Y ahora piense, querido lector, ¿qué prefiere, un kilo de oro o su contravalor en 'oro de papel', en derechos especiales de giro, con el marchamo y la confianza del FMI?
"No gold-digging for me; I take diamonds! We may be off the gold standard someday".
Mae West
El pasado 1 de octubre, el FMI celebraba como un hito ('milestone', en su versión original) la introducción de la moneda china, el renminbi o yuan, en la cesta de los derechos especiales de giro, el 'oro de papel'. Esta es una noticia que a la mayor parte de la población le resultará completamente indiferente, ya que se trata de uno de los grandes desconocidos del sistema monetario internacional, a pesar de los cientos de millones de dólares que hemos gastado en su promoción a lo largo de su larga historia de 45 años. Sí, digo bien 'hemos', porque somos los ciudadanos quienes aportamos con impuestos (más impuestos) para cuidar y mantener esta criatura artificial, engañosa y completamente contra natura que los burócratas de Washington, apoyados por los de Fráncfort ahora y por los de la calle de Alcalá antes, se empeñan en mantener “por nuestro bien”. Por nuestro bien asumimos una cuota del 2% del club, valorada ('sic', pues solo tiene valor aquello que puede cambiarse libremente, y esta es impuesta y sin contrapartida alguna) en unos 12.000 millones de euros al año. Un club tan exclusivo que en 2010 impuso, sin que nadie se opusiese y sin apenas reflejo en los medios, un incremento del 100% en las cuotas de sus miembros. Recuerden que fue, eso sí, por nuestro bien.
La artificialidad de esos derechos viene derivada tanto de su génesis como de su composición, absolutamente arbitraria. El Fondo Monetario Internacional surgió al pairo de los acuerdos de Bretton Woods, y con ellos debió morir. Sin embargo, no solo no ocurrió, sino que se vio reforzado con una presencia cada vez mayor en todas las crisis internacionales, interviniendo unas economías y apoyando monedas de forma harto vergonzante. Así, si el 1 de marzo de 1947 el FMI iniciaba sus operaciones (lo que formalmente había ocurrido, sin efecto alguno, el 25 de junio del año anterior), su primera medida fue premiar los errores de política económica del Gobierno francés otorgándole un préstamo de 25 millones de dólares a tipos de interés muy por debajo de los de mercado, para que así pudiese mantener sobreevaluada su moneda. Este es solo uno de los ejemplos de este, para algunos, adalid del neoliberalismo internacional, un organismo de funcionarios extraordinariamente bien pagados y cuya principal labor ha sido, es y será hasta su desaparición efectuar ingeniería socioeconómica allí donde se lo permitan.
Christine Lagarde, directora gerente del Fondo Monetario Internacional. (EFE)
Ese mismo organismo creó a finales de los sesenta una 'moneda de reserva' (entienda el lector que no añada en adelante el necesario 'sic' a cada afirmación oficial, pues posiblemente ocuparían más que la propia idea que pretendo transmitir) para acabar con el patrón de reserva que en los 3.000 años hasta entonces había sido escogido de forma espontánea por los individuos. No en vano, expresiones como 'pago en metálico' aluden a esta milenaria tradición que el FMI se encargó de torpedear, apoyada en los informes de keynesianos y monetaristas. Recuerden que apenas dos años después de este 'casual' nacimiento de esta 'moneda', el presidente Richard Nixon, apoyándose en la peor decisión que jamás haya tomado uno de los más grandes economistas que jamás hayan existido, Milton Friedman, decidía cerrar la ventanilla del oro y quebrar, 'de facto', todo el sistema monetario internacional. De ello ya escribí aquí hace algún tiempo. Por supuesto, la historia la escriben los vencedores, y solo hay que acudir a la web del FMI para ver de qué forma tan entrañable modifica la historia, al señalar que fueron “el déficit de oro y dólares norteamericanos” los que llevaron a “la comunidad internacional” a “crear un nuevo activo de reserva internacional con el auspicio del FMI”. Por eso señalaba al principio que la decisión era engañosa, pues el organismo oculta la realidad y plantea un relato de consecuencias y no de causas: claro que existía un déficit de oro, derivado de unas políticas de expansión del gasto público que provocaron unos déficits públicos y, sobre todo, comerciales como jamás antes en la historia se habían dado —precisamente por la férrea disciplina que provocaba hasta entonces el patrón de reserva natural que era el oro.
Richard Nixon, apoyándose en la peor decisión de Milton Friedman, decidió cerrar la ventanilla del oro y quebrar todo el sistema monetario internacional
De las 16 monedas que inicialmente compusieron los DEG, se pasó a una cesta de cinco solo al cabo de siete años (mostrando una fiabilidad tan importante como la confianza transmitida), para pasar a cuatro en 1999 con el dólar estadounidense, la libra esterlina, el yen japonés y el euro (que sustituía al franco francés y al marco alemán). Hoy, 17 años después, accede al 'prestigioso' club el renminbi, que con un peso del 10,9% ha provocado un recálculo muy sustancial de las paridades dentro de la cesta: el dólar mantiene su peso relativo (pasa del 41,9% al 41,7%), y caen todas las demás: el euro (pasa del 37,4% al 30,9%), el yen (del 9,4% al 8,3%) y la libra esterlina (del 11,3% al 8,1%). Según el FMI, los pesos o coeficientes de las monedas no hacen sino reflejar su importancia en el comercio internacional; añadamos que de forma tan poco adecuada que solo se revisan cada cinco años.
Una persona con 100 yuanes en un mercado de Pekín, China. (Reuters)
Dejo la característica de contra natura de esta 'moneda' para el final. Si el objetivo del FMI con la creación de los DEG era dotar al sistema monetario de un “activo de reserva internacional” (como literalmente señala en su web), ¿por qué no mantuvo el oro, que desempeñaba ese papel desde hacía 3.000 años? La respuesta es sencilla: el oro no admite manipulación alguna; en las cámaras de los bancos, aseguradoras o particulares, existe la cantidad que existe, conocida y apreciada por todos. Su volumen crece en una cantidad anual que ha promediado el 1,6% desde 1928, y no puede, ni siquiera hoy en día, ser falsificado. Los burócratas y los políticos lo odian, porque señala los límites del ego personal, castigando a quien despilfarra y premiando a quien ahorra y crece de forma sana. Tanto temor suscita que llevó a nuestro ministro Solbes, al grito de “el oro ya no es una inversión rentable”, a vender antes de la entrada en vigor del euro casi un 50% de nuestras (sí, digo nuestras, porque eran de todos los españoles) reservas a un precio de alrededor de 660 dólares la onza. Hoy cotiza por encima de los 1.300 dólares —el doble—. Visionario.
Y ahora piense, querido lector, qué prefiere, si un kilo de oro o su contravalor en 'oro de papel', en derechos especiales de giro, con el marchamo y la confianza del FMI. Y sabrá por qué este sistema monetario está abocado al fracaso en esta generación.
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