¿ES LA ESCUELA AUSTRIACA UNA PSEUDOCIENCIA? (PARTE 1)
Aunque soy de la opinión de que no hay buenas o malas escuelas de Economía, sino buena o mala ciencia económica, considero que existe cierta utilidad señalizadora en poner en antecedentes al lector a propósito de la tradición principal de pensamiento en la que uno se enmarca. No para sacralizarla y defenderla a capa y espada, sino simplemente para aclarar cuál es tu background principal. En este sentido, tiendo a enmarcarme en la tradición de pensamiento de la Escuela Austriaca, aun cuando no son pocos quienes en alguna ocasión me hayan acusado de adoptar posiciones antiaustriacas por criticar a Hayek, Mises o Rothbard. Pero grosso modo creo que lo más descriptivo es insertarme dentro de esta corriente.
José Luis Ferreira acaba de publicar un libro en el que habla de refilón de la Escuela Austriaca para tildarla de pseudociencia. Su juicio crítico deriva de lo siguiente: “¿dónde están los avances de esta escuela? ¿Cuándo han corregido un error? ¿Cuándo han descartado una hipótesis por encontrar otra mejor? ¿Dónde publican? ¿A quién convencen? ¿Qué datos necesitan para invalidar alguna de sus hipótesis? … En realidad no es de extrañar que esta escuela no presente avances puesto que, como decía Friedrich Hayek, su postura no es consecuencialista. Para ellos la aceptación de la libertad de mercado es un fin en sí mismo como parte de la libertad humana”. Supongo que si uno es capaz de responder a estas cuestiones, la acusación de pseudociencia deberá ser corregida.
“¿Dónde están los avances de esta escuela?”
La pregunta me resulta confusa. ¿Avances, desde cuándo? ¿En las últimas dos décadas o en el último siglo y medio? ¿Y cómo medimos las avances?
Si nos referimos a los avances de los economistas dentro de la tradición austriaca creo que han sido tan numerosos que no merece la pena reiterarlos (Carl Menger desarrolla el concepto de utilidad marginal, de liquidez y de coste de oportunidad; Böhm-Bawerk pergeña la teoría del interés basada en la preferencia temporal; Mises desarrolla el concepto de cálculo económico y el consiguiente teorema de la imposibilidad del socialismo; Mises y Hayek elaboran el marco conceptual de la teoría del ciclo económico que le valdría el Nobel a este último; Hayek profundiza en el estudio de forma privadas de dinero y en los problemas de coordinación social por insuficiencia de información, etc.). Dejo fuera de este listado principal a economistas austriacos tan importantes y reconocidos por la globalidad de la profesión como Fritz Machlup, Ludwig Lachmann, Gottfried von Haberler, William Hutt, Frank Fetter o Israel Kirzner. Para un recorrido pormenorizado, puede consultarse este libro de Schulak y Unterköfler. Se trata de una tradición tan rica que incluso la American Economic Review incluyó un artículo de Hayek entre los 20 más importantes de los que han publicado en sus 100 años de vida.
En realidad, pocos economistas serios se atreverían a afirmar categóricamente que los economistas de la Escuela Austriaca han sido irrelevantes en la historia del pensamiento económico (ni siquiera Ferreira llega a ese extremo). Acaso la más razonable crítica sería que, desde Hayek, sus aportaciones han sido nulas y que se trata de una tradición extinta. Evidentemente, los economistas austriacos son una absoluta minoría dentro de la profesión actual, de modo que, por mero cálculo de probabilidades, la cantidad de aportaciones que podrán haber promovido serán mucho menores que las del resto de economistas. Aun así, en la actualidad sigue dándose una rica y creciente investigación basada en la tradición austriaca para cuyo conocimiento recomiendo este (ni mucho menos exhaustivo) paper de Evans y Tarko. Ciertamente, no me atrevería a tildarlas de inexistentes.
“¿Cuándo han corregido un error? ¿Cuándo han descartado una hipótesis por encontrar otra mejor?”
De nuevo, una pregunta muy confusa. ¿Cuándo han corregido un error o han descartado una hipótesisquiénes? Ferreira habla de los austriacos como se fueran un bloque ideológico compacto, un “todos a una como en Fuenteovejuna”. Para descubrir cuándo un austriaco ha corregido un error habrá que acudir a su particular biografía intelectual, al proceso de aprendizaje que ha emprendido y que le ha llevado a revisar, rechazar o reforzar parte de sus ideas. Todos los economistas, austriacos o no austriacos, cambiamos de opinión cada vez que leemos e investigamos, profundizando en nuestros conocimientos previos o socavando esos (erróneos) conocimientos previos.
Sin ir más lejos, yo mismo he cambiado radicalmente de ideas en un área que no es que sea de importancia secundaria para mí, sino que es mi campo principal de investigación y especialización: grosso modo, he dejado de ser un ricardiano en materia monetaria (la nota más importante del dinero es su cantidad, el dinero ideal tiene su cantidad totalmente limitada, la demanda de dinero posee una importancia secundaria, los precios dependen esencialmente de la cantidad de moneda, el dinero ideal es deflacionista, los precios internacionales se regulan mediante el mecanismo flujo especie-dinero de Hume, los bancos han de mantener el 100% de su coeficiente de caja, etc.) para pasar a ser un smithiano-cantilloniano (la nota más importante del dinero es su calidad, la demanda de dinero es el factor más importante y potencialmente inestable de su valor, el dinero ideal es suficientemente elástico como para responder a cambios en su demanda a corto y largo plazo, el dinero ideal mantiene estable su poder adquisitivo, los precios internacionales dependen de los flujos de crédito entre países, el coeficiente de caja es un problema relativamente menor siendo más importante la liquidez conjunta de la entidad, etc.). Como digo, ésta era el área que en la que uno creía ser especialista sobre las demás pero que, tras muy variadas lecturas, termina descubriendo que no. Imaginémonos qué sucedería si me pusiera a hacer un listado de otras materias donde soy consciente de no ser un especialista: la lista de aprendizajes y rectificaciones sería interminable.
Sin embargo, la postura de Ferreira parece ser, más bien, la de plantearse si la Escuela Austriaca in toto ha reconocido alguna vez un error. Sinceramente, éste me parece un modo muy malo de aproximar el problema: la Escuela Austriaca no piensa, no actúa, no toma decisiones. Son los pensadores que se adscriben a esta tradición de pensamiento –sin necesariamente excluir o blindarse frente a otras tradiciones– los que lo hacen. Y si Ferreira tiene la impresión de que todos dentro de la tradición austriaca piensan del mismo modo, eso sólo ilustraría que se ha sumergido poco o nada entre los autores austriacos. Me atrevería a decir que no existe un solo asunto en Economía (no hablemos ya en otras áreas vinculadas como el Derecho, la Filosofía, la Ciencia Política o la Psicología), donde existe consenso entre todos (o entre el 99%) de los economistas austriacos: ni en metodología (la postura de Mises es bastante distinta a la de Hayek y a su vez diferente a la de Machlup/Zanotti), concepto de equilibrio (la economía de giro uniforme de Mises, no es la economía caleidoscópica de Lachmann o la economía contrafactual de Hülsmann), formación de precios (no es lo mismo Böhm-Bawerk, que Fekete o que Lachmann), naturaleza y función de la empresarialidad (como equilibradora a lo Kirzner o promotora en desequilibrio a lo Lachmann), cálculo económico (¿es un problema de falta de propiedad como dice Mises o uno de falta de información como sostiene Hayek?), competencia y monopolio (¿existen monopolios no legales como afirma Mises o no existen como defienden Rothbard o Armentano?), teoría del capital (Menger es muy distinto a Böhm-Bawerk, Böhm-Bawerk es bastante distinto a Hayek, Hülsmann es radicalmente distinto a Hayek y Menger, Lachmann entronca con Hayek pero para distanciarse notablemente de él), interés (preferencia temporal pura como afirma Fetter, preferencia temporal y productividad marginal como defienden Fekete y Böhm-Bawerk, arbitraje empresarial desequilibrante según Lachmann, spread entre utilidades de acuerdo con Hülsmann…), dinero (¿Qué es dinero? ¿Cómo se determina su valor? ¿Qué papel juega la demanda? ¿Qué propiedades exhibe el buen dinero? ¿Qué sustitutos cercanos puede tener el dinero? ¿Puede ser Bitcoin dinero?… Preguntas a las que Menger, Mises, Huerta de Soto, White, Selgin o Fekete responderían de muy diversas formas), banca (¿Es viable la reserva fraccionaria o sólo el 100%? ¿Qué papel juega el descalce de plazos y de riesgos? ¿Crea la banca dinero? ¿Puede la banca descontar sólo papel comercial de calidad o cualquier otro activo? De nuevo, las posiciones de Huerta de Soto, White o Fekete son completamente enfrentadas siendo todos ellos austriacos), ciclo económico (¿Puede haber ciclos sin bancos? ¿Puede haber ciclos en un mercado libre? ¿Es el ciclo un fenómeno monetario o crediticio? ¿Qué papel juega el arbitraje de la curva de rendimientos? ¿Genera el ciclo sólo distorsiones reales? ¿Existen las contracciones secundarias? ¿Existe el fenómeno deuda-deflación? ¿Agrava el atesoramiento de dinero el ciclo, es irrelevante o incluso es sano?: preguntas a las que cada austriaco daría una respuesta según se base más en Mises, Hayek, Haberler, Fekete, Huerta de Soto, Lachmann o en economistas no austriacos como, verbigracia, Fisher, Koo o Rogoff), etc.
Es decir, no existe ni lejanamente un consenso dentro de la tradición de pensamiento austriaca sobre numerosísimas cuestiones como tampoco lo hay entre el resto de economistas. En ese sentido, todos los economistas austriacos no sólo descubren errores internos, sino errores en otros austriacos.
“¿Dónde publican?”
Las publicaciones de los economistas austriacos son cuantiosas en numerosos medios (artículos, libros, papers…). Imagino que Ferreira se refiere a publicar en revistas científicas indexadas. Aquí puede encontrar una lista bastante completa, donde se excluyen deliberadamente las publicaciones no-JCR.
“¿A quién convencen?”
Sinceramente, esta puede que sea la pregunta más extraña de todas. No creo que la calidad y solidez de una tradición de pensamiento deba medirse en función de la gente a la que convencen. La homeopatía o la astrología convencen a mucha gente y no por ello deja de ser pseudociencias. Supone una visión muy ingenua del progreso científico. En verdad, ignoro qué quiere dar a entender Ferreira con esta cuestión: tal vez que la Escuela Austriaca no le convence a él (y a su círculo de colegas), lo que supuestamente ya bastaría para arrinconarla como pseudociencia.
Pero, yendo más allá de tan inquisitorial juicio, prefiero aproximar esta cuestión de otro modo. ¿Qué influencia han tenido los economistas austriacos sobre otras personalidades relevantes? Pues mucha. Por ejemplo, entre los Premios Nobel de Economía se me ocurren al menos ocho donde la influencia austriaca ha sido muy considerable: John Hicks (véase), James Buchanan (véase), Ronald Coase (véase), Douglass North (véase), Robert Lucas (véase), Vernon Smith (véase), Oliver Williamson (véase aquí y aquí) o Elinor Ostrom (véase). No en vano, Hayek es el segundo economista más citado por los Premios Nobel de Economía en su conferencia de recepción. No estoy diciendo ni lejanamente que todos estos economistas sean austriacos o que sus aportaciones se deban esencialmente a haber estudiado la escuela austriaca, sino que todos ellos han sabido encontrar ideas valiosas entre los austriacos y, por tanto, han sido persuadidos parcialmente por su trabajo (como lo han sido parcialmente por otros economistas no austriacos, sin que ello nos lleve a calificar la economía no austriaca de pseudociencia).
Más allá de los Nobel, encontramos reconocimientos a las aportaciones austriacas entre economistas muy relevantes y de muy diversas corrientes.
Entre los keynesianos tenemos a Axel Leijonhufvud, para quien la reciente crisis económica se explica por una combinación de Hayek y Mises con Minsky. Entre los monetaristas, David Laidler también ha reivindicado recientemente buena parte de la teoría austriaca del ciclo económico. Entre los economistas más mainstream, nos encontramos con Ricardo Caballero (del MIT) que hace suya la humildad epistemológica de Hayek en el análisis macroeconómico o con Guillermo Calvo (de la Universidad de Columbia), quien considera que la Escuela Austriaca ha solventado uno de los (a su juicio) enigmas fundamentales de la macroeconomía (el link entre crisis financieras y booms crediticios) o con William White (ex economista jefe del BIS), quien considera las aportaciones austriacas esenciales para reconducir el pensamiento macroeconómico. También habría que mencionar a Thomas Mayer, economista jefe del Deutsche Bank, quien se reconoce a sí mismo como “austriaco”.
Otros economistas relevantes fuertemente influidos por la Escuela Austriaca son los polifacéticos Tyler Cowen, Nassim Taleb y Deirdre McCloskey, los expertos en economía del desarrollo como William Easterly o Enrique Ghersi (coautor del famoso y muy influyente libro de “El otro sendero”) o el reputadísimo metodólogo Uskali Mäki.
Y si nos apartáramos del ámbito académico, muchos inversores y empresarios de grandísimo éxito profesional (el caso más conocido en España es el de Bestinver; y fuera de ella, probablemente Marc Faber o Jim Rogers) se reconocen fuertemente influidos por la Escuela Austriaca.
De nuevo, con todo esto no pretendo demostrar que la Escuela Austriaca tenga razón (ya de entrada, porque no existe un pensamiento único dentro de la Escuela Austriaca, sino las ideas de muchísimos economistas austriacos que han influido de un modo divergente a todos los anteriores): sólo pretendo mostrar su influencia y persuasión sobre personas de reconocida valía académica y profesional.
“¿Qué datos necesitan para invalidar alguna de sus hipótesis?”
De nuevo, los datos dependerán de la hipótesis que quiera falsarse. Es verdad que muchos austriacos no aceptan que la teoría pura (no así la economía aplicada o la historia) pueda ser falsada (véase Hülsmann), pero otros sí lo hacen con diversas cautelas (véase Zanotti). Por consiguiente, habría que ir caso por caso para ver qué dato concreto (y por qué) cree suficiente cada economista austriaco para falsar una determinada teoría. La pregunta es bastante vacía, como lo es plantearse qué dato necesitan los economistas no austriacos para invalidar alguna de sus hipótesis. Dependerá de la hipótesis.
¿Hayek, anticonsecuencialista?
Por último, Ferreira intenta transmitir la imagen de que la Escuela Austriaca es una corriente de pensamiento construida a la medida de un programa ideológico: el liberalismo. A su juicio, los austriacos retuercen sus teorías económicas para que encajen dentro de sus dogmas ideológicos. Como ejemplo, cita a Hayek como ejemplo de anticonsecuencialismo y de economista dogmático que antepone la libertad a toda consideración económica.
Hasta llegar a este punto, tenía serias dudas de su Ferreira había leído en profundidad a los economistas austriacos (sospechaba que no, pues se adscribe al mito de que Friedman refutó la teoría austriaca del ciclo), pero con su juicio sobre el antiutilitarismo de Hayek –y de los austriacos en general– ha terminado por despejarlas.
Antes de entrar en materia, sin embargo, dos caveats: primero, es verdad que todos los austriacos tienen ideología y que la inmensa mayoría de ellos tienen una ideología muy cercana al liberalismo (no siempre ha sido así: Eugen von Philippovich, por ejemplo, era más bien socialdemócrata), pero también todos los economistas no austriacos tienen ideología (ven el mundo a través de un conjunto de ideas y valores). Segundo, muchos economistas austriacos actuales rechazan, en efecto, el utilitarismo como regla para defender una ideología liberal, por considerar que existen cuestiones éticas previas a resolver (dicho de otro modo, muchos economistas austriacos rechazan que el análisis de la problemática social comience y termine con la economía); pero en esto último también coincidirán con muchísimos economistas no austriacos. La clave, empero, es si los economistas –austriacos o no austriacos– dejan que su ideología contamine sus desarrollos científicos: es decir, si colocan la ciencia al servicio de la ideología en lugar de modular su ideología en función de los hallazgos científicos disponibles. Y aquí encontraremos de todo: austriacos que caerán en la trampa de forzar las conclusiones científicas en aras de la ideología y austriacos que no lo harán. Pero lo mismo sucederá entre los no austriacos: ¿o es que ellos Ferreira intenta hacernos creer que los economistas no austriacos están absolutamente inmunizados contra el sesgo de confirmación? Espero que no, pues con ello sólo confirmaría su sesgo de confirmación a la hora de querer tildar a la Escuela Austriaca de pseudociencia.
Sentado esto, ¿dos austriacos tan relevantes como Mises o Hayek se aproximaban a la ciencia económica desde una perspectiva antiutilitarista? No, y siquiera sugerirlo demuestra una nula lectura o comprensión de sus textos. Mises es el caso más claro: siguiendo a Weber, considera que la economía debe ser una ciencia libre de juicios de valores. Su defensa del libre mercado era eminentemente utilitarista. Inclusollegó al extremo de sostener que el único buen argumento en contra de la esclavitud era su inferior productividad frente al trabajo libre. Dicho de otro modo, Mises no es que no fuera consecuencialista, es que era un consecuencialista extremo: la libertad no era un fin en sí mismo, sino el marco óptimo para lograr el bienestar social.
El caso de Hayek es algo más complicado. Es verdad que Hayek no se consideraba utilitarista, pero tampoco aceptaba el iusnaturalismo. En realidad, lo que sucede es que, partiendo de su análisis de que los problemas de información y coordinación en sociedad se solventan en gran parte mediante instituciones sociales que no han sido planificadas centralizadamente (ese análisis es el que recoge en el artículo calificado por la American Economic Review como uno de los 20 más importantes que han publicado), Hayek llega a la conclusión de que lo más conveniente para el ser humano es respetar esas instituciones y tradiciones aun cuando no las entienda. Dicho de otro modo, Hayek rechaza que uno pueda planificar la sociedad basándose en comparaciones agregadas de utilidad cognoscible –rechaza el hiperracionalismo constructivista–, pero no lo hace porque lo considere inhumano, sino porque previamente ha demostrado (o creído demostrar, ese es otro debate) los errores del constructivismo y la conveniencia social de aceptar las instituciones espontáneas. Su visión es metarracionalista: denuncia racionalmente los problemas del abuso de la razón y aconseja, por motivos consecuencialistas, no atentar contra el orden social liberal. De ahí que Liggio haya calificado a Hayek de utilitarista indirecto; otra forma de denominarlo sería utilitarista restringido o utilitarista humilde. Pero, desde luego, no antiutilitarista.
En todo caso, uno podría pensar que mi interpretación de Mises y Hayek es forzada y Ferreira se ha limitado a seguir interpretaciones alternativas igualmente válidas. Pero no: la interpretación estándar y generalizada es que Mises y Hayek eran utilitaristas. ¿Cómo puede Ferreira sostener todo lo contrario? Una de tres: o miente conscientemente, o no ha leído casi nada de los austriacos, o no ha entendido casi nada de lo que ha leído de los austriacos. Las dos primeras actitudes no serían demasiado honestas desde un punto de vista científico para construir una crítica a los austriacos; la tercera sólo reflejaría que esa crítica está basada sobre bases muy endebles. Mi juicio –absolutamente especulativo– es una combinación de escasas lecturas con desganado afán por comprenderlas, todo ello filtrado por el peligroso sesgo de confirmación.
Conclusión
¿Es la Escuela Austriaca pseudociencia? Si por Escuela Austriaca queremos decir “todos los economistas que siguen la tradición austriaca” (o incluso “una mayoría de los economistas que siguen la tradición austriaca”) la respuesta es claramente no. Desde luego que podremos encontrar austriacos que caigan en actitudes muy poco científicas, como también podremos encontrar a economistas no austriacos que incurran en tales prácticas. Desde luego que podremos encontrar a austriacos equivocados, como también habrá no austriacos profundamente errados. Lo que no tiene sentido –y es una actitud escasamente científica– es descalificar a todos los austriacos para así evitarse entrar en el debate.
Por ejemplo, Ferreira sostiene que siempre que lee o escucha a un austriaco no aprende nada nuevo (“Cuando acudo a un seminario de mis colegas a menudo aprendo algo. A veces confirman una hipótesis, a veces la rechazan y todavía otras veces proponen alguna nueva. En cambio, cuando leo a un autor de esta escuela no aprendo nada. No hay nada nuevo, no hay descubrimientos inesperados, sólo una repetición de las mismas ideas una y otra vez. Este estancamiento es todo lo contrario del quehacer científico”), en cuyo caso o bien lee a pocos austriacos porque arrogantemente cree saber todo lo que ellos saben (aunque no sepa lo que saben) o bien entiende poco de lo que ha leído. Descarto la tercera posibilidad de considerarle un superhombre que ya lo sepa todo de todo. ¿O es que puede sostenerse seriamente que cuando uno lee a un austriaco como Peter Leeson no aprende nada nuevo? ¿O que Larry White no ha aportado nada a la ciencia económica que Ferreira no sepa ya? ¿Nada nuevo en los escritos de Robert Higgs? ¿Nada de nada?
La afirmación de Ferreira no es demasiado distinta a cuando un economista austriaco señala que “no leo a los no austriacos porque no aportan nada”. Es una actitud pseudocientífica dirigida a evitar entrar en el sano debate con otros economistas adscritos a la Escuela Austriaca (o no adscritos a la Escuela Austriaca): si trazo una línea entre buena y mala ciencia, automáticamente me ahorro oponer argumentos contra los que se hallan en el campo de la mala ciencia. Pero semejante perspectiva sólo contribuye a paralizar el diálogo y la reflexión necesarios para lograr el progreso científico. Es un atrincheramiento ideologizado poco saludable. Un ensimismamiento en el que, afortunadamente, no han caído algunos de los más brillantes economistas, austriacos o no austriacos.
¿ES LA ESCUELA AUSTRIACA UNA PSEUDOCIENCIA? (PARTE 2)
José Luis Ferreira ha replicado a mi artículo “¿Es la Escuela Austriaca una pseudociencia?”, el cual pretendía ser, a su vez, una respuesta a sus acusaciones, a mi juicio infundadas, que había vertido sobre todos los economistas adscritos a la tradición austriaca. Lo ha hecho en dos posts que podéis leer aquí yaquí (por cierto, Adrián Ravier también se ha unido al debate con estos dos posts).
Aunque el debate inicial giraba en torno a una serie de preguntas provocativas que Ferreira había lanzado a propósito de los economistas austriacos, en realidad todo el reproche ha quedado finalmente centrado en que los economistas austriacos no formalizan matemáticamente sus teorías. Ni siquiera, como veremos, la crítica pasa ya por que no las contrasten, sino por que, dado que no las formalizan, no pueden contrastarlas adecuadamente. El resto de cuestiones planteadas por Ferreira son opacadas por ese pecado metodológico de partida, aunque no por ello pierden su relieve.
El problema general que va desprendiéndose de los textos de Ferreira es que parece haber cultivado el prejuicio (en su acepción de idea preconcebida) de que la Escuela Austriaca es, y ha de ser a toda costa, una pseudociencia. Por supuesto, no pretendo sugerir que todos debamos partir de la premisa opuesta: es un legítimo asunto de controversia. Pero si de una controversia se trata, ambas partes deben esforzarse por comprender a la otra, aunque sea para descalificarla con fundamento. En este caso, sigo teniendo muy serias y crecientes dudas de que Ferreira lo haya hecho, como más adelante comprobaremos.
Así pues, dividiré este post en dos partes: la primera tocará el tema central de la metodología; la segunda servirá para, a partir de las réplicas que Ferreira ha ofrecido a las respuestas que le di a sus preguntas, valorar la actitud con la que estamos concurriendo a esta discusión. Pero antes de entrar en esta cuestión, querría resolver una cuestión preliminar: ¿quiénes son los economistas austriacos?
“Los” austriacos
Ferreira insiste en seguir hablando de “la” Escuela Austriaca o de “los” austriacos, como si fuéramos una masa homogénea de economistas que pensáramos todos de idéntico modo, pero como ya expuse en su momento eso no es cierto: las discrepancias entre economistas autodenominados austriacos son muy intensas en casi todos los campos… incluida la metodología. Resulta llamativo, por consiguiente, que Ferreira persista en querer meterlos a todos en el mismo saco cuando no lo están. La actitud sería comprensible si los errores metodológicos de partida que denuncia Ferreira fueran compartidos por todos, pero como veremos no es el caso.
En tal caso, Ferreira debería optar por descalificar como pseudociencia a aquellos que no se ajusten a sus premisas metodológicas, pero en tal caso la crítica ya no podría ser contra la Escuela Austriaca sino contraalgunos austriacos. Lo mismo sucede hoy cuando alguien toma las declaraciones descabelladas de algúneconomista y carga contra la Economía por ser pseudociencia. No parece una estrategia legítima para alguien que, además, pretende ser preciso a la hora de deslindar las ciencias de las pseudociencias: si ese es el objetivo, entonces no puede usarse el bisturí de la exquisitez académica para tratar unos asuntos y la motosierra del tertuliano para afrontar otros conectados con los anteriores.
Claro que, si la dispersión entre los austriacos es tan vasta, entonces, ¿tiene sentido que alguien se siga calificando como economista austriaco? ¿Acaso no sería un economista sin más, sin etiquetas? Ya dije al comienzo del anterior post, que a mi juicio debemos limitarnos a distinguir entre buena Economía y mala Economía (aciertos-errores con sus zonas grises), pero que, aun así, calificarse de austriaco es útil para conocer ciertos puntos de partida metodológicos, ciertas conclusiones compartidas y cierto itinerario formativo (como cuando uno dice que es de la Escuela de Chicago, de la Escuela de la Public Choice, del Neoinstuticionalismo, de la síntesis neoclásica…). Poco más: las etiquetas no deberían utilizarse como arma arrojadiza, ni para creerse en posesión de la verdad ni para castigarlo entre los tontos de la clase. La cuestión es: ¿cuáles son esos rasgos compartidos que permiten a alguien seguir llamándose austriaco? Al respecto me gustan dos artículos: el de Fritz Machlup y, sobre todo, el de Peter Boettke.
Machlup cita como características propias de la Escuela Austriaca 1) el individualismo metodológico (los individuos actúan), 2) el subjetivismo metodológico (el objeto de estudio sobre las acciones de los individuos basadas en sus utilidades, creencias y expectativas), 3) Los precios dependen de la utilidad, 4) Los costes de los productores son básicamente costes de oportunidad, 5) El marginalismo, 6) Estructura intertemporal del consumo y de la producción basada en la preferencia temporal. Como digo, las seis notas que cita Machlup son válidas, pero hoy por hoy casi cualquier economista las firmaría, no exclusivamente los austriacos.
De ahí que me guste más la definición que da Boettke: 1) sólo los individuos actúan, 2) el estudio del orden de mercado se refiere al estudio de los intercambios económicos y de las institución que los rodean, 3) Los ‘hechos’ de la Economía son las creencias y las ideas de los agentes, 4) La utilidad y los costes son subjetivos, 5) El sistema de precios es un mecanismo economizador de información, 6) La propiedad privada es imprescindible para poder efectuar un cálculo económico racional, 7) La competencia es un proceso de descubrimiento, 8) El dinero no es neutral, 9) La estructura productiva es una red de bienes de capital heterogéneos, 10) las instituciones sociales son a menudo el producto de la acción humana pero no del diseño humano. Muchos de estos puntos, por cierto, también son compartidos por muchos economistas no austriacos, aunque no por todos o, al menos, no con los particulares matices que han introducido los austriacos (ojalá algún día lo sean).
Nótese, en primer lugar, que ni Machlup ni Boettke han incluido ninguna proposición sobre: “los austriacos rechazan la formalización (o incluso la formalización matemática) de sus modelos” o “los austriacos se niegan a contrastar empíricamente sus teorías”. De ahí que cuando Ferreira descalifica a “los” austriacos por adoptar ese doble punto de partida, simplemente esté cargando contra un muñeco de paja. Habrá austriacos que tomen esas premisas y habrá no austriacos que también lo hagan: sin que ello signifique que los austriacos que no lo hagan dejen de ubicarse (por otros motivos) dentro de la tradición austriaca ni que los no austriacos que sí lo hagan pasen a ubicarse dentro de la tradición austriaca.
Un comentario más a este respecto. Ferreira está muy preocupado por que “la” Escuela Austriaca jamás rectifica ni revisa sus premisas por razonables que puedan parecer. ¿Es el decálogo de Boettke una lista de Diez Mandamientos revelados? No. En tanto en cuanto aquí no estamos hablando de la membresía a ninguna asociación que exija cumplir a rajatabla un catálogo de requisitos, sino simplemente de un conjunto de ideas compartidas que es útil agruparlas bajo la rúbrica de Escuela Austriaca, lo anterior no son dogmas de fe. Yo mismo matizaría los puntos 1 y 3 de Boettke (los grupos tienen mecanismos para actuar; la economía también se ocupa de los hechos materiales en la medida en que condicionan y restringen la acción y, por tanto, los juicios y creencias de los agentes), sin que ello signifique que sea automáticamente expulsado del “templo austriaco”. Siempre los habrá que quieran repartir carnets (algunos quieren repartir carnets de economista/no economista), pero lo mismo da: lo importante es si uno se considera honestamente dentro de la tradición austriaca por compartir la mayor parte de esos puntos o si, aun compartiéndolos, se ubica a sí mismo fuera. Por ejemplo, yo no los comparto todos los puntos anteriores y me considero austriaco; George Selgin tal vez los comparta en mayor medida que yo, y no se considera austriaco. Pues bien, todos tan felices.
La crítica metodológica
Vayamos ahora con el asunto esencial. Ferreira descalifica a los austriacos porque a) no formalizan, b) como no formalizan, no contrastan. Permítaseme aclarar, para el lector no muy sumergido en el tema, que son dos asuntos distintos: se puede formalizar sin contrastar y se puede contrastar sin formalizar; un economista se puede especializar en modelizar para que otros contrasten y otros se pueden especializar en contrastar modelos sin haber creado ninguno. Muchas veces se descalifica a “los” austriacos porque “no usan números” lo cual, aparte de ser falso, no queda muy claro si se refiere a que no matematizan sus modelos o a si no echan mano de la estadística para contrastarlas. En cualquier caso, son problemas distintos, y estoy de acuerdo en que ambos deben darse en Economía: es necesario formalizar y es necesario contrastar.
En cuanto al primer punto, que es aquel en el que más hincapié hace Ferreira, no observo discrepancia alguna entre la mayoría (o totalidad) de austriacos. Formalizar implica ser muy preciso y riguroso con el significado del lenguaje empleado para minimizar las ambigüedades a propósito de las hipótesis y de los razonamientos causales empleados, es decir, formalizar es el mecanismo de modelizar y modelizar es la herramienta que nos permite enfrentarnos a ciencias que estudian la complejidad (como sucede con la economía).
El formalismo puede llegar al extremo de la abstracción simbólica, como en matemáticas o lógica, donde los símbolos empleados no admiten ambigüedad alguna. Pero el formalismo no es sólo matemáticas o lógica: el lenguaje también puede ser formalizado con sumo cuidado para expresar idénticos razonamientos y conclusiones a las proporcionadas por la lógica o las matemáticas. No en vano, el lenguaje también es un conjunto de símbolos que utilizamos para comunicarnos y cuyo mayor inconveniente es que no sólo utilizamos para comunicarnos en ciencias y, por eso, puede estar plagado de ambigüedades (de ahí la necesidad de cuidado y rigor). De hecho, hay notables casos de científicos, a los que no creo que Ferreira tildara de pseudocientíficos, que no usan en general las matemáticas para hacer ciencia. Sonado fue el caso de E. O. Wilson hace unos meses.
Hasta aquí no creo haber dicho nada novedoso. El propio Ferreira resumía que el primer paso para hacer ciencia era “Defínase la hipótesis lo mejor posible. Debe dejar claro qué implica y qué no. Si puede definirse usando la lógica y las matemáticas, tanto mejor”. Si es con matemáticas o lógica mejor, pero no es imprescindible. E incluso aquí podríamos entrar a discutir las preferencias. Por un lado, el tipo de formalización dependerá de la audiencia a la que uno se dirige: de nada sirve tratar de transmitir conocimientos mediante las matemáticas o la lógica si no domina su simbolismo. Por otro, el tipo de formalización también depende de la materia analizada: si pretendemos desarrollar razonamientos cuantitativos (como en ciertas variedades de la teoría financiera), la formalización matemática tendrá mucho más sentido que cuando interactuamos con razonamientos cualitativos. En todo caso, si el uso del lenguaje formal está siempre sometido al riesgo de la ambigüedad, el uso del lenguaje matemático está expuesto al riesgo de la tratabilidad y, a partir de ahí, de la irrelevancia: básicamente, corremos el riesgo de forzar la formulación de nuestras hipótesis y razonamientos en términos que puedan expresarse matemáticamente y, a partir de ahí, crear un modelo que sea autorreferencial y que quede totalmente desconectado de la realidad (lo que Mäki denomina pasar de “modelos subrogados” a “modelos sustitutos”).
La práctica totalidad de economistas austriacos formalizan sus modelos mediante el lenguaje. Eso no significa que la mayoría de austriacos esté en contra de usar las matemáticas en general (sería algo descabellado) ni tampoco en contra de usar las matemáticas para modelizar: simplemente alerta de los riesgos de modelizar matemáticamente y prefiere modelizar haciendo un uso lo más preciso posible del lenguaje. Ambos enfoques son posibles y complementarios para avanzar hacia la comprensión de la realidad.
Es aquí, sin embargo, donde Ferreira comienza a desconcertarme: según nos dice, todos los austriacos son tremendamente ambiguos en su lenguaje y no se entiende qué quieren decir. Por supuesto, si uno lee “La Acción Humana” o “Dinero, Crédito Bancario y Ciclos Económicos” encontrará partes ambiguas (al igual que si uno se adentra en ciertos modelos matemáticos verá que al final terminan siendo un camino al despropósito, sin que ello descalifique la formalización), pero no creo que ningún lector atento no logre comprender perfectamente las tesis y modelizaciones fundamentales de ambas obras.
Por dar un ejemplo conocido: si Huerta de Soto dice que los créditos concedidos a partir de la reserva fraccionaria de la bancos deprimen los tipos de interés por debajo del nivel que habrían alcanzado sin reserva fraccionaria, que ello provocará un aumento de la demanda de crédito empresarial y esto, a su vez, un incremento de las inversiones empresariales más capital intensivas entre los receptores de ese crédito, es obvio que lo que está diciendo es:
– Créditos con reserva fraccionaria –> Menores tipos de interés bancarios
– Menores tipos de interés bancarios –> Mayor demanda de crédito empresarial
– Mayor demanda de crédito empresarial –> Inversiones más capital intensivas entre los receptores de crédito
Las proposiciones son claras y perfectamente contrastables. Luego, uno podrá rechazar este razonamiento por motivos teóricos o empíricos o incluso reclamar una mayor sofisticación (¿se reducen todos los tipos de interés bancarios? ¿Cualquier reserva fraccionaria es problemática? ¿qué tipo de crédito bancario tiende a expandirse preferentemente? ¿Cuál es el perfil de los receptores de crédito?, etc.), pero lo mismo sucedería si expresáramos lo anterior en lenguaje matemático o, peor, recurriendo a agregados (¿todos los economistas que han recurrido históricamente a agregados estaban haciendo pseudociencia?).
Como digo, estas tesis podrán gustarnos, pensar que expresan medias verdades por exponer un modelo incompleto o parecernos una falacia argumental de primer orden, pero lo que no puede decirse es no hayan establecido la definición de los términos empleados (los austriacos más conocidos son especialmente “cansinos” en eso), que los usen consistentemente y que tracen razonamientos causales perfectamente comprensibles. Por supuesto, siempre hay pasajes más oscuros o menos logrados que otros (el propio Ferreira cita una de mis críticas contra la modelización austriaca: el uso del concepto “tasa de interés natural”), pero eso no es distinto a volver un modelo matemático innecesariamente complejo (o trivialmente simple), a no explicitar todas tus hipótesis y conceptos de partida, a uno que incorpore variables ambiguamente definidas, o a construir modelos incoherentes. Simplemente, si hay ambigüedades en el lenguaje, se le pide precisión adicional al autor y listo.
No creo que nada de esto tenga que ver con la pseudociencia (al margen, insisto, de que las conclusiones alcanzadas por los autores sean correctas o no). Sin ir más lejos, varios de los últimos Premios Nobel de Economía los han recibido economistas que apenas han formalizado matemáticamente a lo largo de sus carreras. Por ejemplo, los dos últimos: Elinor Ostrom y Oliver Williamson. El Comité, verbigracia, recomienda este artículo de Ostrom al que yo añadiría este otro como central (más allá de sus libros); de Williamson recomienda, entre otros, estos dos. Podríamos ir más atrás y citar a James Buchanan (The Calculus of Consent usa una formalización gráfica y lógica tremendamente rudimentaria) o a Ronald Coase (paradigmáticamente, La Naturaleza de la Empresa, o El Problema del Coste Social). ¿Dónde modelizan matematizando todos estos economistas? ¿Es que su lenguaje está mucho más formalizado que el de otros austriacos como Hayek o Mises? ¿O acaso Ferreira los condenaría a estos Nobel al submundo de las pseudociencias? Sinceramente, no lo veo.
En suma, uno podrá reprocharles a muchos economistas austriacos que economizarían el tiempo de otros economistas no austriacos si usaran más la formalización matemática, o incluso que, debido al corsé que les impone el lenguaje al manejarse con variables cuantitativas, no desarrollen modelos más sofisticados y, por tanto, matematizados. Todo eso son críticas razonables que se les pueden dirigir, pero nada de ello los convierte en pseudociencia. En las formas, porque la formalización no matemática es perfectamente científica. En el fondo, porque que un modelo se fije más en las relaciones cualitativas que en las cuantitativas no convierte al primero en falso: acaso lo convertirá en menos preciso, pero el desarrollar un modelo más sofisticado a partir de un modelo matriz más general no relega al modelo general a la categoría de pseudocientífico siempre que sus conclusiones generales sean ciertas.
En todo caso, los economistas insertos en la tradición austriaca también tenemos nuestras razones metodológicas para no sofisticar hasta el ridículo nuestros modelos: siendo la economía una ciencia de la complejidad, la sofisticación de esos modelos probablemente no pueda ser muy elevada más allá de lo que Hayek llamaba “pattern predictions”. El propio Ferreira usa un ejemplo que me parece adecuado y perfectamente aplicable: la teoría de la evolución nos puede indicar el proceso (puede crear un “modelo”) que explique cómo las especies evolucionan, pero no puede pronosticar qué especies evolucionarán en concreto.
Bien, tratado el tema del formalismo (que, según se desprende de los post de Ferreira, es el principal argumento que tiene para afirmar que los austriacos), procedo a la segunda parte de la crítica metodológica: la presunta alergia que sienten los austriacos hacia el contraste empírico. Ferreira insiste en que los austriacos no podemos contrastar porque no tenemos un modelo formalizado que comparar con la realidad. Es más, que en el fondo creemos absolutamente innecesario contrastar nuestras teorías una vez hayan sido reveladas por Mises y Hayek.
De nuevo, claro que hay austriacos que están convencidos de que sus teorías son ajenas a la realidad (curioso, además, para una tradición como la austriaca que aspira al realismo económico), pero eso no es ni mucho menos una postura generalizada. Tomemos el caso de Machlup: para este economista austriaco, el modelo económico (lo que él llama fundamental postulates) puede tener contenido empírico relevante, pero no pueden ser directamente falsado. En cambio, sí puede ser indirectamente falsado si al modelo económico se le añaden una serie de hipótesis auxiliares sobre la situación del mundo (assumed conditions) y se utiliza ese modelo para pronosticar cambios observables (deduced change) ante la recepción de distintos estímulos desequilibrantes (assumed change). Si, ante la presencia de reiterados estímulos desequilibrantes, las observaciones empíricas observadas sistemáticamente no coinciden con las deducidas por el modelo complementado con las hipótesis auxiliares, entonces el conjunto del modelo será falsado. Pero nótese que la falsación, en tanto en cuanto es falsación de todo el modelo en conjunción con las hipótesis auxiliares, es muy limitada en dos sentidos: a) que el deduced change no coincida con el hecho observado puede significar simplemente que las hipótesis auxiliares (el contenido empírico específico con que se rellenan nuestros modelos) es inadecuado; b) aun cuando las assumed conditions sean absolutamente fidedignas, el modelo puede ser o incompleto o parcialmente erróneo, de manera que no tiene por qué descartarse enteramente.
La exposición metodológica de Machlup es muy parecida a la tradicional de Friedman (y a otras indudablemente austriacas, como la de Zanotti o incluso, bien interpretado, la de Mises); de hecho, Machlup cita con aprobación a Friedman, salvo para reprocharle la irrelevancia que asigna al realismo del modelo en tanto posea valor predictivo (para una reinterpretación más generosa y realista de Friedman,puede verse a Mäki, quien sostiene que Friedman pretendía efectuar modelizaciones parciales de la relaciones causales reales, siguiendo la estela austriaca de Menger y Robbins). Sea como fuere, el conjunto de axiomas que conforman el modelo no sólo debe ser una realista representación de la realidad, sino que, como indica Ferreira, han de estar en continua revisión por evidentes que parezcan. Y, nuevamente, nada hay en la tradición austriaca que no lleve a una continua revisión de esos modelos para enriquecerlos con mejores teorías o con mejor evidencia empírica que conduzca a hallar fallas en el modelo. Es más, esa revisión debería realizarse no sólo dentro del paradigma económico, sino incorporando naturalistamente los nuevos descubrimientos de ciencias conexas con la Economía (derecho, psicología, antropología, biología, etc.): nada extraño dentro de la visión austriaca, que siempre ha insistido en la necesidad de que los buenos economistas no sean solo economistas.
Pero, como decíamos, la falsación del modelo no podrá ser directa y, al no serlo, estará sometida a limitaciones. Por ejemplo, volviendo al modelo muy simplificado de Huerta de Soto expuesto anteriormente, allí teníamos diversos postulados fundamentales que pueden ser indirectamente falsados, pero nos vamos a quedar con el primero para no extendernos: “Reserva fraccionaria –> Menores tipos de interés bancarios”. Esta proposición establece que si los bancos otorgan créditos con reserva fraccionaria, los tipos de interés de esos créditos se reducirán. Pero este simplificadísimo modelo asume ciertas condiciones constantes: no existen tipos de interés mínimos fijados por ley, la demanda de crédito no se incrementa paralelamente, la inflación esperada no cambia, la calificación de riesgo de los demandantes de crédito no se modifica, etc. Únicamente para falsar este simplificado modelo deberíamos comprobar que ante un aumento de la oferta de créditos basados en reserva fraccionaria, las condiciones constantes asumidas en el modelo se cumplen (es decir, que las hipótesis auxiliares coinciden con las que se dan en la realidad). Alternativamente, podríamos someter al modelo ante múltiples cambios de las condiciones constantes hasta encontrar las que coincidan con la realidad y comprobar si los cambios pronosticados por el modelo coinciden con los cambios observados en la realidad (por cierto, si quisiéramos pronosticar que una relación cuantitativa entre el grado de deterioro del coeficiente de caja y la reducción de tipos, sería muy conveniente ofrecer una formalización matemática de esa relación, aunque justamente ahí muchos somos escépticos sobre que semejante relación pueda hallarse salvo para causísticas tan variadísimas que vuelvan esa relación del todo inservible para el científico social).
El problema, claro, es que, conforme construimos modelos más complejos a partir de modelos más simples (de la reserva fraccionaria al ciclo económico), las interdependencias del modelo se acrecientan y ya no está tan claro qué proposiciones fundamentales del modelo son ciertas o no lo son. Por ejemplo, si como consecuencia del aumento de la demanda de crédito entre los empresarios (derivada de la mayor oferta de crédito con reserva fraccionaria), los bancos siempre entraran en pánico y decidieran racionar la oferta de crédito de manera mucho más severa que al comienzo, ¿podríamos decir que un aumento de la oferta de crédito por reserva fraccionaria lleva a inversiones más capital intensivas? No, y ello a pesar de que por separado y aisladamente las tres proposiciones anteriores fueran ciertas (sólo que para modelizar su interacción no bastante con ligarlas causalmente): la única falsación posible sería la de la totalidad del modelo para indicarnos que algo está fallando –el semáforo rojo del que habla Zanotti–. ¿El qué exactamente? Eso es lo que habría que seguir investigando.
Todo lo anterior nos sugiere un ámbito limitado al testeo empírico: no por inútil e indeseable, sino porinconcluso. Como expone Machlup: “Cuando las predicciones del economista son condicionales a un conjunto de condiciones específicas, pero no es posible comprobar que se cumplen todas las condiciones estipuladas, la teoría subyacente [el modelo] no puede rechazarse sean cuales sean los hechos observables. Tampoco es posible rechazar una teoría cuando la predicción es que se cumplirá en menos del 100% de los casos; ya que cuando se pronostica que un evento se dará con una probabilidad del 70%, cualquier hecho observable es compatible con esa predicción. Solo si exactamente el mismo ‘caso’ se repitiera 100 veces, podríamos verificar esa probabilidad observando la frecuencia de sus aciertos y errores. Esto no debería llevarnos a una completa frustración a propósito de todos los intentos de verificar nuestras teorías económicas. Sólo significa que la mayoría de los tests de nuestras teorías tomarán más bien el carácter de ilustraciones más que de verificaciones que sea factible realizar con experimentos repetibles y controlables o con la recurrencia de situaciones idénticas”.
Dicho de otra manera, “el” economista austriaco no es aquel que se encierra en su torre de marfil y teoriza sobre el mundo despreocupado de lo que sucede en el mundo. Al contrario, “el” austriaco teoriza y busca la mejor evidencia empírica disponible para ilustrar su teoría; y si sistemáticamente esa evidencia no respalda su teoría, entonces deberá modificar la teoría (cambiar el modelo, usando la lógica o fijándose en la experiencia), ya sea para complementarla (¿qué elementos no incorporados me faltan para que mi modelo explique la realidad observable) o para sustituirla (el modelo no tiene sentido). Y la evidencia empírica puede ser de muchos tipos, incluyendo, claro que sí, la evidencia econométrica (aunque no sólo la econométrica).
Lo anterior, conviene repetir, no significa que cualquier modelo teórico desarrollado por los austriacos sea cierto con independencia de los hechos pronosticados por el modelo frente a los hechos observados en la realidad: significa que, primero, la falsación empírica de un modelo teórico no es un asunto simple, sino muchísimo más exigente de lo que suele pensarse; y, segundo, que conforme vamos incrementando la complejidad del modelo manteniendo la pretensión de que ese modelo sea relevante para explicar la realidad, su capacidad predictiva se irá deteriorando por inabarcabilidad de todas las variables (“no podemos predecir el momento exacto en el que estallará la crisis”): es decir, que la teorización tiene sus límites en la medida en que el contraste empírico también los tiene.
En suma, a uno le podrá desagradar el método austriaco, considerarlo excesivamente limitado en su objeto e incluso conducente a la aceptación provisional de hipótesis que puedan ser erróneas (como cualquier otro método científico, por cierto). Pero desde luego no se la podrá calificar de pseudociencia por tener una visión escéptica sobre la contrastación empírica y sobre los límites de la teorización.
Otros errores y problemas de la crítica de Ferreira
Como digo, mi mayor problema con las críticas de Ferreira hacia la Escuela Austriaca es doble. Por un lado, no sé hasta qué punto tiene un conocimiento mínimamente aceptable sobre los austriacos como para criticar con fundamento sus modelos (¡o su metodología!); por otro, temo que Ferreira no está afrontando este debate con plena honestidad científica dirigida al aprendizaje mutuo. A la postre, si, como luego veremos, Ferreira posee un conocimiento muy limitado sobre los austriacos, lo prudente sería entrar al debate con una actitud abierta de rectificar. Extrañamente, tras mis respuestas a sus muy cuestionables preguntas, Ferreira no ha rectificado en nada. Nada, qué casualidad: pese a emitir una serie de juicios aventurados sobre la Escuela Austriaca a partir de una lectura extremadamente parcial de alguno de sus autores, al final ni un error. Bueno, puede ser que: 1. Sus conocimientos sobre la Escuela Austriaca no fueran tan parciales (en breve comprobaremos que no); 2. Que haya acertado en sus juicios por pura casualidad o generalización a partir de un conocimiento muy limitado.
A mi entender, la segunda hipótesis es la más benévola, pero cuando convive con la tergiversación y ocultación de algunos de mis argumentos o con la presentación de evidencia sesgada, uno ya empieza a sospechar que Ferreira no busca confirmar o refutar su hipótesis, sino validarla aparentemente ante su audiencia para que todo (o casi todo) economista adscrito a la tradición austriaca tenga adherido el sambenito de pseudocientífico y pueda ignorarse a partir de entonces con tranquilidad (sesgo de confirmación y sesgo en defensa de status).
Veamos cada uno de estos puntos. Empecemos, primero, con las flagrantes tergiversaciones de Ferreira:
– Ferreira había pedido que le mostráramos los últimos avances de la Escuela Austriaca y yo sólo le remití a las aportaciones de Mises y Hayek (cito: “Muestra únicamente las aportaciones de la escuela en tiempos de Mises y Hayek”): Si uno se lee mi artículo rápidamente comprobará que esto es falso. Me autocito: “Acaso la más razonable crítica sería que, desde Hayek, sus aportaciones han sido nulas y que se trata de una tradición extinta. Evidentemente, los economistas austriacos son una absoluta minoría dentro de la profesión actual, de modo que, por mero cálculo de probabilidades, la cantidad de aportaciones que podrán haber promovido serán mucho menores que las del resto de economistas. Aun así, en la actualidad sigue dándose una rica y creciente investigación basada en la tradición austriaca para cuyo conocimiento recomiendo este (ni mucho menos exhaustivo) paper de Evans y Tarko. Ciertamente, no me atrevería a tildarlas de inexistentes”. ¿Acaso Ferreira se saltó este párrafo? Dudoso: ver siguiente punto.
– Ferreira había pedido que le mostráramos la influencia que han tenido los austriacos y yo le enlacé el paper de Evans y Tarko, donde se refleja un escaso impacto de los economistas austriacos (Cito: “Rallo nos enlaza un artículo en el que se intenta mostrar que la escuela austriaca no está marginada en la Economía moderna”): Falso. Yo no enlacé el paper de Evans y Tarko para ilustrar que no estamos marginados, sino para mostrar que se siguen impulsando investigaciones dentro de la tradición austriaca y que no todo es un re-citar letánico de Mises y Hayek. De hecho, al enlazar el paper de Evans y Tarko, afirmé de lo que sostiene Ferreira, a saber, que sí somos una absoluta minoría. Me autocito: “Evidentemente, los economistas austriacos son una absoluta minoría dentro de la profesión actual, de modo que, por mero cálculo de probabilidades, la cantidad de aportaciones que podrán haber promovido serán mucho menores que las del resto de economistas”.
– Ferreira había solicitado que le indicáramos cuándo los economistas austriacos han reconocido un error y no le ofrecimos ni un solo ejemplo (Cito: “Rallo no responde un solo caso. Habla de diferencia de opiniones en algunos aspectos dentro de la escuela austriaca, pero no habla en ningún momento de avances”): Faso de nuevo. Yo mismo me puse como ejemplo de opinión rectificada tras la reflexión y el estudio de la evidencia. Me autocito: “Sin ir más lejos, yo mismo he cambiado radicalmente de ideas en un área que no es que sea de importancia secundaria para mí, sino que es mi campo principal de investigación y especialización…”.
– Ferreira había pedido que le indicáramos economistas a quiénes convencen los austriacos pero no aporté ninguna referencia a economistas no austriacos a los que, por ejemplo, les parezca persuasiva la teoría austriaca del ciclo económico, sólo autores que han sido tangencialmente influidos por los austriacos (Cito: “Rallo responde con una lista de autores que reconocen haber recibido influencia de la escuela austriaca. De nuevo son vaguedades. Esto no es convencer. Robert Lucas puede haber tenido su influencia intelectual y filosófica en esta escuela, pero nadie le ha convencido de la teoría de los ciclos austriaca ni de sus teorías bancarias, por ejemplo”):Falso, Ferreira omite mi referencia a diversos economistas de prestigio no austriacos a los que sí les convence la teoría austriaca del ciclo o quienes consideran que posee aportaciones que todavía no se hallan en otros paradigmas. En concreto: Axel Leijonhufvud, David Laidler, Ricardo Caballero, Guillermo Calvo o William White. Extrañamente, Ferreira no menciona a ninguno de ellos. Por cierto, esta misma semana me encontré con un paper de Nicholas Cachanosky y Alexander William Salter sobre este tema que seguramente despertará el interés de Ferreira.
– Ferreira insinúa que intenté mostrar la influencia tangencial de la Escuela Austriaca para trasladar la tramposa impresión al lector de que, indirectamente, quedaba validada la teoría austriaca del ciclo económico (Cito: “Por seguir con el símil anterior, es como decir que la teoría marxista de las crisis de sobreproducción está validada porque hay muchos economistas de influencia marxista”): Falso, textualmente dije que no sé qué criterio de demarcación es ése de fijarse en la influencia de una escuela. Me autocito: “Sinceramente, esta puede que sea la pregunta más extraña de todas. No creo que la calidad y solidez de una tradición de pensamiento deba medirse en función de la gente a la que convencen. La homeopatía o la astrología convencen a mucha gente y no por ello deja de ser pseudociencias. Supone una visión muy ingenua del progreso científico”.
Sigamos con la evidencia sesgada que aporta Ferreira para respaldar sus tesis y que, sinceramente, no sé si logra a comprender bien:
– Puede que Vernon Smith se haya sentido algo influido por los austriacos, pero su método experimental es radicalmente opuesto a los austriacos y ha sido muy criticado por ellos (Cito: “El método experimental de Vernon Smith de hecho fue muy criticado por los austriacos”): De nuevo, el error de meternos a todos en el mismo saco. ¿Todos los austriacos han criticado a Vernon Smith? Algunos lo habrán hecho, claro que sí. Y otro le han colocado literalmente en un pedestal. Por ejemplo, la Universidad Francisco Marroquín ha creado elCentro Vernon Smith de Economía Experimental y el European Center of Austrian Economics Foundation ha instituido un premio en su honor que ya va por la séptima edición. Además, incluso en el bastión de los austriacos más apriorísticamente extremos, el Mises Institute, se pueden leer opiniones críticas hacia aquellos austriacos que se niegan a experimentar.
– Buchanan descalificó a la Escuela Austriaca de “culto” (Cito: “James Buchanan, que se reconoció muy influido por Mises y Hayek, llegó a decir posteriormente que la escuela austriaca se había convertido en una secta (cult, en inglés)”: La evidencia que ofrece Ferreira sobre este punto es una anécdota que relata Walter Block. Bien, podría ser cierta, pero habría que descubrir en qué contexto lo dijo y si introduciría matizaciones a tan severo calificativo; en todo caso, jamás lo repitió. Además, creo que los lectores se beneficiarían mucho de leer las declaraciones textuales de Buchanan de 1987 donde llegó a calificarse de austriaco: “I certainly have a great deal of affinity with Austrian economics and I have no objections to being called an Austrian. Hayek and Mises might consider me an Austrian but, surely some of the others would not”. O donde sostiene que La Acción Humana –ese libro incomprensible y mal formalizado– es el que más se ha acercado a desarrollar los argumentos que a Buchanan posteriormente le valieron el Nobel: “I didn’t become acquainted with Mises until I wrote an article on individual choice and voting in the market in 1954. After I had finished the first draft I went back to see what Mises had said in Human Action. I found out, amazingly, that he had come closer to saying what I was trying to say than anybody else”.
– Ferreira me reprocha que inserte a Mäki dentro de la tradición austriaca (Cito: “incluso cito a Mäki, que Rallo se apunta para los austriacos a pesar de sus críticas a la hermenéutica de esta escuela”). Mäki ha hecho críticas a algunos austriacos con el mismo propósito que las puedo hacer yo: no para destruir, desprestigiar o refutar la corriente, sino para actualizarla. Tal como el propio Mäki resume en su página web: “Austrian economics is one of the most self-reflective traditions in economics. Most of its leading members have made major contributions to methodological and philosophical inquiry within and about economics. Among other things, I have looked at Menger’s views in connection to the Methodenstreit, and at the theories of money, market process and entrepreneurship. I have offered exegetical interpretations as well as introduced ideas and tools from contemporary philosophy of science so as to update the philosophical accounts of Austrian economics.”
– Ferreira cita a Friedman desaprobando la teoría del ciclo económico austriaca (Cito: “Milton Friedman, que no está en la lista de Rallo, aunque suele ser citado por los austriacos, dijo textualmente:“I think the Austrian business-cycle theory has done the world a great deal of harm”): Pero, ¿por qué creía Friedman que la teoría austriaca del ciclo habría hecho mucho daño? Quizá debiéramos leernos la entrevista completa y llegar a la parte en que señala: “So both the Austrians and the Keynesians did a good deal of harm. But both of them, I would say, added to our understanding of business cycles. Only I don’t think there are business cycles”. Primero, Friedman mete en el mismo saco a austriacos y keynesianos en su influencia dañina y en su contribución a la teoría del ciclo económico. Ojalá tuviera razón, dada la enorme influencia que ha tenido el keynesianismo. Segundo, el motivo teórico esencial por el que Friedman rechaza una y otra (más allá del daño que a su juicio han causado a través de su influencia sobre la política económica) es porque, a su juicio, no existen ciclos económicos. ¿De verdad ese es el argumento más sólido que podemos aportar contra la teoría austriaca del ciclo?
Por último, procedo a destacar sus muy poco afortunados comentarios sobre su comprensión de “lo” austriaco, reiterando que, más allá de los muy generales rasgos apuntados por Boettke, no hay mucho más:
– Según Ferreira, los austriacos no encuentran grandes dificultades a la hora de solventar problemas de externalidades, bienes públicos o insuficiencias de información (“Por ejemplo, un economista austriaco puede decir que los mercados perfectamente competitivos son eficientes en ausencia de externalidades, bienes públicos o problemas de información, pero esto no dirá nada acerca de la validez de las posiciones austriacas, puesto que en esto no se diferenciaría de la posición estándar”): Primero, los austriacos no hablan de “mercados perfectamente competitivos” (justamente, vaya, este es uno de los rasgos comunes señalados por Boettke). Segundo, ningún austriaco asume que no existan externalidades o que no sea costoso internalizarlas, pero tampoco asume que la única forma de solventarlas (más allá de la negociación individual entre partes) sea la regulación estatal: ahí entra el trabajo empírico de Ostrom y de otros economistas en su órbita mostrando cómo la propiedad comunal (¿qué pretende ser el Estado salvo una forma imperfecta de propiedad comunal?) logra internalizar las externalidades de un mejor modo que la propiedad privada individual o que la administración estatal. Tercero, en este caso sí tengo problemas para encontrar amplios ejemplos de bienes públicos puros: más allá de la defensa nacional, todos los bienes no privados que se me ocurren o son bienes club o, sobre todo, comunes. Por último, tampoco los austriacos niegan los problemas de información asimétrica (¡si justamente su teoría del ciclo se basa, en parte, en el riesgo moral!). Toda la teoría hayekiana de las instituciones es, de hecho, una modelización sobre cómo se logra la coordinación social –en sentido amplio y dinámico– siguiendo pautas de conducta consuetudinarias que son útiles aun cuando no se racionalicen como tales. Pero, en efecto, tratándose de un problema institucional, deberá ser analizado empíricamente caso por caso: y bien podría ser que el mercado a corto o medio plazo (incluso a largo) no hallara solución; no es un a priori. Quede claro que muchas de estas ideas o avances teóricos no son específicamente austriacos, pero tampoco son anti-austriacos: y los austriacos somos ante todo economistas. No es necesario que una teoría haya sido desarrollada o una evidencia empírica haya sido cultivada por un austriaco para que resulte válida (lo mismo vale con respecto al neoinstitucionalismo, la Public Choice o incluso el postkeynesianismo).
– No me queda claro si Ferreira piensa que Hayek fue en su época un economista científico o no. En ocasiones parece que no le queda más remedio que admitirlo, porque quedaría en una posición marginal dentro de la profesión si lo negara; en otras, en cambio, sí lo niega taxativamente: “Recordemos que los mismos economistas de Chicago que compartían ideología liberal con Hayek rechazaron que entrara en el departamento de Economía por no ser un economista científico”.
– Ferreira señala que la teoría austriaca del ciclo económico no ha sufrido variación desde los años 30 (Cito: “La teoría austriaca de los ciclos, por el contrario nunca se ha encontrado con un problema que no pueda resolver. ¿No es curioso? Hace más de medio siglo alguien lo supo casi todo de las crisis económicas, y no importa que su teoría exagerara la importancia de los tipos de interés y que no incluya ninguno de los elementos que tenemos en la actual, que ya sabemos son irrelevantes. Los únicos que importan son los que supo en su día el binomio Mises-Hayek y, si acaso, alguna reinterpretación adecuada”): Se trata de un conocimiento muy precario sobre la literatura austriaca. El propio Hayek reconoció, como recordaba recientemente Adrián Ravier, que se equivocó en su rígida formulación de los 30. ¿Elementos que la teoría original no puede explicar (o mejor, que no explicaba)? Muchísimos: aplanamiento de la curva de rendimientos, arbitraje de riesgos, ciclos económicos en ausencia de bancos, contracciones secundarias, descalce de plazos, estudio adecuado de la liquidez relativa de los bancos, descapitalización bancaria por cierre de mercados secundarios, efectos del atesoramiento, efectos del aumento de la demanda a crédito de bienes de consumo duraderos, recesión de balances, formación de burbujas especulativas, crisis cambiarias, efectos manada en la mala inversión, efectos de la política monetaria expansiva durante la depresión, incertidumbre régimen, etc. De nuevo, muchos de estos desarrollos teóricos no han sido pergeñados por austriacos, pero un modelo teórico es tanto más rico cuanto más sofisticado puede volverse sin perder capacidad explicativa; en cualquier caso, es obvio que todos esos elementos no estaban en la teoría original de Mises y Hayek y pocos austriacos son los que siguen remitiéndose única y exclusivamente a ella sin tener en cuenta algunas de esas aportaciones (en mi caso, todas).
– Según Ferreira, los austriacos defendemos el patrón oro porque hace imposible las burbuja [Cito: “El método experimental de Vernon Smith de hecho fue muy criticado por los austriacos y con él ha probado recientemente que para la existencia de burbujas es irrelevante la base monetaria (supuestamente una de las razones para querer el patrón oro, tan caro a los austriacos)”]: En su libro, Ferreira cita otras supuestas ventajas del patrón oro: “el mundo funcionó bien bajo este sistema” (¿de cuándo a cuándo lo datamos y dónde?); “se evita la tentación de imprimir dinero por parte de los bancos centrales”; “se evita la inflación”; “se limita la capacidad de endeudamiento de los Estados”. Todo son razones muy parciales para justificar las bondades del patrón oro. Parciales porque el oro influye sobe ellas, pero de manera muy indirecta y nada definitiva. Por supuesto que puede haber burbujas con patrón oro (basta con que te compre un piso a PER 50 por error); que el banco central “imprima” no es necesariamente negativo (habrá qué fijarse en qué tiene detrás de esa impresión); el oro no evita la inflación a corto plazo, más bien se proporciona un ancla nominal a los precios a largo plazo; y limita la capacidad de endeudamiento de los Estados en tanto estos estén dispuestos a respetar el patrón oro y no defraudar sus obligaciones. ¿Ventajas del patrón oro verdaderamente reseñables? Estabilidad cambiaria, estabilidad de tipos de interés a largo plazo y, sobre todo, control exógeno del crédito creado por el sistema financiero.
– Ferreira sostiene que si Friedman no refutó, a juicio de los propios austriacos, la teoría austriaca del ciclo económico sólo es porque no estaba bien formalizada y porque vamos cambiando en todo momento las definiciones para ser inmunes a las críticas (Cito: “Lo que dicen es que no les convence la refutación de Friedman y que, como no les convence, es un bulo que lo refutara. Si quisiéramos salir de dudas bastaría con presentar la teoría en términos más claros y contrastables y podríamos acudir a los datos y estar todos de acuerdo en lo que dicen. Como no es así, será difícil distinguir su defensa de la táctica del blanco móvil”): No. El asunto es mucho más simple. Friedman confundió la teoría austriaca con una teoría de la sobreinversión, cuando es una teoría de la mala inversión. Y esto no tiene nada que ver con el blanco móvil: Mises y Hayek siempre hablaron de malas inversiones (perfil temporal de la inversión incompatible con perfil temporal del ahorro).
Por último, volvamos al consecuencialismo de Hayek, donde voy a detenerme un poco más por tratarse de un caso palmario de error no enmendado. Si inicialmente Ferreira se equivocó al decir que Hayek no era consecuencialista –y no era un error inocente, ya que era uno de sus principales reproches contra los austriacos–, ahora trata de reconducir el asunto: “la idea de que aceptamos normativamente unos axiomas (aunque no estén definidos con rigor) y a partir de ellos aceptamos las consecuencias que vengan no es consecuencialista, ni lo es la idea apriorística de que casi cualquier intervención estatal es peor que su alternativa de no intervención”.
¿Hayek pensaba que casi cualquier intervención estatal era peor que su alternativa? ¿Pero de verdad ha leído a Hayek? Bueno, acaso Ferreira piense que sí lo ha leído por adjuntarnos una imagen de Hayek con una de esas citas que circulan por internet: “If we wish to preserve a free society, it is essential that we recognize that the desirability of a particular object is not sufficient justification for the use of coerción”, a lo que Ferreira añade: “Y por esto es malo poner límites a las emisiones de CO2 o poner impuestos para financiar bienes públicos o una sanidad universal”.
Estaría bien saber si, cuando Ferreira afirma en su libro que “como decía Friedrich Hayek, su postura no es consecuencialista”, se estaba refiriendo a eso. Si es así, bueno, sólo desearle que el resto de su libro esté basado en una evidencia algo mejor contrastada. Primero, la frase adjunta de Hayek es de “The Constitution of Liberty”. Si Ferreira se hubiese molestado en buscarla (en el libro, no en Google), se habría dado cuenta de que a reglón seguido Hayek dice lo siguiente: “There also seems no reason why these widely felt preferences should not guide policy in some respects. Wherever there is a legitimate need for government action and we have to choose between different methods of satisfying such a need, those that incidentally also reduce inequality may well be preferable. If, for example, in the law of intestate succession one kind of provision will be more conducive to equality than another, this may be a strong argument in its favor. It is a different matter, however, if it is demanded that, in order to produce substantive equality, we should abandon the basic postulate of a free society, namely, the limitation of all coercion by equal law. Against this we shall hold that economic inequality is not one of the evils which justify our resorting to discriminatory coercion or privilege as a remedy”.
Hayek se estaba limitando a criticar la legislación de discriminación positiva. Punto. ¿Es esto una apelación contra todo intervencionismo estatal? A modo de chascarrillo, Ferreira deduce, merced a este arbitrario dogma, Hayek ya tiene cancha libre para oponerse a la limitación de la emisión de C02, a los impuestos sobre bienes públicos o a la sanidad universal. Me temo que no ha podido errar más el tiro: justamente en esa obra, Hayek defiende la intervención ante la existencia de externalidades y bienes públicos o promueve la creación de una red de bienestar universal. Para muestra, un botón: “All modern governments have made provision for the indigent, unfortunate, and disabled and have concerned themselves with questions of health and the dissemination of knowledge. There is no reason why the volume of these pure service activities should not increase with the general growth of wealth. There are common needs that can be satisfied only by collective action and which can be thus provided for without restricting individual liberty. It can hardly be denied that, as we grow richer, that mínimum of sustenance which the community has always provided for those not able to look after themselves, and which can be provided outside the market, will gradually rise, or that government may, usefully and without doing any harm, assist or even lead in such endeavors. There is little reason why the government should not also play some role, or even take the initiative, in such áreas as social insurance and education, or temporarily subsidize certain experimental developments. Our problem here is not so much the aims as the methods of government action”.
La impresión que uno se lleva es que Ferreira sólo ha leído a Hayek a través de fuentes secundarias o, peor, a través de algunos párrafos destacados en las típicas composiciones interneteras. Y eso, claro está, no es una forma rigurosa de descalificar a un pensador, máxime si existe una cierta presunción de validez socialmente reconocida en el pensamiento de este autor (Premio Nobel). Insisto en lo de presunción: el Nobel no es patente de corso de la verdad (como el propio Hayek denunciara).
Conclusión
Ciertamente, Ferreira no tiene ninguna obligación intelectual de conocer o haber leído de primera mano a la Escuela Austriaca. La cantidad de publicaciones y autores económicos es tan gigantesca que ha de racionar su tiempo y probablemente pueda hacer buena economía (acercarse a la verdad científica) sin necesidad de estudiar el paradigma austriaco. Ahora bien, lo que no resulta de recibo es que Ferreira quiera asociar a todos los austriacos una presunción de pseudocientificidad sin haber leído con una mediana profundidad a los austriacos más representativos (ni siquiera en el campo metodológico) y sin ser consciente de la pluralidad de ideas y métodos que defienden.
No se trata de que los austriacos sean perfectos –existen muy elaboradas críticas a muchas teorías austriacas, tanto desde dentro como desde fuera de la corriente– o de que no se les pueda criticar –se lesdebería criticar muchísimo más para estimular el progreso científico–: se trata de que las formas y el fondo de esa crítica sean las adecuadas. En este caso, no puedo decir que haya sido así, aunque tampoco que no pueda llegar a ser así, sobre todo si el objetivo deja de ser confirmar unos infundados prejuicios iniciales. Sólo constato que, hasta el momento, más allá del estímulo que las críticas poco fundamentas proporcionan para hilvanar y exponer algunas ideas, este intercambio está resultando algo decepcionante. Ojalá mejore.
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