Larry J. Sechrest
[Publicado originalmente el 15 de julio de 2000]
Más allá de algunos hechos rudimentarios, hay poco disponible en inglés acerca de la vida de J.B. Say.[1]Nació en 1767 en Lyon, Francia, de padres hugonotes de clase media y pasó la mayoría de sus primeros años en Ginebra y Londres. De joven, volvió a Francia con un empleo en una compañía de seguros de vida y pronto se convirtió en un miembro influyente de un grupo de intelectuales fuertemente comprometidos con los mercados libres.[2] De hecho, Say fue el primer editor de La Decade Philosophique, una revista publicada por el grupo. Después de las Guerras Napoleónicas, obtuvo una cátedra de economía política en el Conservatoire des Arts et Metiers y posteriormente en el College de France. Además de su famoso Tratado, sus obras incluyen Cours Complet d Economie Politique Pratique y Cartas a Mr. Malthus. A través de sus escritos, su influencia se extendió a Italia, España, Alemania, Rusia, Latinoamérica, Gran Bretaña y Estados Unidos y en este último país sus admiradores incluían a Thomas Jefferson y James Madison. Su devoción a los principios del laissez-faire parece haberse mantenido a lo largo de toda su vida. Say murió en París en 1832.
J.B. Say merece ser recordado, especialmente por los economistas austriacos, como un personaje esencial en la historia del pensamiento económico. Sin embargo es explicado muy brevemente, si es que se hace alguna vez. De hecho, ni siquiera los austriacos han dedicado mucha atención a las contribuciones de Say.[3]
Los textos de la historia del pensamiento dominante normalmente mencionan a Say solo brevemente y solo en relación con su ley de los mercados, trivializando así implícitamente mucha de su obra. Una de las excepciones es A History of Economic Thought de Eric Roll.[4] Roll trata a Say con un notable respeto, pero, por desgracia, en parte porque le malinterpreta como un antecesor de los economistas neoclásicos positivistas modernos del equilibrio general.
Para ser justos, se podría argumentar que esta falta tanto de atención como de aprecio podría atribuirse, al menos en parte, al propio Say. Después de todo, Say presentaba explícitamente su trabajo principalmente como un desarrollo y popularización de La riqueza de las naciones de Adam Smith en beneficio de los lectores europeos continentales. Si tomamos la palabra de Say, muchos economistas parece que nunca se hubieran preocupado por investigarlo más de cerca. Después de la atenta lectura de la obra principal de Say,Tratado de economía política,[5] se descubre que, aunque Say alabe frecuentemente a Smith, también se aleja de la doctrina de este en varios puntos importantes. De hecho, Say incluso crítica duramente a Adam Smith en más de una ocasión. En lugar de pensar en Say como una ligera variación sobre Smith, es mucho más apropiado reconocer que estos dos hombres representan dos vías serpenteantes, pero generalmente divergentes, dentro de la economía clásica.
Smith lleva a David Ricardo, John Stuart Mill, Alfred Marshall, Irving Fisher, John Maynard Keynes y Milton Friedman. Say lleva de A.R.J. Turgot y Richard Cantillon a Nassau Senior, Frank A. Fetter, Carl Menger, Ludwig von Mises, y Murray Rothbard. Sin embargo, el lector debería tener en cuenta que estas dos vías o progresiones han sido a menudo enrevesadas y no lineales. Es decir, J.B. Say fue en varios sentidos verdaderamente un precursor de la Escuela Austriaca, pero no debe llegarse a la conclusión de que era un austriaco en todos los sentidos que estaba sencillamente adelantado a su tiempo. Uno no debería leer a Say y esperar en todo momento encontrar a Mises.
Metodología
La aproximación de Say a la economía, en términos filosóficos, es la de un realista y un esencialista.[6] Combina un sano escepticismo con respecto a la utilidad de las investigaciones estadísticas con un énfasis en observar los hechos de la realidad. Una descripción estadística “no indica el origen y consecuencias de los hechos que ha recogido”.[7] Para Say, solo un análisis causal basado en las naturalezas esenciales de las entidades implicadas pueden alcanzar ese fin y un análisis así es la tarea central de la economía política. Ve a la economía como una ciencia genuina capaz de establecer “verdades absolutas”,[8] pero insiste en que “ solo se ha convertido una ciencia desde que se ha limitado a los resultados de la investigación inductiva”.[9] De hecho, Say declara que la economía política “forma parte de la ciencia experimental” y es por tanto bastante similar a la química y la filosofía natural.[10]
Taxonómicamente, divide todo los hechos en (a) aquellos que se refieren a objetos y (b) aquellos que se refieren a acontecimientos o interacciones. El primero es el ámbito de la ciencia descriptiva (por ejemplo, la botánica), mientras que el segundo es el ámbito de la ciencia experimental (por ejemplo, la química o la física).
Sobre todo, Say busca ser práctico, pues “nada puede ser más ocioso que la oposición de teoría y práctica”.[11] Para ese fin, siempre trata de emplear un lenguaje que sea preciso y aun así tan sencillo como sea posible, de forma que cualquier persona razonablemente inteligente y con formación puede entender su significado.[12] Para Say, como para la mayoría de los austriacos modernos, la economía no es un reino sombrío del que sólo pueden entrar los expertos, sino un asunto o de enorme importancia práctica accesible para todos. Por tanto no es una sorpresa descubrir que Say, al mantener ese objetivo de luminosidad e inteligibilidad, critique La riqueza de las naciones de Adam Smith por ser “carente de método”, oscuro, vago y deslavazado, así como por contener demasiadas digresiones largas y distractivas sobre temas como guerra, educación, historia y política.[13]
Dinero y banca
La explicación del dinero de Say empieza con lo que es ahora un argumento estándar acerca del problema de la “doble coincidencia de deseos” y como lo resuelve con medio de intercambio. Su explicación de cómo un producto altamente demandado evoluciona espontáneamente hasta convertirse en un medio aceptado de intercambio recuerda el más famoso tratamiento del mismo asunto de Carl Menger,[14] aunque preceda a Menger en casi setenta años. Históricamente, el dinero aparecen debido al interés propio, no por decreto del gobierno y su forma debería dejarse a la integración de las preferencias de los consumidores. “Por tanto, la costumbre, y no el mandato de autoridad, designa el producto concreto que pasará a ser explosivamente dinero”.[15]
Luego revisa la lista de propiedades que debería poseer (idealmente) un medio de intercambio: durabilidad, portabilidad, divisibilidad, alto poder adquisitivo por unidad y uniformidad. A partir de esta presentación, Say llega a la conclusión familiar de que los metales preciosos (oro y plata) son alternativas excelentes como sustancias monetarias. En otras palabras, si a las personas se les deja libertad para elegir, es muy probable que elijan un dinero producto (especie). Aunque es verdad que Say es un vigoroso defensor del oro y la plata como dinero, es sugestivo advertir que permite la posibilidad de que puedan ser reemplazados por otra cosa si “se descubrieran vetas nuevas y ricas de mineral”.[16] En resumen, Say no está inalterablemente unido a la proposición de que “dinero” significa oro o plata. Sin embargo, si el dinero consiste en la acuñación de metales preciosos, sí está de acuerdo en que las unidades monetarias, como el dólar, deberían renombrarse en términos de la cantidad de oro o plata que contenga la moneda. Por ejemplo, si una moneda denominada como un franco francés se supone que contiene cinco gramos de plata entonces debería llamarse “cinco gramos de plata”, no “un franco”.[17]
Según Say, la única intervención justificable del estado en asuntos monetarios es la acuñación de monedas. De hecho, Say pensaba que esto debería ser monopolio del estado “porque probablemente habría más dificultad en detectar los fraudes de los emisores privados”.[18] En particular, en cualquier sistema en el que coexistieran oro y plata como metales monetarios, los gobiernos deberían evitar cuidadosamente establecer un tipo oficial de cambio entre ambos, contrariamente a lo que se ha hecho en episodios históricos de bimetalismo.[19] Está claro que Say entendía por qué la práctica del bimetalismo siempre lleva al desastre. Esto es, el dinero oficialmente sobrevalorado desplaza de la circulación al dinero oficialmente infravalorado, un principio conocido como ley de Gresham.[20] Say indica enfáticamente que el dinero está gobernado por la oferta y la demanda, igual que todos los productos. El poder adquisitivo del dinero “sube y baja en proporción a la demanda y oferta relativas”.[21] Por tanto, a los tipos de cambio entre oro acuñado en plata acuñada se les debería permitir cambiar con las condiciones del mercado. Say parece estar a favor de un sistema metálico “paralelo”, muy similar al sugerido por Murray Rothbard.[22]
Con respecto a la banca, Say distingue entre “bancos de depósito” y “bancos de circulación”, pero trata ambos como instituciones legítimas.[23] Los primeros funcionan como almacenes de dinero. Mantienen reservas del 100% en todo momento y proporcionan comodidad, así como seguridad, en el sentido de que efectúan transacciones en nombre de sus depositantes transfiriendo fondos de la cuenta de un cliente a otro, por cuyos servicios cobran una tarifa.[24] Los segundos funcionan como verdaderos intermediarios financieros. Mantienen reservas fraccionarias, emiten billetes y generan rentas de intereses descontando pagarés y letras de cambio. Los billetes emitidos por esas instituciones deben estar respaldados por especie o títulos a corto plazo, pero si es así, entonces “los poseedores de los billetes de un banco que emita dinero convertible corren pocos o ningún riesgo, siempre que el banco esté bien administrado y sea independiente del gobierno”.[25] De hecho, Say incluso argumenta que estos bancos de circulación con reserva fraccionaria generan un beneficio la sociedad porque proporcionan “la ventaja de economizan capital, al reducir la cantidad de la suma que se mantiene en reserva”.[26] Y si ocurriera que esos billetes bancarios de reserva fraccionaria suplantaran también parte de la especie que haya estado en circulación, entonces “las funciones de la especie, que han desaparecido, se llevan a cabo igual de bien con el papel que las ha sustituido”.[27]
Hay dos ideas adicionales sobre temas monetarios que no deberían olvidarse. Primero, Say destaca que, como la división del trabajo se extiende siempre más allá, horizontal y vertical mente, a través de la sociedad, es decir, a medida que las personas se especializan cada vez más, aumenta el número de importancia de los intercambios. Y esto requiere un medio identificable de intercambio. En pocas palabras, el dinero es una parte integral del auge la civilización moderna.[28] Segundo, Say está de acuerdo con Mises y Rothbard, que insisten en que cualquier oferta nominal de dinero es “óptima”, siempre que los precios sean libres para ajustarse, porque cualquier aumento o disminución en sus términos nominales simplemente cambiará el poder adquisitivo por unidad en proporción inversa. Así que la oferta real de dinero seguirá siendo la misma.[29]
La ley de los mercados de Say
Sin duda, por lo que Say es más conocido es por la “ley de Say” a la que también se llama su teoría de los mercados (la theorie des debouches) o ley de los mercados (loi des debouches). Este principio era, y sigue siendo, una de las piezas clave de la escuela clásica de economía.[30] Sigue siendo, de una manera u otra, esencial para cualquier defensa de los mercados libres. Además, todos los colectivistas intentan refutarla en el curso de su ataque a la libertad y la sociedad libre. Y aun así, algunos escritores han cuestionado la profundidad de la ley de Say. Alexander Gray se refiere a “esta teoría, que tal vez no suponga gran cosa”.[31] Incluso Murray Rothbard la califica como una “faceta relativamente menor en su pensamiento [de Say]”.[32]
La mayoría de los libros de texto truncan la ley de Say en la proposición evidentemente falsa de que “la oferta crea su propia demanda”. Como mínimo, debería presentarse como “la ofertaagregada crea su propia demanda agregada”, porque la afirmación no es que la producción del producto X necesariamente genere una demanda equivalente de X, sino que la producción de X lleva a la demandada de los productos A, B, C y así sucesivamente. La producción, u oferta, de productos (y servicios complementarios) en general lleva al consumo, o demanda, de productos (y servicios complementarios) en general.[33] Indudablemente es posible que exista una escasez o un exceso de algún producto en concreto, pero la superproducción en general o la infraproducción en general no pueden ser más que fenómenos momentáneos. “Es porque la producción de algunos productos ha disminuido por lo que otros son sobreabundantes” y esa producción mal ajustada deriva de “algunos medios violentos (…) una convulsión política o natural”.[34] Si se le deja funcionar, el mercado corregirá esos desequilibrios.
Say identifica dos medios a través de los cuales funciona el proceso corrector. Principalmente argumenta que aunque las personas ahorren parte de las rentas derivadas de la producción, mientras esos ahorros se reinviertan en “empleo productivo” no tiene por qué haber agregadamente disminuciones en la producción, la renta o el consumo.[35] Este proceso de reinversión es alimentado por las diferencias en los beneficios ganadas por los empresarios. Aquellos bienes que son relativamente más escasos y por tanto están aumentando de precio, atraen inversión adicional, mientras que los que son relativamente menos escasos y por tanto están bajando de precio, desaniman la inversión. Y aunque se atesore dinero o se entierre, “el objetivo último es siempre emplearlo en una compra de algún tipo”,[36] así que sigue sin poder haber una demanda deficiente mientras se produzcan valores económicos reales. Para que existan los consumidores, debe haber antes productores.
A lo largo de su explicación de producción y consumo, Say mantienen constantemente que el dinero es únicamente un conducto neutral a través del cual la oferta agregada se traduce en demanda agregada o “el dinero no es sino el agente de la transferencia de valores”.[37] No parece haber ningún reconocimiento del mecanismo de transmisión por el cual los cambios en la oferta dinero alteran los precios relativos de los bienes y, por tanto, dirigen toda la estructura interrelacionada de producción. Desde una perspectiva austriaca moderna, el hecho de que Say no entienda la no neutralidad del dinero debe considerarse un defecto de cierta importancia.
Por otro lado, Say expresa elocuentemente una clara comprensión de que es completamente beneficioso para una sociedad experimentar precios generales a la baja, siempre que esos menores precios sean el resultado de ganancias de productividad. Estas circunstancias no sólo indican, contrariamente a la creencia popular, “que un país es rico y copioso”,[38] sino también que “productos que anteriormente estaban solo al alcance de los ricos se han hecho accesibles para casi todas las clases de la sociedad”.[39] Además, Say entiende correctamente que (a) los precios de los bienes reflejan su utilidad para el comprador, (b) los precios de los factores de producción se deducen o son “imputados” de los precios de los bienes producidos y por tanto (c) los costes de producción representan una interfaz entre la utilidad del bien y la productividad de los factores de producción.[40]
Empresarios, capital e interés
Rothbard ha sugerido que el mundo de la economía debería conceder alabanzas a Say por reintroducir al empresario del pensamiento económico[41] y así debería ser. Con pluma y tintero, Adam Smith hizo invisible al empresario. J.B. Say lo trae de nuevo a la vida y al centro del escenario.[42] ¿Qué hacen los empresarios? Usa su “industria” (una palabra que Say prefiere a “trabajo”) para organizar y dirigir los factores de producción para lograr la “satisfacción de deseos humanos”.[43]
Pero no son meros gestores. Son también previsores, evaluadores de proyectos y tomadores de riesgos.[44] A partir de su propio capital financiero, o de alguno tomado de otro, adelantan fondos para los dueños de trabajo, recursos naturales (“tierra”) y maquinaria (“herramientas”). Estos pagos o “rentas” son recuperados solo si los empresarios tienen éxito a la hora de vender los productos a los consumidores. El éxito empresarial no solo es buscado por las personas, sino que también es esencial para la sociedad en su conjunto. “Un país bien dotado de comerciantes, fabricantes y agricultores inteligentes tienen medios más poderosos para alcanzar la prosperidad que uno dedicado principalmente a las artes y las ciencias”.[45]
El uso de Say de la palabra “capital” puede ser confuso, porque se usa para referirse, dependiendo del contexto, o bien (a) a bienes de capital que son integrales para la producción de otros bienes finales, o bien (b) al capital financiero que constituye la base de la empresa.[46] Los primeros son el resultado de algún proceso anterior de producción y cuando se combinan con la industria del empresario generan beneficios (o pérdidas). El último es el resultado de ahorrar alguna porción de la renta de una actividad productiva y genera intereses.
El análisis de los tipos de interés es muy perspicaz y, en muchos aspectos, notablemente austriaco. Primero, Say se da cuenta de que el tipo de interés no es el precio del dinero, sino el precio del crédito o “capital prestado”.[47] Por tanto, es falso que “la abundancia o escasez de dinero regule el tipo de interés”.[48] Por supuesto, Say está pensando en el tipo real de interés, no en el tipo nominal o de mercado. También ve claramente que los tipos de interés incluirán alguna prima de riesgo como una especie de seguro para protegerse contra pérdidas debidas a impagos.[49] Esa prima de riesgo será muy grande cuando, por ejemplo, se impongan leyes por las que los acreedores no tengan recurso legal contra un deudor que impague.[50] Además, Say identifica el hecho de que hay diferenciales de “riesgo político” entre naciones que llevan una variedad internacional de tipos nominales de interés.[51] En general, en términos de políticas públicas, Say adopta la misma postura con respecto a los mercados del crédito que muestra en otras partes: que el estado no debería intervenir. El “tipo de interés no tendría que estar más restringido o determinado por ley que (…) el precio del vino, el lino o cualquier otro producto”.[52]
Se ha argumentado que un defecto notable la comprensión de Say de los tipos de interés es su incapacidad de ligarlos a las “preferencias temporales”,[53] es decir, de explicar los tipos de interés como basados en la tasa a la que las personas prefieren intercambiar bienes presentes por bienes futuros.[54] Aunque es verdad que Say no consigue relacionar explícitamente tipos de interés con preferencias temporales, parece poseer al menos una idea embrionaria de la propia preferencia temporal. Por ejemplo, observa que a menudo existe una “inducción a todos para consumir toda su renta (…) [durante] tiempos de turbulencia y confusión política”.[55] Y cuando explica el impacto de una mayor frugalidad (¿una caída en la tasa de preferencia temporal?) sobre la acumulación de capital, incluso concluye que “el bajo tipo de interés que muestra la existencia de capital más abundante”.[56]
Valor y utilidad
Para Say, el fundamento del valor es la utilidad o la capacidad de un bien o servicio para satisfacer algún deseo humano. Esos deseos y las preferencias, expectativas y costumbres que hay detrás de ellos deben tomarse como dados, como datos, por el analista. La tarea es razonar a partir de esos datos. Say hace el máximo hincapié en negar las afirmaciones de Adam Smith, David Ricardo y otros de que la base para el valor es el trabajo o la “acción productiva”.[57] Los economistas que suscriben una teoría del valor trabajo lo entienden exactamente al revés. “Es la capacidad para crear la utilidad (…) la que da valor a la acción productiva”.[58]
Las dos categorías del valor son “valor de intercambio” y “valor de uso”.[59] El valor de intercambio se encuentra dentro del dominio de la economía, porque es una medición de aquello a lo que se debe renunciar para adquirir un bien en el mercado. En términos económicos, “el único criterio justo para el valor de un objeto es la cantidad de otros productos en general que puedan haberse obtenido por él en intercambio”.[60] Aquellas cosas que posean valor de intercambio se llamarían hoy “bienes económicos”, pero Say las llama “riqueza social”. Por el contrario, algunas cosas, como el aire, el agua y la luz solar, poseen solo valor de uso, porque están presentes en tal abundancia que no pueden tener un precio. A estas se las conoce como “bienes gratuitos” pero Say las califica como “riqueza natural”.[61]
Por desgracia, al seguir los anteriores valores taxonómicos, Say cae en un error muy lamentable. Concluye que como la medición del valor económico de un bien es literal y exactamente su precio de mercado,[62] todas las transacciones del mercado deben implicar un intercambio de valores iguales. Esto, por supuesto, debe implicar que no gana ni el comprador ni el vendedor. O que, en otras palabras, todas las transacciones del mercado son un “juego de suma cero”. “Cuando se compra vino español en París, en realidad se un valor igual por un valor igual: la plata pagada y el vino recibido valen lo mismo”.[63] Los austriacos son inflexibles en mantener que los intercambios, mientras sean voluntarios, deben sermutuamente beneficiosos en término de utilidades esperadas tanto del comprador como del vendedor. Si no es así, ¿cómo estarían de acuerdo en intercambiar el comprador y el vendedor?
Los impuestos y el estado
En un aspecto es más evidente el radicalismo de Say que en su crítica de la intervención pública en la economía.[64] Dicho de la manera más sucinta, declara que el interés propio y la búsqueda de beneficios impulsarán a los empresarios hacia la satisfacción de la demanda del consumidor. “La naturaleza de los productos está siempre regulada por los deseos de la sociedad” y por tanto “la interferencia legislativa es completamente superflua”.[65]
Los comentarios de Say sobre una serie concreta de acciones legislativas son muy destructivos. La primera de las leyes británicas de navegación fue aprobada en 1581; estas leyes se fortalecieron en 1651 y 1660 y la última no se abolió hasta 1849. Su propósito era reservar el comercio internacional británico exclusivamente a los dueños de la marina mercante británica. Say argumenta que esa monopolización del “comercio del transporte” disminuye la riqueza nacional porque a menudo reduce los beneficios de aquellos mercaderes que envían sus bienes al mercado por barco.
Reconoce que los defensores de estos estatutos pueden concederlos, pero sigue insistiendo en que las restricciones están justificadas por razones de seguridad nacional. Say responde que esto solo es así si “resulta ventajoso para una nación dominar a otras. (…) El amor a la dominación nunca alcanza más que una elevación artificial, que con seguridad hará de sus vecinos sus enemigos. Es esto lo que engendra deuda nacional, abuso interno, tiranía y revolución, mientras que la impresión de interés mutuo consigue amabilidad internacional, extiende la esfera de las interrelaciones útiles y lleva a una prosperidad permanente, porque es natural”.[66]
Lo anterior revela lo bien que entiende Say la proposición de que el libre comercio y la paz van de la mano.
Respecto de los impuestos, Say los divide en dos tipos. Los impuestos directos son los recaudados sobre renta o riqueza. Los indirectos son los relativos a ventas, aranceles y productos especiales. Independientemente de su forma o método concretos de recaudación, “de todo impuesto se puede decir que daña a la producción, en la medida en que impide la acumulación de capital productivo”.[67] Por tanto, contrariamente a lo que han afirmado algunos economistas, “es un absurdo evidente pretender que los impuestos (…) enriquecen a la nación al consumir parte de su riqueza”.[68]
Hoy encontraríamos a muchos escritores que insistirían en que impuestos más altos y consiguientes altos niveles de gasto público de alguna manera harían más próspera un sociedad. Naturalmente, Say sabe que esto es falso, a pesar del hecho de que, des un punto de vista estadístico, prosperidad e impuestos puedan correlacionarse positivamente. Explica que esas afirmaciones cometen el error de invertir causa y efecto. Es decir, “un hombre no es rico porque pague mucho, pero es capaz de pagar mucho porque es rico”.[69] Las naciones prósperas, si siguen siendo prósperas, lo son a pesar de sus cargas fiscales, no debido a ellas. Quien lea el Tratado de Say no debería olvidar el hecho de que la explicación de los impuestos y el gobierno aparecen en la sección titulada “consumo”. No es casualidad, ya que Say no duda en identificar el gasto público como “consumo improductivo”. Y unos “impuestos excesivos son una especie de suicidio”.[70]
Es verdad que Say pasó por alto o entendió mal ciertos puntos de la teoría aceptables para los economistas austriacos. No cree que los intercambios del mercado representen ganancias de utilidad tanto para comprar como vendedor; no ve la relación entre tipos de interés y preferencia temporal; no ofrece una teoría de los ciclos económicos. Por otro lado, es consciente de las limitaciones de las investigaciones estadísticas, está muy a favor del dinero en metálico y la banca libre; sabe que los empresarios y la acumulación de capital son esenciales para el avance económico; identifica correctamente la regulación pública y los impuestos como amenazas para la prosperidad, de hecho, incluso como amenazas para la propia sociedad.
Jean-Baptiste Say tiene mucho que ofrecer a cualquier lector, austriaco o no, economista o no. Vio muchas verdades importantes con claridad y escribió sobre ellas con pasión y lucidez. Say llamó una vez a la economía “esta ciencia bella y, sobre todo, útil”.[71] Dejó a la economía tanto más bella como más útil que como la había encontrado.
El artículo original se encuentra aquí.
[1] Un libro reciente puede resolver esa deficiencia. Ver R.R. Palmer, J.B. Say: An Economist in Troubled Times (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1997).
[2] El grupo se inspiraba en la obra del abad Etienne Bonnot de Condillac e incluía a hombres como Destutt de Tracy y Pierre Jean Georges Cabanis además de Say.
[3] Por supuesto, Murray N. Rothbard sí explica a Say con detalle y gran respeto en Classical Economics , vol. 2, An Austrian Perspective on the History of Economic Thought (Cheltenham, U.K.: Edward Elgar, 1995), pp. 3 45.
[4] Eric Roll, A History of Economic Thought (Englewood Cliffs, N.J.: Prentice-Hall, [1956] 1961).
[5] Fue publicado originalmente el francés en 1803 como Traite d Economie Politique. Hubo cinco ediciones de este libro enormemente popular publicadas en vida de Say, la última en 1826. Ver Jean-Baptiste Say, A Treatise on Political Economy: or the Production, Distribution, and Consumption of Wealth , C.R. Prinsep y Clement C. Biddle, trad. (Nueva York: Augustus M. Kelley, [1880] 1971), p. 111. Se ha traducido a varios otros idiomas.
[6] Sin embargo, no está claro si Say adopta la postura aristotélica de que las “esencias” son metafísicamente reales, es decir, que los objetos concretos “comparten” la esencia de la clase de los objetos o la postura del realismo contextual de que la “esencia” es un dispositivo necesariamente epistemológico, pero que no posee realidad metafísica. Ver David Kelley, The Evidence of the Senses: A Realist Theory of Perception (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 1986).
[7] Say, Tratado, p. xix.
[8] Ibíd., p. xlix.
[9] Ibíd., p. xxxvi, cursivas añadidas.
[10] Ibíd., p. xviii.
[11] Ibíd., p. xxi.
[12] Ibíd., p. xlvi.
[13] Ibíd., p. xliv.
[14] Carl Menger, Principles of Economics , James Dingwall y Bert F. Hoselitz, trad. (Nueva York: New York University Press, [1871] 1976), pp. 257 262. [Publicado en España comoPrincipios de economía política en Unión Editorial].
[15] Say, Tratado, p. 220.
[16] Ibíd., p. 222.
[17] Ibíd., p. 256.
[18] Ibíd., p. 229.
[19] Ibíd., p. 254.
[20] Esta es una aplicación del tratamiento de los controles de precios en los libros de texto, pero aplicada al dinero. Simultáneamente se impone un precio máximo sobre una forma dinero y un precio mínimo sobre la otra. Esto, por supuesto, crea una escasez el primero (es decir, desaparece en forma de ahorros) y un excedente de segundo (se usa para transacciones cotidianas).
[21] Say, Tratado, p. 226.
[22] Murray Rothbard, Defensa de un dólar 100% oro (Auburn, Ala.: Ludwig von Mises Institute, [1962] 1991), p. 28.
[23] Ciertamente no es así en todos los austriacos. Murray Rothbard era especialmente hostil a la banca de reserva fraccionaria y la condenaba frecuentemente como “fraudulenta de por sí”. Ver Ibíd., pp. 42 51; también Murray N. Rothbard, The Mystery of Banking (Nueva York: Richardson and Snyder, 1983), pp. 97 98 [Publicado en España como El misterio de la banca] e ídem, Man, Economy, and State (Los Angeles: Nash Publishing, [1962] 1970), p. 700 [Publicado en España como El hombre, la economía y el estado].
[24] Say, Tratado, p. 268-269.
[25] Ibíd., p. 278.
[26] Ibíd., p. 272.
[27] Ibíd., p. 274.
[28] Esto plantea un problema a Karl Marx y a aquellos otros socialistas que hayan deseado abolir el dinero pero mantener de alguna manera los beneficios productivos de una división del trabajo.
[29] Say, Tratado, p. 151.
[30] Ver Thomas Sowell, Say’s Law: An Historical Analysis (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1972); ídem, Classical Economics Reconsidered (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1974); también George Reisman, Capitalism: A Treatise on Economics(Ottawa, Ill.: Jameson Books, 1996).
[31] Alexander Gray, The Development of Economic Doctrine: An Introductory Survey (Londres: Longmans, Green, [1931] 1961), p. 268.
[32] Rothbard, Classical Economics , p. 27.
[33] Say, Tratado, p. 132-140.
[34] Ibíd., p. 135.
[35] Ibíd., p. 110.
[36] Ibíd., p. 113.
[37] Ibíd.
[38] Ibíd., p. 303.
[39] Ibíd., p. 288.
[40] Ibíd., p. 287-288.
[41] Rothbard, Classical Economics , p. 25.
[42] Para bien de aquellos que puedan leer el Tratado de Say por primera vez, deberíamos señalar que el texto que se encuentra habitualmente es una reimpresión de la edición estadounidense de 1880 y en esa edición la palabra francesa “entrepreneur” se traduce como “aventurero”. Ver Say, Tratado, p. 78n.
[43] Ibíd., p. 83.
[44] Ibíd., p. 82-85.
[45] Ibíd., p. 82.
[46] Ibíd., p. 343.
[47] Ibíd.
[48] Ibíd., p. 353.
[49] Ibíd., p. 344.
[50] Ibíd., p. 345-346.
[51] Ibíd., p. 347.
[52] Ibíd., p. 352.
[53] Rothbard, Classical Economics, p. 23.
[54] También se podría pensar en esto como la tasa a la que una persona prefiere consumir ahora frente a ahorrar para el futuro.
[55] Say, Tratado, p. 348.
[56] Ibíd., p. 116.
[57] Ibíd., pp. xxxi, xl, 287.
[58] Ibíd., p. 287.
[59] Para una explicación del Valor que muestra algunas grandes similitudes con las de Say, ver Menger, Principles , pp. 114-121, 295-302.
[60] Say, Tratado, p. 285.
[61] Ibíd., p. 286.
[62] Ibíd., p. 285.
[63] Ibíd., p. 67.
[64] Murray Rothabrd, en su Power and Market: Government and the Economy (Kansas City: Sheed Andrews and McMeel, [1970] 1977) [Publicado en España como Poder y mercado en Unión Editorial], ofrece un análisis soberbio de este tema desde una perspectiva austriaca modern. No podemos sino creer que Say habría aplaudido esta obra de todo corazón.
[65] Say, Tratado, p. 144.
[66] Ibíd., p. 104.
[67] Ibíd., p. 455.
[68] Ibíd., p. 447.
[69] Ibíd., p. 448.
[70] Ibíd., p. 450.
[71] Ibíd., p. iii.
No hay comentarios:
Publicar un comentario