Patrick Barron
El mundo está inundado con dinero fiduciario recién impreso. Es una preocupación para la mayoría de los economistas, pero no para todos, porque el aumento de la oferta monetaria no ha cumplido su promesa de hacer “despegar” la economía mundial. Sin embargo, la mayoría de los economistas en puestos de influencia para gobiernos y universidades sigue defendiendo la necesidad de que haya alguna organización que pueda crear más dinero de la nada para conseguir pleno empleo o algún tipo de intervención contracíclica.
Para estos economistas, no se trata de si es apropiada la impresión de dinero: se trata solo de cuándo conviene imprimir dinero y el grado de la intervención. El debate, tal y como está, ha llevado a reclamar algún tipo de sistema monetario basado en normas que seguiría alguna fórmula conocida. Milton Friedman rechazaba la discreción contracíclica en favor de un aumento anual conocido en la oferta monetaria, independientemente de las condiciones económicas. No habría discreción del banco central, del que Friedman temía que siempre llevara a inflación de precios. Por el contrario, es conocido que el profesor de Stanford, John B. Taylor, escribió su “regla de Taylor” que supuestamente guiaría al banco central para proveer solo la cantidad correcta intervención contracíclica para conseguir pleno empleo con mínima inflación de precios. La regla de Taylor proporcionaría alguna discreción limitada al banco central.
No hace falta decir que ni las reglas de Friedman ni las de Taylor se han implantado en ningún momento. Los bancos centrales del mundo han usado una completa discreción a la hora de seguir lo que ellos mismos admiten que han sido intervenciones monetarias sin precedentes. Para entender por qué siempre fracasará un sistema basado en reglas, necesitamos revisar primero cómo funciona sistema actual… o cómo no funciona, como puede ser el caso.
Dos formas de aumentar el dinero
El dólar fiduciario actual se crea de dos maneras. Una, el banco central (la Fed) crea nuevo dinero cuando compra un activo. Este dinero se acredita en la cuenta bancaria de alguien, un pasivo en las cuentas bancarias de alguien, y se añade a las nuevas reservas bancarias. Dos, estas nuevas reservas pueden multiplicar el dinero mediante las prácticas de reserva fraccionaria del sistema bancario. Cuando el banco presta dinero, crea un depósito a la vista en el pasivo de su balance, compensado por el préstamo en el activo del banco. Históricamente, los bancos han sido los mayores fabricantes de dinero, debido al efecto de apalancamiento de las normas de la reserva fraccionaria.
Admitamos que la capacidad los bancos para crear nuevo dinero depende del poder del banco central para crear reservas. Por tanto, podemos considerar que la creación de dinero bancario es un poder secundario y dependiente, aunque su impacto sobre la oferta monetaria haya sido grande. El momento de la creación del dinero está en la capacidad del banco central para imprimir reservas. Incluso si los bancos pusieran reparos a la hora de conceder nuevos préstamos (lo que crearía nuevo dinero), el banco central sigue pudiendo aumentar la oferta monetaria inyectando reservas en el sistema. Este poder no es distinto del recomendado por los llamados “greenbackers”, que reclamaban que el Departamento del Tesoro emitiera moneda por sí mismo, como hizo la administración Lincoln durante la Guerra de Secesión estadounidense. De hecho, cuando la Fed compra un activo, actúa exactamente igual que un emisor de “greenbacks”. El dinero con el que compra el activo se creó de la nada.
Incluso los mayores halcones de la Fed acabaron imprimiendo dinero
Por desgracia, debido a la inmensa cantidad de poder político y económico que da a los bancos centrales esta capacidad de crear reservas, hay pocas razones para creer que los bancos centrales puedan resistir la tentación de usarla.
Muchos de los de los “viejos tiempos” reverenciamos a Paul Volcker, presidente de la Fed de 1989 a 1987, un conocido halcón con respecto a la creación de dinero en un intento de combatir la inflación a finales de la década de 1970 y principios de la de 1980. Algunos de los de los “viejos tiempos” aún mayores, como David Stockman, reverencian a William McChesney Martin, presidente de la Fed de 1951 a 1970.
Pero dejadme apuntar que ninguno de estos presidentes de la Fed mantuvo un control completo sobre las reservas, los bloques en los que se apoya el dinero fiduciario. Ambos estuvieron sometidos a presiones políticas para inflar las reservas. Martin tuvo la suerte de estar en el cargo durante la presidencia de Dwight Eisenhower, un conservador fiscal y halcón con respecto a la inflación. Pero cuando Ike dejó el cargo en 1960, Martin sucumbió a las presiones políticas para inflar, primero del presidente Kennedy y más ominosamente del Presidente Johnson. Al final del largo reinado de Martin, había empezado la corrida sobre las reservas de oro de la Fed y solo un año más tarde el presidente Nixon tiró la toalla y sacó a EEUU de lo poco que quedaba del patrón oro.
La lección que puede aprenderse es que nadie está exento de la presión para imprimir moneda. Ningún humano puede soportar la presión política para inflar las reservas. Así, el relativamente pequeño aumento en las reservas durante las épocas de Martin y Volcker se ha transformado en un abierto dinero de helicóptero por parte de los posteriores presidentes de la Fed, que estaban convencidos de que las circunstancias casi siempre requieren la creación de más reservas. Afirmo, además, que nadie puede soportar la presión política y social para imprimir reservas fiduciarias. Inflar la oferta monetaria es sólo una cuestión de grado.
El dinero debería ser un producto como cualquier otro
Por suerte, no hay que preocuparse de que ningún humano pueda soportar la presión política para inflar las reservas. La ciencia económica austriaca explica que el dinero es un producto del mercado. Los mercados son dispositivos conceptuales, una especie de taquigrafía para describir millones y tal vez miles de millones de intercambios individuales discretos. El dinero es ese producto o conjunto de productos que son los más comercializables y, por tanto, son elegidos por el mercado como medios de intercambio indirecto. No hay espacio ni necesidad de que nadie controle o dirija a los mercados de cualquier tipo y esto también se aplica al dinero. Por tanto, si no hay necesidad de que nadie controle la producción del dinero, ¿por qué tolerar una institución que prometa comportarse y cumplir con las reglas? Incluso si pensáramos que podría encontrarse a las personas correctas para ocupar puestos con tanto poder, ¿por qué crear los puestos en primer lugar?
Publicado originalmente el 27 de junio de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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