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viernes, 15 de julio de 2016

“La economía” y el pagador de impuestos





“¿Sería un recorte de impuestos bueno para la economía?” Economistas están teniendo su acostumbrado debate — que pone los ojos vidriosos — sobre esta cuestión, sin molestarse a definir sus términos. La administración Bush quiere recortar los impuestos un poquito durante esta década, insistiendo de que ayudará a “la economía”. Sus oponentes dicen que incluso un pequeño recorte de impuestos podría lastimar a “la economía”.
¿A qué se refieren con “la economía”? ¿Es una sola cosa, o un gran número de cosas dispares amontonadas juntas en una abstracción engañosa?
La primera cosa para notar es que los americanos no acostumbraban hablar de esta manera. En el primer siglo de la existencia del gobierno de los Estados Unidos, cuando los presupuestos Federales estaban en los millones, no en los trillones, los impuestos eran muy bajos. El país prosperó como ningún otro país lo había hecho; tenía libertad individual sin precedentes y los europeos venían acá en tropel. No había ningún estado de bienestar; los inmigrantes no venían a vivir a expensas de los pagadores de impuestos, sino para cosechar recompensas por sus propios esfuerzos en un sistema de libre intercambio. Nadie hablaba de una “economía” monolítica como algo que concerniese al gobierno.
Durante la Guerra Civil, la administración Lincoln impuso el primer impuesto nacional a los ingresos. Las tasas eran bajas, del 3 al 5 por ciento. Después de la guerra, el impuesto fue declarado inconstitucional. Eventualmente, la Enmienda Dieciseisava, ratificada en 1913, dio al Gobierno Federal un poder a prueba de cortes judiciales para imponer impuestos a los ingresos. Pero las tasas eran aún, al principio, bajas: un hombre soltero sin dependientes, tenía que ganar US$ 50,000 al año (en el dinero de hoy) antes de tener que pagar 1 por ciento en impuestos. La tasa tope era del 7 por ciento.
Voces prescientes advirtieron, sin embargo, que la Enmienda daba al Gobierno Federal un poder de cobranza de impuestos que era potencialmente ilimitado; además, creaba nuevas posibilidades de tiranía, al hacer que cada ciudadano estadounidense tuviese que responder por sus finanzas personales directamente ante el Gobierno Federal; una burocracia intrusa sería el resultado, eliminando a la privacidad.
Los peores escenarios han sido sobrepasados. Hoy, el pagador de impuestos común paga con tasas más altas de las que los Rockefeller y los Morgan acostumbraban pagar. Añade impuestos estatales y locales, y ahora nosotros pagamos casi la mitad de nuestros ingresos al gobierno. Esto sin tomar en cuenta abusos ilegales incontrovertibles, como ser usar a la burocracia impositiva para tener de blanco a los oponentes políticos de los presidentes. Y las cortes Federales han declarado que el pagador de impuestos, en sus tratos con esa burocracia, no disfruta de la protección plena de la Declaración de Derechos[*] contra investigaciones e incautaciones irrazonables y contra la autoincriminación.
Si los americanos se hubiesen dado cuenta de lo que iba a acarrear la Enmienda Dieciseisava, nunca hubiese sido ratificada. Nos ha habituado a una nueva forma de “servidumbre involuntaria” – no ante dueños privados, sino ante el gobierno. Las cortes judiciales nunca han reconocido a los impuestos, no importa cuan onerosos sean, como la “servidumbre involuntaria” prohibida por la Enmienda Treceava[**]. Así que aún si el gobierno se llevase todas tus ganancias, ¡tú no serías ante sus ojos un esclavo!
Tales cuestiones, desgraciadamente, no interesan a economistas que se enmarañan a sí mismos en argumentos sobre si es que un recorte de impuestos sería “bueno para la economía.” Ellos no tienen ningún criterio para juzgar si los impuestos son injustos para la gente que los paga. No reconocen ningún límite moral sobre el poder impositivo. Sólo saben que puede ser peligroso para “la economía” dejar que la gente se quede con demasiado de su propio dinero. En principio, todas nuestras ganancias parecen pertenecer al gobierno y “expertos” pragmáticos están a la mano para aconsejarle que no demuestre una excesiva generosidad hacia nosotros.
Qué perezca el pensamiento de que el gobierno ya toma demasiado de nosotros, que gasta nuestro dinero para propósitos inconstitucionales, que apila deuda sobre futuras generaciones políticamente indefensas. La Enmienda Dieciseisava es una de las pocas partes de la Constitución de los Estados Unidos que el gobierno toma seriamente todavía, construyendo su poder impositivo tan ampliamente como sea posible – tan ampliamente, de hecho, que nulifica al resto de la Constitución.
Hace un siglo Hilaire Belloc predijo el surgimiento del “Estado Servil” – un orden social en el cual algunos hombres son sistemáticamente forzados por el estado a mantener a otros. A eso es lo que un poder impositivo ilimitado conduce y a lo que ya ha conducido: a una “suave” servidumbre, en la cual la libertad difícilmente es algo más que una ficción legal y en la que los esclavos del estado apenas se dan cuenta de lo que han perdido.
¡Que injusto de los oponentes de Bush acusarlo de tratar de restaurar excesivamente nuestra libertad! Aún si él se sale con la suya, no hay ningún peligro de que los americanos sean tan libres como lo fueron en 1913. Ninguno de los dos partidos quiere eso.

Notas del Traductor
[*] Nota del Traductor: Declaración de Derechos (Bill of Rights) se refiere a las primeras diez enmiendas a la Constitución de los Estados Unidos, añadidas en 1791 para proteger ciertos derechos de los ciudadanos.
[**] Nota del Traductor: Enmienda Treceava, adoptada en 1865, destruyó legalmente a la institución de la esclavitud. [Fuentes: American Heritage Dictionary y American Freedom Library CD ROM.]

Traducción por John Leo Keenan, el artículo se encuentra aquí.

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