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lunes, 18 de agosto de 2014

15/08/2014 - Ignacio Moncada

Thomas Piketty y la cruzada contra la riqueza


El economista de moda, el francés Thomas Piketty, ha revolucionado el mercado editorial con su obra Capital en el Siglo XXI,un libro académico de 700 páginas, rico en datos, series históricas y teoría económica. Un ladrillo, vamos. ¿Cómo es posible que un libro tan poco apetecible, cuya lectura probablemente sea lo último que haríamos en nuestro escaso tiempo libre, haya llegado al número uno en la prestigiosa lista de bestsellers publicada por The New York Times?

Ambas cosas son compatibles. Que un libro sea muy vendido no quiere decir que sea muy leído. Jordan Ellenberg, un profesor de matemáticas de la Universidad de Wisconsin, ha publicado en The Wall Street Journal un método, muy inexacto y para andar por casa, de medir cuáles son los libros que una vez se empiezan, antes se dejan de leer. En tiempo récord, el libro de Piketty ha reemplazado al que históricamente había sido el libro más "no leído" de todos los tiempos: Breve historia del tiempo, de Stephen Hawking. En concreto, los cinco subrayados más populares de Capital en el Siglo XXI,según recoge Amazon, no pasan de la página 26. Según Ellenberg, quien empieza el libro de Piketty rara vez supera el capítulo introductorio.

Esto es perfectamente lógico, pues es libro está concebido para que así sea. Y es que Capital en el Siglo XXI no está para ser leído, sino para que cualquier anticapitalista lo use como arma arrojadiza en caso de necesidad; para que se esgrima como argumento fácil en cualquier discusión o debate; y para se referencie como demostración empírica y teórica de que el capitalismo es el mal, y que sólo un Estado omnipotente puede rescatarnos de sus pérfidas garras.

En el artículo anterior, primera parte de esta serie de dos artículos dedicados a Piketty, nos metíamos a desmenuzar la tesis central de Capital en el Siglo XXI. Según el economista francés el capitalismo tiene una ‘gran contradicción interna’: que el capital acumulado crece más rápido que las rentas y los salarios. Esto, según Piketty, hace que la sociedad tenga una tendencia automática hacia la desigualdad. Por un lado, el capital se va acumulando progresivamente en pocas manos y se transmite de generación en generación vía herencias. Y por otro, las rentas de ese capital cada vez más concentrado crecen más rápido que las rentas del trabajo.

Vimos en el artículo anterior que el problema de la atractiva tesis central de Piketty es, simple y llanamente, que es falsa. Y lo es en dos sentidos. En primer lugar, el propio estudio histórico de Piketty revela que lo que ha sucedido hasta ahora ha sido, de hecho, lo contrario: las rentas del capital son hoy menos importantes que las del trabajo que hace un siglo, y los más ricos acumulan en proporción menos capital que entonces. En segundo lugar, y en vista de que los datos del propio Piketty no apoyan su propia tesis, la teoría que el autor ha elaborado para explicar por qué su tesis sí será válida para el siglo XXI, como vimos, tampoco se sostiene.

Después de tres cuartas partes del libro tratando, en vano, de demostrar su tesis, Piketty abandona la sección económica del libro y pasa a la sección puramente política. En ella propone unas medidas estatales para solucionar, o al menos paliar, este supuesto mecanismo implacable de generación de desigualdad que está en la esencia del capitalismo. Pero antes de entrar en ello, es preciso señalar algo que pudiera parecer obvio, pero que sorprendentemente muchos defensores del libro confunden: lo que a Piketty le preocupa, estudia y pretende resolver es la desigualdad, no la pobreza. Cuando Piketty dice que la desigualdad aumenta, se refiere a que los más ricos tienen un porcentaje creciente de la renta y del capital total del país. Pero en su estudio considera irrelevante si en términos absolutos la sociedad se vuelve más rica o más pobre. No entra a analizar si el capitalismo hace que las clases medias o los más pobres vean aumentar su renta, su riqueza y su nivel de vida. Lógico, porque el capitalismo reduce la pobreza.

Que a Piketty le preocupe la desigualdad y no la pobreza es totalmente legítimo. Es, al fin y al cabo, una preferencia ideológica que comparte con una parte muy importante de la población. Y no es una preferencia arbitraria, pues la desigualdad toca fibras muy primarias del ser humano, nos despierta fuertes emociones. Hemos vivido y evolucionado durante millones de años en pequeñas tribus en las que el igualitarismo era importante. Aunque ahora vivimos en sociedades muy distintas, extensas e hipercomplejas, nuestras innatas emociones no cambian tan rápido. En definitiva, para entender las propuestas de Piketty es importante tener presente que lo que le preocupa es que los ricos se vuelvan más ricos que los pobres, pero que no presta ninguna atención a si los pobres se están haciendo más pobres o más ricos.

¿Qué propone Piketty para solucionar el supuesto problema de la generación inexorable de desigualdad? Si diéramos por buena su teoría de que el capital crece de forma automática más rápido que la renta nacional, la propuesta política más inmediata sería la de que todo el mundo pase del actual sistema de pensiones de reparto a uno de capitalización. Es decir, dejemos que toda la población se sume a ese facilón proceso de acumulación de riqueza. Pero Piketty, que dedica una sección del libro a valorar esta posibilidad, va y concluye... ¡que no, que esto es tan "irracional como apostarlo todo a una tirada de dados" porque el retorno del capital es "extremadamente volátil y arriesgado"! Es decir, que después de 700 páginas criticando el chollo de los ricos, que sólo tienen que sentarse sobre su capital y esperar a que se autorreproduzca de manera automática, resulta que al final dice que esto no es así. Que el retorno del capital, después de todo, es arriesgado, y no está tan claro que crezca de forma automática. Desde luego es curioso que una de las mejores refutaciones contra la teoría de Piketty la haya formulado él mismo, sin darse cuenta, en su propio libro.
Pero corramos un tupido velo y pasemos a lo que el economista francés realmente propone. Piketty explica que el tipo de Estado que considera idóneo, al menos hoy por hoy, es el mismo que tenemos en la actualidad en Occidente. Piketty reconoce que el actual peso del Estado, de alrededor de un 50% de la renta nacional, no puede crecer mucho más si no queremos pasar a un modelo de socialismo real, cosa que no contempla. También dice que cuando el tamaño del Estado es del orden de la mitad de la renta nacional, no es realista pretender que los ricos contribuyan proporcionalmente mucho más que las clases medias y bajas, pues la recaudación progresiva sólo es viable para tamaños de Estado mucho menores. Sólo puede mantenerse el tamaño actual del Estado si todos, ricos, clases medias y pobres, aportan tanto como estén dispuestos a soportar sin irse masivamente del país. Lo que viene a significar una recaudación alta y más o menos lineal, del orden de la que tienen los países occidentales en la actualidad.

Ahora bien, la primera propuesta de Piketty es fijar un impuesto sobre la renta para los más ricos del orden del 80%. Pero ¿no decíamos que según el francés no se puede recaudar mucho más de los ricos? En efecto. Pero el objeto de este impuesto sobre la renta, similar al que ya ha sido adoptado en la Francia de Hollande por consejo de Piketty, no es recaudar más para transferir esa renta a las clases pobres. Piketty admite que este impuesto "no aumentaría la recaudación, porque cumpliría rápidamente su objetivo: reducir drásticamente las remuneraciones a este nivel". La medida, como reconoce el autor, es equivalente a prohibir las rentas altas. La meta no es recaudar, sino eliminar a los ricos. La desigualdad se reduciría cortando por arriba, quedando los pobres y clases medias, en el mejor de los casos, igual que estaban.

Tal vez la propuesta de Capital en el Siglo XXI que más ha trascendido ha sido la implantación de un impuesto progresivo mundial sobre el capital, con tipos impositivos prohibitivos sobre el valor del capital ("del 10% o más") para los más ricos. Esto equivale a obligar a los ricos a pagar cada año un impuesto mayor que su renta anual. O, por decirlo con otras palabras, el objetivo fundamental de Piketty no es una mayor recaudación: en el corto plazo consiste en obligar a los estas personas a liquidar forzosamente su capital; en el largo plazo, la idea es desincentivar que la formación de capital tenga lugar. 
Huelga decir que lo que diferencia a una sociedad próspera de una sociedad pobre es, precisamente, el capital acumulado. Estados Unidos o Suiza pueden producir más bienes y servicios que países pobres, y por tanto consumir más, precisamente por la cantidad de capital acumulado que tienen: maquinaria, herramientas, instalaciones, infraestructura, empresas. Obligar a liquidar la estructura del capital y desincentivar la formación de la misma, tal vez sirva para reducir la desigualdad que tanto preocupa a Piketty, pero desde luego fuerza a toda la sociedad a ser más pobre. Como escribía el economista Murray Rothbard en su libro Power and Market, "el impuesto sobre la riqueza impone una pesada penalización sobre la riqueza acumulada y por tanto el efecto del impuesto es el de reducir el capital acumulado. No se puede encontrar camino más rápido para promover el consumo de capital y el empobrecimiento general que penalizar la acumulación de capital. Es sólo nuestro capital acumulado lo que diferencia nuestra civilización y nivel de vida respecto de la de los hombres primitivos, y un impuesto sobre la riqueza empezaría rápidamente a eliminar esa diferencia".

El principal problema que Piketty le ve a este impuesto, sin embargo, no es que empobrezca masivamente a toda la población. Lo que le preocupa es que si no lo adoptaran todos los países al mismo tiempo, el capital empezaría a huir de los países que lo adopten hacia los que no lo hayan adoptado, empobreciendo a los primeros y enriqueciendo a los segundos. ¿Qué solución propone Piketty para solucionar este problema? Intentar que todos los Estados del mundo lo adopten. Es decir, que los Estados no compitan fiscalmente y que se cartelicen. Pero ¿qué hacemos con los países que no quieran adoptar este empobrecedor impuesto global? ¿Bloquearlos, amenazarlos, invadirlos? Este semillero de conflictos a escala global no es más que otra de las consecuencias de las felices propuestas del alabado y aspirante a premio Nobel Thomas Piketty.

Existen otras propuestas igualmente disparatadas en la sección política de Capital en el Siglo XXI. Pero en resumen, todas van en la misma dirección: buscan terminar con la desigualdad cortando por arriba. Lo que sorprenderá a muchos de los seguidores de Piketty que no hayan leído el libro es que en ningún momento pretende que el Estado aumente la recaudación de los ricos para redistribuir a los pobres con la intención de acabar con la desigualdad. El propio Piketty admite que esto es inviable. Lo que propone es impedir que la gente se enriquezca, aunque sea a costa de que toda la sociedad, en todos sus estratos, se empobrezca. Piketty plantea una cruzada, ideológica y emocional, contra la riqueza.

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