POR KEN BROWN / WSJ
Kim Kyung-Hoon REUTERS
En el momento álgido de la crisis financiera de Estados Unidos, las autoridades iban de crisis en crisis como un escuadrón de bomberos intentando controlar un incendio que se extendía rápidamente.
Aunque la situación en China no es tan grave como lo era la estadounidense en 2008, hay una sensación similar en torno a los esfuerzos del Estado para mantener el crecimiento económico al tiempo que pone límite a media docena de crisis interconectadas.
La lección que se extrae de la experiencia estadounidense es que ir de fuego en fuego con parches provisionales no hace sino reducir la confianza. Sólo una acción valiente e integral -la promesa de que no caerían más bancos en el caso estadounidense- restablece la confianza. En China, la bolsa ha perdido casi una cuarta parte de su valor en lo que va de año, lo que supone un claro voto de no confianza en los esfuerzos de Pekín.
El último incendio financiero en China es una reducción de la liquidez causada en gran medida por la oleada de flujos de efectivo que salen del país y por el deseo del gobierno de mantener la moneda estable. Ambas situaciones reducen la cantidad de yuanes en el sistema financiero, que es lo contrario a lo deseable cuando se intenta estimular una economía.
Tras fracasar en el intento de reducir la escasez inyectando miles de millones de yuanes en el sistema, el banco central chino recurrió a un instrumento más poderoso como es el recorte del porcentaje de dinero que se exige a los bancos mantener en reserva. Esto liberará más de 100.000 millones de dólares para créditos nuevos.
Eso nos lleva al siguiente incendio. China lleva meses intentando impulsar el crédito, aunque con poco éxito. Y cuando ha tenido éxito -como cuando impulsó los precios de los inmuebles en ricas ciudades orientales como Shanghai o Shenzhen- no ha hecho gran cosa para ayudar a las pymes necesitadas de préstamos que el Estado sabe que serán el motor del crecimiento.
Intentar prestar más en una economía ahogada en deuda suscita otros problemas, especialmente porque muchas empresas no están generando el suficiente efectivo para hacer frente a sus pagos actuales y mucho menos para asumir más deuda. Además, la creciente morosidad en los balances de los bancos les hace más reacios a prestar.
China, al borde de otra crisis
Estos dos factores apuntan a otra crisis en proceso que Pekín deberá abordar: la reforma de las empresas estatales deficitarias en sectores con una enorme sobrecapacidad, como el siderúrgico o el de la minería de carbón. Eso probablemente llevará a la destrucción de muchos empleos y a grandes pérdidas para los bancos, que se verán obligados a admitir la realidad de que la mayoría de los préstamos hechos a estas empresas nunca se recuperarán. Las entidades financieras chinas quieren evitar ambas situaciones.Pero las autoridades chinas aún tienen más focos que apagar, como el número ingente de edificios de pisos vacíos en ciudades pequeñas o los riesgos de grandes pérdidas para los inversores en las instituciones financieras no bancarias del país.
Cada una de estas situaciones debería ser manejable por sí sola, pero están todas profundamente interconectadas. La huida de capital provoca escasez de la liquidez, que afecta negativamente a los bancos y limita el crédito. Los préstamos a las siderúrgicas no están yendo a industrias innovadoras, lo que afecta negativamente al crecimiento, y eso, a su vez, desemboca en más estímulos y más deuda.
Hasta ahora, Pekín ha logrado mantener las cosas bajo control, en parte con una gran dosis de gasto estatal. Pero ninguna de estas situaciones ha mejorado.
En última instancia, el mejor modo para contener el fuego es devaluar la moneda, lo cual podría impulsar las exportaciones, traer más efectivo al sistema financiero y fomentar el crecimiento. Pero China acaba de prometerle al mundo que no entrará en una guerra de divisas.
Las monedas de sus rivales asiáticos se deprecian
Podría no tener más remedio. Las monedas de muchos exportadores asiáticos rivales suyos están depreciándose: el won surcoreano se aproxima a sus mínimos de la crisis financiera y el banco central japonés parece dispuesto a hacer todo lo posible por hacer caer al yen. Como el comercio mundial está débil, los mercados de exportación apenas aportan nada.Al mismo tiempo que dijeron que no devaluarían la moneda, las autoridades chinas hicieron hincapié en que les quedan muchas herramientas para estimular la economía. Es cierto, pueden bajar los tipos de interés de nuevo y reducir más el requisito de reservas. Pero estas dos medidas han resultado ineficaces hasta ahora, en gran parte porque están diseñadas para estimular el crédito, lo cual no está ocurriendo por todos los motivos descritos anteriormente.
Para China, la medida atrevida que necesita para restablecer la confianza pasaría por un rescate bancario y un plan para reformar sectores en problemas e impulsar a los que no están creciendo. Entonces, Pekín podría devaluar el yuan para impulsar el crecimiento y recibir alabanzas por haber hecho frente a sus problemas de manera exhaustiva.
Sin un plan así, una devaluación puntual del yuan reduciría la credibilidad de Beijing, pero eso podría ser lo de menos. Los que tengan yuanes asumirían que había más devaluaciones en el futuro e intentarían desprenderse de la moneda cuanto antes. Esto reduciría la liquidez y dejaría al banco central exactamente donde estaba antes de la reducción del requisito de reservas bancarias del lunes.
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