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sábado, 24 de septiembre de 2016

La Moderna Teoría Monetaria, no tan moderna

Alejandro Hidalgo


La recesión económica iniciada en 2008 no sólo generó devastadores efectos en la vida de cientos de millones de personas, sino que además lo hizo en la base de la Teoría Económica "mainstream" u ortodoxa. La incapacidad para prever la crisis que se avecinaba, quizás no tanto por muchos de los propios economistas pero sí por gran parte de sus modelos, alentó el resurgimiento de tesis y escuelas heterodoxas, aletargadas durante años, cuya intención ha sido desde entonces disputar su hegemonía docente y académica. Entre estas escuelas destaca la postkeynesiana, asociada a visiones más de izquierda de la tradición keynesiana y que con propuestas radicales ha venido a aturdir el placentero mundo académico previo a la crisis.
Entre sus muchas propuestas destaca una que recientemente, y quizás alentado por las apariciones mediáticas de economistas vinculados a esta escuela, ha entrado en el debate público, la Moderna Teoría Monetaria, o MMT en sus siglas en inglés y heredera de la tradición chartalista. En este mismo medio, mi compañero Juan Laborda ha dedicado varias de sus recientes entradas a presentar dicha teoría.
Sin embargo, cuando un servidor lee sobre la misma, le surgen dos grandes dudas. En primer lugar, esta teoría se autodenomina “Moderna”. Esto quiere decir que o bien sus conclusiones o sus postulados son novedosos o que, a diferencia de la economía ortodoxa o mainstream, propone posibles explicaciones sobre un hecho o evento económico como no se venía haciendo. Sin embargo, por mucho que lo reflexiono, veo poco de novedoso en sus planteamientos. En segundo lugar, es “Teoría”, es decir, aporta una explicación lógica y coherente sobre dicho hecho o conjuntos de eventos que observamos en la realidad o sobre cómo ésta debe funcionar, concretamente en lo que se refiere al papel del dinero y del Estado en la economía. También en este caso encuentro decepcionante su desarrollo, pues hay varias cuestiones que no consiguen explicar adecuadamente a partir de un cierto modelo. No encuentro “la teoría” que subyace en sus afirmaciones. En el post de hoy me centraré principalmente en la falta de “novedad” para dejar para otro día mi reflexión sobre la segunda de las grandes dudas, su carácter teórico.
Un Estado con capacidad para crear su propia moneda nunca tendrá por qué faltar al cumplimiento de sus obligaciones con la deuda
Muy resumidamente dos son las grandes aportaciones que, entre otras y según sus seguidores, la MMT hace a la economía. La primera de ellas, que un Estado con capacidad para crear su propia moneda nunca tendrá por qué faltar al cumplimiento de sus obligaciones con la deuda. En este caso, los gobiernos, a diferencia de las familias, no tienen restricción presupuestaria sino una “regla contable” presupuestaria. La segunda de ellas, que mediante el uso “óptimo" de las políticas fiscal y monetaria, los gobiernos pueden asegurar el pleno empleo.
Como voy a describir, ambos postulados no tienen nada de novedosos. De hecho están incorporados en cualquier libro de texto de introducción a la macroeconomía que se pueda explicar en cualquier facultad de ciencias económicas. El modelo más ortodoxo explicado en introducción a la economía, el modelo ISLM, lo incorpora. Por lo tanto, en este sentido, la MMT simplemente reinventa la rueda. Para mostrárselo, déjenme que les enseñe cómo explicamos el papel del Estado, política fiscal y monetaria, dentro de este modelo económico “ortodoxo”.
Supongamos para empezar que en una economía solo hay dos agentes: quienes consumen y quienes producen. Los primeros hacen lo propio, mientras que los segundos, además de producir, invierten. Con el valor de lo producido, las familias deciden hacer dos cosas, consumir una parte de la renta y ahorrar el resto. Ese ahorro, renta no consumida, es el que disponen las empresas para invertir. El ahorro se convierte en deuda. Si por alguna razón este ahorro fuera superior a las necesidades o deseos de las empresas, lo que ocurriría es que el “precio” del mismo, el tipo de interés, caería. Si fuera al revés, el interés subiría. Así el mercado de “ahorro-deuda” siempre estaría en equilibrio, donde tanto ahorro como inversión se igualan, o dicho en otros términos, se cancelan.
Introduzcamos ahora un nuevo agente: el gobierno. Este, como las familias, gasta dinero a cambio de una imposición con la que carga a estas y empresas. Supongamos en primer lugar que el Estado tiene superávit, es decir, gasta menos de lo que ingresa. En ese caso, los recursos “ahorrados” por el gobierno entran en el canal financiero para permitir una mayor inversión privada. De este modo habrá más ahorro disponible para una determinada inversión, alentando la caída de los tipos de interés. Podemos interpretar ese “ahorro” público como un ahorro privadoforzado. Por ello, el ahorro total sería mayor con superávit que sin él.
El ahorro que no va a las empresas se transforma en deuda pública si el Estado tiene déficit
¿Y si el Estado tiene déficit? Lo primero que deberá decidir es cómo financiarlo. Para ello puede optar por tres posibles métodos de financiación. Uno primero sería competir con el sector privado por los ahorros de los consumidores. Esto quiere decir que el Estado captará parte del ahorro con, por ejemplo, la emisión de bonos. En este caso, al haber más agentes compitiendo por un ahorro privado, el “precio” del dinero aumentará; es decir, los tipos crecerán. Así, el ahorro que no va a las empresas se transforma en deuda pública si el Estado tiene déficit y si este decide financiarlo por medio de la emisión de la misma. Una segunda opción es subir impuestos. En este caso, reducirá su presión sobre el ahorro vía mercado financiero, pero la elevará vía impuestos. La tercera es creando dinero. En este caso, el gobierno no compite por el ahorro privado, sino que lo sustituye por nueva moneda fabricada de la nada. Para ello, el banco central debe ser una institución absolutamente dependiente del gobierno, de tal modo que las actuaciones de uno y otro no puedan distinguirse. Es más, un balance deficitario del gobierno tendría una contraprestación totalmente simétrica por parte del banco central. Ambos balances pueden así consolidarse por lo que en este caso no existe diferencia alguna entre la política monetaria y fiscal. El resultado es un aumento de los depósitos (ahorros) de los agentes, al recibir un mayor gasto del gobierno que no ha sido financiado en los mercados. Los tipos en este caso no tendrían por qué variar ante el déficit, ya que el Estado procura la financiación necesaria mediante la emisión de moneda.
Cualquier alumno de introducción a la macroeconomía sabe a los pocos días de iniciar el curso  (en mi caso, tres) que mediante la emisión de dinero, un gobierno puede financiar su déficit elevando el ahorro de los ciudadanos. Para ello solo necesita un banco central dócil y sumiso, Lo único que tendría que hacer es fabricar dinero para cumplir con sus compromisos. Por lo tanto, la macroeconomía ortodoxa predice que un gobierno que emite su propia moneda NUNCA faltará a su compromiso con la deuda.
El problema es cuando el Estado no posee la prerrogativa de fabricar su dinero. En dicho caso solo puede financiar déficit mediante la emisión de bonos o la subida de impuestos. En ambos casos, la relación presupuestaria se transforma en restricción presupuestaria, con todo lo que ello implica. Es el caso particular de los países del euro. No es de extrañar que muchos de los defensores de la MMT exijan la salida de la moneda única.
La verdadera distancia entre ambas visiones es la teoría sobre la inflación
Si, por lo tanto, el gobierno puede fabricar su dinero, no sólo nunca fallará en redimir su deuda sino que si busca una combinación factible de gasto e impuestos puede alcanzar el pleno empleo. Esto es además cierto en el modelo ISLM. Con un solo pequeño detalle. El modelo ortodoxo predice un problema: la inflación. Si la economía no genera inflación ante un aumento de la demanda agregada, cualquier expansión de la misma alentada por políticas fiscales y monetarias nos lleva a eliminar el desempleo. El pequeño problema es que esto, por la evidencia, no suele ser cierto, salvo en un caso muy particular, la trampa de la liquidez, también en el modelo ISLM. Y es aquí donde la economía ortodoxa y la MMT se distancian.
Olvídense de la naturaleza del dinero, de si es deuda o de si se demanda para pagar impuestos. Esto es secundario. La verdadera distancia entre ambas visiones es la teoría sobre la inflación. O mejor dicho, la inexistencia de teoría sobre la misma en la MMT. Pero esto es harina de otro costal. Lo dejamos para una siguiente entrada.
Imagen: Lewis Hine, 1930 (WPA/NARA)

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