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miércoles, 2 de marzo de 2016

Oro frente a papel



La mayor parte de la gente da por hecho que el mundo nunca volverá al patrón oro. El patrón oro, dicen está tan obsoleto como el caballo y la calesa. El sistema de moneda fiduciaria emitida por el gobierno provee al tesoro los fondos necesarios para una política de gasto a manos llenas que beneficia a todos, fuerza hacia arriba los precios y salarios y hacia abajo los tipos de interés y así crea prosperidad. Es un sistema que ha venido para quedarse.

Ahora bien, cualesquiera que sean las virtudes que uno pueda atribuir (inmerecidamente) a la variedad moderna del patrón greenback, hay una cosa que sin duda no puede conseguir. No puede convertirse en un sistema permanente y definitivo de gestión monetaria. Sólo puede funcionar mientras la gente no se dé cuenta de que el gobierno planea mantenerlo.

Los supuestos beneficios de la inflación

Las supuestas ventajas que los defensores de la moneda fiduciaria esperan de la operativa del sistema que defienden son sólo temporales. Una inyección de una cantidad definida de nuevo dinero en la economía de la nación empieza una expansión al aumentar los precios. Pero una vez que este nuevo dinero ha gastado todas sus potencialidades para subir los precios y todos los precios y salarios se han ajustado a la cantidad incrementada de dinero en circulación, cesa el estímulo ofrecido a los negocios.
Así que aunque olvidemos las consecuencias indeseadas e indeseables y los costes sociales de esas medidas inflacionarias y, por mantener el argumento, incluso si aceptamos todo lo que los precursores  del “expansionismo” apuntan a favor de la inflación, debemos darnos cuenta de que los supuestos beneficios de estas políticas son de corta duración. Si queremos que se perpetúan, es necesario seguir y seguir incrementando la cantidad de dinero en circulación y expandir el crédito a un ritmo cada vez más acelerado. Pero incluso así, el ideal de expansionistas e inflacionistas, que es una expansión sin fin sin pasos atrás no podría materializarse.

Una inflación en moneda fiduciaria sólo puede llevarse a cabo mientras las masas no se den cuenta del hecho de que el gobierno está realizando esta política. Una vez que el hombre común descubre que la cantidad de dinero en circulación se incrementará más y más, y que en consecuencia su poder de compra bajará continuamente, y los precios subirán cada vez más, empezará a darse cuenta de que el dinero se derrite en su bolsillo.

Entonces adoptará la conducta previamente practicada por aquéllos difamados como especuladores: se dirigirá a valores reales”. Comprará productos, no para su disfrute, sino para evitar las pérdidas que supone mantener dinero líquido. Suena la campana del sistema monetario inflado. Sólo tenemos que recordar los muchos precedentes históricos empezando por la moneda Continental de la Guerra de Independencia.

Por qué es imposible la inflación perpetua

El sistema de moneda fiduciaria, como opera en este país y en algunos otros, sólo podría evitar el desastre a través de una aguda crítica por parte de unos pocos economistas que alertase a la opinión pública y forzara al gobierno a una cautelosa restricción de sus aventuras inflacionistas. Si no hubiese sido por la oposición de estos autores, normalmente etiquetados como ortodoxos y reaccionarios, el dólar hubiera seguido hace tiempo el camino del marco alemán en 1923. La catástrofe de la moneda del Reich se produjo precisamente porque no se hizo patente esa oposición en la Alemania de Weimar.

Los defensores de la continuación del sistema de dinero fácil se equivocan cuando piensan que las políticas que defienden pueden evitar a la vez las adversidades de las que se quejan. Es sin duda posible continuar un tiempo en la rutina expansionista de gastar a déficit pidiendo prestado a bancos comerciales y apoyando el mercado de bonos gubernamentales.

Pero después de un tiempo es necesario parar. De otra forma, el público se alarmará acerca del futuro del poder adquisitivo del dólar y le seguirá un pánico. Sin embargo, tan pronto como pare se experimentarán las consecuencias indeseadas de las repercusiones de la inflación  Cuanto más dure el periodo precedente de expansión, más desagradables serán las consecuencias.

La actitud de mucha gente en relación con la inflación es ambivalente. Saben, por un lado, de los peligros que conlleva una continuación de la inyección de cada vez más dinero en el sistema económico. Pero tan pronto como haga algo sustancial para detener el incremento de dinero, empiezan a quejarse acerca de los altos tipos de interés y el mercado bajista de acciones y productos. Se resisten a renunciar a la querida ilusión que atribuye al gobierno y los banco centrales el mágico poder de hacer feliz a la gente mediante el gasto sin fin y la inflación.

Pleno empleo y patrón oro

El principal argumento que se emplea hoy contra el retorno al patrón oro cristaliza en el eslogan “política de pleno empleo”. Se dice que el patrón oro paraliza los esfuerzos para hacer que desaparezca el desempleo.

En un mercado libre de trabajo la tendencia prevalente es fijar tipos salariales para cada tipo de trabajo hasta un nivel en que todos los empresarios dispuestos a pagar esos salarios encuentran a todos los empleados que desean contratar y todos los que buscan empleo listos para trabajar  por esos salarios encuentran empleo. Pero si la compulsión o la coerción por parte del gobierno o de los sindicatos se usan para mantener los niveles salariales por encima de ese nivel de mercado, inevitablemente se produce el desempleo de una parte de la fuerza potencial de trabajo.

Ni los gobiernos ni los sindicatos tienen el poder a aumentar los niveles salariales para todo los que quieren encontrar trabajo. Todo lo que pueden conseguir es aumentar el nivel salarial de los trabajadores ya empleados, al tiempo que incrementan el número de personas que querrían trabajar y no pueden encontrar trabajo. Una subida en el nivel salarial del mercado (es decir, el nivel al que todos los demandantes de empleo encuentran finalmente trabajo) sólo puede conseguirse aumentando la productividad marginal del trabajo. En la práctica, esto significa aumentar cuota per capita de capital invertido.

Los niveles salariales y de vida son hoy mucho mayores hoy de lo que eran en el pasado porque bajo el capitalismo el incremento de capital invertido excede con mucho el incremento de la población. Los niveles salariales en Estados Unidos son muchas veces mayores que en la India, por la cuota de capital invertido per capita en Estados Unidos en muchas veces mayor que la cuota de capital invertido per capita en la India.

Sólo hay un método para una política exitosa de “pleno empleo”: dejar que el mercado determine los niveles salariales. El método que Lord Keynes ha bautizado “política de pleno empleo” también apunta a restablecimiento del nivel que el mercado libre de trabajo tiende a fijar. La peculiaridad de la propuesta de Keynes consistía en el hecho de que proponía erradicar la discrepancia entre el nivel salarial oficial decretado y forzoso, y el nivel potencial del mercado libre de trabajo rebajando el poder adquisitivo de la unidad monetaria. Apuntaba a mantener los niveles salariales nominales, es decir niveles salariales expresados en términos de moneda nacional fiduciaria al nivel fijado por decreto del gobierno o por presión de los sindicatos.

Pero a medida que la cantidad de dinero en circulación se hubiera incrementado y consecuentemente desarrollado una tendencia hacia la caída en el poder adquisitivo de la moneda, los niveles salariales reales, es decir, los niveles salariales expresados en términos de productos, caerían. El pleno empleo se alcanzaría cuando la diferencia entre el nivel oficial y el de mercado de salarios reales desapareciera.

No hay necesidad d examinar de nuevo la cuestión de si el esquema de Keynes podría funcionar. Incluso si admitiéramos esto, no habría razón para adoptarlo. Su efecto final en las condiciones del mercado laboral  no diferiría de las que se lograrían dejando actuar pos sí solos a los factores del marcado. Pero consigue sus fines sólo a costa de serias perturbaciones en toda la estructura de precios y por tanto en todo el sistema económico.

Los keynesianos rechazan llamar “inflación” al aumento en la cantidad de dinero en circulación que se destina para luchar contra el desempleo. Pero eso es sólo jugar con las palabras. Pues ellos mismos destacan que el éxito de su plan depende de una subida general de los precios de los productos.

Es por tanto un cuento que la receta keynesiana del pleno empleo pueda lograr algo en beneficio de los asalariados que no pueda alcanzarse bajo el patrón oro. El argumento del pleno empleo es tan ilusorio como todos los demás aportados a favor de aumentar la cantidad de dinero en circulación.

El espectro de un Balance Internacional Desfavorable

Una doctrina popular mantiene que el patrón oro no puede mantenerse en un país con lo que se califica “una balanza de pagos negativa”. Es evidente que este argumento no les vale a los estadounidenses opuestos al patrón oro. Los Estados Unidos [en 1953] tienen un superávit muy considerable de exportaciones sobre importaciones. No es una acción divina, ni un efecto del malvado aislacionismo. Es la consecuencia del hecho de que este país, bajo varios títulos y pretextos, da ayuda financiera a muchas naciones. Estas ayudas por sí solas hacen que los receptores extranjeros compren más en este país de lo que venden en sus mercados.

En ausencia de dichos subsidios sería imposible para cualquier país comprar en el extranjero algo que no podría pagar, ya sea exportando productos u ofreciendo otros servicios como llevar bienes extranjeros en sus barcos o acogiendo a turistas extranjeros. No hay artificio de política monetaria, por muy sofisticado y muy implacablemente impuesto por la policía que pueda alterar en modo alguno este hecho.

No es verdad que los países llamados subdesarrollados hayan obtenido ninguna ventaja de su abandono del patrón oro. El repudio virtual de su deuda externa y la expropiación virtual de las inversiones extranjeras que implica, no les dio más que un respiro momentáneo. El principal y perdurable resultado de abandonar el patrón oro, la desintegración del mercado internacional de capitales, golpea a estos países mucho más duramente que a los países acreedores. La caída en las inversiones externas es una de las principales causas de las calamidades que sufren hoy en día.

El patrón oro no colapsa. Los gobiernos, ansiosos por gastar, aunque esto suponga llevar a sus países a la bancarrota, han tratado de destruirlo intencionadamente. Están comprometidos en una política antioro, pero han fracasado lamentablemente en sus esfuerzos por desacreditarlo. Aunque oficialmente prohibido, el oro a los ojos de la gente sigue siendo dinero, incluso el único dinero genuino.

Cuanto más prestigio tengan los billetes de curso legal producidos por las distintas imprentas de los diferentes gobiernos, más estable es su tipo de cambio con el oro. Pero la gente no atesora papel, atesora oro. Los ciudadanos de este país, por supuesto, no son libres de tener, comprar o vender oro.[1] Si se les permitiera hacerlo, sin duda lo harían.

No se necesitan acuerdos internacionales, ni diplomáticos, ni burocracias supranacionales para restaurar unas condiciones monetarias sólidas. Si un país adopta una política no inflacionaria y se aferra a ella, el requisito de volver al oro está presente. El retorno al oro no depende de cumplir ninguna condición material. Es un problema ideológico. Sólo presupone una cosa: el abandono de la ilusión de que el incremento de la cantidad de dinero crea prosperidad.

La excelencia del patrón oro puede verse en el hecho de que hace la compra de las unidades monetarias independiente de las políticas arbitrarias y vacilantes de gobiernos, partidos políticos y grupos de presión. La experiencia histórica, especialmente en las últimas décadas, ha demostrado claramente los males que implica un sistema monetario nacional que pierde su independencia.

[1] El derecho a poseer oro fue restaurado a los ciudadanos de EEUU el 1 de enero de 1975.
Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.


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