Guerra sucia: el petróleo vive la madre de todas las batallas
S.MCCOY. 17.10.2014
Desde el pasado 19 de junio, la cotización del crudo Brent ha pasado de los 115,71 dólares por barril a los cerca de 86 por los que transitaba a cierre de ayer. Se trata de una caída superior al 25%, lo que sitúa su precio en los mínimos de los últimos cuatro años. Poco han importado las múltiples tensiones geopolíticas que proliferan por el planeta, incluidas áreas geográficas tradicionalmente productoras. El oro negro se desploma y, con él, las tesis maltusianas sobre su escasez de los más agoreros (The Economist, 'Oil and trouble', 04-10-2014).
Los que justifican la caída lo hacen con argumentos de lo más variopinto.
Hay quienes afirman que no es sino reflejo del enfriamiento económico global (The Telegraph, "World oil demand slashed by top energy agency as price fall continues", 14-10-2014). Y no les falta razón. De hecho, no es la única materia prima que está sufriendo. Otros arguyen que la fortaleza del dólar permite a los exportadores mantener sus ingresos y que, por tanto, la ecuación final no cambia para desgracia de los que se aprovisionan en moneda distinta del billete verde, caso de España.
Sin embargo, caben otras dos interpretaciones de mucha más enjundia que, de darse por válidas, revelarían cómo alrededor del oro negro se puede estar librando la madre de todas las batallas entre los distintos productores a lo largo y ancho del planeta (Naked Capitalism, "Saudis deploy the oil price weapon against Syria, Iran, Russia and the US", 14-10-2014).
La gran revolución de los últimos años en relación con el petróleo ha sido el desarrollo del shale oil en Estados Unidos, que ha provocado que la primera potencia mundial pueda pasar en breve de ser importador a exportador neto de crudo. Un cambio sustancial que no sólo afecta a las cuentas exteriores y a la productividad norteamericanas, sino que rompe el do ut des, aprovisionamiento versus protección, que caracterizaba su relación con los países del Golfo. Estos no sólo pierden un cliente fundamental que garantizaba buenos ingresos a las arcas locales, sino que ven en riesgo el secular cuidado que el Pentágono les otorgaba.
Pues bien, en ese contexto de ruptura, la mejor defensa puede ser un buen ataque.
La técnica del fracking sólo es rentable para los extractores a partir de un umbral de cotización que, de media, se venía situando en los 72 dólares por barril aunque con la mejora de la curva de aprendizaje puede que en la actualidad se encuentre algunos dólares por debajo. Con esos datos no es de extrañar que Arabia Saudita haya defendido esta semana precios alrededor de los 80 dólares durante ‘uno o dos años’ en el seno de la OPEP, para extrañeza de sus socios (The New York Times, "OPEC Split as oil prices fall sharply", 13-10-2014). Su margen es de maniobra es enorme –más allá de las referencias oficiales en su presupuesto– y está por ver si el tema medioambiental no termina frenando el desarrollo en USA de estos nuevos campos petrolíferos.
Inundar el mercado –en un momento en el que la recuperación libia aumenta la oferta– sería un movimiento defensivo encaminado a frenar al ‘enemigo’ –nuevos proyectos, también en mares profundos y oil sands– y proteger su negociado –mantenimiento de otras contrapartidas comerciales, especialmente en Asia–.
Un retruécano analítico de mayor calado aún es el que encuentra en esta severa corrección del crudo una vía para desactivar la bomba Putin. No hay que olvidar la dependencia que tiene la Confederación Rusa de los ingresos derivados de sus exportaciones de petróleo y gas para cumplir con sus compromisos tanto de gasto público como financieros. Más ahora, después de las sanciones internacionales que siguieron a su ‘intromisión’ en los asuntos ucranianos, que coinciden con una creciente debilidad de su demanda interna, de indudables efectos sobre su recaudación fiscal. La palabra 'estanflación', nulo crecimiento e inflación, no es extraña a los habitantes de su vasto territorio.
Por debajo de los 100 dólares barril, sus previsiones presupuestarias se resienten (Business Insider, "Saudi Arabia’s oil Price ‘manipulation’ could sink the Russian economy", 13-10-2014). La debilidad del rublo, que acumula un 18% de depreciación frente al dólar en lo que va de año y está provocando que su banco central queme aceleradamente reservas para tratar infructuosamente de detener la caída, estaría acentuando tal precariedad. Buena parte de la ciudadanía más ilustrada se encuentra a la caza y captura del billete verde, no matter the price, a fin de proteger sus ahorros (WSJ, "Ruble slide worries wealthy Russians", 10-12-2014). Aumentar la debilidad interna limitaría la posibilidad de veleidades exteriores de Vladimir salvo que este hiciera de ese 'ataque' a sus intereses justificación para aventuras expansionistas que distraigan la atención de una población cada vez más harta, que cualquier cosa es posible conociendo al personaje.
Apasionante, en cualquier caso.
Una cosa es lo aparente y otra bien distinta lo real. Puede que todas las explicaciones anteriores no sean más que fantasías animadas de ayer y hoy, pero uno ha ido aprendiendo con el tiempo que son pocas las cosas que suceden por casualidad y muchas las que responden a una causalidad. La guerra está servida.
Quedémonos, no obstante, con lo bueno.
Al final, la teoría dice que un colapso en el precio del petróleo como el que hemos vivido, treinta dólares, de ser estructural, aportaría 1,5 puntos de crecimiento económico al mundo mundial, liberaría renta disponible ciudadana y contendría aún más el coste de la vida. Pero, en un entorno desinflacionario, con una ciudadanía aún superendeudada y márgenes empresariales en máximos, ¿son válidos tales efectos?
En fin, ante tanta conspiración suelta como hay por los cinco continentes, definitivamente no somos nadie.
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