Una emisión reciente de Lesley Stahl del programa 60 Minutes se ocupaba de un problema extremadamente urgente de nuestro tiempo: las gafas de sol caras. El reportaje identificaba un posible monopolio en el mercado de las gafas, una empresa llamada Luxottica, que posee casi todas las principales marcas de lentes, tres grandes cadenas de venta e incluso una popular aseguradora de visión.
Stahl entrevistaba al presidente de Luxottica, Andrea Guerra, y cuestionaba sus prácticas de negocio, los precios de sus productos y el crecimiento de Luxottica a lo largo de los años. A veces casi parecía despreciar al exitoso presidente por, bueno, por tener tanto éxito.
En su entrevista, Stahl se quejaba de los precios de los productos de Guerra, diciendo: “son muy caros. Pueden ser muy caros”. Guerra, con un fuerte acento italiano respondía con “Pueden serlo. Es uno de los pocos objetos que son 100% funcionales, 100% estéticos y tienen que ajustarse a tu cara durante 15 horas al día. No es fácil y hay mucho trabajo detrás de ellas”.
Otros comentarios contundentes como “¿Cómo se beneficia el consumidor con todo esto?” y “Sus precios siguen siendo altos” se encontraron con respuestas tranquilas (aunque verdaderas) como “Todo vale lo que la gente está dispuesta a pagar”.
¿Indican los beneficios de Guerra que es un monopolista que daña al consumidor? ¿Qué puede decir la economía austriaca sobre este asunto?
Todos somos monopolistas
El tratamiento habitual neoclásico de los monopolios es un gráfico limpio y pulcro que muestra las diferencias en precio, cantidad y plusvalías de consumidor y productor, así como un precioso triángulo que muestra la “pérdida en peso muerto” o pérdida en el bienestar social total. Estas diferencias y consecuencias se comparan con el patrón de “competencia perfecta” en el que todo está señalado.[1]
El tratamiento austriaco (o “causal realista”), como cabría esperar, proporciona ideas más profundas de los conceptos e implicaciones de los monopolios que meros puntos en un gráfico y tiene una rica comprensión de los precios y su significado. Podríamos asimismo esperar que, para los causal realistas, el análisis empiece con las preferencias individuales y proceda deductivamente a partir de ahí.
Empecemos con la propia Lesley Stahl, como productora de noticias, reportajes, revelaciones y similares, su trabajo es principalmente como periodista. Stahl vende su trabajo a la CBS: los dos tienen un acuerdo sobre su volumen de trabajo (ya sea por tiempo o por producción) y han establecido un precio o un salario en este caso. Cuando aceptó su oferta salarial, sopesó alternativas, en concreto la siguiente alternativa más valorada en su lista de preferencias. Como apunta Rothbard:
Al juzgar cuánto trabajo vender y a qué precio, el productor [Lesley Stahl] tendrá en consideración la renta monetaria a obtener, el retorno físico del tipo de trabajo y las ‘condiciones laborales’ y el ocio perdido, sopesándolos de acuerdo con el funcionamiento de [sus] diversas utilidades marginales. Indudablemente, si puede obtener una mayor renta trabajando menos, así lo hará, ya que así gana tiempo de ocio.[2]
Stahl decidió conscientemente trabajar cierta cantidad de tiempo, lo que significa que también conscientemente dejó aparte cierta cantidad de tiempo para ocio, sopesando ambos a la vez con las ofertas salariales potenciales y reales de la CBS y otros demandantes de trabajo de periodistas. Acordó trabajar solo un cierto volumen, basado en sus propias preferencias.
¿Es por tanto Stahl una avariciosa monopolista, que restringe la producción y aumenta el precio de su trabajo para maximizar las ganancias monetarias y físicas? En pocas palabras, no. La única razón por la que puede hacer esto es porque la demanda de la CBS de su trabajo como periodista es parcialmente inelástica, es decir, un mayor precio/salario genera menos horas de trabajo demandadas, pero un gasto aún mayor en el trabajo de Stahl. Lo que importa de esto es que ambas partes de la negociación del trabajo/salario se basan en preferencias voluntarias e individuales de trabajo, ocio y renta monetaria.
En este momento nos damos cuenta de que todos somos monopolistas porque todos cobramos un precio positivo por nuestro propio trabajo como único “productor”. O eso o ninguno de nosotros somos monopolistas y los precios en un mercado no intervenido se determinan en buena parte por negociaciones consensuadas y pacíficas basadas en preferencias individuales.
Restringiendo la producción
¿Qué pasa entonces con la supuesta decisión de Luxottica de restringir la producción? Veamos las implicaciones de sus decisiones de producción mediante un ejemplo adaptado de Rothbard:
Supongamos que antes del reinado tiránico de Luxottica sobre el mercado de las gafas de sol y otras gafas hiciera falta 1.000 trabajadores, seis fábricas y cinco toneladas de plástico, metal y cristal para producir cinco millones de gafas de sol al año. Un empresario, bajo el nombre de una nueva empresa, “Luxottica” aparece en escena, compra las empresas existentes y ve una oportunidad de beneficio fabricando tres millones de gafas de sol al año empleando a solo 700 trabajadores y dos fábricas. El empresario utiliza asimismo menos materias primas para fabricar sus tres millones de gafas de sol. ¿Qué podemos decir hasta ahora? ¡Ahora 300 trabajadores, cuatro fábricas y toneladas de materias primas se trasladan a otros trabajos productivos en otras empresas! Suponiendo que Luxottica y los demás empresarios estimulan con éxito la demanda de sus productos, esta segunda asignación de factores de producción proporciona más valor a los consumidores en su conjunto. ¿Cómo podrían entonces decir que la decisión de producción del nuevo empresario es “injusta”?[3]
Por tanto, restringir la producción solo libera factores de producción a utilizar en otro lugar. No podemos afirmar con seguridad que restringir la producción genere una menor producción general de bienes. E incluso en el caso de error empresarial, o bien por el nuevo “monopolista” o bien por los usuarios de los factores de producción recién liberados, otros empresario verán el contratiempo, se emplearán nuevas repeticiones de estructuras de producción para hacer intentos mejores, más eficientes y más exitosos para atender las demandas de los consumidores. Este es el tipo de contraefectos “que no se ven” que nos advertían Frédéric Bastiat y Henry Hazlitt que no ignoráramos.
Además hay una mentira implícita en “quejarse”, como diría Mises, acerca de la llamada producción restringida. Luxottica, en sus decisiones de producción, ha decidido producir miles de millones de gafas y gafas de sol, pero también ha decidido producir cero tabletas. Sin duda esto es restringir la producción, pero ¿podemos acusar a Luxottica de retener este potencial beneficio a los consumidores de tabletas? Suponiendo que tampoco fabriquéis tabletas, somos también culpables de este delito. Por tanto, las quejas respecto de la restricción de la producción, se reducen a quejas acerca de la ubicua escasez de medios para satisfacer fines.
Poniendo precio a los factores
En sus investigaciones, Stahl también entrevistaba a Brett Arends, un columnista de Smart Money y MarketWatch.com. Arends apuntaba que “lo que intenta una marca de lujo es persuadir a la gente para pagar 200$ por un producto que cuesta 30$ fabricar”. Aunque se trataba de que el televidente sintiera vergüenza, es un logro notable, dejando aparte la vaga pero feroz semántica de “persuadir”. Si un empresario puede tomar un bulto de materias primas de valor relativamente bajo y emplear mano de obra y capital para transformarlo en algo de alto valor para los consumidores, ¿no es un servicio a la humanidad?
¿Pero cómo explicamos la enorme diferencia en precios del producto final y los factores de producción? Dicho de otra manera, ¿por qué es tan barato hacer gafas de sol caras?
Sabemos por los fundadores de la economía austriaca, Carl Menger y Eugen von Böhm-Bawerk, que el valor de herramientas, máquinas, fábricas, materias primas y mano de obra derivan del valor de los bienes finales que ayudan a producir. En otras palabras, el valor de los factores de producción de “imputa” retrospectivamente, teniendo en cuenta el valor de los bienes finales. Luxottica es un participante entre otros productores de gafas en el mercado de factores que pueden utilizarse para fabricar gafas de sol. Además, plástico, metal, cristal, fábricas, máquinas y trabajadores son igualmente apropiados para producir otros bienes como tijeras, relojes, bolígrafos, auriculares, calculadoras y muchísimos otros bienes. En otras palabras, estos factores son relativamente “no específicos”. Esos factores los emplea Luxottica con un coste de aproximadamente 30$ por gafa (según Brett Arends) porque Luxottica es capaz de pagar más que otras líneas de producción a sus precios respectivos.
Pero podemos ir aún más lejos, como un niño que repite constantemente “¿Por qué?” Luxottica paga más que los demás participantes en el mercado porque el empresario espera beneficios por emplear esos factores a ese precio. Si otro empresario aspirara a fabricar las mismas gafas de sol de lujo al mismo precio, las dos empresas competirían por los mismos factores, subiendo el precio de los factores hasta su producto valor marginal descontado (PVMD), es decir, las contribuciones concretas de los factores a aumentar los ingresos del productor, descontando el tipo de interés puro. (Por supuesto, dejando aparte consideraciones de propiedad intelectual).
Por tanto, podemos poner un límite superior e inferior en los precios de los factores. No excederá su PVMD o si no el empresario no encontraría rentable emplear ese factor. Tampoco sería inferior al valor del siguiente que pretenda el factor, que se determina sencillamente por el PVMD de ese empresario para usar el mismo factor. Aquí vemos que todos los precios de todos los bienes y los factores usados para producirlos derivan de las preferencias de los consumidores.
La función social de los beneficios
Así que las preferencias de los consumidores dominan precios, ingresos y costes de producción. Como determinan ingresos y costes, también determinan beneficios empresariales, que son simplemente ingresos menos costes. El productor-empresario toma por tanto un riesgo considerable porque las preferencias del consumidor son dinámicas, complejas y subjetivas.
Decimos que son dinámicas porque las escalas de valor de los individuos (incluyendo las preferencias temporales) están cambiando constantemente, igual que las ideas sobre cómo transformar físicamente en bienes materias primas y otros bienes. Un día Jones prefiere Ray-Ban a Oakley; al día siguiente puede preferir Oakley a Ray-Ban.
Los cambios implican también una notable complejidad. Tan pronto como Jones decide que le gustan las gafas con montura gruesa, Andrea Guerra ha de formular formas más eficientes de atender los deseos de Jones. Las preferencias de Jones se infiltran en la estructura de producción, produciendo cambios posiblemente en todas sus etapas.
Finalmente, estas valoraciones son completamente subjetivas en dos sentidos: la utilidad o satisfacción de Jones por llevar un par de Oakley no puede compararse cuantitativamente con su satisfacción por llevar un par de Ray-Ban, ni siquiera por su propia reflexión. Igualmente la satisfacción de Jones por llevar un par de Oakley no puede compararse con la satisfacción de Smith por llevar un par idéntico de Oakley. Las comparaciones interpersonales de utilidad son imposibles e incluso las preferencias intrapersonales se clasifican solo ordinalmente.
Por tanto, los beneficios son una vara crítica de medir que dice a los empresarios que están atendiendo los deseos de los consumidores. Las pérdidas proporcionan una información igualmente crítica a los empresarios de que no están atendiendo los deseos de los consumidores y están desperdiciando recursos que deberían usarse en otro lugar. Los beneficios pueden asimismo como una recompensa para el empresario por asumir esos riesgos tan increíbles. Los considerables beneficios de Luxottica, en la medida en que no se atribuyan a la intervención del estado, simplemente representan la habilidad de Guerra de predecir con éxito las demandas futuras de sus productos por los consumidores, un riesgo sujeto a valoraciones dinámicas, complejas y subjetivas. Guerra debería ser elogiado, no condenado, por obtener beneficios, ya que son una señal de la contribución de su empresa a la satisfacción del consumidor.
Conclusión
Por supuesto, el estado es el elefante en la habitación. ¿Dónde está el estado en esta historia? Según muchos de los comentarios de los suscriptores de Internet de 60 Minutes, el estado está cruzado de brazos al fondo, no aplicando ignorantemente la ley antitrust de EEUU a empresas italianas. Una rápida búsqueda en Internet de regulaciones de EEUU sobre gafas de sol sin prescripción médica me lleva a un documento de casi 5.000 palabras de la FDA repleto de requisitos de fabricación sobre resistencia al impacto, inflamabilidad, biocompatibilidad y propiedades ópticas, así como información de etiquetado, instrucciones de comercialización, leyes de adulteración y un montón de otros requisitos legales. Antes de concluir que esto solo disminuiría el dominio de Luxottica en el mercado de gafas de EEUU, consideremos esto: las empresas más antiguas y grandes tienden a poder cumplir esos requisitos legales con más facilidad que las más nuevas y pequeñas que tratan de alcanzar un puesto en el mercado. Normalmente pasa porque las empresas más grandes y antiguas hacen amigos con sobornos o envían a su gente al estado para escribir las regulaciones de los estándares que ya han alcanzado o les es fácil alcanzar. No podemos decir con seguridad que Luxottica haya hecho esto, pero ¿os sorprendería?
Solo el estado puede forzar monopolios que realmente empobrezcan a la sociedad. Solo el estado puede imponer precios “injustos” que no deriven de individuos interactuando pacíficamente en los mercados, sino de los caprichos de los funcionarios hambrientos de más botín. Solo el estado puede imprimir su propio dinero, subiendo los precios de todos los productos y creando un entorno caótico para empresarios tratando de descifrar los deseos del consumidor y asignar tierra, trabajo y capital de acuerdo con ello. De hecho, el estado podría haber sido un tema más intrigante para una revelación que la fabricación de gafas de lujo de Luxottica.
Luxottica es el único productor de muchas marcas de gafas de sol, incluyendo algunas de las que hoy son más populares, igual que Lesley Stahl es la única productora de su propio trabajo o igual que yo soy el único productor de este artículo. Definir así los monopolios no sirve de nada. Ni siquiera tiene sentido demonizar los “precios de monopolio”, porque, como apuntaba Andrea Guerra: “Todo vale lo que la gente está dispuesta a pagar”. El presidente podría haber dicho también: “Mis precios se basan en las preferencias individuales voluntarias de bienes a partir de mis esfuerzos empresariales de combinar factores menos valorados para la fabricación de bienes más valorados”. Bueno, el italiano puede haber tenido problemas con algunas de estas palabras.
[1] Fuente: Wikipedia.
[2] Man, Economy, and State, p. 633. {El hombre, la economía y el estado]
[3] Man, Economy, and State, p. 638. {El hombre, la economía y el estado]
Publicado el 28 de junio de 2013. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario