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miércoles, 24 de septiembre de 2014

Deflación, desinflación e inflación negativa


Existe hoy en España preocupación, aunque injustificada, de una potencial deflación, apoyada solo en la caída interanual del IPC armonizado (IPCA) del -0,1% en marzo de 2014, que acaba de rebotar al +0,4% en abril. Caídas leves y temporales de algunos precios de bienes y servicios pueden representar un proceso temporal de inflación negativa, pero nunca de deflación.
La desinflación es una desaceleración paulatina y persistente de la tasa de crecimiento del índice de precios al consumo armonizado (IPCA). Esta desaceleración acontece cuando van cayendo a largo plazo los precios de los productos y servicios derivados del progreso tecnológico, como es el caso de los ordenadores, de Internet o de productos y servicios derivados de nuevos descubrimientos bioquímicos médicos y farmacéuticos más eficaces y baratos.
La inflación negativa suele ser un decrecimiento temporal del IPCA, debido a una caída de los precios más volátiles de su cesta de bienes y servicios, como los combustibles, los bienes de consumo perecederos, u otros, comparados con sus precios un año antes, como podría estar ocurriendo hoy en España.
La deflación, por el contrario, es una caída generalizada del nivel total de bienes y servicios incluidos en el IPCA, produciéndose inflaciones negativas año tras año. Está provocada por una caída drástica y prolongada de la demanda interna agregada de bienes y servicios, apoyada, en muchos casos, por una política monetaria equivocada contraria a la necesaria para evitar una deflación.
Como explica Paul Krugman en la entrada de su blog Can deflation be prevented?, el banco central puede siempre evitarla aumentando suficientemente la base monetaria, especialmente en países de tipo de cambio flexible como Estados Unidos o el área euro. Alude a su profesor Rudy Dornbusch que estimaba que dos variables “nominales” como son una base monetaria expansiva y unos salarios rígidos, pueden tener importantes efectos “reales” en la economía.
Lamentablemente, en Estados Unidos la Reserva Federal aumentó sus tipos de interés en 1928 y 1929 para reducir el excesivo auge de la Bolsa y, en Japón, el banco central subió sus tipos de interés en 1989 para pinchar su burbuja inmobiliaria. Ambas medidas monetarias intentaban reducir los precios de los activos y no los de los bienes de consumo, pero fueron igualmente deflacionistas.
La deflación es muy peligrosa al generar un cambio radical en las expectativas en la población haciendo que los consumidores, antes de consumir, prefieran esperar a que los precios caigan todavía más, produciendo una mayor recesión, mientras que los productores de dichos bienes y servicios dejan consecutivamente de invertir por falta de demanda. Al caer también la inversión, la recesión se autoalimenta haciendo que la actividad económica caiga crecientemente tras volver a reducirse la demanda de consumo y de inversión.
La Gran Depresión permitió a Irving Fisher, en 1933, desarrollar su teoría de la “deuda-deflación”. La deflación hace que la deuda real sea cada vez más cara y más elevada, llegando a ser imposible pagarla y dificultando así la salida de la recesión incluso aunque el banco central reduzca los tipos de interés a cero.

En los últimos diez años, la inflación mundial media ha caído del 30% al 4% a pesar de que algunos pocos países superaron el 60%
Asimismo, permitió a John Maynard Keynes, en 1936, desarrollar su teoría de la “trampa de la liquidez” mostrando que, cuando el tipo de interés cae a cero, la preferencia por la liquidez es absoluta, al optar los inversores por mantenerse líquidos antes que comprar deuda con rentabilidades cercanas a cero.
Los precios de los bienes y servicios pueden mantenerse negativos durante cierto tiempo, pero los tipos de interés no pueden ser negativos, ya que, de serlo, los bancos tendrían que cobrar al que tiene un depósito y pagar al que pide un préstamo.
Estas situaciones, de ser duraderas, pueden llegar a provocar que familias y empresas no puedan pagar sus deudas y quiebren, y que los bancos puedan también quebrar ante un exceso de morosidad y falencia, haciendo que desaparezca el crédito.
La única salida posible de una deflación es que el Estado gaste masivamente en bienes y servicios, endeudándose en los mercados financieros, para generar más gasto, crear empleo, aumentar salarios y generar así capacidad de compra, mientras que el banco central imprima dinero masivamente para intentar crear inflación y forzar a los ciudadanos a que compren.
Para comprender las enormes diferencias entre las deflaciones pasadas de Estados Unidos y de Japón y la inflación temporalmente negativa de España, basta con comparar las cifras de crecimiento negativo, o recesión, y de inflación negativa, o deflación, en Estados Unidos durante su Gran Depresión y en Japón durante su Gran Deflación con las de España, durante su reciente Gran Recesión.
La Gran Depresión hizo que el PIB de Estados Unidos cayese un 33% acumulado en los diez años entre 1929 y 1938 (al sufrir otra recaída inesperada en 1937). Asimismo, la inflación cayó un 30,06% entre 1927 y 1933.
La Gran Deflación hizo que el PIB de Japón cayese el -0,3% en 2002; -0,7% en 2008 y -5,2% en 2009, hasta un total de -6,2%. Asimismo, su inflación cayó el -13,1%, entre 1995 y 2012.
En España, el PIB cayó, según el Consejo de Economía Nacional, un 6,7% durante la Guerra Civil (1936-1939) aunque algunos historiadores económicos rebajan dicha caída hasta el -6%. Durante la Gran Recesión (2008-2013) el PIB ha caído -6,8%, una décima más que en la Guerra Civil. Es decir, la Gran Recesión ha supuesto la mayor caída del PIB desde 1850, en que comenzó la serie.
Según el INE, la tasa de inflación al consumo interanual armonizada (IPCA) cayó el -1,1% en 2009; un -0,1% en octubre de 2013 y un -0,1% en marzo 2014, tras haber sido positiva todos los años desde 1952, año en que cayó un -1,5%.
La inflación negativa, es decir, unos meses de IPCA negativo, puede ser debida tanto a una recesión como a un efecto estadístico, como ocurrió en 2009 ya que, en los mismos meses de 2008, la inflación había sido elevada debido al aumento de los precios de la energía y los alimentos, empujados por la creciente demanda de los emergentes.
Ahora bien, una inflación baja o ligeramente negativa y prolongada en España tendría efectos positivos para conseguir la devaluación interna necesaria a falta de poder devaluar un tipo de cambio que no controla y conseguir un superávit corriente estable, pero sus efectos serían negativos sobre el nivel de deuda pública que aumentaría notablemente ya que una inflación baja o ligeramente negativa aumentaría los tipos reales de interés y, por ende, el nivel de deuda.
Se estima que un punto porcentual menos de inflación, al cabo de 10 años, supondría un incremento de la deuda pública de unos 15 puntos porcentuales en el caso de España. Ahora bien, si la devaluación interna es muy fuerte al principio y está apoyada por reformas estructurales de calado, la deuda pública solo aumentaría unos cinco puntos porcentuales.
Por último, la globalización está aumentando la competencia mundial, produciendo un proceso gradual de desinflación a largo plazo que es muy positivo, al permitir que mejore la capacidad de compra de las personas y familias con menores recursos.
Durante las décadas de los años 1970, 1980 y parte de la de 1990 han existido procesos de hiperinflación en bastantes países en desarrollo. Ahora esta situación es casi insólita salvo algunos casos extremos de mala gestión económica y excesiva creación monetaria. En los últimos diez años, la inflación mundial media ha caído del 30% al 4% a pesar de que algunos pocos países superaron el 60%.
Guillermo de la Dehesa es presidente del Centre for Economic Policy Research CEPR

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