Jeff Deist
[De un discurso realizado en el círculo Mises de Boston, 1 de octubre de 2016]
Un periodista de The Chronicle of Higher Education me contactó recientemente preguntándome acerca de los think tanks de libre mercado afiliados a universidades. ¿Pueden el instituto Mises u otras organizaciones producir la base científica para lo que él ve como una creciente fe entre los políticos en el poder de los mercados libres para resolver los problemas sociales y conseguir los mejores resultados? ¿Cuál es, preguntaba, el estado de las evidencias científicas de esto? ¿Dónde está la prueba? ¿Cómo sabemos realmente que funciona todo esto del libre mercado?
Estuve tentado de responder con algo sarcástico como “el siglo XX”. Pero conozco una trampa cuando la veo y conseguí tener una conversación telefónica muy civilizada con él y le expliqué amablemente que no, que la mayoría de los políticos defienden una economía mixta y todo eso.
Pero lo que resulta muy sorprendente es el grado en el que este periodista y tantas personas como él sospechan del capitalismo y sus defensores y están convencidos de que hay en marcha algún plan siniestro para imponer un “fundamentalismo de libre mercado” sobre la nación (usó realmente esa expresión). Y por supuesto nunca ve a universidades, medios de comunicación de masas, grandes empresas estadounidenses o cargos públicos financiados por el estado como defensores enormemente bien financiados de su punto de vista.
¡Por el contrario, se imagina desamparado!
Me gustaría que esto fuera verdad: que la defensa del liberalismo político y el laissez faire, tan evidentes tanto en la teoría como en la historia, hubieran finalmente obtenido la mayoría en la academia. Me gustaría que las universidades estadounidenses no fueran “viveros de socialismo”, por usar la expresión de Ludwig von Mises.
Pero siguen siendo así, y en realidad es mucho peor.
De hecho, las universidades se han deteriorado rápidamente desde que murió Mises en la década de 1970. Ha desaparecido cualquier pretensión de libertad académica, lo que solíamos llamar investigación libre. Si juzgamos a las universidades modernas por un sencillo criterio: ¿están comprometidas a buscar y enseñar la verdad por encima de todo?, debemos concluir que no están cumpliendo con su misión. Debemos concluir que están comprometidas con un programa político, económico, social y cultural que tiene poco que ver con la búsqueda de la verdad.
En este sentido, los campus actuales son un microcosmos de lo que los progresistas tienen preparado para la sociedad en general. Y parte de esa visión requiere un grado de ignorancia colectiva e incluso amnesia sobre campos enteros de conocimiento. Esto se relaciona directamente con el mensaje que tengo hoy para vosotros, que es que nosotros, gentes normales inteligentes, hemos permitido que se pierda la economía.
Hace unas pocas semanas en nuestro evento en Asheville, Carolina del Norte, yo hablaba acerca de cómo la economía se ha convertido en una profesión quebrada.
Lo que quería decir era que tenemos ahora toda una generación de economistas supuestamente de la corriente principal que esencialmente:
- No entienden la economía como una ciencia social, sino más bien como una ciencia física que requiere probar hipótesis.
- No entienden el dinero como un producto del mercado.
- No entienden la inflación como un fenómeno monetario.
- No entienden los tipos de interés como precios, sino como herramientas políticas.
- No entienden la inflación ni los tipos de interés y no pueden explicar los auges y declives.
- Y lo que tal vez sea peor de todo, a menudo no saben nada acerca de la historia del pensamiento económico. Simplemente han aceptado, sin contexto, una serie de suposiciones que constituyen la economía dominante moderna.
¡Fijaos en eso! Es como si las sangrías se hubieran convertido en la aproximación médica dominante para tratar las enfermedades y 80 años después los autores simplemente se centraran en el nivel de sangrías o el tiempo de sangrías o la aproximación menos dolorosa a las sangrías.
Al decir “quebrada”, no quiero decir que la profesión de la economía no proporciona beneficios a quienes trabajen en ella. Proporciona estos beneficios a paladas. Que decir que está quebrada de la misma manera las universidades están quebradas: que ya no sirven a la verdad a la sociedad o a la humanidad, sino que sirven a un programa.
Parte de premisas equivocadas, plantea preguntas equivocadas, aplica métodos equivocados y no es sorprendente que llegue a conclusiones equivocadas.
Y nosotros dejamos que ocurriera. Permitimos la “academización” de un campo en el que en un tiempo esperamos que los bachilleres entendieran razonablemente. Podemos llamarlo formalismo o cientifismo o simplemente la intrusión de las matemáticas, pero representa casi un siglo de alejamiento de la economía clásica y austriaca.
En algún momento del siglo XX, todos nos convencimos de ciertos campos eran demasiado complicados y demasiado técnicos como para entenderlos. Y dejamos que un grupo de élites tecnócratas se apropiaran de la economía para sus propios fines. Se nos dijo que levantáramos las manos y dijéramos “me rindo” y dejáramos todo en manos de los expertos. La economía es como la física avanzada, no es algo de lo que las personas normales debamos preocuparnos.
Los economistas adoptaron la “matematicidad” en la economía y muchos creyeron quecualquier cuestión económica podía plantearse en lenguaje matemático. Y, una vez planteada, se creyó que los economistas podrían llegar a conclusiones definitivas basándose en estos modelos matemáticos.
Mises indudablemente no veía a la economía como un ejercicio matemático. Entendía la economía como un subgrupo de la praxeología, de la acción humana, y por tanto apropiada para ser estudiada por toda persona inteligente. Son los elementos humanos de conciencia y voluntad los que distinguen a la economía de la física y la química y las matemáticas.
Y aun así, aunque estaríamos alarmados si nuestros hijos acabaran el bachillerato siendo incapaces describir frases completas o incapaces de resolver álgebra básica, llevar una cuenta o dar del cambio en una caja, no nos importa enviarlos al mundo sin una sola clase de economía, completamente vulnerables a políticos y supuestos expertos.
Y esto lo vemos en los debates políticos, donde se repiten las primas falsedades año tras año.
Nos ayuda a entender cómo hemos llegado a un tiempo y lugar en el que se ve a Ben Bernanke, Paul Krugman, Thomas Piketty y Christine Lagarde como pensadores ortodoxos modernos, en lugar de los radicales que son, cuando se comparan con la totalidad de la historia la economía.
Hacer que importe la economía
¿Qué hacemos entonces para corregir esto? ¿Cómo hacemos a la economía menos lúgubre y más relevante, de manera que no seamos una nación de votantes ingenuos que caen en el sinsentido político? ¿Cómo convencemos a los jóvenes de que la economía importa? Y sobre todo, ¿cómo salvamos a la economía de los economistas profesionales?
Ante todo pienso que tenemos que aceptar que la academia está tomada. El Instituto Mises continúa produciendo miembros para llevar a cabo carreras en universidades en todo el mundo y establecer departamentos de economía amistosos con los austriacos. Puede que no nos guste, pero reclamar la academia profesor a profesor es una tarea enorme. El retorno de inversión es mucho mayor cuando nos centramos en los jóvenes y las personas normales inteligentes.
Segundo, tenemos que entender que nos corresponde a nosotros crear la educación económica que necesita el mundo. Gracias a la revolución digital, pueden construirse nuevas estructuras y plataformas mucho más rápida y económicamente de lo que nunca pudimos imaginar. Podemos invertir el aula, eliminar los currículos para conseguir trabajo y aliviar la educación económica con el mercado enseñando a la gente solo lo que quiere y necesita. Podemos rechazar el modelo de producción de la clase magistral al que todavía se aferran las universidades 2.000 años después de Aristóteles.
Por ejemplo, la Academia Mises pone a disposición de todos un grupo nuclear de cursos de economía austriaca, en cualquier lugar, gratuitamente.
Finalmente, debemos volver a la aproximación más visceral de Mises y hacer real de nuevo la economía. Como los progresistas, no deberíamos temer apelar al corazón al igual que a la cabeza.
Cuando vemos a la economía como parte de la vida, damos energía y humanidad al tema. Cuando nos aproximamos a la economía más como la filosofía, como al estudiar los problemas humanos generales y fundamentales que implican conocimiento y razón, creamos toda una nueva perspectiva. Cuando introducimos lógica y metafísica en la explicación de la economía, hacemos de ella un tema más vital. La economía no es una ecuación a resolver o un modelo a rellenar con estadísticas. Al restaurar su papel como ciencia social teórica, podemos restaurar su popularidad entre jóvenes brillantes que realmente quieran cambiar el mundo.
Conclusión
Para terminar, dejadme decir que no tenemos que abandonar el rigor intelectual para “vender” la economía austriaca. Pero sí tenemos que hacerla más vital irrelevante para la persona media, reclamando la de la academia y haciendo las preguntas viscerales: “¿por qué somos tan ricos?” y “¿qué pasa si desaparece todo?”
Pero no podemos empezar a hacer eso (no podemos empezar a entender u ocuparnos de lo que yo diría que son problemas económicos estructurales muy serios) cuando la misma ciencia que se encarga de estudiarlos ha perdido su rumbo. Así que reclamemos a la academia, a los matemáticos, a los políticos y especialmente al estado y su corte de intelectuales.
El artículo original se encuentra aquí.
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