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lunes, 20 de octubre de 2014



El BCE a Guindos: “¿Hueles eso? Son billetes de cincuenta cayendo del cielo”


Nacho Cardero. El Confidencial 19 de Octubre de 2014

El ministro de Economía, Luis de Guindos, y el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi (EFE)

Llega el momento de la cabalgata de las valquirias. La zozobra de los mercados de los últimos días, que probablemente se prolongue en el tiempo, ha destapado las vulnerabilidades de un sistema baqueteado en inflar los activos, que las acciones suban y las estadísticas macro mejoren, pero que no alcanza al ciudadano de a pie. La recuperación se muestra endeble y no consigue permear en la sociedad. Mucha liquidez, mucha liquidez, pero aquí nadie huele un euro. O como dice gráficamente mi compañero, el economistaDaniel Lacalle, al español que lleva años en el paro y vive de la pensión de sus padres no le puedes pedir que se alimente de PIB.
Por eso, hoy más que nunca, Europa necesita de su particular coronel Kilgore. Esto es, del Séptimo de Caballería, de una división de helicópteros que cabalgue por los cielos y que lance no napalm sobre la selva, sino fajos de billetes de cincuenta sobre las maltrechas calles de la UE, desde los parisinos Campos Elíseos hasta la populosa Gran Vía madrileña. Es lo que Milton Friedman, liberal, defensor del libre mercado y nada sospechoso de rojo peligroso, llamaba transferencias directas de dinero e identificaba con helicópteros tirando sacas sobre la población. Que lluevan billetes.
En esta misma línea, para tratar de levantar un puente entre la economía financiera y la real, ahora separadas por una distancia oceánica, Maynard Keynes proponía enterrar billetes reales en viejas minas de carbón como si fueran semillas de oro, y así crecieran, generaran nueva riqueza y estimularan el consumo. En un reciente artículo de la publicación Foreign Affairs"Print Less but Transfer More", se insistía en esta idea y se hacía una extensa exégesis de por qué los bancos centrales deberían dar el dinero directamente a los ciudadanos y prescindir de intermediarios.
Hoy más que nunca, Europa necesita de su particular coronel Kilgore, de una división de helicópteros que cabalgue por los cielos y que lance no napalm sobre la selva, sino fajos de billetes de cincuenta sobre las maltrechas calles de la UE. Es lo que Milton Friedman, liberal, defensor del libre mercado y nada sospechoso de 'rojo peligroso', llamaba transferencias directas de dinero
La revista recordaba cómo en diciembre de 1998, con Japón en recesión, un profesor de Economía de Princeton llamado Ben Bernankerecomendaba al banco central de aquel país medidas más agresivas para salir del círculo vicioso en el que estaba inmerso. En concreto, le animaba a que diera dinero directamente a las familias. Según el diagnóstico del expresidente de la Reserva Federal, la política monetaria de Japón estaba resultando a todas luces fallida. Habían reducido los tipos de interés a la mínima expresión para reactivar la economía, pero los consumidores seguían sin comprar, los bancos sin dar préstamos y los inversores sin apostar por el país. ¿Les suena la música? ¿Acaso Europa no está siguiendo los mismos pasos?
En ese artículo, los autores Mark Blyth y Eric Lonergan acusan a los bancos centrales de intentar conducir las economías del siglo veintiuno con herramientas anticuadas, inventadas hace cien años que ya no satisfacen las demandas actuales y que lo único que provocan son inestabilidad y sobrerreacciones del mercado. De un tiempo a esta parte, aducen, las burbujas y sus posteriores crashes se han convertido en algo habitual, en rutina, igual que el desayuno de corn flakes de por la mañana.  
Pero en la crisis está la oportunidad. Y si bien es verdad que sobre la economía europea se ciernen los nubarrones de una tercera recesión, que Syriza amenaza con llegar al poder y sacar a Grecia de la ortodoxia de la UE, la deflación comienza a tomar forma, China se gripa, la evolución del petróleo no presagia una recuperación del consumo y la irrupción del ébola conduce a una psicosis global, también es cierto que España afronta este complicado escenario en condiciones que, si bien no resultan óptimas, si son, al menos, aseadas y mejores que la media europea.
Mientras el PIB alemán crecerá un 1,3% en 2015 (frente a una previsión anterior del 2%), según anunció su ministro de Economía, Sigmar Gabriel, y el francés alcanzará un pírrico 1% (se esperaba un 1,5%), según el Fondo Monetario Internacional, los Presupuestos Generales del Estado calculan que el español se situará en el 2% gracias a la rebaja de impuestos y al margen presupuestario por la revisión nominal del PIB.
No se trata de hacer el Zapatero, es decir, de lanzar las campanas al vuelo cuando todavía no se ha consolidado la recuperación y el país adolece de falta de reformas de largo plazo, entre ellas la de un modelo de Estado que no admita duplicidades e ineficiencias, pero tampoco es cuestión de prepararnos para el harakiri. Tal y como quedó patente el pasado viernes en el debate "España como destino de inversión, ¿moda pasajera o cambio estructural?", dentro del Foro El Confidencial - Banco Sabadell, el dinero foráneo sigue con sus ojos puestos en nuestro país. Más aún, los actores del mercado, los que manejan el parné, aseguran que el capital riesgo y los fondos internacionalesestán totalmente bullish. En esta ruleta en la que se ha convertido la economía mundial, prefieren apostar su dinero a la ‘casilla E’ de España.   
En la crisis está la oportunidad. España afronta un complicado escenario (nubarrones de una tercera recesión, amenaza de Syriza con sacar a Grecia de la ortodoxia, gripe de China, petróleo y psicosis global de ébola) en condiciones que, si bien no resultan óptimas, si son, al menos, aseadas y mejores que la media europea
Ahora sólo hace falta que el coronel Draghi y el lugarteniente Guindos se pongan a los mandos del helicóptero y comiencen a soltar el dinero. Porque si los cantos de Ejecutivo y expertos luego no se corresponden con la realidad, y en vez de percibir un mayor optimismo o beneficiarse de una reducción de impuestos, lo único que encuentran los ciudadanos navegando en Internet es inestabilidad en los mercados, recortes y el trampantojo de las tarjetas black, entonces la frustración invade del país.
No se trata de donar billetes de cincuenta gratis et amore, sino de ‘animar’ a la banca, esa misma que tuvo que ser rescatada por el Estado, a estimular la todavía renqueante economía española, a que ese exceso de liquidez llegue a los hogares y no suceda lo que en Japón. La indolencia del sistema financiero y su afán por seguir siendo los dueños del cotarro son campo abonado para Podemos y otros movimientos reactivos. “Queremos que los banqueros sigan diciendo que les preocupamos”, arengó Monedero este fin de semana al auditorio de Vistalegre.
Para revitalizar el sistema y recuperar la confianza, el Ejecutivo necesita tener de su lado a los Botín y FG, y no piensen únicamente en su cuenta de resultados. Guindos espera que la banca se apoye en el plan de compra de deuda privada que el presidente del BCE, Mario Draghi, pondrá en marcha a mediados de octubre para inyectar dinero a pymes y familias, los más castigados por la crisis. Este plan, consistente en la adquisición de bonos de titulización de activos de alta calidad y garantizados, debería animar a las entidades españolas a, con un coste mínimo y un riesgo tabulado, acentuar la concesión créditos. Entre los activos objeto de titulización se encontrarían préstamos hipotecarios, de consumo, a estudiantes, tarjetas de crédito, facturas, etcétera, que luego endosarían al BCE. El plan de inversiones público-privado por valor de 300.000 millones de euros que prepara Jean-Claude Juncker también incide en esta línea. Tanto el BCE como la nueva Comisión Europea tienen la convicción de que, para evitar una nueva recesión, hacen falta acción y flexibilidad.
“¿Hueles eso? ¿Lo hueles, muchacho? Son billetes de cincuenta cayendo del cielo”, diría Guindos en este particular Apocalypse Now que viven los mercados. España no se asemeja a Japón ni quiere serlo, pero si Europa no reacciona, no se mueve, de aquí a unos años todos con los ojos rasgados.

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