rebatiendo pacientemente las opiniones miesianas u otras, sino simplemente ignorándolas… y llevando al mundo económico a viejas e insensatas opiniones inflacionistas vestidas superficialmente con una nueva e imponente jerga.
A final de la década de 1930, sólo Hayek y ninguno de los demás discípulos suyos o de Mises, seguía siendo fiel a la opinión misesiana sobre el ciclo económico. La teoría del dinero y del crédito de Mises en su versión inglesa apenas tuvo tiempo para leerse antes de que la revolución keynesiana de 1936 hiciera inaccesible psicológicamente el pensamiento prekeynesiano, especialmente sobre los ciclos económicos, para la siguiente generación de economistas.
Mises añadió la parte cuatro a la edición inglesa de La teoría del dinero y del crédito de 1953. Pero la economía keynesiana estaba volando alto y el mundo de la economía estaba escasamente dispuesto a recobrar la atención hacia las ideas misesianas. Sin embargo, ahora y particularmente desde su muerte en 1973, la economía misesiana ha experimentado un notable resurgimiento, especialmente en Estado Unidos. Hay abundantes conferencias, simposios, libros, artículos y disertaciones sobre economía austriaca misesiana.
Con el sistema keynesiano en total desorden, tambaleándose por una inflación crónica y acelerada salpicada de periodos de recesión inflacionaria, los economistas son más receptivos a la teoría misesiana del ciclo de lo que lo han sido en cuatro décadas. Esperemos que esta nueva edición estimule a los economistas a reexaminar las demás brillantes ideas de esta obra maestra lamentablemente ignorada y que la integración del dinero y la banca de Mises con la teoría micro sirva de base para avances futuros en el pensamiento monetario.
Prólogo de La teoría del dinero y del crédito.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

¿Por qué la democracia premia la gente mala?


Hans-Hermann Hoppe
Una de las tesis más extensamente aceptadas entre los economistas políticos es la siguiente: Todos los monopolios son malos desde el punto de vista de los consumidores. Por monopolio se entiende, en su sentido clásico, como un privilegio exclusivo otorgado a un productor unico de un bien o servicio, o sea, como la ausencia de entradas libres en una línea particular de producción. Es decir, sólo una agencia, A, puede producir un bien dado, X. Cualquier monopolio es malo para los consumidores porque, protegido de nuevos participantes potenciales en su área de producción, el precio del producto X será más alto y la calidad más baja que si fuera de otro modo.
Esta verdad elemental ha sido invocada con frecuencia como un argumento a favor del gobierno democrático como opuesto al gobierno clásico, monárquico o señorial. Porque bajo la democracia la entrada al aparato gubernamental es libre – cualquiera puede llegar a ser primer ministro o presidente – mientras que bajo la monarquía está restringido al rey y su heredero.
Sin embargo, este argumento en favor de la democracia adolece de fallas fatales. La entrada libre no siempre es buena. Libertad de entrada y competencia en la producción de bienes son buenas, pero en la producción de algo malo no lo son. Libertad de entrada en el negocio de torturar y matar inocentes, o la libre competencia de falsificar o estafar, por ejemplo no son buenas; es peor que malo. ¿Así que qué tipo de “negocio” es gobernar? La respuesta: no es un productor usual de bienes en venta a consumidores voluntarios. Por lo tanto es un “negocio” dedicado a robar y a expropiar – por medio de impuestos y falsificación – y a guardar para sí los bienes robados. De ahí que, la libertad de entrar en el gobierno no mejora algo bueno. En realidad, hace las cosas peores, es decir, agrava lo malo.
Desde que el hombre es como es, en toda sociedad existen personas que codician la propiedad de los demás. Algunas personas están más inclinadas a este sentimiento que otras, los individuos aprenden generalmente a no actuar bajo tales pasiones y aún más, se sienten avergonzados de tenerlas. Ordinariamente pocos individuos son incapaces de suprimir exitosamente sus apetitos por la propiedad de otros, y son tratados como criminales por sus congéneres y reprimidos bajo la amenaza del castigo físico. Bajo el gobierno señorial, sólo una sola persona – el príncipe – puede actuar legalmente bajo el deseo por la propiedad de otra persona, y esto es lo que lo convierte en un peligro potencial y en un “malo”.
Sin embargo, un príncipe es restringido en sus deseos de redistribución porque todos los miembros de la sociedad han aprendido a considerar el tomar y redistribuir la propiedad de otras personas, como vergonzoso e inmoral. Por consiguiente miran cada acción del príncipe con sospecha suprema. En claro contraste, al abrir la entrada en el gobierno, a cualquiera le es permitido expresar libremente su deseo por la propiedad de otros. Lo qué era considerado anteriormente como inmoral y por consiguiente suprimido, es ahora considerado como un sentimiento legítimo. Todos pueden codiciar abiertamente la propiedad de otros en nombre de la democracia; y todos pueden actuar bajo este deseo por la propiedad de otros, siempre y cuando logren entrar en el gobierno. De ahí que bajo la democracia cualquiera puede llegar a ser una amenaza.
En consecuencia, bajo condiciones democráticas, el popular deseo por la propiedad de otra persona, aunque inmoral y antisocial, es sistemáticamente reforzado. Toda demanda es legítima si es proclamada públicamente bajo la protección especial de la “libertad de expresión”. Todo puede ser dicho y reclamado, y todo está a disposición de cualquiera. Ni siquiera el aparentemente seguro derecho de propiedad privada está exento de alguna solicitud de redistribución. Peor aún, mediante elecciones populares, aquellos miembros de la sociedad con poca o ninguna inhibición para hacerse a la propiedad de otras personas, eso es amorales habituales, con gran talento para obtener las mayorías populares para una multitud de demandas moralmente irreprimidas y mutuamente incompatibles (demagogos eficientes) tenderán a ganar entrada y ascenso a la cima del gobierno. De ahí que, una situación mala llega a ser todavía peor.
Históricamente, la selección de un príncipe fue por el accidente de su nacimiento noble, y típicamente el único requisito personal fue su educación como futuro príncipe y custodio de la dinastía, su posición, y sus posesiones. Esto no aseguraba que un príncipe no fuera malo y peligroso, por supuesto. Sin embargo, vale recordar que todo príncipe que fallaba en su deber primario de preservar la dinastía – que arruinaba el país, que causaba inestabilidad, confusión y disensión civil, o que de cualquiera forma pusiera en peligro la posición de la dinastía – encaraba el riesgo inmediato o bien de ser neutralizado o de ser asesinado por otro miembro de su propia familia. En todo caso, sin embargo, incluso si el accidente del nacimiento y educación no impidiera que un príncipe quizás fuera malo y peligroso, el accidente de un nacimiento noble y una educación magnífica tampoco impedía que fuera un diletante inocuo o aún una persona buena y moral.
Por lo contrario, la selección de gobernantes por medio de elecciones populares hace casi imposible que una persona buena o inocua pueda jamás subir a la cúspide. Primeros ministros y presidentes son escogidos por su eficiencia probada como demagogos moralmente laxos. Por lo tanto la democracia asegura virtualmente que sólo personas malas y peligrosas suban al más alto gobierno. Efectivamente, a consecuencia de la libre competencia y selección políticas, los que suben llegan a ser individuos cada vez más malos y peligrosos, pero como vigilantes transitorios e intercambiables sólo en pocas ocasiones son asesinados.
No puede haber mejor cita que la de H.L. Mencken en este contexto. “Los políticos,” dice con su agudeza típica, “nunca o rara vez logran menos en estados democráticos. A veces, claro está, sucede, pero sólo por un milagro especial. Normalmente son escogidos por razones bastante diferentes, la principal de las cuales es simplemente su poder de impresionar y hechizar a los marginadosintelectuales…. ¿Acaso alguno de ellos se aventura a decir la verdad simple, toda la verdad y nada más que la verdad acerca de la situación del país, sea éste extranjero o doméstico? ¿Se abstendrá de hacer promesas que sabe que no puede cumplir – que ningún humano podría cumplir? ¿Pronunciará una palabra, por obvia que sea, que alarme o enajene a cualquiera de la inmensa mayoría de imbéciles que se arraciman en la coyuntura pública, revolcándose en la papilla cada vez más y más delgada, esperando que llegue lo que no ha de llegar? Respuesta: puede ser cierto, pero sólo por unas pocas semanas al comienzo…. Pero nunca después que el asunto se ha debatido suficientemente, y la lucha está en su punto álgido…. Prometerán a cada hombre, mujer y niño en el país, cualquier cosa que quieran oir. Recorreran los campos en busca de oportunidades de hacer rico al pobre, de remediar lo irremediable, de asistir al que ya ni siquiera necesita socorro, de descifrar lo indescifrable, de desinflamar lo ininflamable. Todos estarán curando verrugas con palabras mágicas y saldando la deuda pública con dinero que nadie tendrá que ganar. Cuándo uno de ellos demuestra que dos veces dos son cinco, otro demostrará que son seis, seis y una mitad, diez, veinte, N. Para abreviar, se despojarán de su carácter de hombres sensatos, sinceros y veraces, y se convertirán simplemente en candidatos para el oficio, centrados sólamente en arrinconar votos. Todos sabrán en ese entonces, suponiendo que algunos aún no lo saben, que los votos se obtienen en la democracia, no con palabras coherentes y juiciosas sino hablando tonterías, y se aplicarán al trabajo con entusiasmo, cantando y bailando. La mayoría, antes que el alboroto termine, ya estarán realmente convencidos. El ganador será quien haga la mayor cantidad de promesas con la menor posibilidad de cumplir”.
Este documento se publicó inicialmente con el título: Porqué los malos gobiernan
Traducción de RODRIGO BETANCUR

Libertad y Propiedad: Mises, en 1958

Los Escolásticos y la Ciencia Económica - Jesús Huerta de Soto

Pensiones y estimaciones de burbuja

Daniel Lacalle


“Can't get enough, and you know it's righteous stuff, goes up like prices at Christmas, you can call me Motorhead” Lemmy Kilmister

Una semana más y volvemos a constatar la falsedad de los unicornios que se nos venden los populismos con esas estimaciones de ingresos fiscales perdidos y futuros que se mueven entre el delirio y la estulticia. Y es que el gran engaño siempre es apuntar hacia unos supuestos ingresos multimillonarios que aparecerán seguro cuando ellos gobiernen –a nadie se le ocurrió antes rascar del contribuyente- y financiar la arcadia feliz de gasto perenne.
Syriza ha reconocido esta semana que exageró la cifra de incremento de ingresos públicos que prometió. Ustedes dirán que no es una novedad. Como hemos explicado aquí (lean), la exageración en estimaciones de ingresos son una constante y la media de error es de alrededor del 1%-1,5% del PIB.
La diferencia es la magnitud del cuento chino de las soluciones mágicas populistas. El programa de Syriza prometía –con la firma de trescientos “expertos” por supuesto ideológicamente afines- que iban a aumentar 12.000 millones de euros como siempre. “Impuestos a los ricos” y “lucha contra el fraude”. Ahora, a pesar de haber subido impuestos más de lo que decían, han reducido su estimación de ingresos adicionales a 680 millones. Total, un timo equivalente a casi el 5% del PIB del país en estimaciones de unicornios mágicos.
Y es que el cuento de los supuestos ingresos por impuestos a “lorricos” y fraude son como “enseguida” y “ahorita mismo”. Promesas de nada que luego se convierten en subidas a todos. Cuando se lanzan a dar cifras escandalosas incluyen acciones que –si esas “grandes fortunas” pusieran a la venta- perderían una enorme parte de su valor, y juntan –eso me encanta- deuda y capital. ¿Se imaginan que el Sr. Ortega, al que mencionan constantemente, pusiera a la venta todas o gran parte de sus acciones en su empresa? Que se desplomarían en bolsa ¿Qué creen que ocurriría con su “fortuna”? Considerando que hace poco decían que Endesa gana más de diez veces sus beneficios reales no es de extrañar que suelten cifras descomunales… Algún incauto se las creerá.
Como dijimos en su momento, el que piense que las 4.600 “grandes fortunas” van a sufragar las decenas de miles de millones anuales que prometen los aristócratas del unicornio, sepan que lo van a pagar ustedes.
PENSIONES Y MENTIRAS
En esta columna hemos hablado en varias ocasiones de las pensiones (lean) y se repiten grandes falsedades:
El gobierno ha vaciado la hucha de las pensiones. El sistema de pensiones es de reparto. La “hucha de las pensiones” contabiliza a nivel Estado junto a la deuda. Se trata de un instrumento temporal del propio sistema que se creó para pagar pensiones en época de crisis, se llena con empleo. El que dice que hubiera preservado la hucha de las pensiones solo podría haberlo hecho endeudándose o recortándolas. La reducción de la hucha de pensiones se ha generado por efectos demográficos y por el desempleo, no por la reforma laboral o los salarios porque las cotizaciones efectivas han aumentado desde 2013 De hecho los principales factores de reducción de ingresos de la Seguridad Social en ese periodo son por la partida “otros ingresos corrientes” y “venta de inmuebles”.
-No, subiendo impuestos no lo hubieran hecho. En Francia llevan con un impuesto “de solidaridad” para pagar las pensiones desde hace años y se han recortado regularmente desde mediados de los 90, la última vez el año 2014. Y, en España, subiendo todos los impuestos no se recaudó ni un 40% de la cantidad utilizada para pensiones en 2015.
Las pensiones se pagan con empleo, con las cotizaciones sociales. La crisis destruyó tres millones y medios de puestos de trabajo, dejó en déficit las pensiones en 2011 y éstas congeladas. Se ha recuperado la mitad del empleo destruido por la crisis (y aun queda mucho por hacer), peromientras en 2011 por cada nueva pensión se destruían 3 empleos, hoy por cada nueva pensión, se crean 7.
-Los que defienden un modelo “francés” callan –a sabiendas- que en España las pensiones son muy superiores a las de esos países que quieren copiar con respecto del último sueldo percibido. Es lo que se llama la tasa de sustitución. Las pensiones españolas suponen cerca del 70% del último salario, mientras en Europa y la OCDE no llegan ni de lejos. La enorme mayoría de los sistemas de reparto a la francesa no llegan al 50%.
-La falacia de que defender un sistema mixto de capitalización y reparto (como existe en Suecia) es “privatizar”. Simplemente es una falacia porque se puede tener un plan de pensiones de capitalización con gestión pública o privada.
Pensar que la revalorización de las pensiones se va a dar automáticamente por decisión política es –como mínimo- imprudente. Decir que la revalorización de las pensiones públicas ha sido superior a las privadas es un engaño ya que en las primeras se pagan las pensiones con las contribuciones de todos los demás, no con la subida o bajada de la rentabilidad de los activos en los que se invierte.
Si se hubieran repartido solo las cotizaciones efectivas actualizadas en términos reales, muy pocos percibirían la paga mensual que reciben hoy del sistema público. Sería alrededor de un 30-40% inferior.
La solución al sistema de pensiones nunca ha sido la represión fiscal, y se ha demostrado en todos los países de la UE que han tomado esa ruta. Más recortes y menor pensión con respecto al último sueldo percibido.
Como explicamos aquí en “¿Cómo pagamos las pensiones?”, no se va a solventar sin un análisis desapasionado del reto demográfico -vivimos muchos más años, lo cual es una bendición- y el económico – reparto y capitalización-.

ALGUNAS MEDIDAS LLEVADAS A CABO
Las pensiones son sostenibles a medio y largo plazo pero precisan de un actuación de gobierno responsable que apueste, en primer lugar por el empleo.
En estos años se han llevado a cabo algunas medidas en la buena dirección, como: separar las fuentes de financiación para pagar solo con cotizaciones las pensiones contributivas. Las no contributivas se pagan desde 2013 con los presupuestos generales del estado. Existe un nuevo índice de revalorización para que las pensiones suban siempre y lo hagan en función de las posibilidades económicas del sistema, al menos un 0,25%, de manera que no dependa de decisiones políticas de cada gobierno. Desde 2013 las pensiones han subido siempre y aunque moderadamente, los pensionistas ganaron 1.600 millones de euros hasta septiembre. El Factor de Sostenibilidad, que tiene en cuenta la esperanza de vida al calcular la pensión se aprobó en 2013, aunque no entrará en vigor hasta 2019. Se favorece el Envejecimiento Activo, que el que quiera seguir trabajando, pueda hacerlo. Hoy es posible cobrar el 50% de la pensión y tener empleo al mismo tiempo. Solo se paga una cotización del 8% (6% la empresa y 2% el trabajador), son más de 30.000 personas las que lo hacen y el 85% son autónomos.
El sistema de reparto solo va a funcionar si se ponen como pilares de la política económica el crecimiento económico y el empleo y se reconocen los cambios demográficos adaptándolo a una población que vive muchos más años y merece su recompensa. El envejecimiento de la población solo se suple con mayor productividad, empleo y creación de mayor renta.
Porque eso es lo que es un sistema de reparto, una recompensa, no el valor actual neto de las contribuciones pasadas, que se usaron para pagar a los jubilados de aquel momento. Pero por ello no debemos dejar a los jóvenes sin esa misma recompensa si las tendencias demográficas se cumplen. Un sistema mixto de capitalización y reparto no es “neoliberal”. Lo saben en Suecia. Es lógica.
Si usted quiere una pensión garantizada, no apueste por aquellos que lo único que garantizan es la recesión y el paro. El resto son cuentos, como los de los ingresos estimados de Syriza.