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viernes, 15 de julio de 2016

España y los trilemas

Alejandro Hidalgo


¿Es España diferente? No, al menos en lo que se refiere al ciclo económico. Nunca me canso de explicarlo. El ciclo de la economía española no evoluciona de un modo diferente, al menos en cuanto a perfil, aunque sí quizás algo en su intensidad. El ciclo económico español tiene carácter, un poco de extremos, pero en cierto modo somos hijos del mismo padre y de la misma madre que el resto de países de Europa, y a ellos nos debemos. En términos generales, nuestra economía vive “enganchada” a la europea desde la invasión romana y así seguimos. “Europa no acaba en los Pirineos”, como dijera aquella profesora de mi infancia de tan grato recuerdo.
Sin embargo hace dos semanas votamos diferente. Votamos por la continuidad, por lo conocido, por la seguridad de saber qué nos espera, mientras otros países antes que nosotros prefirieron explorar caminos nuevos y algunos ignotos. No es mi objetivo analizar las razones sobre esta decisión ni los resultados esperados de la misma. Para eso hay innumerables comentarios, entradas y columnas escritas por gente más iluminada en estas artes que un servidor. No, mi objetivo es, simplemente, reflexionar desde la macroeconomía cómo este resultado es inesperado bajo las reglas de una suerte de juego de rol que en estos tiempos nos ha tocado vivir.
Sólo el control de capitales permite usar la política monetaria con tipo de cambio fijo
En Macroeconomía explicamos la Trinidad Imposible. Esta quiere decir que una economía abierta al exterior tiene que elegir dos de las tres siguientes opciones: estabilidad cambiaria, movilidad de capital o política monetaria autónoma. Es decir, las tres son imposibles a la vez. Sólo una combinación de dos puede ser posible. Por ejemplo, supongamos que elijo tener tipo de cambio fijo, es decir, el Banco Central interviene en la determinación del mismo. En este caso, si el capital fluye libremente por la frontera de mi país, no puedo determinar discrecionalmente el tipo de interés, ya que esto llamaría o alejaría al capital si lo subo o lo bajo respectivamente. Este movimiento de tipos de interés terminaría presionando al tipo de cambio a través del mercado cambiario, lo que terminaría por inutilizar cualquier intento de establecer un tipo de cambio fijo. Lo contrario es cierto, con autonomía monetaria y libre movimiento de capital, el tipo de cambio debe ser flexible. Sólo el control de capitales permite usar la política monetaria con tipo de cambio fijo.
A lo largo de la historia hemos tenido experimentos que combinaban pares de estas tres opciones. Así, por ejemplo, el Patrón Oro se corresponde con tipo de cambio fijo y movilidad de capital. Bretton Woods con tipo de cambio fijo y autonomía monetaria y, en la mayoría de los países en la actualidad se ha optado por tipos flexibles y autonomía monetaria. No es así, sin embargo, en la zona euro, donde los países que la integran tienen un sistema de tipo fijo con movilidad de capitales, ergo tienen imposible usar la política monetaria. Dado que en la actualidad el control de capitales es harto complejo y difícil, las opciones se reducen a dos: o tienes tipos fijos sin política monetaria o tienes política monetaria con tipos flexibles.
Estas restricciones han provocado tensiones en países donde los equilibrios internos han sido inexistentes. Cuando un país opta por un tipo de cambio fijo, la política monetaria no le permite corregir sus desequilibrios, como desempleo, caídas de producción o caída de precios. Esto les lleva a tensiones económicas y sociales y finalmente, se transmuta en inestabilidad política que deriva en cambios más o menos intensos en las preferencias electorales de los votantes (Argentina y Ecuador en 2000, Grecia en 2014, …)
Según Dani Rodrik, un país sólo puede optar por dos de las tres siguientes opciones: participar de la globalización, soberanía nacional y poseer política económica orientada a la sociedad
Pero a este trilema se le une otro que ha adquirido un nuevo impulso en los debates mediáticos recientes. Dani Rodrik, gran economista y experto en economía internacional, nos cuenta que un país sólo puede optar por dos de las tres siguientes opciones: participar de la globalización, soberanía nacional y poseer política económica orientada a la sociedad (democrática o estado de bienestar). Las tres son imposibles a la vez.
Este trilema se complementa con el primero descrito. Supongamos una economía que elige tipo de cambio fijo y economía abierta a la globalización (no autarquía). En este caso, las opciones se reducen a desprenderse de la política monetaria y a elegir entre tener soberanía o democracia. Supongamos por el contrario que una economía acepta tipo flexible pero nuevamente admite la necesidad de estar “conectada” a la economía global. En este caso sus opciones se reducen a admitir volatilidad cambiaria a favor de tener en sus manos autonomía monetaria. En el ámbito de Rodrik nuevamente esta economía tendrá que elegir entre globalización o soberanía.
Dos ejemplos claros sobre cómo las tensiones entre estas dos dimensiones de decisión pueden generar problemas en las economías y sociedades que las sufren son Grecia y Reino Unido. El primero, Grecia, ejemplo de otros muchos países de la zona euro con elevados desequilibrios internos, ha tenido que asumir ajustes económicos dolorosos al no poseer la autonomía monetaria necesaria para limitar los efectos de los shocks. A su vez, al ser imposible para ellos reducir su “exposición comercial” internacional (tratados de comercio, el mercado único y un futuro de autarquía nada prometedor), ha tenido que sacrificar gran parte de su soberanía. Ya saben qué soberanía creen que puede tener Grecia tras los diferentes acuerdos alcanzados con la hasta no hace mucho llamada Troika.
El Brexit es un ejemplo claro entre decidir por menos globalización a favor de más soberanía y política democrática
El segundo ejemplo es Reino Unido. El Brexit es un ejemplo claro entre decidir por menos globalización a favor de más soberanía y política democrática. O eso creen los que votaron a favor de la salida. Para Gran Bretaña, el primer trilema es más "amable", pues la libra fluctúa, lo que le permite disponer de herramientas para solucionar en parte sus desequilibrios (al menos más que Grecia). Sin embargo, por razones de carácter social, histórico, demográfico, han considerado que, ellos, los anteriores adalides del libre comercio, prefieren limitar sus actuales efectos (particularmente la inmigración) ya que consideran que les está haciendo mucho daño. Es por ello que han dado un paso en la dirección contraria a la globalización para poder asumir un grado mayor de soberanía. En este sentido, quienes crean que la salida de la UE no implicaría efectos en su comercio internacional, están muy equivocados.
Finalmente, y como he descrito al inicio, España ha dado la sorpresa. Al igual que Grecia, hemos decidido renunciar a nuestra política monetaria a favor de un tipo fijo y de la movilidad de capital. El coste ha sido enorme. Al igual que griegos y británicos, nos enfrentamos a un dilema derivado de nuestra cada vez mayor exposición a la economía global, con ajustes salariales recientes que han sido obligados por dicha exposición. Sin embargo, de momento, nuestra sociedad sigue eligiendo por mantener estos vínculos aunque sea a costa de una menor soberanía nacional: hemos dicho NO a un partido que defendía cortar o reducir las relaciones internacionales (euro, mercado único,…) que han provocado un ajuste más doloroso de lo que ellos consideraban hubieran sido necesarios sin estás restricciones.
Es necesario construir una economía estructurada, flexible y moderna, basada en el crecimiento, la educación y la tecnología
Algunos podrían concluir que la elección es clara y no hay opciones. O seguimos en un mundo globalizado con estabilidad cambiaría o rompemos el vínculo y aceptamos autonomía monetaria y más soberanía política y económica. Sin embargo estos trilemas no son imposiciones del destino imposibles de sortear. Existe una vía de escape. Es posible tener tipos fijos con movilidad de capital y no echar de menos en exceso la política monetaria así como participar de la globalización sin renunciar a la soberanía ni a la política democrática: asegurando los equilibrios internos. Economías cuyos ajustes a los shocks de demanda son rápidos, flexibles y virtuosos,no sufrirán por ellos más de lo necesario, siendo en estos casos la elección entre opciones secundaria. Si no queremos vernos arrastrados a decisiones dolorosas implicadas por los trilemas descritos, es necesario construir una economía estructurada, flexible y moderna, basada en el crecimiento, la educación y la tecnología. Pero claro, esto exige tomar conciencia y actuar consecuentemente. Porque el tiempo siempre nos da la misma lección: sólo sufren de más los que hicieron de menos.

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