[Este artículo aparece en Homage to Mises: The First Hundred Years: Commemorative Papers for the Ludwig von Mises Centenary, Hillsdale College, septiembre de 1981, pp. 14-27]
Mises fue una figura sobresaliente: representó la integridad intelectual inflexible, la búsqueda valiente de las ideas independientemente de la cosecha de impopularidad que sabía que recogería. Su intelecto era extraordinario, su sabiduría legendaria, la profundidad de sus ideas de los procesos sociales probablemente nunca se ha sobrepasado.
Se ha escrito mucho acerca de su defensa apasionada de la libertad individual; es sencillamente natural que exponentes de las distintas ramas de la filosofía social para quienes la libertad individual es importante estén dispuestos a reconocer a Mises como fuente para sus posturas respectivas en el espectro ideológico. Yo también quiero dirigir la atención hacia Mises el defensor de la libertad individual, pero quiero hacerlo en un contexto en el que los asuntos de tipo ideológico son, sin embargo, completamente irrelevantes. Dejadme que me explique.
Varios escritores han afirmado alguna vez que han percibido una contradicción en Mises. Por un lado, Mises fue un destacado exponente de la visión weberiana de que la ciencia económica puede y debe estar wertfrei (libre de valores). La ciencia económica puede y debe seguirse de una forma que distinga cuidadosamente entre las opiniones personales y los juicios de valor del economista y las conclusiones objetivas y válidas interpersonalmente de la ciencia. Por otro lado, Mises fue un apasionado defensor del libre mercado, lleno de desdén por las pretensiones de los planificadores centrales y intervencionistas de reemplazar o complementar el mercado espontáneo con disposiciones forzosas del estado. Ha parecido difícil, para algunos escritores, reconciliar estos diferentes aspectos de Mises. Aun así, para cualquier que haya oído una lección de Mises sobre estos temas, no puede haber dudas respecto de su postura; indudablemente no hay contradicción en ella.
Para Mises, la ciencia económica es muy claramente wertfrei. Las demostraciones de que los controles salariales tienden a producir consecuencias concretas, de que los controles de rentas tienden a producir consecuencias concretas o de que los controles de los tipos de cambio tienden a producir consecuencias concretas, no son asunto de opinión, son las conclusiones de la ciencia. El que uno apruebe o desapruebe estas consecuencias, el que el cumplimiento de estas lecciones de ciencia sea bienvenido o temido, no afecta en lo más mínimo a la verdad de las proporciones que afirman estas tendencias. Pero para Mises, las economía no opera en un vacío cubierto de hiedra: es imposible ignorar el hecho de que estas consecuencias en general no coinciden con los objetivos que los defensores de los controles afirman querer. Desde la perspectiva de estos objetivos, por tanto, estas políticas son simplemente políticas equivocadas y confundidas.
No cabe duda de que, al expresar estos juicios, a Mises le resultara difícil ocultar completamente su propio sentimiento apasionado de tragedia humana que conllevaban esas malas políticas, pero lo que hacía de ellas malas políticas en la visión de la ciencia económica misesiana aplicada no eran las opiniones del propio Mises, sino las opiniones de aquellos que trataban equívocamente de promover sus objetivos declarados con políticas que tienden a producir consecuencias exactamente opuestas a estos objetivos.
Ahora bien, no puede haber ninguna duda de que, para Mises, el valor de la búsqueda libre de valores de la verdad económica era extremadamente alto. Para Mises, la búsqueda sistemática de la verdad económica es una actividad que es eminentemente digna del empeño humano. Esta sensación de dignidad tiene su origen en la creencia apasionada de Mises en la libertad humana y la dignidad de la persona. Para Mises, la conservación de una sociedad en la que estos valores puedan encontrar expresión depende, en último término, del reconocimiento de verdades económicas. Pero, paradójicamente, Mises estaba convencido de que estos valores profundamente mantenidos pueden promoverse mediante el avance de la ciencia social, solo si la actividad científica se lleva a cabo como una tarea austeramente desapasionada. Si la ciencia económica ha de lograr una credibilidad más allá de la lograda por la vulgar propaganda, debe ganarse esa credibilidad con una preocupación imparcial por la verdad. Los valores a alcanzar por la economía requieren que esté libre de valores en su investigación.
Así que qué trágico debe haber sido para Mises en la segunda mitad de su vida observar la dirección tomada por la economía. Lejos de la ciencia económica que demuestra esas verdades de las que, para Mises, depende el mismo futuro de la sociedad civilizada, tuvimos una atmósfera de opinión profesional en la que el prestigio de la ciencia se empleó en ridiculizar la misma posibilidad de soluciones de mercado espontáneo para problemas sociales. En prácticamente cada área de la economía, parecía resultar, el caos y la miseria se mostraban como condenados a aparecer si no se obstaculizaban, redirigían o supervisaban las fuerzas del mercado por la mano firme y benevolente de un gobierno siempre sabio.
Para Mises, estas conclusiones tristemente equivocadas significaban una doble tragedia. Primero, representaban un serio error en la comprensión de los fenómenos económicos; segundo, constituían una trágica perversión de la ciencia para fines diametralmente opuestos a los que, para Mises, confieren un propósito digno u beneficioso al estudio desinteresado de la economía. La posibilidad de que hoy, mientras celebramos en centenario del nacimiento de nuestro maestro, el clima de la opinión profesional pueda estar cambio en cierto grado, nos ofrece una oportunidad de evaluar el lugar de Mises dentro de la más amplia perspectiva de la historia de la comprensión económica.
Contemos brevemente parte de la historia de la economía austriaca.
Cuando Carl Menger publicó su Grundsatze en 1871, la revolución subjetivista que inició contra la teoría económica clásica era audaz y arrasadora. Esta revolución tuvo, como es bien conocido, paralelismos con corrientes intelectuales comparables en Inglaterra y Lausana. A Jevons y Walras, junto a Menger, se les atribuye por lo general poner la atención en el papel crítico desempeñado por las fuerzas subjetivistas inspiradas por la utilidad marginal que subyacen el lado de la demanda en el mercado. En vísperas de la Primera Guerra Mundial, estos nuevos desarrollos se habían convertido en la ortodoxia establecida: Alfred Marshall en Inglaterra y John Bates Clark en Estados Unidos proporcionaron el núcleo de lo que aún hoy es el cuerpo estándar de la microeconomía.
A pesar de algunas diferencias reconocidas de énfasis que separan a las diversas grandes escuelas de economía teórica, se sostiene por lo general que lo que comparten en común (especialmente en contraste tanto con los teóricos clásicos como con los anti-teóricos de la novísima Escuela Histórica) compensa con mucho lo que las distinguía entre sí. Parece justo decir que Mises, así como otros economistas austriacos de la primera mitad de este siglo, compartían en este sentido el sentimiento de compañerismo con sus colegas de otras escuelas. Para Mises, el calificativo aprobador “economía moderna” se aplicaba a todas las corrientes de la economía teórica posteriores a 1870. Esto es lo que parece responsable de la opinión, aceptada al menos en parte por Mises, Hayek y otros economistas austriacos del momento, de que lo que era valioso en la primer tradición austriaca había sido absorbido de forma benigna en la ortodoxia de la economía del siglo XX en torno de 1931, sesenta años después de la aparición de los Grundsatze de Menger, y a mediados del siglo que estamos celebrando hoy.
Aun así, creo que debe argumentarse que esta visión (aún mantenida en las historias estándar del pensamiento económico), desde 1931, se ha revelado como profundamente equivocada. El discurrir de la economía ortodoxa durante los pasados cincuenta años establece sin duda (a) que lo que separaba a los primeros austriacos de los colegas economistas era mucho más importante de lo que se había apreciado, incluso por los propios austriacos; (b) que fue el completo fracaso de estos elementos propiamente “austriacos” en haber sido aceptados en la economía ortodoxa lo que ha sido responsable de esas evoluciones masivas en la economía estándar desde los años Treinta lo que creó una sombra tan deprimente sobre los años posteriores de Mises.
Yo digo que la contribución histórica de Mises, no fue tan representativa, quizá, con las obras magistrales que produjo en 1912 o 1992, en 1933 o 1040, como con su vigilia solitaria de las áridas décadas de los Cuarenta, los Cincuenta y los Sesenta, una vigilia marcada por una corriente de libros y trabajos impopulares y por una enseñanza paciente y imperturbable a quienquiera que pudiera influir. Fue este trabajo doloroso y oscuro el que mantuvo vivas las ideas austriacas durante los años de eclipse. Indudablemente solo como resultado de su trabajo la mayoría de los que estamos hoy aquí en Hillside estamos de verdad aquí. Y fue como resultado de este trabajo, tengo razones para esperar, que podemos ver un resurgimiento de la conciencia por parte de los economistas en general, de las ideas austriacas fundamentales y de su importancia crucial para la comprensión económica.
Recordemos la muy citada frase de Hayek en la que sugería que “probablemente no sea una exageración decir que todo avance importante en teoría económica durante los últimos cien fue un paso adelante en la aplicación coherente del subjetivismo” (The Counter-Revolution of Science, Free Press, 1955, p. 31). El legado de Carl Menger fue uno en el que el subjetivismo era la misma esencia; la dirección hacía la que apuntaba la tradición austriaca era una que llevaba casi inevitablemente a una aplicación cada vez más coherente de las ideas subjetivistas. Y fue Mises quien, por citar de nuevo a Hayek, yendo por delante de sus colegas, llevó a cabo esta evolución más coherentemente (ibíd., p. 210).
Lo que quiero sugerir aquí es que en el primer medio siglo de la economía austriaca, los miembros de la escuela no eran totalmente conscientes de los profundamente que les separaba su subjetivismo de sus colegas economistas no austriacos. Uno no siempre es consciente del aire que respira. Probablemente no fuera hasta Mises (en su Grundproblemede 1993) y Hayek (en Individualismo y orden económico y en La contrarrevolución de la ciencia) hubieran articulado algunas de las implicaciones más radicales de la aproximación subjetivista, que fuera posible darse cuenta del tamaño del golfo que alejaba a la teoría austriaca del proceso de mercado frente a la teoría-neo-walrasiana del equilibro del mercado. La economía austriaca pudo haber tenido mucho en común con las economías de Alfred Marshall y de Leon Walras, pero indudablemente hay una diferencia crucial. Estas últimas escuelas, como ahora podemos ver, apuntaban a una línea natural de evolución que llevaba a una visión positivista e instrumentalista de la teoría económica, una visión para la cual, la intención humana, el error, la sorpresa y el subjetivismo en las expectativas son asuntos embarazosos. Fue la tradición austriaca, por el contrario, la que apuntó en la dirección de la aplicación coherente del subjetivismo.
La percepción de que la ciencia económica, concebida praxeológicamente, no se ajusta en absoluto a los paradigmas estándar de los filósofos de las ciencias naturales, es una lección que aún no se ha aprendido del todo. Paradójicamente, fue el eclipse de la economía austriaca a mediados del siglo XX lo que nos ha ayudado a ver las verdades de largo alcance contenidas en esta lección. Durante una época en la que el individualismo metodológico fue olvidado en la economía ortodoxa, en la que el ámbito para el error o el descubrimiento emprendedor era negado como mínimo implícitamente, en la que la claridad de la idea teórica se trocaba descuidadamente por un potaje de técnicas econométricas… fue en esa época cuando los economistas austriacos llegaron a apreciar el carácter de la ciencia de la acción humana concebida praxeológicamente.
Así que lo que tenemos ante nosotros es un interesante episodio en la historia de las ideas. Un corpus, una aproximación única a este campo de estudio, pierde decisivamente popularidad científica. Desde la perspectiva de la nueva ortodoxia reinante, esta aproximación ahora de moda se percibe en realidad como una línea de trabajo ruda, introspectiva, desacreditada y casi precientífica que se ha visto reemplazada por técnicas matemáticas complejas y un realismo empírico y econométrico y terco. Y aun así, ese corpus no solo rechaza morir. Por el contrario, el propio hecho de estar pasado de moda genera un grado de autoconfianza hasta ahora ausente y planta las semillas para su crecimiento renovado y revitalización.
Así fue que, durante los Cuarenta, los Cincuenta y los Sesenta, la economía austriaca decayó para permitirse ser relegada al vertedero de la historia intelectual. Por el contrario, la economía austriaca se identificó con claridad sin precedentes, no como una aproximación primitiva desplazada por el avance intelectual, sino más bien como un grupo único de ideas cuya sutilidad había escapado hasta ahora de la atención. Antes o después, la riqueza de estas ideas y la profundidad de comprensión que conlleva, llegaría a apreciarse. Si hoy a esperanza en un resurgimiento de la economía austriaca, entonces las ignoradas contribuciones de Mises durante las décadas de eclipse asumen proporciones realmente históricos.
De hecho, hay un espacio considerable para la esperanza. En el mismo momento en que la ortodoxia general nunca ha sido más sofisticada técnicamente, más sensible a las complejidades de la interacción social, hay una profunda incomodidad en la profesión económica. Los miembros de facultades y licenciados perciben un ancho abismo entre los modelos bien engrasados en sus pizarras y la ardiente realidad en las calles que les rodean. La falta de autocrítica y la poca introspección metodológica entre economistas (incluso entre los sumos sacerdotes de la ortodoxia contemporánea) se están convirtiendo en características casi normales en el entorno académico. En este clima, las ideas misesianas están encontrando, de nuevo, oídos atentos en la profesión económica. Es un trabajo apasionante por alimentar esas señales esperanzadoras de resurgimiento austriaco. Por ejemplo, me agrada mucho informar que este mes mi propia Universidad de Nueva York realizará una conferencia investigadora en honor del centenario de Mises. Durante esta conferencia, unos veinte economistas de todo EEUU y Europa se reunirán en Nueva York para exponer nuevos trabajos escritos ahora a la vista de las contribuciones del propio Mises.
Por supuesto, es imposible predecir con precisión a dónde nos llevará este tipo de evolución intelectual. Pero sin duda está claro que el reavivado interés en las ideas del subjetivismo, el reemplazo una ciencia económica positivista por una sensible a la especialidad metodológica que deriva de la atención a los propósitos humanos y el error humano, son evoluciones que la profesión económica ya no puede, de buena fe, rechazar admitir. De este fermento intelectual parece estar emergiendo una revaloración simpatizante de las ideas de economistas austriacos anteriores (ya sea en el área de la teoría del capital, de la teoría de la competencia o de la teoría monetaria) que fueron descartadas ignominiosamente por la ortodoxia en años pretéritos.
Sin duda aquí el papel histórico de Mises entre en escena bajo una nueva luz brillante. Mises no era simplemente el líder intelectual de la Escuela Austriaca durante las décadas centrales del siglo XX. Fue, lo que sin duda es lo más importante, el responsable de rescatar el subjetivismo de una muerte en otro caso segura en el entorno asfixiantemente hostil del positivismo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Mirando al futuro, yo diría que nuestra obligación es ver en ello que Mises en realidad será recordado en la larga extensión de la historia del pensamiento económico como la figura central responsable del redescubrimiento a finales del siglo XX de lo fructífero y sutil de la economía subjetivista. En este proceso de redescubrimiento, el compromiso misesiano con la estricta neutralidad ideológica, hasta unwertfreiheit casi puritano, no debe relajarse nunca. Y aun así, uno siente que son precisamente las verdades que esa búsqueda wertfreiheit de la praxeología puede revelar, probablemente alegraría el corazón de Mises, el devoto seguidor de las ideas de la civilización occidental, el amante apasionado de la libertad humana.
Publicado el 10 de diciembre de 2004. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
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