De Abengoa se pueden extraer enormes lecciones de aquellas circunstancias que debieran haber alertado de lo que se cocía en la sevillana, guion para evitar fiascos futuros
Abengoa está a un paso de su liquidación.
No será por que no se lo avisamos desde estas mismas líneas.
Lo hicimos en marzo de 2014, cuando poner en tela de juicio la operativa de una de la estrellas bursátiles del momento era casi un sacrilegio. Aun así no dudamos en titular nuestra entrada ‘Peligrosa huida hacia delante de Abengoa’, encabezamiento que admitía pocas dudas.
Al mercado le dio igual, el valor siguió subiendo como la espuma.
Un 40% más, sin ir más lejos, en los tres meses siguientes.
Si servidor había llegado a esa conclusión dedicándole apenas una tarde a las cifras de la firma, ¿cómo era posible que analistas, supervisores, empleados y auditores -por citar cuatro 'stakeholders'- no vieran las evidencias que emanaban de sus números y que en aquel 'post' se recogían?
Evidentemente, no interesaba.
Aunque muchos lo sabían.
Era imposible, de hecho, no darse cuenta salvo caída en las garras seductoras del entonces CEO, Manuel Sánchez Ortega, responsable último del entramado corporativo y único hombre capaz de construir a su alrededor una ‘equity story’ (V.A., ‘Mar de fondo en la Abengoa sin Sánchez Ortega’, 20-05-2015).
El presidente de Abengoa, Felipe Benjumea, (c) y el entonces consejero delegado, Manuel Sánchez. (EFE)
Algo parecido ocurrió cuando nuevas muestras de irregularidades emergieron con el famoso caso del 'bono verde' allá por el mes de noviembre, hace ahora un año. En ese momento, desmenuzar los números a nueve meses dejaba poco lugar a dudas.
Aún fuimos más duros: ‘Abengoa, trileros a los que se descubre dónde está la bolita’.
Trileros, esto es: tahúres, según la RAE, calificativo no sujeto a interpretaciones.
Aunque la acción había corregido más de un 40% en apenas cinco meses, volvió a doblar en los cinco siguientes hasta situarse por encima de los 3,5 euros, precisamente la revaorización que defendía la sociedad en sus presentaciones oficiales por aquellas fechas.
Seguía la fiesta.
Al final, sin embargo, la realidad siempre termina por imponerse.
Y, en este caso, no ha sido distinto.
Se ha escrito tanto y tan variado a lo largo del fin de semana de las causas y consecuencias del 'affaire' Abengoa que entrar en la casuística de lo que ha llevado a la compañía de ingeniería andaluza a donde está sería cansino y redundante.
Desconfíe de una compañía a la que una entidad financiera señera le negaba financiación al ser incapaz de comprender su organización
Sí que creo, sin embargo, que se pueden extraer enormes lecciones de aquellas circunstancias; indicios que, a cualquiera medianamente listo con los polinomios y despierto con los recados, debieran haberle alertado de lo que se cocía en la sevillana, guión para evitar fiascos futuros.
¿Cuáles son? A modo de sumario:
Desconfíe de una compañía cuyo negocio no sea capaz de comprender en menos de cinco minutos. Les aseguro que destripar el entramado actual de Abengoa llevaba mucho más que eso y exigía de la intervención personal de su ex CEO. Hagan caso a Warren Buffett que, de esto, algo sabe.
Desconfíe de las compañías que operan en actividades subvencionadas en las que la rentabilidad está sujeta a boletines oficiales y en que las puertas giratorias colocan expolíticos y 'lobistas' de todo tipo en los consejos de administración de las distintas empresas del Grupo. Favor con favor se paga, hasta que el favor se pierde.
Desconfíe de las compañías con esquemas accionariales duales que buscan blindar a algunos de los socios y que dedican amplio esfuerzo en comprar y vender las propias acciones, manipulando, por ende, su cotización con resultados enmascaradamente ruinosos.
Desconfíe de las compañías en las que todo el peso estratégico depende de la visión y ejecución de un único ejecutivo rodeado, las más de las veces, de una guardia de corps que ha progresado a su sombra y es ya incapaz de discutirle al jefe los riesgos inherentes a su modelo. Una vez que este sale por la puerta, y con él su ‘verdad’, queda un erial. Miren, si no, la Indra de Monzón.
Desconfíe de una compañía cuyo ex CEO lo primero que hace es asesorar a un inversor que, oh causalidad (sí, está bien escrito), se convierte en el principal vendedor en corto de los títulos de la empresa en cuestión. Debiera haber sido aviso más que suficiente a navegantes bursátiles.
Desconfíe de las compañías cuya estructura organizativa es disparatada (en el caso de Abengoa, había más de 600 empresas subsidiarias, 20 asociadas y otras tantas 'joint ventures'), en que una parte relevante del negocio se produce en operaciones cruzadas entre la matriz y las filiales.
Desconfíe de las compañías que cambian constantemente de perímetro de consolidación y reclasifican masivamente las distintas partidas contables, convirtiendo la búsqueda de cifras comparables en un imposible para cualquier observador avezado. El silencio de los auditores en relación con este punto y el anterior es atronador. Salvedades, las justas, no vaya a ser que se nos caiga el chiringo.
Desconfíe de las compañías que mandan distinta información a los distintos supervisores de sus valores de renta fija y variable e incumplen con los compromisos de activos adquiridos en el anuncio de la salida a bolsa o de la emisión de bonos. Si ya no es fiable de origen… En caso de duda, preste más atención a lo comunicado a los responsables de los mercados anglosajones, donde se andan con pocas bromas, civiles o penales, con los que, siendo listos, se creen los más listos. Papelón también el de la CNMV.
Desconfíe de una compañía a la que una entidad financiera señera, en este caso el BBVA, le negaba cualquier tipo de financiación al ser incapaz de comprender su organización, sus flujos de fondos, sus cuentas anuales y los catalizadores para dotar de viabilidad consistente al negocio.
Desconfíe de las compañías que, pese a alardear de solidez financiera y amplia tesorería, multiplican las operaciones para conseguir recursos propios y ajenos, en algunos casos por importes insignificantes para el tamaño global de su balance, a través de los más variados instrumentos y en distintas geografías sin importar coste y esfuerzo, domeñando de este modo la percepción de la banca de inversión.
Desconfíe de las compañías en que los flujos de caja cantan de la manera que lo hacían en Abengoa, donde el 'cash flow' de operaciones una vez descontado el pago de los intereses de la deuda apenas daba para cubrir el 'capex' corporativo, pese a los planes descomunales de expansión, y era incapaz de cubrir los vencimientos de deuda a corto plazo.
Desconfíe de las compañías que en un entorno de compresión de las rentabilidades de la deuda de la peor calidad, gracias a la inmensa ola actual de liquidez, no son capaces de abaratar sus costes de financiación, manteniendo alta la percepción de riesgo por parte del mercado de renta fija corporativa y convirtiéndose, de hecho, en su ‘oveja negra’. Sí que algunos veían de manera clarividente lo que otros negaban.
Desconfíe de las compañías cuyo endeudamiento crece de manera exponencial mientras su rentabilidad operativa permanece estancada y sus gestores se entregan al juego de asignaciones entre deuda con recurso a la matriz o sin recurso a ella por estar asignada a proyectos concretos de inversión. Al final, la responsabilidad subsidiaria (casi) siempre suele estar ahí.
Desconfíe de las compañías cuya esperanza de rentabilidad pasa por la activación de créditos fiscales diferidos que, no lo olvidemos, suelen ser el fruto de malas decisiones corporativas adoptadas en el pasado. Lo que la actividad operativa corriente 'non dat', Hacienda 'non prestat'.
Desconfíe, por último, en quien crece demasiado rápido, en demasiados sitios, con demasiados compromisos de inversión y sobre la base del uso de la deuda. Suele ser receta segura para el desastre.
Espero que les sirva.
Alguno podrá decir que escribir todo esto es fácil a toro pasado, ahora que la suerte está casi echada. En efecto. Tendrían razón si no fuera porque la mayoría de lo ahora descrito como consejos a inversores venía ya en los tres 'posts' anteriormente enlazados.
Les recuerdo, la misión de esta columna no es que la gente gane dinero, sino que no lo pierda. Hay 50.000 damnificados. Si con esas entradas hubiéramos conseguido que alguno se salvara por el camino, nos daríamos con un canto en los dientes.
Como dicen por ahí en algunos foros, a veces McCoy hasta acierta.
Pues eso.
Buena semana a todos.
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