Teoría austriaca del ciclo y recursos ociosos
Publicado el Juan Ramón Rallo.
La teoría austriaca del ciclo económico (TACE) sostiene, muy resumidamente, que la coordinación entre ahorradores e inversores se verá distorsionada si éstos últimos tratan de controlar unos bienes presentes (bienes de consumo y factores productivos) sobre cuya disponibilidad los primeros no han renunciado. En general, los inversores se coordinarán con los ahorradores a través de los rendimientos que éstos exigen y que aquéllos pueden pagarles merced a sus proyectos de inversión: si los inversores prometen remuneraciones (sobre el capital o sobre los créditos) que a los ahorradores les compensen lo suficiente como para renunciar a controlar bienes presentes, entonces esos bienes presentes a los que renuncian podrán ser empleados por los inversores a cambio de abonarles en el futuro la correspondiente remuneración.
El problema comienza cuando los inversores pueden acceder a unos créditos que no van aparejados a la renuncia de bienes presentes por parte de nadie (crédito fiduciario). En este caso, los empresarios/inversores podrán sobrepujar por los bienes presentes que están empleando otros empresarios/inversores y acometer proyectos que antes, sin ese crédito fiduciario, no eran rentables. El proceso sabemos que tendrá una duración muy corta a menos que sigan inyectándose dosis adicionales de crédito fiduciario, pues los factores productivos gastarán las mayores rentas que han cobrado en disponer de los bienes presentes que, en parte, estarán usando los nuevos inversores, lo que a su vez llevará a esos nuevos inversores o a interrumpir la producción o a tener que sobrepujar de nuevo por los bienes presentes, aumentando sus costes y viendo cómo al poco tiempo les vuelve a surgir la presión sobre sus bienes presentes (pues cuanto más les paguen a los factores, más podrán pagar éstos por disponer de los bienes presentes).
El caso sería similar a si tuviéramos dos explotaciones agrarias, una (a la que llamaremos A) cosecha trigo al cabo de un año, y la otra (a la que denominaremos B) cosecha diez veces más trigo que A al cabo de tres años. La explotación B puede, gracias al crédito fiduciario, arrebatarle los jornaleros a la explotación A, pagándoles anualmente un mayor salario. Sin embargo, ¿qué sucederá cuando los jornaleros, habiendo cobrado su salario de B, quieran comprar trigo (pues su ahorro, su renuncia a disponer de bienes presentes, no ha aumentado)? Simplemente que como la producción de A se interrumpió, no habrá casi nada de trigo a la venta, de modo que los precios del mismo se dispararán y aquél que pueda producirlo más rápidamente se llevará el gato al agua. ¿Adivinan? Sí, A podrá pagar salarios nominalmente más elevados que B, de modo que se generará una recolocación de factores productivos.
Esta simplificación de la TACE (donde ni siquiera estamos teniendo en cuenta la muy importanteheterogeneidad de los bienes de capital ni el consumo de capital que siempre se produce en todo ciclo) parece basarse, sin embargo, en una hipótesis que los keynesianos descartan de partida: todos los recursos están empleados. De haber recursos ociosos (desempleados), es lógico que nos formulemos la siguiente pregunta: ¿qué sucede si, gracias al crédito fiduciario, los inversores obtienen un poder de disposición adicional sobre unos recursos que nadie estaba utilizando? Es decir, ¿qué sucede si la explotación agraria B no arrebata los trabajadores a la A, sino que contrata a unos pobres jornaleros sin oficio ni beneficio para ampliar su producción?
Para averiguarlo tenemos que recordar por qué existen recursos ociosos: simplemente, la remuneración mínima que quieren percibir es superior a la que se les puede ofrecer. Por ejemplo, si cada trabajador produce 10 toneladas de trigo al año, es evidente que nadie los contratará si exigen un salario equivalente a 11 toneladas. De ahí que si un cierto número de jornaleros solicita un salario superior a su productividad marginal descontada, seguirán ociosos hasta que rebajen sus pretensiones o hasta que aumente su productividad.
La expansión del crédito lo único que provoca cuando existen recursos ociosos es concederles a éstos las rentas que necesitan para añadir mayor presión todavía sobre los bienes presentes de los que querían disponer. Lejos de generar con su producción el ahorro que necesitan para financiar la nueva inversión, recalientan más el precio de los bienes presentes, encareciendo el coste de destinar estos bienes presentes a la obtención de bienes futuros (es decir, los tipos de interés aumentan, con lo que los posibles planes de inversión se vuelven menos atractivos).
Por ejemplo, si se expande el crédito fiduciario, la explotación B obtendrá el “capital” con el que contratar a los trabajadores ociosos y ponerlos a cultivar el campo para que al cabo de tres años cosechen diez veces más trigo que A. ¿Pero qué pasará cuando, al finalizar el primer año, los trabajadores ociosos perciban sus sueldos? Pues que querrán gastarlos en consumir 11 toneladas de trigo. Pero, en ese momento, sólo estará disponible el trigo que habrá producido la explotación A durante ese año, con lo que los precios del mismo se dispararán (los trabajadores inicialmente empleados en A más los trabajadores antiguamente ociosos se querrán hacer con una cantidad de trigo dada).
Llegados a este punto, los trabajadores antiguamente ociosos y después contratados por B tendrán dos opciones: o aceptan una rebaja en sus salarios nominales para seguir empleados (en cuyo caso serán contratados por A para producir trigo lo más rápidamente posible) o exigen los mismos salarios reales que antes (11 toneladas de trigo), de modo que quedarán desempleados. En todo caso, la explotación B es abandonada antes de completarse el cultivo de tres años, precisamente porque no había suficiente ahorro (no había suficiente gente dispuesta a esperar tres años para adquirir trigo).
Por supuesto, insisto en que este es un ejemplo muy simplificado, pues en principio con una expansión crediticia que durara tres años podría completarse la producción de trigo en B. Sin embargo, tengamos presente que: a) en todo caso esto sólo sería una forma de “ahorro forzoso” tal y como denunciaba Hayek (durante tres años se forzó a los trabajadores de A a consumir menos de lo que deseaban); b) al cabo de tres años, a menos que los jornaleros ahorren buena parte de la cosecha de B, es decir, restrinjan significativamente su consumo de trigo (o si restringiendo su consumo, debido a nuevas expansiones del crédito, se termina consumiendo más trigo del necesario para sostener a los trabajadores durante tres años), la explotación B deberá ser igualmente abandonada; c) los bienes que pueden dejar de producirse por la desviación de factores pueden no ser bienes de consumo prescindibles, sino bienes de capital imprescindibles; d) en una economía con muchos planes en competencia, las sucesivas expansiones del crédito se traducirán en la aparición de nuevos proyectos empresariales antes incluso de concluir los que se iniciaron en un primer momento con el crédito fiduciario, cada uno de los cuales tenderá a proporcionar un menor rendimiento y requerirá de un mayor tiempo de inmovilización de bienes presentes.
En todo caso, lo que quería señalar era simplemente que la descoordinación entre ahorradores e inversores no sólo se produce cuando existe pleno empleo de los recursos, sino también ante la existencia de recursos ociosos. Es cierto que cuando no hay desempleo los problemas se manifiestan antes, pues los costes de los factores aumentan más rápidamente que lo que los receptores del crédito fiduciario pueden irse permitiendo pagar. Pero, aparte del notable hecho de que casi nunca existe un desempleo de todos los factores necesarios (puede haber trabajadores ociosos, pero los proyectos empresariales también requieren de materias primas o bienes de capital cuyos precios suelen ser mucho más flexibles y donde por tanto no tiende a producirse desempleo), debería resultar claro que entregar (o dar derecho a adquirir) a los factores productivos, con la finalidad de que éstos produzcan ciertos bienes futuros, una cantidad de bienes presentes mayor a la que ningún otro agente ha renunciado o está dispuesto a renunciar a cambio de esos ciertos bienes futuros, no sólo no soluciona los problemas de coordinación temporal entre ahorradores e inversores, sino que los agrava.
La TACE sigue siendo plenamente válida haya o no recursos ociosos. De hecho, lo acabamos de constatar con el reciente ciclo económico donde es más que discutible que hubiese algo así como “pleno empleo” entre los trabajadores y, no obstante, las mayores rentas que percibieron se tradujeron en unos mayores precios de materias primas que, desde luego, no pudieron compensarse con la mayor oferta de proyectos inmobiliarios que estaban fabricando (no había suficientes agentes dispuestos a dejar de consumir hoy petróleo y otras materias primar a cambio de una porción de un inmueble futuro).
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