[Extraído de What You Should Know About Inflation]
Hace más de 30 años (en 1928, para ser precisos), H. G. Wells escribió una novela propagandística menor llamada “La conspiración abierta”. Aunque la reseñé en ese momento, he olvidado exactamente qué era esa conspiración abierta. Pero la descripción parece ajustarse particularmente bien a algo que está ocurriendo hoy en Estados Unidos. Nuestros políticos y la mayoría de nuestros comentaristas, parecen participar en una conspiración abierta para no pagar la deuda nacional, indudablemente no en dólares con el mismo poder adquisitivo con el que fueron tomados prestados y aparentemente ni siquiera en dólares con el actual poder adquisitivo.
Por supuesto, no hay ninguna manifestación explícita de esta intención. La conspiración es más bien una conspiración de silencio. Muy pocos siquiera mencionanel problema de reducir sustancialmente la deuda nacional. Lo más que se atreven a pedir incluso los conservadores, es que dejemos de acumular déficits de forma que no tengamos que incrementar la deuda y aumentar aún más el tope de deuda. Pero cualquiera con una intención seria de acabar pagando la deuda nacional tendría que defender tener superávit presupuestario todos los años, en una suma anual significativa.
Hoy nadie ve ni escucha una discusión seria sobre este problema. Vemos cientos de artículos y escuchamos cientos de discursos en los que se nos dice cómo podemos o debemos aumentar el gasto federal o los ingresos fiscales federales en proporción al aumento de nuestro “producto interior bruto”. Pero todavía no he visto un artículo que explique cómo podemos empezar y aumentar una devolución anual de la deuda en proporción al aumento en nuestro producto nacional bruto.
Cuando vemos las dimensiones del problema que se acaba de asumir, no es difícil entender el sombrío silencio sobre el mismo. Si alguien propusiera que la deuda se liquidara a un ritmo anual de 1.000 millones de dólares al año, tendríamos que afrontar el hecho de que a ese ritmo nos llevaría 289 años, o casi tres siglos, librarnos de ella. Aun así, 1.000 millones de dólares al año no es una suma trivial, ni siquiera hoy. Las administraciones republicanas, después de la Primera Guerra Mundial, sí consiguieron mantener algo cercano a esa tasa anual constante de reducción entre 1919 y 1930, pero fueron continuamente atacadas por ser una política demasiado “deflacionista”. Debido a esos temores deflacionistas, uno difícilmente se atrevería a mencionar hoy un tipo más alto.
Sospecho que en el fondo de las mentes de muchos de los políticos y comentaristas que entienden las dimensiones del problema hay una creencia o deseo no reconocido. Es que una continuación de la inflación disminuiría la carga real de la deuda en relación con la renta nacional mediante una constante disminución del valor del dólar, reduciendo así el problema a “proporciones manejables”. Esa política se negaría con indignación. Pero a esto es precisamente a lo que nos está llevando nuestro gasto insensato. Sobre la deuda que contrajimos hace veinte años, ahora estamos pagando intereses y principal en dólares de 48 centavos. ¿Esperan nuestros políticos engañar los acreedores públicos pagándoles dentro de veinte años con dólares con un poder adquisitivo menor de la mitad del dólar de hoy?
Sin embargo, este truco tiene una historia larga y poco gloriosa. Espero que se me perdone por repetir aquí parte de la cita de La riqueza de las naciones de Adam Smith que hice en el Capítulo 31: “Cuando las deudas nacionales se han acumulado hasta cierto nivel”, escribía Smith en 1776, “creo que no hay ni un solo ejemplo de que se hayan pagado justa y completamente. La liberación del ingreso público, si se produce en absoluto, siempre se ha producido mediante una quiebra, a veces reconocida, pero siempre real, aunque frecuentemente mediante un pago figurado [es decir, pago con una unidad monetaria inflada o devaluada]. El honor de un estado se atiende realmente muy mal cuando, para ocultar la desgracia una quiebra real, se recurre a un truco de malabarista de este tipo, tan fácil de ver y al mismo tiempo tan extremadamente perjudicial”.
Nuestro gobierno no está obligado a recurrir una vez más a ese “truco de malabarista”. No es demasiado tarde para que afronte ahora sus responsabilidades y adopte un programa a largo plazo que acabe pagando a sus acreedores con al menos el actual dólar de 48 centavos, sin sumergirnos aún más en la inflación o la deflación.
Publicado originalmente el 16 de junio de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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