2 junio, 2016
La propiedad privada es algo incuestionable. No lo digo ya desde un punto de vista moral, sino desde un análisis asépticamente analítico. Lo que usa el ser humano es finalmente suyo.
Imaginemos un Estado comunista. Todo es aparentemente del Estado. Pero si ese Estado reparte dos panes a cada ciudadano, esos dos panes se convierten al final en la propiedad privada de cada individuo. Diga lo que diga ley, digan lo que digan las teorías. Cada uno de ellos podrá decirle a su compañero que le cambie una de las piezas de pan por algo de mantequilla. O podrá tomar un trozo y tirar el resto. O podrá reutilizar las sobras.
Al final, o se prescinde del uso de las cosas, o son propiedad de alguien. Si lo es del Estado, lo será sólo hasta que lo reparta.
Eso nos hace plantearnos que la propiedad privada es algo connatural al hombre. Guarda relación con su libertad y con la libertad de poder relacionarse con los demás. Sólo mediante la dominación se puede lograr que alguien no cambie ese pan por algo de mantequilla, para beneficio de ambos. Quien dice una hogaza de pan, dice cien.
Este derecho del hombre queda protegido por Dios gracias al mandamiento de “no robarás”. Si el pan es suyo, que no se lo quiten. Incluso es legítimo invertir el dinero. Esto estaba en la mente de Jesús cuando narró la parábola de los talentos como metáfora del reino de los cielos.
“Por tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con losintereses. Quitadle pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos […] y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el llanto y crujir de dientes” (Mateo 15: 27-30)
También es cierto que Jesús insta a algunos a dar todo el dinero a los pobres. Lo reclama como gesto de entrega suprema a Cristo, pero no obliga, pues al joven rico le bastaba con cumplir los mandamientos para ir al cielo, aunque fue grande la decepción de saber que no estaba dispuesto a darlo todo por Jesús, a ser perfecto, como pueden hacer los religiosos con voto de pobreza.
“Maestro, ¿qué de bueno tengo que hacer para obtener la vida eterna? […] Si quieres entrar en la vida, obedece los mandamientos.” (Mateo 19: 16-17)
Aún así, Cristo era amigo de gente muy rica, como José de Arimatea, que le proporcionó el sepulcro para su muerte.
Asimismo, hay una gran diferencia entre dar el dinero a los pobres y dar el dinero a personas que no trabajan por voluntad propia. O entre dar el dinero a los pobres y dar ayudas más que cuestionables, sostener una renta universal (algo que crearía una inflación que hiciese que ese dinero no valiese nada), etc.
Por otro lado, Jesús permite pagar impuestos con su sentencia “dad al César lo que es del César”. Es lógico pues tenemos una dimensión individual pero también social. Incluso elanarcocapitalismo acabaría trayendo este gravamen estatal en forma de gravámenes corporativos de los que fuese imposible escapar. Sin embargo, esta sentencia no afirma en sí que el César haga lo correcto pidiendo impuestos. Solo indica nuestra obligación de ser obedientes a la ley (excepto cuando va en contra de las leyes de Dios, que son mayores que las del César). El César puede errar pidiendo más de lo necesario, y nosotros podemos y debemos exigir lo justo. En eso y en todo. Lo que no quita que demos al César lo que es del César. El anarcocapitalista propone, pero paga sus impuestos.
Creo que gravar la mitad o más de la mitad de un salario se aleja del concepto de compartir. Más sabiendo el mal uso que se puede dar a ese dinero. No pensemos sólo cuánto pagamos en el IRPF, sino con en el omnipresente IVA, IBI, impuestos municipales, etc.
¿Y por qué esta disquisición en aspectos que parecen meramente pecuniarios?
Pues porque no es cuestión de dinero. Es cuestión de pérdida de legítima libertad y de pérdida del necesario sentido del deber. Libertad para hacer, dar, recibir, compartir, construir. Deber de trabajar, dar, recibir, compartir, construir.
Todo eso conlleva una pérdida de perspectiva muy peligrosa. Pérdida de la perspectiva de que la riqueza es el resultado de nuestra colaboración los unos con los otros, y de que ésta no sale de unárbol mágico. Pérdida de nuestros derechos. Pérdida del sentido del deber. Pérdida incluso del sentido de la realidad.
Decía San Pablo: “Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Tesalonicenses 3: 10)
Palabra de Dios.
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