Jeremy Corbyn ha sido reelegido líder del Partido Laborista reivindicando un “socialismo municipalista para el siglo XXI” frente “al sistema de libre mercado que ha generado una desigualdad grotesca y unos estándares de vida estancados”. O en otras palabras: tras el desastroso experimento de las últimas décadas, consistente en haber desmantelado el Estado en favor de un liberalismo de corte radical, toca que el Estado vuelva a crecer sin freno para recuperar el terreno perdido.
El problema de esta ideologizada narrativa política es que no se ajusta a la realidad. Durante las últimas décadas, no ha habido ningún desmantelamiento del Estado: al contrario, ha habido una consolidación del Estado hipertrofiado en los niveles más altos de su historia. Basta con analizar la evolución del gasto público durante los últimos 130 años para comprobar que los estados han ido parasitando expansivamente a familias y empresas para manejar oligárquicamente la riqueza por ellos generada:
El liberalismo político vivió su apogeo desde mediados del siglo XIX hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. Durante este periodo, el tamaño del Estado oscilaba entre el 5% del PIB (en el caso de las naciones más liberales, como EEUU) y el 15% del PIB (en el caso de los estados más intervencionistas, como Italia o Alemania). Las dos guerras mundiales y el consenso socialdemócrata posterior elevaron ese gasto hasta una horquilla de entre el 35% y el 45% del PIB, esto es, hasta nueve veces más que en el periodo liberal.
Desde los años ochenta, han sido muchos los que interesadamente nos han vendido el mantra de que el liberalismo —de la mano de Reagan y Thatcher— resultó victorioso y restableció su predominio político: el Estado fue progresivamente demolido de un modo incluso más radical que en los orígenes del liberalismo clásico (de ahí la aparición de nuevos términos para describir el fenómeno, como neoliberalismo, ultraliberalismo, turboliberalismo, capitalismo salvaje, etc.). La realidad, empero, es muy otra: a partir de los años ochenta, los estados no redujeron su tamaño, sino que consolidaron el rapidísimo crecimiento experimentado hasta entonces y, en algunos casos, continuaron cebando su tamaño. A día de hoy, el gasto público de prácticamente todos los países europeos supera el 40% del PIB y en varios casos incluso el 50%. ¿De qué desarticulación del Estado estamos hablando?
Acaso se contraargumente que el derribo del Estado no se produjo durante los años ochenta y noventa, sino únicamente tras la crisis de 2008, que se fue gestando durante las dos décadas previas. Pero, de nuevo, esta narrativa es falaz: en 2015, el peso de los principales estados de Occidente era el mismo que antes de iniciada la crisis (de hecho, en la mayoría de ellos, era incluso superior). En la patria de Corbyn, el liberalismo radical que ahora denuncia para justificar su socialismo del siglo XXI ha establecido un Estado que pesa el 40% del PIB.
¿Dónde ven ustedes el repliegue del Estado? En ninguna parte. Jamás los estados modernos han manejado más recursos de los que manejan hoy. Jamás el sector privado ha manejado relativamente menos recursos de los que maneja hoy. Mas la propaganda de Corbyn —y de Podemos en España— sirve justamente para desplazar el eje ideológico hacia su socialismo. Si un Estado socialdemócrata de entre el 40% y el 50% del PIB es liberalismo radical, ¿cómo no hipertrofiar el sector público hacia cotas todavía más elevadas apenas apelando a una socialdemocracia presuntamente moderada? Esa es la estrategia: convertir la radicalidad en el centro político para seguir alimentando a la bestia estatal a costa de los ciudadanos.
Frente a esta radicalidad antiliberal con piel de cordero, deberíamos empezar a plantearnos la posibilidad de seguir otro camino: el de revertir de verdad todo el exorbitante crecimiento que el Estado ha acumulado durante los últimos 100 años y regresar, por fin, a un genuino sistema político liberal con una sociedad civil mucho más pujante y una intervencionista burocracia estatal minimizada. El ideal de un Estado que no pese más del 5% del PIB —10 veces menos que el actual— es perfectamente alcanzable: el socialismo del siglo XXI no es más que el ineficaz estatismo fagocitador cuya acta de fracaso están levantando los mismos demagogos que pretenden resucitarlo con nuevos bríos.
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