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lunes, 11 de agosto de 2014



CAPÍTULO 1 – Cuatro mil años de control de precios


Este artículo fue extraído del libro Crimen Organizado, escrito por Thomas DiLorenzo y traducido por Juan José Gamón Robres. Descarga el libro aquí.
Por lo general, en los mercados de la energía han funcionado la oferta y la demanda, lo que ha dado lugar a subidas y bajadas en los precios de la gasolina. Siempre que el precio de la gasolina sube significativamente, la industria se ve inevitablemente amenazada con medidas de control de precios, eufemísticamente referidas como leyes de represión de la especulación, anti-rapiña u otro sinónimo.
La oposición a los controles de precios – con independencia de cómo los denominen los políticos – ha sido bien conocida durante cientos de años. Al estimular artificialmente la demanda y eliminar una parte o toda la rentabilidad de la oferta, los controles de precios inevitablemente crean escasez. También inducen a los productores a rebajar la calidad, hasta donde les sea posible, y, a menudo, lleva a extraños sistemas de racionamiento que impone el Estado y que solo consiguen agravar las cosas.
Sin embargo la oposición a los controles de precios no es meramente un ejercicio académico restringido al ámbito de los libros de Economía. Existe un registro histórico de cuatro mil años de catástrofes económicas causadas por los controles de precios. Ese registro histórico está bien documentado en el libro, “Forty Centuries of Wage and Price Controls” (“Cuarenta Siglos de Controles de Precios y Salarios“), de Robert Schuettinger y Eamon Butler, que se publicó por primera vez en 1979.
Los autores comienzan citando a Jean-Philippe Levy, autor de “The Economic Life of the Ancient World“, quien afirma que en Egipto durante el siglo III A.C. “el Estado era veraderamente omnipresente” y regulaba la producción y distribución del grano. “Todos los precios estaban fijados por mandato en todos los niveles”. Este “control adquirió enormes y preocupantes proporciones ya que había todo un ejército de inspectores”. Los agricultores egipcios se enfurecieron tanto con la política de control de precios que muchos de ellos simplemente abandonaron sus explotaciones. Al acabar el siglo, “la economía egipcia se derrumbó y con ella se tambaleó su sistema político”.
En Babilonia hace cuatro mil años, el código de Hammurabi era en realidad un ovillo de regulaciones orientadas al control de precios. El Estado estableció que “si un hombre contrata a un peón agrícola, le dará ocho gur de grano al año. Si un hombre contrata a un pastor, le dará seis gur de grano al año; y si un hombre contrata un barco de sesenta toneladas, pagará una sexta parte de un shekel de plata por día de alquiler”. Y así sucesivamente. Tales leyes “erosionaron el progreso económico del imperio durante muchos siglos”, como demuestran los registros históricos. Una vez abolidas, “se produjo una mejora apreciable en la fortuna de la gente”.
En la antigua Grecia también se impusieron controles de precios sobre el grano y se creó “un ejército de inspectores nombrados con el propósito de fijar el precio del grano a un nivel que el gobierno ateniense considerase justo”. Los controles de precios de los antiguos griegos inevitablemente llevaron a períodos de escasez, pero los comerciantes de la época consiguieron salvar a miles de personas de la inanición y eludir la aplicación de esas leyes injustas operando en el mercado negro. A pesar de la imposición de la pena de muerte a quienes eludieran las leyes griegas de control de precios, “fue casi imposible hacerlas cumplir”. Las escaseces creada por las leyes de control de precios en Grecia llevaron a la aparición de oportunidades en mercados clandestinos instituidos para gran provecho del público.
En 284 A.C. el emperador de Roma Diocleciano provocó una inflación al aumentar en exceso el dinero en circulación, y después “fijó los precios máximos a los que podía venderse la carne, el grano, los huevos, la ropa y otros varios artículos y estableció la pena de muerte para quien vendiera sus bienes a mayor precio”. El resultado, como explican Schuettinger y Butler, fue que “la gente dejó de aprovisionar los mercados con sus productos ya que no podían obtener un precio razonable por ellos y esto causó tanta mortandad que por fin se abolió la ley después de que muchos hubieran muerto por su causa”.
En épocas más recientes, el ejército revolucionario de George Washington casi muere de inanición a consecuencia de los controles de precios de los alimentos establecidos por Pennsylvania y otros gobiernos coloniales. Pennsylvania impuso controles de precios específicamente sobre aquellas mercancías que fuesen necesarias para el uso de los ejércitos”, creando carencias desastrosas de casi todo lo que necesita un ejército. El 4 de junio de 1778 el Congreso Continental adoptó una sabia resolución revocando los controles de precios que rezaba:
Como la experiencia ha demostrado que las limitaciones sobre los precios de las mercancías no solo no son efectivas para lograr el fin propuesto sino que probablemente producen muy malas consecuencias, resolvemos recomendar a los distintos Estados que rechacen o suspendan todas las leyes que limitan, regulan o restringen el precio de cualquier artículo.
Y, como explican Schuettinger y Butler, como consecuencia directa de este cambio de política en el otoño de 1778 el ejército estaba bastante bien aprovisionado.
Los políticos de la Francia revolucionaria repitieron los mismos errores después de su revolución, promulgando la “Ley del Máximo” en 1793, que primero estableció controles de precios sobre el grano, y después sobre una larga lista de otros artículos. Como era de prever, “en algunas ciudades francesas, la gente estaba tan mal alimentada que no se tenía en pié y se desvanecía en medio de la calle a consecuencia de la malnutrición”. Una delegación de varias provincias escribió al gobierno en París diciendo que antes de la entrada en vigor de la ley de control de precios “nuestros mercados estaban aprovisionados, pero tan pronto como se fijó el precio del trigo y del centeno ya no vimos más de esos granos. Los demás granos, que no estaban sujetos a un (precio) máximo, fueron los únicos que se ofertaron”. El gobierno francés se vio forzado a abolir su desastrosa ley de control de precios después de que hubiera literalmente matado a miles de personas. Cuando llevaban aRobespierre por las calles de París camino del cadalso la muchedumbre gritaba “¡Ahí va el sucio Máximo!”
Al final de la segunda guerra mundial, los norteamericanos eran aparentemente tan intervencionistas, estaban tan entregados a la planificación centralizada y eran tan totalitarios como los nazis en materia de Política Económica. Durante la ocupación de Alemania tras la guerra, a los norteamericanos les gustaron los controles económicos nazis, incluyendo los controles de precios, así que los mantuvieron ¡El destacado nazi Hermann Göering llegó hasta a aleccionar al corresponsal de guerra norteamericano Henry Taylor sobre la estupidez de semejante política! Según cuentanSchuettinger y Butler, Göering dijo:
Su América está haciendo muchas cosas en el campo económico que descubrimos que causaban muchos problemas. Ustedes están intentando controlar los salarios de la gente y los precios, el trabajo de la gente. Si ustedes hacen eso, entonces tienen que controlar la vida de la gente. Y ningún país puede hacerlo a medias. Nosotros lo intentamos y no funcionó. Ni tampoco puede ningún país hacerlo del todo. También lo intentamos y tampoco funcionó. Planificando no son Ustedes mejores que nosotros. Debo suponer que sus economistas saben lo que pasó aquí.
Finalmente un domingo del año 1948 el Ministro de Economía Ludwig Erhard, aprovechando que las autoridades de ocupación norteamericanas estaban fuera de la oficina y no podían detenerle, acabó con los controles de precios en Alemania. Esto produjo el “milagro económico alemán” que por supuesto no fue ningún milagro sino la vuelta al sentido común al permitir que fueran los mercados y no los políticos quienes fijaran los precios.
Los controles de precios fueron la causa de la crisis energética de los setenta en los Estados Unidos y de la crisis energética de California de los noventa. Durante más de cuatro mil años, dictadores, reyes, déspotas y políticos de todo pelaje han visto en los controles de precios la promesa última que hacer al público, la forma de “dar a la gente algo sin contrapartidas, gratis”. Y durante más de cuatro mil años los resultados han sido los mismos: escasez, deterioro de la calidad del producto, proliferación de mercados negros operados por criminales, sobornos, destrucción de la capacidad productiva de las naciones, caos económico, creación de enormes burocracias de control de precios y de Estados-policía y la peligrosa concentración del poder en manos de quienes controlan los precios.

CAPÍTULO 2 – La otra guerra.


Un ex-estudiante de maestría  (MBA) de este autor, que era el Director del Servicio de Urgencias de un gran hospital, dijo una vez que él y sus colegas empleaban alrededor del 90 por ciento de su tiempo tratando las heridas producidas por arma blanca y arma de fuego de los miembros de las bandas de criminales dedicadas al tráfico de drogas. Su preparación médica para ese tipo de trabajo incluía su experiencia como cirujano militar en tiempo de guerra, que según él mismo confesó, resultó ser muy útil. La increíble violencia de las ciudades norteamericanas es el resultado directo de la guerra contra la droga que ha declarado el gobierno y acabará en cuanto esa “guerra” termine.
Nada de esto debe sorprender a nadie. En un mercado libre y sometido a la ley, cualquier disputa entre empresas, o compradores y vendedores puede ser resuelta a través de la negociación o, si es necesario, por los tribunales. Si un empresario cree que ha sido engañado o defraudado, puede en ese caso conseguir que los tribunales protejan su propiedad. Por supuesto que, además, puede dejar de hacer negocios con el empresario sospechoso y puede pedir a todos los que conozca que hagan lo mismo.
Pero una solución relativamente civilizada como esa no se da cuando el gobierno declara fuera de la ley a ciertos productos o servicios. Un traficante de droga no puede acudir a un juez y decirle: “Señoría, entregué una tonelada de cocaína al Señor Smith aquí presente, y se niega a pagarme la totalidad de su deuda. Me gustaría que Usted le obligara a cumplir su parte del contrato”. Por el contrario, los traficantes de droga – como los traficantes de bebidas alcohólicas durante la Prohibición – recurren al único medio efectivo que tienen a su alcance para hacer cumplir sus acuerdos comerciales, la violencia.
Sin embargo, aún hay una dinámica más ominosa que entra en acción aquí. Una vez que la violencia se convierte en el medio por el que uno tiene éxito en los mercados ilegales, los enormes beneficios obtenidos en esos mercados atraerán la competencia de aquellos elementos de la sociedad que tengan una ventaja competitiva en el uso de la violencia y en brutalidad. Los más violentos ascenderán a la cúspide.
Las bandas de traficantes de drogas son solamente asociaciones con fines comerciales, que a diferencia de las agrupaciones comerciales normales de los mercados legales, tienen una marcada tendencia a destruir a sus competidores por medios violentos. En los mercados legales, los competidores solo pueden ser “destruidos” produciendo productos mejores o más baratos que los suyos. En los mercados ilegales, con frecuencia los competidores son simplemente asesinados. El asesinato se utiliza para crear “barreras a la entrada” en el negocio, por utilizar una frase acuñada por los economistas.
La policía es a menudo tan solo un “socio clandestino” en estas muertes y en toda esa destrucción ya que los criminales pueden fácilmente comprar a los policías para que se conviertan en “informadores” y pueden alertar a la policía de cada nuevo aspirante a ingresar en su negocio. De esta forma la policía hace el trabajo sucio por ellos arrestando a sus competidores.
En los mercados legales una marca se consolida después de muchos años de buena reputación y los precios bajos son un activo valioso que genera beneficios. En los mercados ilegales, una marca se establece mediante actos violentos de especial brutalidad. La capacidad de las bandas criminales para intimidar a sus rivales es la única “marca comercial” que cuenta en esa clase de negocio.
Y lo que es aún peor, se generan economías de escala -por así llamarlas- con ese comportamiento violento. Si una banda criminal es especialmente conocida, digamos en Los Ángeles, ese hecho hará más fácil que pueda entrar y dominar el tráfico ilícito de drogas en Chicago, Nueva York, Miami y otras ciudades.
El empleo de la violencia para crear beneficios monopolísticos extraordinarios en los mercados ilícitos de la droga también ha atraído al negocio a miles de menores. Trabajan como “oteadores” de la policía o como “recaderos” que entregan la droga a los clientes de la banda. En la mayoría de Estados, los menores de 18 años habitualmente quedan en libertad condicional por crímenes relacionados con drogas y en algunos Estados una condena a prisión no puede extenderse más allá de los 17 años de edad del preso. Al no enfrentar consecuencias negativas o ser éstas leves, esos chicos cuando crecen se convierten en los criminales más endurecidos y violentos de la sociedad norteamericana.
El fin de la llamada guerra contra la droga produciría una reducción drástica y sin precedentes de la violencia en las ciudades americanas. Los costes sanitarios asociados a la guerra contra la droga caerían también, y los hospitales podrían dedicar más recursos a otros tipos de cuidados médicos, un beneficio especialmente valioso ahora que la generación de los “baby-boomers“[1] está acercándose a la edad de jubilación y hará un uso más intensivo de los servicios médicos. Los únicos perdedores serían los miles de burócratas del gobierno que perciben fondos públicos para la guerra contra las drogas, y, por supuesto, los propios gangsters de la droga.

[1] Baby-boomers: denominación que en América recibe la generación formada por los nacidos después de la 2ª guerra mundial (N. del T. )


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