Problemas de la Escuela Austriaca de Economía (I)
FRANCISCO CAPELLA
Con este artículo comienzo una serie con la cual pretendo analizar los problemas de la Escuela Austriaca de Economía (EAE), sus debilidades, límites o errores. Para comprobar la solidez de una teoría no basta con defenderla, con intentar probarla o demostrarla con argumentos a favor o datos que la apoyen: es esencial intentar criticarla, atacarla, destruirla, romperla, ponerla a prueba, buscar sus puntos débiles, sus aspectos más flojos. La resistencia a las críticas imparciales, duras, inteligentes e informadas indica que la teoría de algún modo es sólida, consistente, resistente, correcta, verdadera, relevante, importante.
Para criticar con fundamento es necesario poder y querer hacerlo. Un análisis crítico (con el colmillo afilado) desde el conocimiento (nunca completo) y cierta simpatía (parcial, pero al menos no con antipatía) puede permitir reconocer lo valioso y válido y diferenciar lo que debe ser abandonado o revisado. Algunas críticas o ataques externos pueden deberse a desconocimiento o malicia: el conocimiento de una escuela de pensamiento a menudo se debe a pertenecer a dicha escuela, y desde un grupo puede percibirse a otros diferentes como enemigos a quienes destruir. Las críticas desde dentro pueden ser más difíciles por parcialidad, subjetividad o falta de perspectiva.
Si los problemas son reales y no se reconocen y corrigen o superan, entonces tal vez se enquisten y se vuelvan progresivamente más difíciles de extirpar. Algunos asuntos pueden ser discutibles, cuestiones de matiz o interpretación; otros pueden ser errores graves, flagrantes pifias o meteduras de pata que pueden dejar en ridículo a quienes las cometa. Las ideas erróneas, arbitrarias o absurdas, pero que se mantienen, se repiten, son creídas y defendidas con intensidad y sin actitud crítica, tal vez sean señales honestas costosas de pertenencia y lealtad a un grupo con ciertos rasgos sectarios: indican credulidad, conformidad, fanatismo, deferencia a los líderes y deseo de simpatizar con individuos y organizaciones con cierto poder (profesores, catedráticos, universidades, institutos).
Sería extraño que una escuela de pensamiento fuera perfecta, completa, intachable: el conocimiento humano es falible. Si las falacias existen y persisten es porque están bien construidas para engañar a sus portadores: su superación o eliminación requiere cierto esfuerzo y flexibilidad intelectual; es fácil ver la paja en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio. Una de las muestras más valiosas de integridad intelectual y científica es el reconocimiento de los errores propios: desgraciadamente es algo que no sucede a menudo, lo cual es comprensible dada la naturaleza humana con su preocupación por la reputación y el estatus.
Cuando los miembros de una escuela son incapaces de ver sus defectos tal vez no puedan o no quieran hacerlo: porque no son tan inteligentes como ellos mismos se consideran, porque están autoengañados, porque sufren de sesgos de confirmación sobre lo que creen, porque quieren defender su capital intelectual, porque disfrutan teniendo razón (o creyendo que la tienen) y sufren al descubrir errores en su pensamiento (sienten que pierden pie, que les falta apoyo), porque han aprendido una serie de consignas o dogmas que se limitan a repetir de forma poco reflexiva.
La EAE no es un grupo homogéneo de pensadores idénticos, de modo que algunos problemas seguramente no están generalizados sino que sólo son aplicables a algún subgrupo particular. Sus mayores debilidades probablemente estén en los más puristas e integristas, en los defensores de un pensador como si fuera un dios infalible o la única referencia posible: conviene tener mucho cuidado con los personajes carismáticos; ser atractivo no equivale a tener razón. Algunos problemas pueden no ser exclusivos de la EAE sino compartidos por otros grupos intelectuales, quizás de forma generalizada: reconocerlos en la EAE no implica que todos los demás sean inocentes. Algunos problemas pueden estar en lo que los austriacos defienden, mientras que otros pueden estar en lo que critican de otros, tal vez caricaturizando a quienes discrepan de ellos.
La EAE es minoritaria, no tomada muy en serio o incluso considerada pseudocientífica por algunos: tal vez sea una joya menospreciada por críticos que hablan de oídas sin entender lo que critican, tal vez la gente tiene fobia al liberalismo con el cual está estrechamente relacionada, pero también existe la posibilidad de que esté correctamente valorada en el mercado de las ideas.
Soy consciente de que algunos economistas o simpatizantes de la EAE pueden sentirse disgustados por este análisis crítico: tal vez me digan que no sé de qué estoy hablando o me recomienden que me dedique a criticar a otros. Un rasgo que detecto en muchos austriacos es su fanatismo y su tozudez, aunque es posible que se dé igualmente en otras escuelas de pensamiento. Mises tenía como lema Tu ne cede malis sed contra audentior ito (Jamás cedas ante el mal, sino combátelo con mayor audacia). Para muchos seguidores esto tal vez significa: eres un héroe que lucha valiente e incansable contra el mal; siéntete moralmente superior, no reconozcas jamás un error, no concedas nada a quien piense diferente, no transijas; tú no puedes estar equivocado porque eres lógico y partes de axiomas apodícticos irrefutables; mantén tu posición pase lo que pase, sé testarudo, terco, obstinado, cabezota; huye hacia adelante, no matices, siéntete seguro de que en tus análisis no hay nada importante que puedas haber pasado por alto; no explores los límites, defectos o problemas de tus ideas, y si los descubres no pienses en ellos, no los reconozcas como tales o no hables de ellos; si reconocieras un error parecerías poco inteligente, o menos inteligente que quien te lo ha hecho ver, y eso es inaceptable.
Algunos problemas de la AEA ya los conozco de primera mano y llevo varios años comentándolos. Por ejemplo en “Metodología de la ciencia en general y la economía en particular” en Procesos de Mercado, Vol. 6, Nº. 1, 2009, pp. 177-198. Y en “Cuestiones para economistas austriacos” y “Malas respuestas de un presunto economista austriaco”. La crítica contra la reserva fraccionaria de la banca es el error concreto más grave y vergonzoso (especialmente por la torpeza que refleja y la negativa a reconocerlo) de cierto sector de la EAE (Murray Rothbard, Jesús Huerta de Soto y seguidores), que además parece creer que lo sabe todo sobre dinero y banca; mis comentarios al respecto están en esta recopilación de artículos sobre dinero, crédito, banca y finanzas.
En estos artículos voy a aprovechar e investigar críticas ya existentes de pensadores que considero muy competentes: entre ellos Bryan Caplan, Lord Keynes (pseudónimo de un postkeynesiano), Milton Friedman, David Friedman, George Selgin y Arnold Kling. Agradeceré otras recomendaciones de los lectores. Juan Ramón Rallo ya ha ofrecido respuestas muy completas a algunos críticos (ver aquí y aquí).
Una de las críticas más conocidas a la EAE procede de Bryan Caplan, economista profesor de la George Mason University. En “Why I Am Not an Austrian Economist” (y en el artículo prácticamente idéntico “The Austrian Search for Realistic Foundations”, Southern Economic Journal 65(4), April 1999, pp. 823-838), Caplan explica por qué ya no es un economista de la EAE después de haberlo sido en el pasado: conoce la EAE en profundidad y sus ideas merecen atención. La crítica continúa en un debate con Peter Boettke (video), profesor de la misma universidad que defiende la EAE. Para Caplan los austriacos esenciales o referentes más distintivos son Ludwig von Mises y Murray Rothbard, cuyo pensamiento es casi equivalente; Friedrich Hayek sería un caso aparte.
Según Caplan los economistas austriacos han hecho contribuciones valiosas a la ciencia económica, pero han fracasado al intentar reconstruir la economía desde fundamentos diferentes de la escuela neoclásica moderna, la cual no han entendido bien; también han exagerado las diferencias entre ambas escuelas; además algunas afirmaciones típicamente austriacas son falsas o exageradas; y algunos descubrimientos de la escuela neoclásica moderna han sido ignorados por los austriacos. Estos se dedican frecuentemente a la metaeconomía (filosofía, metodología, historia del pensamiento) pero aportan escasos resultados sustantivos a la economía. Yo estoy esencialmente de acuerdo con estas afirmaciones genéricas.
En el ámbito de los fundamentos de la microeconomía, Caplan critica a los austriacos que sólo consideren o acepten preferencias estrictas que se manifiesten en la acción: insisten en que la indiferencia no puede motivar la acción, que no hay otra forma de conocer las preferencias que observar las acciones que estas motivan, y que si las preferencias no motivan una acción son económicamente irrelevantes. Los austriacos ignoran que la indiferencia puede ser parte (grande o pequeña) de una acción, y que existen preferencias que no se manifiestan en ninguna acción o inacción y que pueden resultar difíciles de conocer pero que pueden ser importantes para el bienestar de los individuos.
Se manifiesta indiferencia cuando escoges al azar, sin ninguna razón de por qué una cosa y no otra (por ejemplo que te dé igual el color blanco o azul de una camisa). No todas las elecciones son totalmente racionales en el sentido de tener una razón para todos los detalles, ni todas las elecciones manifiestan solamente preferencias: también pueden manifestar, al menos en parte, indiferencia.
Para que haya una acción intencional debe haber alguna preferencia: se escoge entre lo que se hace y todas las alternativas que no se realizan. Que sólo haya indiferencia en la acción sería raro, sería una conducta totalmente aleatoria que implicaría algún coste o consumo de recursos para no obtener ningún valor neto, no habría una mejora de la satisfacción psíquica. Pero parte del conjunto de alternativas posibles puede ser valorado por igual, y entonces la elección entre esas opciones debe ser por azar. Algunas cosas te dan igual: puedes elegir comer carne en vez de verdura pero te da igual qué tipo de carne; puedes preferir comer a no comer pero te da igual qué comer.
La acción revela preferencias, pero puede que no esté claro qué preferencias revela: si compro una camisa blanca puedo preferir una camisa blanca a una roja, o puedo preferir una camisa blanca o azul a una camisa roja, o a no comprar ninguna camisa. La acción no siempre revela preferencias estrictas, a veces hay una indiferencia que desde fuera de la mente del propio agente no es posible reconocer: pero el agente quizás sí sea consciente de qué le importa y qué es irrelevante.
La acción no revela todos los detalles de la preferencia: sólo muestro que estoy dispuesto a pagar algo por un bien, pero no si habría estado dispuesto a pagar más (siempre estaré dispuesto a pagar menos). El acto real revela parte de la información en mi mente, pero no toda la información: los agentes al negociar de forma estratégica suelen intentar mantener oculta buena parte de la información; algunas instituciones sociales sirven para intentar que las partes involucradas revelen honestamente sus preferencias (sin fingir poco o demasiado interés).
El insistir en que la indiferencia no motiva la acción no invalida el estudio de las curvas de indiferencia (la representación gráfica o funcional de combinaciones de bienes para los que la satisfacción del consumidor es idéntica). Las curvas de indiferencia son interesantes porque separan zonas del espacio de posibilidades: a un lado el agente escoge una cosa, y al otro escoge la otra. Justo en la curva se escogería al azar o el agente se quedaría bloqueado y sería incapaz de elegir; pero esta indiferencia se manifestaría entonces en la acción de elegir que no consigue llevarse a cabo (porque pensar y elegir son también acciones realizadas por el cerebro).
La relación entre acciones y preferencias es más complicada de lo que parece, y esto puede entenderse si se estudia también psicología en lugar de limitarse a la praxeología. No toda la conducta o acción humana es intencional (y no solamente los humanos son capaces de acción intencional): a veces la gente hace cosas sin saber por qué, sin planificar, de forma automática, sin ser consciente de que ha hecho algo cuando de pensarlo tal vez podría haber hecho otra cosa (reacciones, hábitos); también es posible autoengañarse sobre las motivaciones de las acciones e inventarse explicaciones que uno mismo sinceramente cree (como muestran diversos experimentos de economía conductual y neuroeconomía).
La EAE no se queda sólo en los hechos externos objetivos sino que reconoce la importancia de los fenómenos mentales subjetivos, pero su análisis de estos y su relación con la acción y el bienestar psíquico es incompleto. La gente tiene preferencias que no se manifiestan en la acción propia, y que a veces se expresan verbalmente (con la posibilidad de la mentira) como deseos de que alguien haga algo o de que ocurra algo (quiero que me hagas un favor, me gustaría que no lloviera mañana, prefiero tal forma de organización política): no se trata de preferir decir algo a otro o no decírselo, sino del contenido de la expresión del deseo o preferencia. Preferimos cosas en ámbitos que no podemos controlar (desear que llueva o no) y esas valoraciones muestran su existencia e importancia en cambios en nuestro estado de ánimo al suceder o no lo deseado: disfrutas del buen tiempo, sufres con el mal tiempo. Es posible mentir y engañar con las declaraciones verbales de preferencias, pero esto no significa que no existan, que no puedan conocerse de ninguna manera o que no sean relevantes para la ciencia económica en la medida en que esta se interesa por el bienestar humano: este no depende solamente de lo que elige y hace cada uno; también depende de lo que hacen los demás y puede afectarnos, y de cosas sobre las que apenas podemos hacer nada.
Igual que las acciones revelan preferencias de forma incompleta o imperfecta, tampoco está siempre claro qué información revela una inacción: no compras algo porque no quieres o porque no puedes (no tienes con qué pagar, o la cosa no existe aunque te gustaría que existiera, como un bien o servicio que aún nadie ofrece). La compra indica querer y poder, pero la no compra no aclara si es por no querer, por no poder o por ambas cosas (problema lógico de la negación de la conjunción).
La acción intencional suele explicarse de forma didáctica en primer lugar como la elección entre posibilidades existentes que se valoran de forma diferente (escala de valor o utilidad): las capacidades o medios están dados (son finitos, escasos) y sobre ellos operan las preferencias subjetivas (potencialmente inagotables) y la inteligencia para combinar los medios de modo que produzcan la mayor satisfacción posible. Un aspecto positivo de la escuela austriaca es el estudio de la empresarialidad como una inversión de este proceso: el empresario desea algo que quizás no existe, lo imagina, y se pregunta qué necesita, exista ya o no, para alcanzarlo: genera nuevos fines y medios. Los problemas relacionados con la empresarialidad serán analizados más adelante en esta serie de artículos.
El economista austriaco a menudo se defiende de estas críticas restringiendo el ámbito de lo que estudia: puede reconocer todos estos fenómenos relacionados con las preferencias, pero entonces argumenta que él sólo estudia la praxeología, sólo analiza formalmente la acción intencional, en la cual un agente actúa motivado por preferencias estrictas conscientes; además como praxeólogo no investiga la naturaleza de las preferencias: por qué existen, cómo se forman, por qué son unas y no otras, cómo están relacionadas las de unas personas con las de otras (todo eso sería psicología o sociología). El praxeólogo sólo conoce de forma abstracta una pequeña parte del mundo cuya importancia enfatiza y en la cual quizás se siente muy seguro, pero no es consciente de la relevancia y complejidad de lo que desconoce, e ignora que quizás las separaciones tan nítidas que propone (entre praxeología y psicología) son problemáticas: quizás no debería sorprenderse por que el resto del mundo no lo entienda o valore.
Problemas de la Escuela Austriaca de Economía (II)
Continúo comentando las críticas de Bryan Caplan a la Escuela Austriaca de Economía (EAE) en “Why I Am Not an Austrian Economist” (y en el artículo prácticamente idéntico “The Austrian Search for Realistic Foundations”, Southern Economic Journal 65(4), April 1999, pp. 823-838).
Funciones de utilidad y escalas de valores
Sobre las funciones de utilidad vs. las escalas de valores como herramientas para representar las preferencias individuales, Rothbard insiste en que la utilidad es algo ordinal, no cardinal, y asegura rotundamente: “there is no way whatever of measuring the distance between the rankings; indeed, any concept of such distance is a fallacious one”. ¿Cómo sabe que no hay absolutamente ninguna forma de medir la distancia entre los elementos de una escala de valor y que cualquier concepto de esa distancia es falaz? Si esto es una cuestión empírica del ámbito de la psicología, en la cual la praxeología no entra y sobre la cual él no tiene experiencia, ¿cómo está Rothbard tan seguro de qué es posible o no medir o conceptualizar? Tal vez medir la satisfacción psíquica sea algo difícil, caro y poco realista pero no imposible: internamente un agente sabe que prefiere una cosa a otra, pero también sabe si la prefiere sólo un poco, bastante, mucho o muchísimo (quizás no se pueda medir con precisión pero sí estimar); también podemos observar expresiones emocionales en otras personas para saber cuánto valoran o prefieren las cosas (con la posibilidad siempre presente del engaño, reprimiendo o simulando la expresión de las emociones); quizás sea muy difícil cuantificar de forma simple estas diferencias, y es cierto que aún no se ha conseguido, pero resulta muy arriesgado, sobre todo desde una posición de ignorancia sobre la psicología, afirmar que hacerlo es completamente imposible y que ni siquiera tiene sentido. Las preferencias son generadas en la intimidad de la mente por el sistema nervioso mediante fenómenos físicos y químicos: puede ser una realidad compleja, de difícil acceso, y cuyo conocimiento preciso sea tan caro y ambiguo que no resulte práctico, pero convendría conocerla mejor antes de realizar afirmaciones tan rotundas al respecto.
Rothbard critica a los neoclásicos por utilizar utilidades cardinales, pero según Caplan esto se debe a no entenderlos, ya que estos insisten sistemáticamente en que las utilidades son ordinales aunque puedan representarse por conveniencia de formas diferentes. Caplan afirma que Rothbard utiliza el instrumental neoclásico que rechaza para alcanzar ciertos resultados como las demostraciones del efecto renta y el efecto sustitución: según Predrag Rajsic esto no es cierto (Did Rothbard "Borrow" the Income and Substitution Effects?).
Continuidad
Tanto Mises como Rothbard critican la suposición de continuidad de las funciones de utilidad y de las curvas de demanda y de oferta de los economistas neoclásicos, porque el ser humano actúa en función de cosas relevantes y lo infinitesimal no puede ser percibido ni considerado en la acción. Una posible réplica contra este argumento es que la suposición de continuidad (y diferenciabilidad) es una aproximación útil para poder utilizar el análisis matemático (cálculo, límites, derivadas, integrales, funciones analíticas de variable real) en lugar de usar matemáticas discretas (diferencias finitas, cocientes, métodos numéricos) o mera lógica verbal: no se trata de pretender que los agentes son capaces de percibir cambios infinitesimales sino de emplear un aparato matemático siendo conscientes de que se trata de una aproximación o una representación no completamente realista. Este problema aparece también en otros ámbitos científicos que deben decidir si utilizar matemáticas discretas o continuas como representación fiel de la realidad o como buena aproximación. Si la representación es útil o no es algo que no puede decidirse a priori sino en función de los resultados obtenidos. Además, ¿cómo sabe Rothbard cómo de grandes o intensas deben ser las diferencias entre valoraciones para que produzcan una acción voluntaria? Si conociera algo de dinámica no lineal (teoría del caos) sabría que muy pequeñas diferencias iniciales (entre las actividades de los subsistemas mentales que representen el valor de cada posible fin) pueden resultar en grandes diferencias finales (conducta observable, preferencias y acciones como atractores en el espacio de posibilidades); y como muestra la teoría de catástrofes, es posible utilizar matemáticas continuas para describir fenómenos con discontinuidades o transiciones bruscas como cambios de fase.
Rothbard no acepta la suposición de continuidad que, siendo útil en ámbitos como la física, no sería aplicable a la economía: “The crucial difference is that physics deals with inanimate objects that movebut do not act”. Cree que la economía es algo completamente distinto de la física y no se da cuenta de que el mundo de lo económico, cerebros incluidos, también es físico: todo actuar, intencional o no, es un moverse de objetos físicos (de señales entre neuronas, de músculos, de glándulas, de vísceras, de máquinas). No hay por un lado los movimientos de objetos inanimados y por otro lado desconectado e independiente está el mundo de las acciones de agentes animados, sino que las acciones son tipos particulares de movimiento en sistemas con características específicas adecuadas (seres vivos como agentes autónomos autopoyéticos). Esta afirmación es un error muy común entre muchos economistas austriacos que no comprenden las relaciones entre el mundo de lo natural, físico y biológico, y el mundo de la acción humana: creen que han descubierto una verdad profunda (movimientos vs. acciones) cuando sólo están manifestando su ignorancia en este ámbito. En realidad no saben qué es acción (movimiento y trabajo termodinámico) y no comprenden cómo lo intencional es un modo particular (no el único posible) de control cibernético de la acción que requiere un soporte físico.
Caplan resalta además que si se insiste en rechazar la continuidad entonces no deben usarse nunca gráficos con funciones continuas (especialmente después de asegurar que son un peligroso error), y es falaz pretender que la oferta y la demanda puedan igualarse y los mercados vaciarse de forma exacta: Rothbard hace todo esto, aunque podría excusarse con que es meramente una simplificación gráfica.
Economía del bienestar
Sobre la economía del bienestar Mises y Rothbard defienden que sólo los intercambios libres benefician a todos los participantes (+, +), mientras que la intervención estatal beneficia a unos a costa de otros (+, −). El análisis de los intercambios libres es incompleto, ya que no dice nada acerca de cómo afecta a los no participantes en cada intercambio, quienes podrían sentirse perjudicados (por envidia, o por no haber podido participar en un intercambio que deseaban, como el vendedor que quería venderte lo que has comprado en otro sitio) o beneficiados (por empatía o altruismo): que no demuestren ese perjuicio o beneficio en alguna acción propia no significa que este no exista.
Sobre el análisis de la intervención estatal los austriacos insisten en no medir o estimar beneficios o perjuicios, no hacer comparaciones interpersonales de utilidad y no sumar o restar beneficios y perjuicios para obtener resultados netos: según Caplan esto les impide criticar algunas intervenciones estatales claramente ineficientes porque su resultado neto sería negativo. Aquí Caplan tiene un problema serio: no explica cómo se miden y conocen los beneficios o perjuicios de la intervención estatal para evaluar su eficiencia o ineficiencia; si los austriacos no tienen noción de intensidad y sólo comparan una situación en la que todo es positivo y otra en la que algo es positivo y algo es negativo (considerando sólo a los directamente involucrados), los neoclásicos asumen con demasiada ingenuidad que pueden conocer todos los beneficios y las pérdidas y su resultado neto (y que tiene sentido esa agregación de valoraciones). Además después de haber asegurado que las utilidades son ordinales y subjetivas aquí parece que se están sumando y restando como si fueran magnitudes objetivas y cardinales (a menudo son sustituidas por algún tipo de magnitud monetaria).
Valor subjetivo
Los austriacos insisten a menudo en que el valor es subjetivo. Pero esto es compartido por los neoclásicos, quienes saben que el valor depende de los individuos y no está en las cosas en sí mismas: a veces realizan simplificaciones, como suponer que todos los individuos tienen las mismas valoraciones, igual que los austriacos recurren a simplificaciones como analizar las interacciones entre dos agentes aislados (Robinson y Viernes). Aunque los austriacos abusan a veces de la subjetividad como argumento (parece que no saben decir otra cosa o profundizar un poco), y no se fijan en que algunas preferencias son más homogéneas y estables que otras (lo que es esencial para entender la liquidez y el dinero), a mi juicio la heterogeneidad y dinamismo de las preferencias no suele estar representada de forma realista en los modelos neoclásicos.
Cálculo económico, imposibilidad del socialismo y constantes en economía
Caplan critica a Mises porque por un lado insiste en que la teoría económica sólo produce leyes cualitativas (no cuantitativas porque no hay constantes), y por otro asegura que la imposibilidad del cálculo económico es el factor clave para el fracaso del socialismo: ¿cómo sabe Mises cómo de importante o relevante es ese problema en comparación con otros como incentivos inadecuados, corrupción, economía sumergida, falta de innovación? El problema del cálculo económico sin derechos de propiedad y precios libres de mercado existe, pero sin un análisis más profundo es difícil saber cómo de grave es: de hecho bastantes economistas austriacos, incluso el propio Mises, reconocen o parecen reconocer que el problema del socialismo se agrava con la escala y la complejidad. El teorema de la imposibilidad del socialismo es cierto e importante, pero no es deducible de la mera praxeología sino que es necesario conocer detalles empíricos concretos acerca de la complejidad de los sistemas a coordinar y de los posibles mecanismos de coordinación y sus límites o problemas: es un problema que requiere algo de conocimiento sobre control cibernético y ciencias cognitivas.
Sobre las constantes en economía: ¿cómo sabe Mises que no las hay? Obviamente no mediante una deducción praxeológica. Si se trata de algo observado, ¿dónde están los datos empíricos y los análisis exhaustivos que demuestren que no hay ninguna constante? ¿Y si existieran relaciones cuantitativas complejas que no hemos sido capaces de descubrir? Aceptando que existen variaciones y cambios en las preferencias, en las capacidades y en las circunstancias de los agentes económicos, ¿cómo sabemos si son importantes o no? ¿Y si algunas variaciones resultan ser tan pequeñas que son irrelevantes?
Monopolio
Sobre la teoría del monopolio, Caplan resalta el desacuerdo entre Mises y Rothbard sobre si son posibles o no los monopolios en el mercado libre o si requieren intervención estatal. Caplan reconoce el acierto inicial de Rothbard pero asegura que la economía neoclásica, inicialmente aferrada al mal modelo de la competencia perfecta, ahora es superior en este ámbito y puede utilizar modelos de competencia imperfecta.
Bienes públicos y externalidades
Rothbard insiste en que las preferencias sólo pueden conocerse a través de acciones concretas, rechaza la idea neoclásica de los bienes públicos e interpreta las externalidades negativas como fallos en las definiciones de los derechos de propiedad, además de desconectarlas de las externalidades positivas. Sin embargo las preferencias existen aunque no se manifiesten en acciones: lo ajeno puede afectarme aunque no invada mi propiedad; la importancia económica de este hecho se refleja por ejemplo en la valoración del patrimonio inmobiliario, que depende fuertemente de la localización, del entorno de la propiedad (externalidades positivas o negativas), de lo que está fuera pero cerca y puede afectarla.
Existen ciertos bienes con características peculiares (no excluibles, no rivales) que pueden resultar difíciles de producir por un mercado libre y que pueden requerir algún tipo de gestión colectiva: en vez de rechazar la idea como absurda conviene conocerla y comprobar cómo sus problemas afectan también al gobierno. Ciertos bienes o servicios, como la defensa o el entorno común (calles, plazas) tienden a ser producidos y disfrutados de forma colectiva porque su individualización o externalización puede ser problemática (las calles son difícilmente separables) o peligrosa (los mercenarios pueden defenderte o atacarte). Los bienes públicos no justifican automáticamente al Estado, el cual puede agravar los problemas en lugar de resolverlos, pero es útil entender por qué su tratamiento es peculiar.
La teoría austriaca del ciclo económico
La parte más problemática y floja de la crítica de Caplan a los austriacos es la crítica a la teoría austriaca del ciclo económico: muchas de los comentarios que hace no son especialmente acertadas o no van a lo esencial, y al no conocer la teoría de la liquidez y el problema del descalce de plazos y riesgos no es capaz de detectar ciertos problemas graves de la teoría austriaca del ciclo económico y de sus propias críticas a la misma.
Caplan asegura que los aspectos correctos de esta teoría son los relacionados con el desempleo provocado por salarios reales excesivos y rígidos a la baja, y que la inflación es una mala respuesta a este problema. Mises y Rothbard enfatizan el intervencionismo del Estado y los sindicatos en la determinación de los salarios, mientras que otros economistas añaden otros factores: psicológicos (moral de los trabajadores, sabotajes), rigideces contractuales, o costes de negociación.
El problema es que lo esencial de la teoría austriaca del ciclo no es la explicación del desempleo sino la conexión causal entre periodos de auge insostenible y crisis subsiguientes mediante manipulaciones y distorsiones monetarias y crediticias. Caplan acepta que la política monetaria expansiva tiende a reducir los tipos de interés (al menos en el corto plazo), y que esto podría hacer que algunas inversiones, especialmente las de horizonte temporal más lejano, parezcan atractivas al cambiar el tipo de interés utilizado al descontar su valor presente. Pero los empresarios deben darse cuenta de que estas manipulaciones no son sostenibles en el tiempo, y además pueden utilizar los tipos de interés a largo plazo como guía fiable y no distorsionada, de modo que sus inversiones serán por lo general acertadas (no habrá cúmulos de errores sistemáticos).
Si el razonamiento de Caplan fuera correcto ninguna manipulación monetaria o crediticia podría distorsionar jamás la estructura de producción, ya que los empresarios pueden preverlas todas y adaptarse: las distorsiones son impotentes y los empresarios omniscientes. En la realidad la racionalidad de los agentes económicos es muy limitada (véase todo el área de la economía conductual con sus catálogos de errores, sesgos y heurísticas) y las distorsiones son múltiples y difíciles de conocer y predecir. Los empresarios reales suelen saber de lo suyo, de su sector, de tratar con clientes y proveedores (trabajadores, otras empresas, bancos); pero no suelen ser expertos en teoría monetaria, no conocen las causas de los ciclos económicos y seguramente confían en que su banco les mantendrá la financiación cuando haga falta. Algunos empresarios pueden intentar aprovechar las oscilaciones del ciclo económico para aprovecharse de otros participantes en los mercados más incautos que crean que la bolsa y la vivienda siempre suben: en los excesos crediticios también tienen culpa muchos especuladores bursátiles sin conocimiento y compradores de vivienda que se hipotecan en exceso, con malas garantías y a tipos variables. En muchas empresas hay problemas entre principal (accionistas) y agente (directivos): los directivos pueden escoger estrategias financieras arriesgadas que incrementen su compensación a corto plazo pero que pongan en peligro a la empresa a largo plazo; por otro lado los directivos pueden ser presionados por los consejos de las empresas o los accionistas para obtener resultados a corto plazo en un entorno de crecimiento y confianza generalizados que no se sabe que son insostenibles. Algunos sectores como la banca (el principal canal de transmisión de las distorsiones monetarias y crediticias) están mal supervisados y muy protegidos por el gobierno con garantías explícitas e implícitas de rescate, lo que causa un riesgo moral que les lleva a ser sistemáticamente imprudentes, confiando en la privatización de los beneficios y la socialización de las pérdidas. Los políticos suelen preferir políticas monetarias inflacionistas permanentes que creen ilusión de prosperidad en vez de asumir la realidad de los ajustes necesarios (fracasos empresariales, paro, decrecimiento). Los tipos de interés a largo plazo no son una guía fiable porque también están distorsionados por el descalce sistemático de plazos que realiza la banca: la transformación de plazos es además considerada por los economistas neoclásicos como una función útil y esencial, lo que demuestra su desconocimiento sobre finanzas. Muchos modelos económicos neoclásicos problemáticos (VAR, CAPM) son utilizados por el sector financiero para intentar estimar los riesgos de préstamos e inversiones.
Caplan cree que la teoría austriaca del ciclo, al menos en ciertas versiones, no predice ni la caída de la producción ni el desempleo durante la crisis, ya que simplemente deberían redistribuirse entre industrias de bienes de capital e industrias de bienes de consumo: ignora que las descoordinaciones de la estructura económica pueden tardar bastante tiempo en corregirse (liquidación de empresas fallidas, ajustes de precios, formación y crecimiento de nuevas empresas), y que los problemas de endeudamiento excesivo son difíciles de arreglar e incluso pueden agravarse en entornos recesivos; es normal que durante la crisis haya recursos inutilizados en espera de poder ser aprovechados, lo cual incrementa el paro y reduce la producción.
Caplan acierta al señalar que la teoría austriaca del ciclo económico no es una explicación completa o la única posible de las crisis económicas y todos sus fenómenos o factores, pero yerra al no entender lo esencial: las distorsiones y el incremento en fragilidad del sector financiero.
Metodología, matemática y econometría
Según Caplan, Mises y Rothbard enfatizan la teoría económica sobre la historia económica, la cual sólo ilustraría la teoría pero no puede refutarla; los economistas neoclásicos combinan ambas con sensatez sin obsesionarse con un purismo metodológico. El problema principal de los austriacos más integristas es que sin evidencia empírica no pueden saber cuál o cuánta es la importancia real de los factores estudiados por la teoría: sin el complemento de observaciones del mundo las afirmaciones teóricas son verdades genéricas imprecisas. Es cierto que los detalles de la importancia cuantitativa de los factores pueden cambiar entre lugares y episodios históricos, pero esto sólo indica que el trabajo del economista es difícil, no que no deba intentarse.
Si los austriacos se oponen por principio a las matemáticas y a la econometría (y con argumentos a menudo erróneos o exagerados), Caplan las critica también, pero por razones pragmáticas: se ha abusado de ellas, son excesivamente populares entre muchos economistas y sus aportaciones efectivas han sido escasas.
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