El origen evolutivo del dinero
Publicado el 18 mayo 2014 por Juan Ramón Rallo
La teoría sobre el origen evolutivo del dinero fue desarrollada por el economista austriaco Carl Menger en diversas obras pero muy especialmente en su libro El dinero (1909). Dándole a la teoría mengeriana una relectura actualizada, podríamos decir que en una comunidad donde el trabajo está total o parcialmente dividido resulta necesario distribuir entre sus miembros el excedente de producción. En este sentido, existen dos opciones: que la redistribución se efectúe de un modo centralizado (una autoridad central decide quién se queda con cada porción del excedente) o de un modo descentralizado (cada individuo intercambia su excedente productivo con otros individuos). Así las cosas, dentro de este segundo tipo de comunidad —una comunidad basada en la división del trabajo y en los intercambios descentralizados—, sólo habrá originalmente dos maneras de efectuar tales intercambios: a través del trueque spot y a través del trueque diferido.
El trueque spot puede definirse como un intercambio directo y al contado de dos mercancías: el sujeto A desea la mercancía X y tiene la mercancía Z, mientras que el sujeto B desea la mercancía Z y tiene la mercancía X, de modo que resulta mutuamente ventajoso intercambiarlas (esto es, que el sujeto A pasara a convertirse en propietario de X y el agente B en propietario de Z). Concluido el intercambio, ambos sujetos poseerán en ese preciso momento (de ahí que el intercambio sea spot) la mercancía que exactamente desean (de ahí que el intercambio sea directo). Podemos representar las operaciones típicas vinculadas al trueque spot en forma de balances (si bien, dado que no tenemos valores monetarios de los bienes, en realidad serían simples inventarios y no balances).
El trueque diferido, por su parte, consiste en un intercambio directo y aplazado de dos mercancías: el sujeto A desea la mercancía X y tiene la mercancía Z, mientras que el sujeto B desea la mercancía Z pero todavía no tiene la mercancía X, de modo que podría resultar mutuamente ventajoso que el sujeto A le entregara la mercancía Z a cambio del derecho a reclamarle en el futuro al sujeto B la mercancía Z. De una forma todavía más general, el sujeto A podría poseer la mercancía Z y no necesitar en ese momento ninguna otra mercancía, pero aún así podría interesarle su venta al sujeto B a cambio de un derecho de crédito parcialmente indefinido contra B: básicamente, B le debería a A alguna mercancía por especificar en algún momento futuro también por especificar. El trueque diferido es, en realidad, un intercambio incompleto: sólo uno de los sujetos (el deudor) adquiere originalmente la propiedad de la mercancía que desea, mientras que el otro sujeto (el acreedor) no la adquirirá hasta el futuro (de ahí que sea un intercambio diferido).
El trueque spot acarrea la ventaja de que ambas partes ven satisfechas sus necesidades al mismo tiempo, pero tiene importantes desventajas. La primera es que debe existir una coincidencia espacial entre demanda y oferta: el sujeto A debe tener lo que quiera B y el sujeto B debe tener lo que quiera A. La segunda es que debe existir una coincidencia temporal entre demanda y oferta: el sujeto A no sólo debe tener lo que quiera B, sino tenerlo cuando lo quiera B; y, a su vez, el sujeto B no sólo debe tener lo que quiera A, sino tenerlo cuando lo quiera A. La tercera es que debe existir una coincidencia cuantitativa entre demanda y oferta: el sujeto A no sólo debe tener lo que quiera B y cuando lo quiera B, sino en las cantidades exactas en que lo quiera B; a su vez, el sujeto B no sólo debe tener lo que quiere A y cuando lo quiera A, sino en las cantidades exactas en que lo quiera A. Si falla alguna de estas características, el trueque spot no tendrá lugar o sólo acaecerá de manera parcial e imperfecta. Por ejemplo, si el sujeto A desea cinco hogazas de pan y sólo posee una casa, no podrá efectuar intercambio alguno aun cuando encuentre a un constructor de viviendas que desee hogazas de pan: primero, porque cinco hogazas serán previsiblemente insuficientes para adquirir una vivienda; segundo, porque aun cuando el sujeto A fuera capaz de hornear a corto plazo miles de hogazas de pan, el constructor es dudoso que desee disponer ahora mismo de miles de hogazas de pan, pues no podrá consumirlas todas de golpe y con el paso de los días terminarán estropeándose.
El trueque diferido permite superar gran parte de estas desventajas. La coincidencia espacial, temporal y cuantitativa no resultan necesarias o sólo en mucha menor medida: el sujeto A puede no tener todavía las cantidades exactas de las mercancías que desea el sujeto B y, aun así, adquirir la propiedad de las mercancías que posee B a cambio del compromiso (deuda) de atender las demandas futuras de B. En nuestro ejemplo anterior, el sujeto A podría comprarle la vivienda al constructor a cambio del compromiso de entregarle cada día una hogaza de pan durante los próximos 30 años. El trueque diferido, pues, parece solventar y superar los problemas de coordinación propios del trueque spot, erigiéndose en el mecanismo natural para efectuar los intercambios descentralizados dentro de una sociedad donde el trabajo se halle dividido.
Sin embargo, el trueque diferido dista de ser perfecto. Sus dos mayores inconvenientes son, por un lado, la ausencia de un patrón en el que expresar el valor líquido de las deudas en especie; por otro, que sólo puede practicarse por parte de sujetos que confían entre sí.
La ausencia de un patrón en el que expresar el valor líquido de las deudas en especie complica que ambas partes salgan beneficiadas en ausencia de una completa especificación ex ante de la deuda. Como ya hemos expuesto, la forma más general de trueque diferido es intercambiar una mercancía presente y específica por una mercancía futura no especificada de antemano. En muchas ocasiones, una de las partes del intercambio no tiene por qué conocer desde un comienzo cuáles serán sus necesidades futuras y, por tanto, qué bienes necesitará para satisfacerlas, de modo que el único intercambio que puede llegar a interesarle es uno que le deje las opciones abiertas de cara al futuro. Un ejemplo típico es el llamado intercambio de favores: el sujeto A le presta un servicio al sujeto B a cambio de que el sujeto B le preste algún servicio en el futuro al sujeto A. El problema, obviamente, es que la postdeterminación de la prestación adeudada al sujeto A expone a una elevada incertidumbre tanto al sujeto A como al sujeto B: si no hay un acuerdo ulterior entre las partes, la prestación final (impuesta por vía judicial, por ejemplo) podría terminar siendo insuficiente para el sujeto A o demasiado gravosa para el sujeto B (de modo que, ex post, una de las dos partes hubiese preferido no acometer el intercambio). Una forma de solventar este problema derivado de la falta de un patrón en el que expresar desde un comienzo el valor líquido de las deudas es mediante “escalas de valor socialmente reconocidas”, esto es, tablas de bienes cuyo valor sea reputado socialmente como equivalente: pero es obvio que estas tablas son una solución ineficiente al problema de fondo, ya que las equivalencias de valor socialmente aceptadas no tienen por qué coincidir con las valoraciones de los agentes particulares que participan en un intercambio (es decir, que socialmente se considere que una vaca tiene el mismo valor que 20 gallinas no significa que las partes de un intercambio así lo consideren).
El otro problema del trueque diferido es la información asimétrica: las partes no poseen toda la información necesaria de la contraparte para anticipar si va a cumplir en el futuro con su deuda, de modo que sólo estarán dispuestas a practicar intercambios diferidos en caso de que confíen entre sí. En concreto, el sujeto que vende su mercancía a crédito debe confiar en que la otra parte pagará su deuda: si no confía en ello, el trueque diferido no podrá materializarse o sólo en una magnitud muy reducida. El problema de la credibilidad puede solventarse restringiendo los intercambios al entorno de confianza del agente económico, incluyendo dentro de este entorno de confianza a todo el entramado de instituciones jurídicas que tienden a asegurar el repago forzoso de la deuda. Sin embargo, esa solución es tremendamente parcial, ya que obliga a restringir los intercambios por trueque diferido al entorno de confianza, imposibilitando su uso fuera del mismo.
En definitiva, el trueque diferido tenderá a darse en aquellos en entornos sociales de confianza y con condiciones productivas estáticas (y, por tanto, valoraciones intersubjetivas relativamente estables y generalizadas). Casos paradigmáticos de esos entornos son la familia o la tribu, donde prácticamente todos los intercambios entre partes son de tipo diferido. Ahora bien, entre tribus —o comunidades— separadas y sin instituciones jurídicas compartidas, lo normal es que impere el trueque spot ya que la deuda del miembro de una tribu con el miembro de otra tribu podría impagarse impunemente (salvo que estemos ante intercambios de trato sucesivo donde se labra una cierta relación de confianza y donde existe una amenaza creíble en caso de impago: el suspender ulteriores intercambios). Ahora bien, como ya hemos visto, el trueque spot acarrea problemas de coordinación muy serios para las partes, lo que limita enormemente el número de intercambios potenciales fuera del círculo de confianza. Es justamente en este punto donde aparecen los incentivos para hallar algún mecanismo que supere las limitaciones del trueque diferido y del trueque spot. Siguiendo a Menger: “Sólo entonces —y ciertamente no antes de que el intercambio en forma de trueque se convirtiera en una necesidad gracias a su extensión y a su importancia para la población, o en todo caso en amplios sectores de la misma— se creó la base y el supuesto previo necesario para la aparición del dinero”.
Dentro de este contexto en el que el trueque diferido no puede practicarse y el trueque spot acarrea numerosos problemas, las partes tenderán a intentar mejorar su coordinación intercambiando sus mercancías no por aquellas mercancías que necesitaran directamente para satisfacer sus necesidades, sino por otras que fueran más fácilmente intercambiables por poseer una mayor demanda final entre los restantes agentes económicos (esto es, los agentes salen beneficiados maximizando sus probabilidades de intercambio). Así, si el agente A tiene la mercancía Z, puede interesarle intercambiar su mercancía Z por una mercancía Y si es que la mercancía Y posee una mayor facilidad para ser intercambiada que su mercancía Z, aun cuando se objetivo final no sea consumir la mercancía Y (sino otra mercancía como la X). En palabras de Menger: “El hecho es que para ciertos tipos de bienes existe sólo una demanda muy exigua y esporádica, mientras que para una serie de bienes de otro tipo la demanda es más general y constante. Por tanto, quien lleva al mercado bienes de primer tipo para cambiarlos por otros de los que tiene específica necesidad, por lo general tendrá menos probabilidades de alcanzar este objetivo”.
Las razones que contribuyen a que una mercancía sea más fácilmente intercambiable que otra son diversas pero podríamos mencionar las siguientes: que posea una demanda final más extensa e intensa (es decir, que mucha gente la demande en grandes cantidades), que su relación de intercambio no sea susceptible de experimentar fluctuaciones muy violentas (es decir, que su valor de realización no sea altamente incierto debido a que, por ejemplo, su oferta pueda aumentar enormemente a corto plazo), que perdure en el tiempo (es decir, que su valor pueda trasladarse al futuro para efectuar en ese momento los intercambios) y que pueda fraccionarse (es decir, que pueda intercambiarse en cantidades más pequeñas).
Por consiguiente, aquellas mercancías que reúnan estas características comenzarán a ser demandadas no porque vayan a ser objetos de consumo, sino porque van a actuar como medios indirectos de intercambio. Poco a poco, pues, esas mercancías irán acaparando una mayor demanda social que contribuirá no sólo a elevar sino también a estabilizar su valor y, justamente, cuanto más estable sea su valor, mejor medio de intercambio será. La estabilidad de valor mejorará las aptitudes de un bien como medio de intercambio en tres dimensiones: su estabilidad ante cambios espaciales solventará los problemas de coordinación espacial propios del trueque spot; su estabilidad ante cambios temporales solventará los problemas de coordinación temporal propios del trueque spot; y su estabilidad ante cambios en las cantidades ofertadas y demandadas solventará los problemas de coordinación cuantitativa propios del trueque spot. Esa estabilidad del valor de un bien fue denominada “liquidez” por Menger.
Aquel bien para los cambios indirectos que reúna una demanda más universal y, por tanto, exhiba una mayor liquidez lo llamaremos “dinero” (una categoría que tradicionalmente ha recaído sobre el oro por reunir las propiedades anteriores). La liquidez del dinero lo facultará para desempeñar tres funciones típicas: la de medio de intercambio generalizado, la de depósito líquido de valor (o medio de intercambio aplazado) y la de unidad de cuenta (o denominador común de los precios de todos los intercambios). Cada una de esas funciones se dirige, precisamente, a solventar uno de los problemas típicos de coordinación del trueque spot, de manera que el círculo de intercambios potenciales de los agentes económicos termina desbordando sus círculos de confianza: así, por ejemplo, dos tribus enemigas pueden comerciar valiéndose del dinero, ya que, gracias al dinero, no existe ninguna necesidad de que el miembro de una tribu le proporcione crédito (potencialmente impagable) al miembro de otra tribu.
Pero la aparición de dinero no sólo permite solventar los problemas del trueque spot, sino también parte de los del trueque diferido: en concreto, la existencia del dinero permite expresar el valor líquido de las deudas en especie en una unidad de cuenta que, al conservar intertemporalmente el valor, faculta al acreedor a acceder a cualesquiera bienes deseados en el momento deseado sin necesidad de especificar ex ante cuáles son. Como dice Menger: “Gracias a la acuñación, los metales destinados a hacer de dinero son susceptibles de convertirse en materia de obligaciones genéricas y cantidades deudoras de contenido exactamente determinado, puntual y fácilmente liquidables (en metal amonedado) con un simple cómputo”. Por esta vía, pues, la existencia del dinero no sólo potencia los intercambios al contado (intercambiar una mercancía por dinero), sino también los intercambios a crédito, pasando a ser ese crédito pagadero no en especie, sino en dinero.
Por consiguiente, la teoría sobre el origen evolutivo del dinero permite explicar cómo el dinero emerge descentralizadamente en aquellos contextos en los que la confianza entre las partes está ausente o allí donde las escalas sociales de valor son demasiado imprecisas y donde, por consiguiente, se hace necesario un depósito de valor líquido en el que denominar las deudas: los agentes seleccionan descentralizada y competitivamente los bienes económicos con un valor relativamente estable y pasan a emplearlos como medios de cambio indirecto, hasta que alguno de esos bienes sobresale por encima del resto coronándose como dinero.
Llegados a este punto, conviene destacar dos aspectos que suelen ser un frecuente germen de confusión: primero, que el dinero pueda tener surgir evolutiva, espontánea y descentralizadamente no es incompatible con que, con anterioridad al surgimiento del dinero, se efectuarán trueques diferidos, es decir, con que los intercambios se efectuaran a crédito. El propio Menger reconoce que, antes del dinero y del trueque spot, ya existían obligaciones entre los miembros de una comunidad: “Mucho antes de que el trueque apareciera en la historia o adquiriera una importancia decisiva para obtener bienes, encontramos ya varias especies de obligaciones unilaterales: donaciones voluntarias o bajo presión más o menos coercitiva, tributos impuestos forzosamente, castigos de carácter patrimonial, el Wergeld, obligaciones unilaterales derivadas de relaciones familiares, etc.”.
Segundo, una alternativa al surgimiento del dinero como vía para superar las limitaciones del trueque spot en comunidades entre las que no impere la confianza es la conquista y unificación político-jurídica de ambas comunidades, de modo que una misma autoridad pueda imponer por la fuerza el cumplimiento de las deudas sobre ambos territorios. En tal caso, el trueque diferido podría practicarse entre ambas comunidades económicas sin necesidad de que el dinero emerja espontáneamente. Si, además, esa autoridad estatal impusiera una escala de valor social en la que todas las deudas en especie fueran equivalentes a una misma mercancía, el Estado estaría a su vez solventando el problema de inexistencia de un valor líquido de las deudas en especie; para ello, únicamente sería necesario que ese bien en el que fueran residualmente liquidables las deudas por imposición estatal tuviera, además, una utilidad propia: en tal caso, el Estado puede o bien escoger un bien que ya tuviera un valor de mercado previo a su imposición estatal o bien dotar de utilidad a un bien que no la tenga permitiendo que, por ejemplo, sea el medio empleado para abonar sus tributos.
Como vemos, la teoría del origen evolutivo del dinero no es incompatible con que un Estado pueda crear un entorno jurídico dentro del cual se extienda el trueque diferido y donde, además, las deudas en especie pasen a reconvertirse en deudas liquidables en un bien cuya utilidad proceda de un mandato estatal (ser el medio para abonar los impuestos). Ahora bien, nada de esto significa que, por un lado, el dinero no pueda desarrollarse paralelamente por el proceso evolutivo ya estudiado y, por otro, que la expansión del trueque diferido vía centralización político-jurídica e imposición estatal de un medio en el que liquidar residualmente las deudas en especie no sea una solución carente de problemas. Primero, el imperialismo y la dominación estatal no suelen desarrollarse de manera pacífica y voluntaria, lo que implicaría que, si excluimos del análisis el surgimiento evolutivo, espontáneo y descentralizado de un dinero internacional, la vía más estable para extender el ámbito de los intercambios y la división del trabajo sería la invasión militar. Segundo, si el Estado escoge un bien económico con utilidad y liquidez preexistente a su imposición como medio para saldar residualmente las deudas en especie, habrá sido en realidad el mercado —y no el Estado— quien habrá otorgado utilidad y liquidez de manera previa a ese bien escogido a posteriori por el Estado; si, por el contrario, el Estado escoge un bien sin utilidad previa pero lo convierte en útil dándole la capacidad para saldar los créditos unilaterales que posee contra la sociedad (tributos), en realidad lo que estará creando el Estado es una deuda fiscal contra sí mismo en la que saldar las restantes deudas en especie: es decir, el valor de esa deuda fiscal dependerá en última instancia de la credibilidad del Estado, lo que puede ser harto inconveniente cuando la confianza en el Estado se tambalee o cuando el Estado opte por abusar de la confianza en beneficio propio (unos inconvenientes que no existen cuando el dinero brota evolutiva, espontánea y descentralizadamente, esto es, sin que sea impuesto por el Estado).
Aclarados estos aspectos, podemos proceder a analizar la principal teoría alternativa sobre el origen del dinero: la teoría neochartalista.
La teoría neochartalista sobre el origen del dinero
La moderna teoría neochartalista sobre el origen del dinero se desarrolla sobre la obra de dos pensadores: Georg Friedrich Knapp y Alfred Mitchell-Innes.
Knapp es el padre del chartalismo, esto es, de la doctrina que propugna que el “dinero es una criatura de la ley”. Sin embargo, este economista alemán de finales del s. XIX y principios del s. XX adoptaba, en realidad, una postura bastante menos radical que la de los modernos neochartalistas. Para empezar, Knapp no negaba que socialmente pudiese emerger un medio de intercambio generalizado. Tal como afirmaba en su libro The State Theory of Money (1905): “El mercancía usada como medio de intercambio general es una institución de relaciones sociales; se trata de una mercancía que ha llegado a obtener un uso especial en sociedad primero mediante la costumbre, luego a través de la ley. Esta mercancía socialmente reconocida como medio de intercambio es, por supuesto, siempre un medio de pago”. Sucede que Knapp opinaba que el Estado era capaz de elevar a esos medios de pago a una fase evolutiva superior al lograr que circularan no en función de su valor intrínseco, sino del valor proclamado por la ley: es a esos medios de pago cuya valor se determina legalmente a los que Knapp llamaba “medios chartales de pago” o dinero. Pero, pese a las apariencias, la teoría de Knapp no es tanto una teoría exclusivamente estatal del origen del dinero, sino una teoría contractualista sobre el origen del dinero. El propio Knapp lo dejó bien claro en su libro: “El Estado puede crear una unidad de valor porque es una comunidad de pagos, no porque sea Estado. El Estado es sólo la más familiar y la más antigua de las comunidades de pagos, pero no es la única. La organización jurídica de una comunidad de pagos es la que crea la unidad de valor. Esto supone una importante ampliación del punto de vista con el que empezamos el libro: que el Estado es la única comunidad de pagos (…) Tal como dijimos al comienzo del libro, todo lo relacionado con el pago es una creación de la ley; a esto debemos añadir ahora ‘de la ley del Estado o de las comunidades privadas de pago’”. Knapp, por consiguiente, no excluye que los medios de pago puedan emerger del mercado; sólo describe una vía alternativa a su emergencia evolutiva, espontánea y descentralizada: su creación contractual y centralizada. Nada de esto es incompatible con los planteamientos evolutivos de Menger ya que, como vimos, el dinero surge como mecanismo de intercambio fuera de la comunidad propia —del círculo de confianza—, por lo que evidentemente las comunidades pueden crear medios de pago internos basados en el crédito: el proceso que intenta explicar la teoría evolutiva del dinero es cómo los individuos logran intercambiar fuera de sus comunidades de confianza.
Distinto es el caso de Mitchell-Innes, quien sí consideraba que todo dinero es una creación estatal. De entrada, Mitchell-Innes afirmaba que todo dinero era necesariamente una forma de crédito. En What is Money? (1913) sentenciaba: “El dinero es crédito y nada más que crédito. El dinero de A es lo que le adeuda B, de manera que cuando B paga, el dinero de A desaparece”. En este sentido, Mitchell-Innes pensaba que el Estado compraba bienes y servicios en el mercado entregando a cambio unos papelitos que posteriormente eximían a los compradores de pagar impuestos. En The Credit Theory of Money (1914) sostuvo que: “El Estado, al adquirir bienes y servicios dentro de un país, emite como pago enormes cantidades de pequeñas piezas-signo conocidas como monedas o billetes, y que son reembolsables mediante el sistema impositivo”. Justamente, la moderna teoría neochartalista en la que se basa la MMT toma prestadas sus ideas de la obra de Mitchell-Innes en su doble vertiente: la crítica teórica e histórica al supuesto origen evolutivo del dinero.
En el plano teórico, los modernos neochartalistas le reprochan a Menger el haber incurrido en dos razonamientos circulares: el problema de la identificación y el problema de la elección espontánea. El primero, según expone Pavlina Tcherneva en su artículo The Nature, Origins, and Role of Money (2005), se refiere al razonamiento circular que reza que “el dinero es universal porque los agentes racionales lo utilizan y los agentes racionales lo utilizan porque es universal (…) [es decir,] los beneficios de usar un tipo determinado de mercancía como medio de cambio sólo pueden reconocerse después de que la mercancía ya esté siendo utilizada”. El segundo razonamiento circular se refiere a la idea de que, en palabras de Tcherneva, “el dinero es un depósito de valor abstracto porque es un medio de pago y es un medio de pago porque es un depósito de valor abstracto. No hay ninguna propiedad definitiva que le conceda al dinero un estatus especial y en ausencia de una condición inequívoca que explique el uso como dinero del oro, de los palos de madera o de la sal, la elección espontánea se convierte en un elemento esencial que debe asumirse a priori”.
Como modelo teórico alternativo al origen evolutivo y descentralizado del dinero proponen el modelo del “gobernador hipotético”, planteado por Wray en Understanding Modern Money (1998). Wray asume que una mujer es nombrada gobernadora de una colonia que carece de mercados, precios y dinero. Si en ese contexto la gobernadora quiere que los indígenas le presten ciertos servicios, tiene la opción de imponerles un tributo que sólo será pagadero en la moneda que ella ofrezca a cambio de los distintos trabajos (tal moneda podría adoptar cualquier soporte material, pues lo único relevante es que los indígenas se verían forzados a demandarla a cambio de su tiempo de trabajo). En caso de hacerlo, con el tiempo los propios indígenas podrían emplear esa moneda en sus intercambios internos y privados, dado que al tratarse de un bien que todos necesitan poseer en sus justas cantidades, su aceptación por parte del conjunto de la sociedad queda garantiza.
En el plano histórico, los modernos neochartalistas tratan de demostrar que el dinero no emerge del trueque spot, sino que antes del trueque spot las comunidades ya venían intercambiando sin inconvenientes mediante pagos a crédito (lo que nosotros hemos llamado “trueque diferido”). Tal como explica David Graeber en su libro Debt: The first 5.000 years (2011): “La autora que más ha estudiado desde un punto de vista antropológico el trueque, Caroline Humphrey, de la Universidad de Cambridge, no podría ser más taxativa en sus conclusiones: ‘Nunca se ha hallado ningún ejemplo de una economía basada en el trueque, puro y simple, y mucho menos de una economía donde el dinero haya emergido a partir del trueque; toda la evidencia etnográfica sugiere que jamás ha existido tal cosa”. Y añade Graeber: “Lo que estos textos revelan es que los sistemas de crédito de este estilo precedieron la acuñación de moneda en varios miles de años”. El paso siguiente en la teoría neochartalista es ligar, como hacía Mitchell-Innes, el origen del dinero a la unidad de cuenta impuesta estatalmente para expresar el valor de las deudas, especialmente de las deudas que los ciudadanos mantenían con las entidades político-religiosas del país. Tal como resume Stephen Zarlenga en su artículo A Refutation of Menger’s Theory of the ‘Origin of Money’: “Este artículo presenta evidencia empírica de que el origen institucional del dinero, ya sea religioso o social, es mucho más probable que la hipótesis mengeriana de que emergió del mercado y para ello nos apoyamos en las siguientes obras: The Origin of Metallic Weights and Standards, de William Ridgeway;A Survey of Primitive Money, de A. H. Quiggin; Primitive Money, de Paul Einzig; yHeileges Geld, de Bernard Laum”.
La teoría neochartalista sobre el origen estatal del dinero parece internamente consistente y, lo que es más importante, sólidamente respaldada por la evidencia empírica. Pero ni lo uno ni lo otro.
Comencemos con las críticas teóricas al origen evolutivo del dinero. Como ya vimos, los neochartalistas reprochan que la teoría sobre el origen evolutivo del dinero adolece de dos razonamientos circulares: el problema de identificación y el problema de la elección espontánea. Pero no existe razonamiento circular alguno. Cuando los neochartalistas presumen que existe el problema de identificación –el dinero es universal porque todos lo utilizan y todos lo utilizan porque es universal– están asumiendo que la condición de dinero es binaria: o se es dinero o no se es dinero, cuando un bien puede ir siendo cada vez más aceptado como medio de intercambio indirecto conforme su demanda como tal vaya aumentando. Por otro lado, el problema de la elección espontánea –el dinero es depósito de valor porque es medio de cambio y es medio de cambio porque es depósito de valor– tampoco tiene base alguna: todo dinero es, durante períodos de tiempo más o menos prolongados, un medio de cambio y un medio de no-cambio; es decir, durante el período de tiempo en el que un bien empleado como medio de cambio indirecto mantiene su valor puede emplearse como medio de cambio y también —por definición— como medio de no-cambio a la espera de encontrar una oportunidad de intercambio superior en el mercado.
De hecho, si algo falla a la hora de explicar el origen del dinero es el modelo neochartalista del “gobernador hipotético”. Que el Estado obligue a los ciudadanos a pagar impuestos en un determinado bien no implica que ese bien vaya a terminar empleándose generalizadamente como medio de intercambio general, como depósito de valor líquido o como unidad de cuenta. Al cabo, los agentes económicos podrían emplear otros bienes como medio de cambio, depósito de valor y unidad de cuenta limitándose a adquirir el bien designado por el Estado cuando tuvieran que pagar impuestos. Del hecho de que los ciudadanos tengan que pagar impuestos en un bien X no se deriva que ese bien X vaya a usarse como dinero. Tampoco es decisivo el hecho de que el Estado esté obligado a aceptar el bien X como medio para saldar impuestos: los casinos también están obligados a aceptar sus fichas por el valor monetario que el propio casino les atribuye y eso no provoca que se empleen como medio de intercambio fuera del casino. Ciertamente, uno podría argumentar que casi todo el mundo ha de pagar impuestos y, por tanto, la demanda del bien X será muy amplia. Pero si nos limitáramos a lo anterior, deberíamos concluir que aquellos Estados con una menor presión fiscal o donde muy pocos individuos estuviesen obligados a pagar impuestos serían incapaces de imponer su propio dinero estatal, algo que los neochartalistas se han negado a admitir hasta el punto de afirmar que un impuestos sobre un único individuo sería suficiente para lograr que deviniera dinero el bien X designado por el Estado para abonar los impuestos. En palabras de Wray en Understanding Modern Money (1998): “No es necesario que exista un impuesto de capitación sobre todos los individuos. Supongamos que sólo la mitad de la población estuviese obligada a pagar impuestos. Aun así, la mitad que no los paga estaría deseosa de hacer cosas para obtener dinero, pues ellos pueden inducir a la primera mitad a que haga cosas en su favor a cambio del dinero que necesitan para pagar impuestos. De hecho, la lógica nos lleva inexorablemente a concluir que, en el extremo, un impuesto sobre un único individuo bastaría para crear una demanda por el dinero que le permitiera al Estado adquirir bienes y servicios del mercado (¡supongamos que el Estado establece un impuesto de 1,2 billones de dólares sobre Bill Gates!)”. Es evidente que algo falla en la explicación neochartalista: y lo que falla es que, si bien una amplia demanda cautiva de los contribuyentes facilita enormemente que un bien se convierta en medio de cambio general y en unidad de cuenta (como el propio Menger admitía), sólo con eso no basta. Al final, es necesario que el mercado acepte utilizar como medio de cambio y unidad de cuenta el dinero estatal porque considere que va a desempeñar sus funciones monetarias razonablemente bien (para lo cual es imprescindible que la confianza en el Estado no desaparezca): pero, en tal caso, regresamos a la teoría del origen evolutivo del dinero, donde el Estado es sólo uno de los agentes que, por su tamaño específico, mayor influencia puede desempeñar a la hora de influir en la emergencia del dinero.
Y si la crítica teórica es poco sólida, la evidencia empírica no lo es menos. Por ejemplo, después de haber rechazado que el trueque spot fuera relevante en la antigüedad, David Graeber reconoce que en algunos ámbitos sí lo era. El primero, en los intercambios entre extraños: “Nada de lo anterior significa que el trueque jamás haya existido (ni siquiera que nunca haya sido practicado por esa gente que Smith calificara de “salvajes”). Sólo significa que no fue empleado casi nunca entre paisanos. En general, se dio entre extraños, incluso enemigos (…) Lo que todos los casos de comercio por trueque tienen en común es que son encuentros entre extraños que probablemente no se vuelvan a encontrar más y con quienes ciertamente no se mantendrán relaciones duraderas. Ese es el motivo por el que el intercambio directo uno a uno es el adecuado: cada sujeto cumple con su parte y se marcha”. El segundo, en períodos de alta incertidumbre, como las guerras, donde ni siquiera los Estados son confiables: “Si echamos una ojeada a la historia eurasiática de los últimos 5.000 años, presenciaremos amplia alternancia entre períodos dominados por el dinero-crédito y periodos dominados por el oro y la plata (…) ¿Por qué? El factor más importante parece ser la guerra. Los metales predominan, sobre todo, en períodos de violencia generalizada”. Es decir, el trueque spot —y su mecanismo superador: el dinero— se empleaba justo donde la teoría del origen evolutivo del dinero sostiene que tenía sentido emplearlo: entre personas que no confiaran entre sí; algo que el propio Graeber se ve forzado a admitir: “El típico escenario de los economistas basado en el [origen evolutivo del dinero a partir del] trueque podría ser absurdo cuando se trata de transacciones entre vecinos en la misma comunidad rural, pero cuando se trata de transacciones entre el residente de una comunidad y un mercenario que está de paso, comienza a cobrar mucho sentido. Durante la mayor parte de la historia, un lingote de oro o plata, acuñado o no, ha jugado el mismo papel que el maletín lleno de billetes sin marcar: un objeto sin historia, valioso porque todos saben que se aceptará sin preguntas en cualquier lugar a cambio de otros bienes”.
Lo mismo reconocen otros dos autores neochartalistas como Wray y Tymoigne enMoney: An Alternative Story (2005). Después de decir que “todos los instrumentos monetarios han sido siempre deudas. Incluso las monedas de oro eran en realidad deudas de la corona”, afirman que “cuanto mayor sea la probabilidad de impago por parte del Estado soberano (incluyendo la deuda expresada en forma de monedas y tarjas), tanto más atractivos se volvían los metales preciosos como manera de registrar las deudas. En otras palabras, a los soberanos no confiables se les demandaban monedas con alto contenido metálico”. Los propios autores reconocen que este fenómeno sucedió espontáneamente en varias ocasiones a lo largo de la historia: “[Durante la transición del feudalismo al capitalismo] se registraron diversos períodos de anarquía monetaria debido a la falta de control del sistema monetario por parte de los reyes y de su administración. Por razones complejas, el valor de las monedas se fue acercando más y más al delos metales preciosos que contenían. Lo que empezó siendo una moneda-signo, que indicaba una deuda del emisor, se transformó en una forma misteriosa con valor intrínseco. Parte del apego a la moneda de metal precioso se debía al hecho de que éstas poseerían valor fuera del dominio del soberano. Además, el emisor no sería capaz de envilecer el valor de la moneda por debajo del valor que contenían las monedas”.
Por último, conviene consultar tres de las cuatro fuentes historiográficas en las que dice basarse Zarlenga para rechazar la teoría del origen evolutivo del dinero y comprobar si las conclusiones de estos autores verdaderamente opuestas a la teoría evolutiva mengeriana. Primero vayamos con The Origin of Metallic Weights and Standards (1892), de William Ridgeway (a quien, por cierto, el propio Menger citaba en su libro para apoyar sus tesis): “En las comunidades primitivas, todos los bienes son intercambiados entre sí a través del trueque. Aquella persona que posee ovejas las puede intercambiar con aquella persona que posee bueyes, y el dueño de cereales los puede intercambiar con la persona que posee ornamento metálico. En un principio, los metales eran simplemente reputados mercancía y no formaban parte de los medios de cambio (…) Pero cuando dentro de una comunidad había mercancía en uso generalizado y disponible en abundantes cantidades, todos los valores terminaban expresándose en forma de esa unidad de cuenta. La identidad concreta de esta unidad-de-trueque dependerá de la naturaleza, el clima, la posición geográfica y el nivel cultural de la comunidad”. O más adelante: “Primero, es evidente que la doctrina sobre un pacto originario a la hora de elegir un bien como medio de cambio generalizado es tan falsa como la vieja idea de que el lenguaje o la ley fueron creados por convención. Todo medio de cambio tiene un valor de mercado o representa algo que tiene o ha tenido valor de mercado”.
Sigamos con A Survey of Primitive Money (1949), de A. H. Quiggin: “El dinero para ser generalmente aceptado necesita contar cuatro propiedades básicas (portabilidad, divisibilidad, durabilidad y diferenciación), ya sea en las conchas, abalorios o metales. También hemos probado que son necesarias dos cualidades adicionales: una geográfica y otra más difícil de definir. Los objetos usados como dinero deben ser foráneos o, si son locales, deben pertenecer a una zona o clase especial; y, además, esos objetos deben contar con prestigio o alguna virtud esencial, ya sea religiosa o mágica (…) Los metales —oro, plata, cobre, hierro u hojalata— son útiles y valiosos en todas partes”.
Y finalicemos con Primitive Money (1949), de Paul Einzig, quien probablemente resuma de un mejor modo la teoría del origen evolutivo del dinero, incorporando algunas de las particularidades antropológicas que los neochartalistas pretenden convertir en incompatibles: “Aunque es posible que algunas comunidades de entre innúmeros millares tomaran la decisión deliberada de inventar el dinero, todo apunta a que en la mayoría de los casos el dinero evolucionó como un proceso inconsciente y gradual (…) En estadio intermedio entre la economía de trueque pura y la economía monetaria es aquel en el que se emplea un medio preferente para el trueque: es decir, un objeto que se acepta a cambio de bienes y servicios, pero no para su consumo directo, sino porque su tenedor espera ser capaz de intercambiarlo por otros bienes y servicios (…) Los objetos que inicialmente se escogieron como medio preferente para el trueque fueron aquellos que se esperaba que fueran aceptados por otros. Probablemente, la razón por la que ciertos objetos adoptaron este papel es que o eran artículos de consumo u ornamentación generalmente demandados, o un bien básico para la exportación o porque eran un bien de pago diferido ampliamente demandado a los deudores. Mucha gente podía aceptar estos bienes por motivos de sacrificios religiosos, por pagos políticos (sanciones, tributos, dinero de sangre) o a modo de excrex. Todos estos motivos, así como otros no comerciales, pueden haber generalizado la demanda de estos objetos hasta convertirlos en medios de intercambio”.
En general, pues, estos tres autores remarcan lo que ya hemos expuesto: el dinero se desarrolla evolutivamente sobre aquellos bienes que poseen una intensa demanda previa a su uso como dinero, lo que permite presuponer a sus tenedores que podrán utilizarlos ulteriormente como medio de intercambio para acceder a los bienes y servicios deseados: por consiguiente, los individuos no pasan a utilizar un determinado bien como dinero porque estén obligados a ello, sino por la expectativa convergente de que su demanda social será lo suficientemente amplia como para que su valor sea estable. Como decimos, el núcleo duro de la emergente demanda social del dinero será una intensa demanda no monetaria previa que, evidentemente, puede tener su raigambre institucional e intersubjetiva (religiosa, política o consuetudinaria), lo cual no es en absoluto incompatible con la teoría sobre el origen evolutivo del dinero. De hecho, Menger cifró en cinco las causas que podrían dar origen a esa amplia demanda previa de un bien y una de esas causas era: “4. Bienes en los que, por efecto de costumbres o de relaciones de poder, existe la obligación de ofrecer periódicamente en forma de prestaciones unilaterales (por ejemplo, regalos y tributos consistentes en ciertos bienes que se entregan por costumbre o en virtud de relaciones de sometimiento a personas distinguidas, sacerdotes, curanderos encumbrados, etc.; resarcimientos patrimoniales, castigos penales por daños infligidos fijados y especificados legalmente; bienes de cierto tipo para regalar, según los usos, a las novias, etcétera”.
En definitiva, la narrativa neochartalista sobre el origen estatal del dinero es sólo un caso particular de la teoría del origen evolutivo del dinero. Es verdad que entre individuos que confían recíprocamente entre sí pueden emerger comunidades de pago basadas en los intercambios a crédito y es verdad que, como decía Knapp, en tanto en cuanto el Estado puede instituir una comunidad de pagos posee, a su vez, cierto margen para crear un medio de pago basado en el crédito, pero la teoría del origen del dinero debe explicar no sólo lo anterior sino cómo se las arreglan los agentes económicos para seguir intercambiando cuando no se dan relaciones de confianza entre sí. En este sentido, la teoría nos indica que existen incentivos muy fuertes para que, espontáneamente, los agentes económicos acepten como contrapartida en los intercambios un bien cuyo valor no dependa de la credibilidad de su vendedor: es decir, un bien que posea un alto y estable “valor intrínseco” o, lo que es lo mismo, un bien que resulte muy útil para un muy amplio número de personas. Por otro lado, la evidencia empírica conduce incluso a los neochartalistas a reconocer que, en aquellos contextos en los que la confianza no existe o desaparece —intercambios con extranjeros, guerras, colapso del Estado…— los agentes económicos tienden a utilizar evolutiva y espontáneamente algún bien, particularmente los metales preciosos, como dinero.
Así pues, fuera del círculo de confianza de un agente económico, el dinero emerge de manera evolutiva, tal como describió Menger. Y, en este sentido, siendo la credibilidad y la confianza entre sus miembros el elemento esencial de una comunidad de pagos, por fuerza habrá que reconocer que es la sociedad —y no el Estado— la que determina la necesidad o superfluidad del dinero: dado que el Estado no puede imponer la confianza hacia sí mismo, son los agentes económicos quienes en última instancia la aprecian y la valoran, ya sea para aceptar utilizar los medios de pago basados en el crédito del Estado o para rechazarlos y refugiarse en un bien dinerario, esto es, un medio de pago no basado en la deuda.
Mas, incluso en el caso de que una sociedad confíe en el Estado y en los medios de pago crediticios que él proporcione, habría que reconocer que, en cualquier caso, un sistema monetario asentado sobre un dinero escogido evolutivamente por el mercado es superior a uno donde esa garantía última ha sido excluida: a la postre, para que ninguna de las partes abuse de la confianza que le confiere el resto, es harto recomendable poseer un refugio al que escapar y dentro del que protegerse. Aquellos sistemas monetarios basados en deudas estatales inconvertibles en dinero —por ejemplo, la moneda fiat— tienen el defecto de que los tenedores de esas deudas estatales son rehenes del Estado, el cual tendrá indudables incentivos para abusar de esa confianza en beneficio propio; en cambio, aquellos otros sistemas monetarios donde los medios de pago basados en deudas —públicas o privadas— convertibles en dinero, proporcionan la ventaja a los ciudadanos de poder castigar y limitar de inmediato el comportamiento irresponsable de sus emisores (corrigiendo así su irresponsabilidad). Los neochartalistas suelen afirmar que la definición del dinero es una manifestación soterrada de la lucha por el poder. Y, en efecto, tienen su pizca de razón pero en un sentido contrario al que creen: permitir el uso del dinero emergido evolutiva, espontánea y descentralizadamente por la sociedad es una forma de limitar el poder de aquellos deudores cuyas deudas sean empleadas como medios generales de pago dentro de una comunidad y, muy en particular, del Estado.
Pero, en todo caso, lo que debería resultar evidente que la teoría neochartalista sobre el origen del dinero se basa en seleccionar interesadamente algunos de los procesos particulares que describe de un modo mucho más completo la teoría sobre el origen evolutivo del dinero: no es una teoría universal, sino retorcidamente particular. Sería como recopilar evidencia empírica de que el ser humano puede crear nuevas especies de animales (como la mula) efectuando ciertos cruces entre ellos para sugerir que la teoría de la evolución de las especies es falsa. Démosle merecidamente la palabra final sobre este asunto al propio Menger: “Al igual que otras instituciones sociales, la institución de los intermediarios del intercambio al servicio del bien común —en el sentido más elevado del término— puede ser perfeccionada y alentada por la autoridad (estatal, religiosa, etc.) y en particular por la legislación. Sin embargo, no es ésta la forma originaria en la que nacieron los medios de cambio. Nos hallamos más bien en presencia de una relación análoga a la que existe entre el derecho positivo promulgado y el derecho consuetudinario. Los medios de cambio, en su origen, nacieron y se convirtieron, por progresiva imitación, en medios de uso general, no por ley o convención, sino por costumbre, o sea a través de las acciones convergentes de impulsos y proyectos intelectuales semejantes por parte de individuos que vivían juntos en sociedad. Es decir, como resultado no intencionado de aspiraciones específicamente individuales de los miembros de la sociedad, una circunstancia que no excluye evidentemente que luego el Estado promoviera o influyera en su nacimiento, como sucedió con tantas otras instituciones que se formaron de manera análoga”.
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