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lunes, 31 de octubre de 2016

El hombre de paja del homo economicus





Entre los mayores albatros que rondan en torno al cuello de la profesión económica está la idea del homo economicus. Hasta hoy la mayoría de los estudiantes de economía oían hablar de él en el contexto de la economía neoclásica. El homo economicus, se nos dice, es el hombre económico ideal que siempre busca maximizar los beneficios y minimizar los costes.  Solo actúa racionalmente y el racionalismo se define, bueno, como buscar siempre maximizar los beneficios y minimizar los costes. Peor aún, el “beneficio” se supone a menudo que significa “beneficios monetario” medible en dólares (o alguna otra moneda).
Sí, muchos economistas dirán que “es solo un modelo” señalarán que hay muchas advertencias con respecto a su uso. Estas protestas a menudo son poco convincentes, dado el uso de modelos basados en comportamiento “racional”. Pero, por ahora, tomemos la palabra a los economists. Aunque fuera verdad lo que dicen los defensores del homo economicus, permanece sin embargo el hecho de que la inmensa mayoría de sociólogos, politólogos, políticos y periodistas nunca recibieron esa advertencia. A lo largo de trabajos de investigación y artículos periodísticos sobre políticas públicas, el “homo economicus” se usa habitualmente para ilustrar los problemas de la teoría económica. Peor aún, los anticapitalistas (muchos de los cuales ven a la economía neoclásica como el principal fundamento económico de la ideología del laissez faire) presentan los defectos del homo economicus como un ejemplo de lo absurdo de las economías de mercado.
Esta semana en The New Statesman, por ejemplo, George Monbiot, eterno crítico de los mercados libres, imagina que el homo economicus ha volteado la sociedad:
Nuestra ideología dominante se basa en una mentira. En realidad, una serie de mentiras, pero me centraré solo en esta. Esta es la afirmación de somos, por encima de todo, egoístas, que buscamos mejorar nuestra propia riqueza y poder con poca consideración por su impacto en otros. Algunos economistas usan un término para describir este supuesto estado de ser: homo economicus u hombre automaximizador. El concepto fue formulado por J.S. Mill y otros, como un experimento mental. Pronto se convirtió en una herramienta de modelado. Luego se convirtió en un ideal.
En esto, Monbiot (que extrañamente cree que el capitalismo de libre mercado es la “ideología dominante”) se está apoyando en la crítica establecida de la economía de laissez faire (expresada como un ataque al llamado “neoliberalismo”) descrita por Wendy Brown en su libro de 2015, Undoing the Demos. Para Brown, el homo economicus ha remplazado todos los demás modelos de la naturaleza humana y se ha convertido en “normativo en cualquier esfera”.
Pero no son solo los izquierdistas duros los que hablan del homo economicus. Richard Butrick en el American Thinker ataca al homo economicus, pensando que ofrece una justificación teórica para el libre comercio. Y, en un comentario bastante convincente en el Financial Times, el Profesor de ciencias empresariales Yeomin Yoon culpaba recientemente a la obsesión de la profesión económica por el homo economicus de la supuesta incapacidad de la disciplina para desarrollar una “visión holística de los humanos”.
Así que no basta con limitarse a despachar los críticos del homo economicus como un grupo de personas que no entienden las formas complejas de la clase de los economistas profesionales. Los defectos de la teoría siguen siendo un problema del mundo real.

El homo economicus no es esencial para una buena economía

El problema de los atacantes antimercado del homo economicus es sin embargo que el homo economicus no es realmente necesario para entender el comportamiento humano o cómo funcionan los mercados. En realidad, se mejoraría la comprensión de los mercados sin recurrir al modelo de homo economicus en absoluto.
Por ejemplo, los economistas austriacos nunca han recurrido al homo economicus, precisamente porque no proporciona una métrica o modelo útiles o adecuados para el comportamiento humano.
Así, Ludwig von Mises señalaba que el modelo del homo economicus describía el comportamiento de solo un tipo pequeño de acción humana y no explicaba el comportamiento de los consumidores:
El muy comentado homo economicus de la teoría clásica es la personificación de los principios del empresario. El empresario quiere llevar a cabo cualquier negocio con el mayor beneficio posible: quiere comprar tan barato como sea posible y vender tan caro como sea posible. Por medio de la diligencia y atención al negocio trabaja por eliminar toda fuente de error de forma que los resultados de sus acciones no se vean perjudicados por ignorancia, negligencia, errores y similares. (…)
El esquema clásico no es aplicable en absoluto al consumo o al consumidor. No podría modo alguno comprender el acto del consumo o del gasto de dinero del consumidor. El principio de comprar en el mercado más barato se pone aquí en cuestión solo en la medida en cada decisión esté entre diversas posibilidades, iguales por otro lado, de compra de bienes, pero no puede entenderse, desde este punto de vista, por qué alguien compra el mejor traje a pesar de que el más barato tiene la misma utilidad “objetiva” o por qué en general se gasta más de lo que es necesario para el mínimo (tomado en el sentido estricto del término) necesario para una mera subsistencia física.
Si un modelo económico nos dice muy poco acerca del comportamiento del consumidor, su valor es limitado, como mínimo.
Mises también comentaba sobre el homo economicus en La acción humana cuando escribía:
Fue un error esencial (…) interpretar la economía como la caracterización del comportamiento de un tipo ideal, el homo oeconomicus. De acuerdo con esta doctrina, la economía tradicional u ortodoxa no trata el comportamiento del hombre tal y como él es y actúa realmente, sino una imagen ficticia o hipotética. Retrata a un ser dirigido exclusivamente por motivos “económicos”, es decir, solamente por la intención de obtener el mayor beneficio material monetario posible. Un ser así no tiene ni tuvo nunca una equivalencia en la realidad: es un espectro de una filosofía espuria de andar por casa. Ningún hombre está exclusivamente motivado por el deseo de hacerse tan rico como sea posible, muchos no están en absoluto influidos por ese ominoso deseo. Es inútil referirse a ese homúnculo ilusorio al tratar sobre la vida y la historia.
Como señala Mises, no es verdad que todas las personas busquen hacerse tan ricas como sea posible en términos monetarios y el beneficio adopta muchas formas distintas del dinero. Tampoco es verdad de todas las personas busquen los mismos objetivos en la vida. Y como las personas tienen un número incontable de diversos objetivos para sí mismas, también es por tanto imposible generalizar acerca de lo que es racional o irracional para ellas. Para algunas personas, una vida ascética en una ermita puede ser lo más deseable y por tanto sería racional seguir este estilo de vida. Para otras, una vida dedicada a jugar videojuegos y visitar centros comerciales es la más deseable. Por tanto es bastante imposible generalizar e indudablemente imposible crear un modelo para un ideal de comportamiento humano.
Y aun así, los economistas hoy siguen anclados en el concepto de homo economicus que proporciona munición a la izquierda para crear un hombre de paja tras otro.

¿Requieren los mercados la existencia del homo economicus?

En las mentes de los críticos de izquierdas del mercado como Brown y Monbiot, todo el sistema de mercado se basa en una visión impuesta de la naturaleza humana para hacerlo funcionar. La fábula anticapitalista es así: en un tiempo todos los seres humanos se daban cuenta de que la humanidad tenía naturalmente una mentalidad de comunidad y estaba motivada por cosas distintas de los beneficios monetarios. Entonces aparecieron los economistas que crearon una nueva visión “normativa”, “hegemónica” e “impuesta” del mundo, en la que todos los seres humanos eran egoístas maximizadores de beneficios. Gracias al lavado de cerebro de generaciones por parte de los economistas capitalistas, la gente ahora cree realmente que la incesante competencia del mercado es la vía a la felicidad y todas las demás instituciones humanas son secundarias en el mejor de los casos. Como consecuencia, la sociedad se ha destruido.
En realidad, por supuesto, el mercado no depende de ninguna ideología impuesta en absoluto y Mises y los austriacos nunca basaron sus análisis en ninguna de esas suposiciones. Ningún buen economista niega que los seres humanos tienden a ser sociales y el propio Mises escribe que: “el hombre apareció en la escena de los eventos terrenales como un ser social”. Lejos de depender de la existencia de seres humanos antisociales o atomistas, la economía de mercado simplemente responde a los seres humanos tal y como son. De hecho, son los consumidores los que se imponen en el mercado al decidir qué produce este y cuándo.

El homo economicus es una herramienta para los planificadores centralizados

Además, lejos de ser un fundamento de las economías de mercado, el homo economicus es mucho más útil a la hora de proporcionar ayuda teórica para los enemigos de los mercados. Después de todo, al oponerse al constructo del homo economicus, Mises señala que los deseos humanos son demasiado diversos como para permitir una generalización acerca de lo que pueden y deben producir los mercados o lo que deberían hacer los consumidores. Por extensión, dada la naturaleza impredecible de los deseos y talentos humanos, es imposible planificar centralizadamente una economía e incluso intervenir en ella sin empobrecer a los consumidores que puedan querer algo distinto de lo que asumen los planificadores públicos. El homo economicus refuerza en muchos sentidos la arrogancia de que podemos saber por adelantado qué querrán y harán consumidores y productores.
Cuando los anticapitalistas piensan que están atacando de alguna manera el núcleo del liberalismo de laissez faire al denunciar al homo economicus, no están haciendo nada por el estilo.

El artículo original se encuentra aquí.

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