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martes, 4 de octubre de 2016

La postura liberal ante la desigualdad


Los argumentos a favor de la postura liberal sobre este tema están muy lejos de ser definitivos


Foto: La desigualdad, en las calles de Madrid.



Cuando se escucha o lee a economistas de tendencia liberal se observan diferentes enfoques respecto al tema de la desigualdad, que podríamos resumir en:


-La situación no es tan mala como se cree, especialmente si nos comparamos con nuestro entorno. Se suele argüir que aunque estamos un poco peor que la media en cuanto a desigualdad de ingresos sin embargo somos de los países más igualitarios del mundo en cuanto a desigualdad de riqueza.
-El intervencionismo para tratar de corregir esta desigualdad en realidad empeorará siempre las cosas, ya que cualquier intervención (por ejemplo, un nuevo impuesto) redunda en una pérdida irrecuperable de eficiencia que restará riqueza a la sociedad y nos acabará perjudicando a todos. No se puede repartir una riqueza que no existe.


-Aunque aun así se decida correr con esta pérdida de eficiencia por una decisión democrática tampoco está garantizado que esa decisión sea óptima desde el punto de vista social y exprese de forma adecuada las preferencias del grupo, ya que ningún procedimiento democrático puede garantizar tal cosa. Esto deriva del llamado teorema de Arrow que expuso este economista en 1963.


Que una situación de desigualdad sea mala o buena no se mide por compararnos con otros países o entre ingreso y riqueza. Se trata de un juicio moral


La conclusión final en todos los casos es que es mejor dejar que sean los mecanismos de libre mercado los que asignen los recursos y repartan las recompensas, que en todo caso serán proporcionales a la productividad de cada uno y, por lo tanto, de alguna forma el propio mercado es justo.


Sin embargo, todas estas argumentaciones, que se presentan como hechos, no son sino opiniones dentro de un marco teórico determinado. Existen serias críticas a todas ellas y bastantes datos que hacen dudar seriamente sobre su verosimilitud. Pasemos a ver algunas de ellas.


El que una situación de desigualdad sea mala o buena no se mide por compararnos con otros países o comparar la desigualdad entre ingreso y riqueza. Se trata de un juicio moral y por tanto cada miembro de la sociedad tendrá su opinión al respecto sobre lo que es y no es justo. Sí que tenemos algunos datos empíricos, que se pueden ilustrar en el siguiente gráfico que representa la desigualdad real entre los ingresos de los CEO de las empresas frente a la que creen los ciudadanos que existe y la que creen deseable.


El área gris representa el ingreso real de estos directivos, la roja el que creen los ciudadanos de cada país. Como vemos la distancia es abismal, y en el caso español uno de los que más, ya que España es de los países en los que, al parecer, somos más partidarios de la igualdad salarial. De hecho, el sueldo esperado para los directivos es poco más de cuatro veces el del trabajador sin cualificar. Es decir que admitimos cierto grado de desigualdad en función de la cualificación y responsabilidad de los trabajos pero mucho menor de la que existe.




Por otra parte es importante también la evolución de la desigualdad en los ingresos desde los años setenta del siglo XX, y que es francamente negativa en la mayor parte de los países. España era uno de los menos afectados hasta la crisis financiera. Desde 2007 el índice de Gini, que mide desigualdad en ingresos, ha aumentado de 31,9 a 34,6. En los dos gráficos siguientes vemos la evolución histórica de la desigualdad, con datos de la OCDE y del Banco de Pagos Internacional.








Por otra parte, el que un intervencionismo en forma de impuestos para reducir la desigualdad empeore el potencial de crecimiento no está demostrado, sino que es una argumentación de los economistas neoclásicos. Sí que es posible que empeore la eficiencia de algunos mercados, pero ello no tiene por qué dañar eficiencia global de la economía, ya que la disminución de la desigualdad es muy probable que mejore el 'stock' de capital humano o afecte positivamente a otros aspectos del proceso productivo. Esto lo contemplan los mismos modelos neoclásicos en forma de eliminación de externalidades negativas. Lo que ocurre es que la evaluación de estas externalidades negativas de la desigualdad es sumamente deficiente, pero si fuera cierto que son mayores que la pérdida de eficiencia de los mercados entonces toda la teoría del “goteo hacia abajo” (o que para repartir la tarta primero hay que hacerla) se vendría abajo.


Además están los aspectos no monetarios relacionados con tener una sociedad más cohesionada, en la que los más desfavorecidos sientan que los más afortunados les ayudan y la mejora de la situación de esas capas de la población más pobre, que suelen incluir muchos niños, mujeres con hijos y ancianos.


El centrarnos solo en los aspectos materiales de una sociedad ha sido ampliamente criticado desde los más diversos ámbitos. El dilema de elegir entre algo material y algo no material se nos plantea a todos a diario, y en grupos humanos este dilema se plantea igual que a nivel individual.


El que un intervencionismo en forma de impuestos para reducir la desigualdad empeore el potencial de crecimiento no está demostrado


Por eso, la crítica de que una decisión democrática no tiene por qué ser óptima (ni siquiera reflejar las preferencias del grupo) viene de la demostración matemática de Arrow en 1963, planteada también por Condorcet en el siglo XVIII. Sin embargo, trabajos posteriores han demostrado que las condiciones descritas por Arrow en su teorema son fáciles de sortear estableciendo procesos deliberativos previos. Esto lo saben bien los movimientos asamblearios libertarios, que siempre inciden en que este proceso deliberativo es fundamental para que las decisiones de las votaciones sean las mejores.


En los últimos años se ha avanzado mucho en el estudio de la “sabiduría de las multitudes” y los resultados están siendo muy esperanzadores en el sentido de cómo reforzar y mejorar los sistemas democráticos. Sin embargo, estos resultados están todavía lejos de implementarse en nuestras democracias.


La democracia liberal, que por otra parte está bastante alejada del significado original de la palabra democracia, no es ni mucho menos lo mismo que economía de libre mercado como quiere hacer creer la propaganda surgida a raíz del cambio de rumbo de las políticas de Reagan y Thatcher hace ya 35 años y que, actualmente, son casi hegemónicas. Como nos decía el historiador británico Eric Hobsbawm, en realidad, la economía de mercado, el 'laissez faire' llevado al extremo, es la negación de la validez de la acción colectiva y por lo tanto la negación de la política. Según esa doctrina, es el mercado y no la política el que sabe descubrir mejor que nadie las necesidades y las puede satisfacer, y el ciudadano es sustituido por el consumidor. En este sentido en realidad son conceptos
contradictorios y por ello es por lo que vemos esta erosión en la confianza de las poblaciones en sus gobiernos electos.




Respecto a la desigualdad en la riqueza, que es mucho mayor a nivel mundial que la desigualdad en ingresos, la crítica mayor no ha de venir por cuestiones de justicia, como en el caso de la desigualdad de ingresos, ya que la mera posesión de bienes, en la mayor parte de los casos, no tiene implicaciones similares. La crítica viene por sus consecuencias en el buen funcionamiento de la democracia. Para argumentar esta aseveración es mejor recordar lo que dijo Roosevelt al Congreso de los EEUU en 1938: "Sucesos infelices en el exterior nos han enseñado dos verdades simples acerca de la libertad de un pueblo democrático. La primera verdad es que la libertad en una democracia no está asegurada si el pueblo tolera el crecimiento del poder privado hasta un punto en que sea más fuerte que el estado democrático mismo. Esto, en esencia, es fascismo —dominio del Gobierno por un individuo, grupo u otro poder privado controlante—. La segunda verdad es que la libertad en una democracia no está asegurada si su sistema de negocios no ofrece empleo ni produce y distribuye bienes de manera que sostenga un nivel de vida aceptable".


Es decir, la crítica es que la propia acumulación de poder no solo redundará en la corrupción de la democracia sino en la destrucción del buen funcionamiento de los mercados. Es mucho más fácil ganar dinero en los reservados de los restaurantes de lujo conspirando para manipular mercados o normativas que trabajando. Según esto, la propia desigualdad generada por una economía de mercado desregulada llevaría en sí misma el germen de la destrucción de esa economía de mercado, transformándola en un una economía mercantilista.


En resumidas cuentas, las posturas liberales no emanan, como pretenden ellos, de conocimientos científicos establecidos ni hechos probados. En unos casos yerran el planteamiento pues eluden la base de juicio moral que hay detrás de todo este asunto y en otros ignoran deliberadamente el estado actual del conocimiento científico que, si bien no es definitivo, es lo mejor que tenemos a día de hoy. Se trata claramente, pues, de posicionamientos ideológicos que tratan de justificar un 'statu quo' que beneficia a una pequeña parte de la sociedad de una forma desproporcionada perjudicando al resto.

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