La incertidumbre sobre las perspectivas económicas de China se extiende por los mercados globales, y no sólo porque muchas de las preguntas que plantea sean difíciles de responder. De hecho, se ha vuelto casi imposible de prever la trayectoria de China, debido a las señales confusas (si es que no contradictorias) que envían las autoridades.
En la economía real, presenciamos una contracción del sector de bienes destinados a la exportación, debido a la debilidad de la demanda extranjera. Frente al lento crecimiento de Europa y Japón, el avance moderado en Estados Unidos y los serios retos que existen en los países en desarrollo (con la excepción de India), el motor chino ha perdido mucho de su vapor.
Al mismo tiempo, la creciente demanda interna ha hecho que el crecimiento de China se haya mantenido relativamente alto, lo que se ha logrado sin un aumento sustancial del nivel de endeudamiento de los hogares. A medida que se ha elevado el consumo, ha aumentado la oferta de servicios, generándose empleos para muchos. Es una clara evidencia de que se está produciendo un sólido reequilibrio económico.
Más ambivalente es la situación en el sector corporativo. Por una parte, hay empresas privadas altamente innovadoras y dinámicas que impulsan el crecimiento. De hecho, como se explica en un próximo libro de George S. Yip and Bruce McKern, se trata de innovaciones en una amplia gama de áreas, desde la biotecnología a las energías renovables. Los avances más visibles se han podido constatar en el sector de las tecnologías de la información, gracias a firmas como Alibaba, Tencent, Baidu, Lenovo, Huawei y Xiaomi.
Por otra parte, el sector corporativo sigue estando expuesto a serias vulnerabilidades. La rápida expansión del crédito en 2009 llevó a un exceso de inversión y capacidad en sectores de productos básicos, industrias como la siderurgia y, especialmente, los bienes raíces. Los pilares del antiguo modelo de crecimiento económico, hoy en dificultades, tienen una responsabilidad importante en la actual caída del crecimiento.
A pesar de estos retos, la realidad es que la transición de China a una economía más innovadora e impulsada por el consumo ha avanzado bastante. Esto sugiere que la economía está pasando por una desaceleración accidentada, no una recesión, y que en el medio plazo cabe razonablemente esperar un crecimiento moderado, es decir, a menos que se profundicen los problemas del sistema financiero. En la situación actual, va en aumento la cantidad de préstamos impagados, debido en gran parte a las debilidades de la industria pesada y los bienes raíces. Si bien las fuentes oficiales señalan que los impagos representan un 1,67 por cientode los préstamos de los bancos comerciales, el banco de inversiones chino CCIC estima que la cifra se acerca al 8 por ciento. De ser así, el sector bancario (y la economía en general) podrían resultar seriamente afectados.
Que así sea o no depende de lo decisivas que sean las medidas que se adopten en respuesta. Tal como a fines de los 90, tras la crisis financiera asiática, es posible que China deba depender del balance general estatal para la consolidación de sus préstamos, la condonación de deuda y la recapitalización de los bancos. Pero las inquietudes no acaban allí. Los flujos netos de salida del capital siguen siendo importantes y no hay señales de que vayan a bajar. Como resultado, las reservas en posesión del Banco Popular de China (PBC) se redujeron en cerca de 500.000 millones de dólares el año pasado, con caídas particularmente acusadas de unos 100 millones de dólares en cada uno de los últimos dos meses. Estas salidas, junto con la volatilidad en los mercados de valores y divisas, han generado una creciente preocupación en los inversores y las autoridades.
Lamentablemente, todavía tiene que surgir una explicación clara para esto. Algunos lo atribuyen a la combinación de los avances hacia la apertura a los mercados de capitales y un tipo de cambio sobrevaluado, y predicen que volverá a haber flujos de entrada netos cuando la moneda se acerque al nivel del mercado. Otros sospechan que existe información privilegiada y que el éxodo de capital es señal de que las condiciones económicas y las perspectivas de crecimiento son mucho peores de lo que implican las cifras oficiales.
Otros citan el impacto de la campaña anticorrupción del presidente Xi Jinping y, en términos más generales, la menor tolerancia oficial hacia los puntos de vista heterodoxos en esta materia. Puede que quienes se sientan directamente amenazados por esa campaña prefieran sacar sus fondos de China, pero también que muchos otros lo hagan por temor a que el Gobierno, lejos de dar a los mercados un "papel más decisivo" en la economía, vaya en dirección a reforzar su control. El capital tiende a fluir hacia sitios donde las normas son claras y estables.
Considerando la importancia sistémica de China en la economía global, no es de extrañar que la incertidumbre sobre sus planes y perspectivas genere estremecimientos en los mercados de capitales mundiales, y por eso es tan importante que el Gobierno chino eleve la transparencia de su toma de decisiones, especialmente la forma en que comunica sus nuevas medidas. Piénsese en los efectos calmantes de la reciente declaración (tras un largo y desconcertante silencio oficial acerca de la política cambiaria) de Zhou Xiaochuan, gobernador del PBC, acerca de que el banco central mantendría al renminbi "básicamente estable" frente a una cesta de monedas y el dólar.
Pero el principal problema sin resolver que afecta al sistema financiero de China es la omnipresencia del control y la propiedad estatal, y las garantías implícitas de las que están impregnados sus mercados de valores. Todo ello conduce a equívocos en la asignación del capital (las empresas pequeñas y medianas son las más afectadas) y en la determinación de los precios del riesgo, al tiempo que contribuye a una cultura del crédito laxa. La falta de disciplina crediticia es especialmente problemática si se combina con políticas monetarias acomodaticias, porque puede mantener a flote de manera artificial a grandes empresas que no tienen viabilidad (las llamadas empresas zombis.) Para dar respuesta a este problema, las autoridades de China tienen que segregar los balances estatales del sistema de asignación de crédito, pero no hay un camino claro para hacerlo. Más aún, deberían dar más intensidad a sus medidas para abrir las cuentas de capitales, mejorando así la eficiencia de la asignación de este activo a lo largo del tiempo, aunque sin duda que este proceso se ve complicado por la veleidad de los flujos de capitales transfronterizos.
Es probable que persista la actual volatilidad económica de China, aunque una mayor transparencia podría atenuarla bastante. Si a eso se añade el uso de recursos estatales, junto con reformas firmes y bien fundadas, China podría lograr un crecimiento de largo plazo moderado pero sostenible.
(Artículo de Michael Spence y Fred Hu para Project Syndicate)
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