Claudio Grass
Hace casi ocho años el expresidente de EEUU, George W. Bush, advertía al mundo de que “sin una acción inmediata del Congreso, Estados Unidos podría entrar en un pánico financiero y podría desarrollarse un escenario inquietante”. La respuesta del gobierno a la crisis fue un paquete de rescate de 700.000 millones de dólares, que impediría que los bancos de EEUU se desplomaran y les animaría a volver a prestar, a lo que siguió pronto una serie de paquetes de flexibilizaciones cuantitativas (QE, por sus siglas en inglés), que inyectaban dinero en la economía. El objetivo de la intervención del gobierno era estimular el gasto, restaurar la confianza en el mercado y relanzar el crecimiento económico en beneficio de todos, pero ¿tuvo éxito?
QE: Una política monetaria basada en la fe
Con la QE todavía en marcha (aunque esté disminuida), ya no es parte de un paquete de “rescate”: se ha convertido en algo normal, a pesar de una completa falta de resultados positivos. ¡Desde finales de 2007, el balance de la Reserva Federal aumentó desde unos 800.000 millones de dólares a más de 4,5 billones! Y aun así, las tasas de crecimiento de EEUU se han mantenido en torno al 2% desde 2010 (ver gráfico siguiente). Europa no es diferente. El Banco Central Europeo (BCE), que realizó su primera QE en marzo de 2015, aumentó la castidad mensual de compras de activos de 60.000 millones de euros a 80.000 millones y expandió el rango de los activos para incluir bonos corporativos, pero a pesar de eso, la previsión de crecimiento en general sigue siendo pobre, con un 1,4% en 2016 y un 1,7% en 2017 (fuente: Bloomberg). ¿Por qué entonces los gobiernos siguen empeñándose en un aproximación que sencillamente no funciona?
“Todos los gobiernos actuales están fanáticamente comprometidos con una política de dinero barato”, observaba Ludwig von Mises en 1949 en La acción humana, y hasta hoy poco parece haber cambiado. Desde que los gobiernos, representados por los bancos centrales, monopolizaron la producción de dinero y por tanto desde la banca de reserva fraccionaria, nuestros mercados nunca han estado libres de intervención pública. La expansión monetaria se produce en todo momento, no sólo en las crisis. De hecho, el mundo se ha acostumbrado a esta política monetaria, la nueva normalidad y he aquí por qué:
“Para aumentar la liquidez”, dicen, “el desempleo es alto” o “las tasas de crecimiento económico son más bajas de lo esperado” y “la inflación es demasiado baja”. Pero, como vemos en el gráfico siguiente, la economía en realidad no ha mejorado, ¿verdad?
Las falsas promesas de la QE
Aunque keynesianos y otros opositores a la economía de libre mercado dicen que no existe un “efecto filtración”, la misma suposición que subyace en la QE es que esta se filtra revitalizando la economía al estimular el gasto. Pero con bajas tasas de crecimiento, monedas débiles y tipos de interés cero o negativos, cabe preguntarse: ¿quién es el que gana con esta dirección de la política monetaria?
Nuestras economías han estado dominadas por el sector financiero. Comparada con la década de 1960, la porción del sector financiero ha aumentado en más del doble, desde un 4% a aproximadamente el 10% actualmente, según Forbes. Esto puede atribuirse al cierre de la ventanilla del oro de 1971, cuando la administración estadounidense buscó una manera fácil de financiar su estado de bienestar y guerra. Se engañó al ciudadano estadounidense para que creyera que el mayor gasto se debía al mejor rendimiento de la economía, cuando en realidad el gobierno trataba de aliviar su carga de deuda a través de la imprenta, con una divisa sin respaldo. Sin embargo, la inflación no afecta a todos por igual.
Están quienes son ricos y están bien relacionadas con el sistema bancario, que se benefician de la inflación porque son los primeros en recibir del dinero recién creado. Cuanto más bajo se vaya en la pirámide socioeconómica, más adversos serán los efectos, ya que el dinero empieza a circular y pierde valor. El sistema de moneda fiduciaria protege en cierto modo ciertos estratos de la sociedad: el sistema financiero (y los relacionados con él) y los bancos centrales. Todos los demás se ven empobrecidos por el sistema y, lo que es peor, se hacen dependientes de él.
También descubriremos que los familiarizados con el sistema pueden saber qué hacer para protegerse contra los riesgos de cualquier deterioro de la economía y su moneda. Pero otros, como los profesionales de clase media y la clase trabajadora simplemente no tienen acceso a los intrincado niveles superiores de los mercados financieros. Es más probable que vayan al banco a depositar sus ahorros. Pero aún así el sistema les vuelve a golpear con tipos negativos de interés.
Nuestro sistema penaliza el ahorro y anima a la prodigalidad
A primera vista, los tipos negativos de interés impuestos por los bancos centrales pretenden animar al préstamo y estimular el gasto. Pero, en realidad, como se obliga a los bancos a pagar por mantener sus reservas en el depósito central, acabarán cobrando dinero por cuentas, fijando menores tipos de interés en los ahorros y posiblemente incluso se nieguen a abrir cuentas a clientes de rentas bajas. Esto acabará desanimando a los depositantes con medios limitados de renta a mantener algún dinero en los bancos y por tanto aumentará el número de “no bancarizados”, que en EEUU suman aproximadamente al 7% de las familias(unos 25 millones de personas). ¿Y qué pasaría si los bancos no trasladaran los tipos negativos de interés al lado de los depósitos? Entonces, el resultado paradójico es que acabarían cobrando más por los préstamos, al introducir tarifas más altas, incluso sobre las tarjetas de crédito, o topes en los tipos de interés en los préstamos variables, como ya se ha visto en los bancos alemanes (Bloomberg). Toda la idea de imponer esta política para facilitar el préstamo y hacerlo más barato ha funcionado como un bumerán y creado el efecto opuesto.
Así que lo que estamos viendo es un sistema defectuoso que penaliza el ahorro y anima la prodigalidad y la impresión de dinero. Aunque todos parezcamos estar atascados en el mismo entorno que combina tipos negativos de interés e inflación de precios, los estratos inferiores de la sociedad están condenados a perder, ya que acaban gastando más, desanimados por los tipos negativos de interés, y acumulando deuda en su lugar para ajustarse a los precios crecientes. Y luego tenemos a los “ganadores”, que saben cómo aprovechar el sistema y prosperar en él. ¿No os parece una trampa? Todo esto lo “justifica” un monopolio público sobre la producción de dinero. Por el contrario, ¿vamos a suponer que un entorno de libre mercado, libre de intervención pública, aseguraría igualdad social? El hecho es que, realistamente, no existe esa garantía, ni nunca se realizó esa promesa utópica. Pero, como decía mi amigo Philipp Bagus en una entrevista reciente:
Deberíamos distinguir entre desigualdad moralmente justificada e injustificada. Cuando alguien se hace rico porque es productivo y satisface los deseos de la gente de una manera más barata y mejor que su competencia, deberíamos aplaudirle. El problema empieza si alguien gana una renta debida a la intervención pública, como licencias, otras regulaciones o simplemente transferencias fiscales. La desigualdad resultante de rentas está injustificada. Hacerse más rico a costa de otros a través del uso del sistema monetario fiduciario, que representa un monopolio público y privilegios bancarios, es injusto.
Cuanto más esperemos, peor será el golpe
La verdad es que nuestros cargos públicos no han resuelto el problema. Solo han prolongado la caída y envenenado el entorno inversor en general. Si realmente se hubieran ocupado de las causas raíz, habrían dejado explotar la burbuja. Sí, es una experiencia dura para ser soportada. Bush quiso evitar muchas penalidades a sus conciudadanos, pero desde entonces no se puede decir que la economía haya florecido. De hecho, la dirección de nuestra política monetaria ha estado prolongando la caída desde 2008. Cuanto más esperemos, peor será el golpe que recibiremos. Estamos yendo d una burbuja a otra y solo estamos posponiendo lo inevitable. En un ciclo económico que funcionara normalmente tendríamos un auge y un declive. Sí, no todos sufren el declive por igual: la clase obrera es la más vulnerable ante las recesiones. Pero, bajo nuestro sistema actual, que les ha dejado sin sus ahorros, están expuestos a riesgos mayores que nunca.
Publicado originalmente el 7 de septiembre de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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