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jueves, 20 de octubre de 2016

La ignorancia es más costosa en la política que en los mercados





Durante meses he visto artículos acerca de la ignorancia económica masiva que afecta a las opiniones de los candidatos y a cómo “arreglarían” los que piensan que son los problemas de la nación. Esencialmente dicen que ningún candidato sabe lo suficiente como para aprobar un curso de principios de economía y mucho menos para mejorar el bienestar general de los estadounidenses. No puedo estar en desacuerdo.
Los candidatos a veces dicen cosas con algún sentido (reconociendo cargas por la regulación). Pero no han conseguido entender el coste de oportunidad (universidad gratuita y vacaciones pagadas) ni la ventaja comparativa (proteccionismo), que las rentas en el mercado se ganan beneficiando a otros (haciendo que “los ricos” paguen más), los derechos de propiedad y el papel de los beneficios (sugerencias para la distribución obligatoria de beneficios), el mercado laboral (propuestas de subida de salarios mínimos y oposición a las leyes del derecho a trabajar) ni el capital (queriendo mayores impuestos para los poseedores de capital, pero llamando inversión a tomar nuestros recursos para otros).

La diferencia entre mercado y política

¿Pero por qué han conseguido llegar los candidatos a las elecciones generales vendiendo esa panacea universal? Thomas Sowell, en Knowledge and Decisions, se preguntaba el porqué de esa ignorancia persistente de la gente, así como por qué “saber muy bien que no es así”, lleva a más daño social a través de la política que de las disposiciones del mercado.
El conocimiento económico no tiene que estar claro para consumidor, sino que se expresa (y resume) en los precios y calidades de los bienes. El consumidor puede no tener ninguna idea en absoluto (o incluso tener una idea errónea) respecto a por qué un producto cuesta menos y sirve mejor a su propósito, todo lo que necesita es ese mismo resultado final. Por supuesto, alguien debe tener conocimiento concreto de cómo llegar a ese resultado. Lo crucial para la competencia económica es que un mejor y más preciso conocimiento por parte del productor es una ventaja competitiva defensiva, independientemente de si el consumidor comparte alguna parte del conocimiento.
Sin embargo, en la competencia política:
El conocimiento político se expresa por articulación y su transmisión adecuada a través de la competencia política depende de las existencias preexistentes de conocimiento y compresión del ciudadano que lo recibe. (…) En la competencia política, un conocimiento adecuado no tiene esa ventaja competitiva decisiva, porque lo que se está “vendiendo” no es un resultado final, sino una creencia factible acerca de un proceso complejo.
En otras palabras, los consumidores no necesitan entender concretamente cómo se logra algo para estar bien atendidos por la competencia del mercado. Mientras puedan elegir qué bienes de los proveedores satisfacen mejor sus preferencias y situaciones, aquellos que resuelvan los problemas importantes más eficazmente tenderán a sobrevivir a los demás. Como resumía Sowell: “Donde no hay fuerza, aparece cualquier método de atender estas dificultades, teniendo el menos costoso de entre ellos una ventaja competitiva decisiva en las transacciones voluntarias”.
Por el contrario, los votantes deben entender cómo funcionaría realmente algo para evaluar correctamente qué políticos les servirán mejor (les des-servirán menos) o en caso contrario pueden recompensarse las malas comprensiones y representaciones de los políticos. Y el atractivo político de una comprensión inferior está “tan extendida como la creencia en que el orden requiere diseño, en que la alternativa al caos es la intención explícita y en que no hay compensaciones meramente incrementales, sino ‘necesidades’ objetivamente especificas, cuantificables y categóricas”.
En los mercados, “los precios expresan un conocimiento efectivo de las limitaciones inherentes”, a partir del cual, “los consumidores compran resultados y dejan los procesos a quienes tienen un conocimiento especializado de esas cosas”. Por el contrario, “los votos no lo hacen (…) no hay limitaciones en mi votación para [cosas mutuamente incoherentes] (…) opciones deseadas simultáneamente [pero] irrealizables desde principio”. Además, “una parte no pequeña el arte de la política consiste en exponer falsamente acciones y tratar de darles el aspecto de afirmaciones de competencia simultáneamente satisfactorias, cuando en realidad no pueden satisfacerse”. Consecuentemente, “la competencia entre grupos políticos no produce por tanto un conocimiento más apropiado, como en la competencia económica, sino que promueve esperanzas y temores exagerados”.
El resultado final demasiado común es que:
En su comportamiento político, el público debe juzgar procesos, incluyendo procesos económicos, sobre los cuales puede ser ignorante o estar mal informado. (…) Una vez el proceso está en marcha, todo problema percibido (cualquiera que sea su realidad u origen) reclama una solución política y estas “soluciones” tienden a crear una oferta eterna de nuevos problemas a “resolver”.
En el panorama político actual, esto se expresa en muchas maneras diferentes. A las personas que creen que un comercio más libre daña a la gente en lugar de crear ganancias mutuas, las promesas de “aplicar mano dura” o imponer aranceles más altos sobre productos extranjeros les parecen atractivas. Las personas que creen que ganan menos porque “el 1%” gana demasiado, “encontrarán atractivos los impuestos punitivos”. A las personas que piensen que los diversos servicios en el trabajo (como las vacaciones pagadas obligatorias) salen de los bolsillos de los empresarios, en lugar de los paquetes de remuneración de los trabajadores (una vez ha habido tiempo para ajustarse), las nuevas órdenes del gobierno les parecerán una buena idea. A las personas que piensen que salarios mínimos más altos beneficiarían a “los pobres” y no entiendan los inconvenientes (como menos horas trabajadas y mayor desempleo), los salarios mínimos les resultarán atractivos.
En estos y otros ejemplos, la mala información del votante puede llevar a ser más populares a políticos que realizan malas prácticas económicas, imponiendo un precio mucho mayor sobre la sociedad que cantidades similares de mala información al consumidor en el mercado.
Recordando “El uso del conocimiento en la sociedad”, de Friedrich Hayek, Sowell decía que “tal vez el mayor logro de las economías de mercado esté en economizar la cantidad de conocimiento necesario para producir un resultado económico concreto”. Sin embargo, también reconocía que “Esa es también su mayor vulnerabilidad política”, que estamos viendo producirse delante de nuestros ojos. El público, que se beneficia de grandes y variados acuerdos voluntarios del mercado sin entenderlos, puede verse atraído por cantos de sirena de algo a cambio de nada, porque no ven como esto socava esas disposiciones irremplazables que le sirven de manera fiable.

El artículo original se encuentra aquí.

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