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miércoles, 29 de octubre de 2014


Viena versus Chicago


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Escrito por Axel Kaiser
Probablemente no hay dos corrientes de economía más cercanas y a la vez más distintas que la escuela de Chicago y la escuela austriaca de economía. No es un ejercicio puramente académico el reparar en las diferencias fundamentales entre ambas tradiciones, pues las consecuencias de seguir una u otra desde el punto de vista de la política económica y de la economía como disciplina son gigantescas. Veamos entonces algunos puntos esenciales que separan a Viena de Chicago. El más importante, sin duda, es la metodología. Para Chicago la economía es una ciencia al estilo de la física. Esto significa que debe proponer hipótesis y testearlas empíricamente de modo de establecer leyes de carácter universal que más adelante nueva evidencia puede eventualmente probar como falsas. La metodología de Chicago asume así que los seres humanos nos comportamos con la lógica de átomos o moléculas y que por tanto existen en economía, como en las ciencias naturales, regularidades o relaciones constantes que pueden medirse con validez estadística para realizar predicciones. La infinita recopilación de datos y la matematización de la disciplina de economía, de la que se quejara amargamente Röpke, es una consecuencia necesaria de este enfoque que pretende alcanzar niveles de certeza comparables a la física.
Para los austriacos este enfoque no solo es equivocado sino peligroso. Pues si aceptamos que los seres humanos tenemos un comportamiento “robótico” como diría Rothbard, entonces, al igual que en las ciencias duras, los expertos pueden diseñar y controlar a voluntad las variables económicas desde el poder, tal como lo haría un ingeniero que diseña y construye un puente. De ahí al socialismo hay un paso. Por algo Hayek sostendría que el libro de Friedman Essays in Positive Economics era un libro “muy peligroso” en el mismo sentido que la Teoría General de Keynes.
Los austriacos en cambio, afirman que la economía es una ciencia social que merece una metodología distinta a las ciencias naturales. Los seres humanos no nos movemos con una lógica mecánica por lo que no existen regularidades que permitan establecer leyes verificables empíricamente. Siguiendo a Ludwig von Mises, para los austriacos la economía es una ciencia a priori cuyas leyes se deducen de la estructura lógica de la acción humana y son necesariamente verdaderas. Así por ejemplo, el postulado de que en una relación de intercambio voluntaria ambas partes están esperando beneficiarse, no requiere comprobación empírica. Tampoco requiere comprobación empírica el hecho de que los seres humanos valoramos las cosas en el margen, ni la idea de que a mayor dinero en circulación e igual producción, mayor inflación. Todo eso y más se sigue de la lógica a priori de nuestras acciones. La economía puede así solo realizar predicciones cualitativas y jamás cuantitativas sobre los efectos de una determinada política económica. Y esta última a su vez no puede ser diseñada de un modo ingeneril porque el mercado es un fenómeno cuya complejidad es irreductible. Esto convierte el uso de modelos matemáticos en un ejercicio inútil por estar inevitablemente desconectado de la realidad. Donde mejor se expresa esta diferencia metodológica es en macroeconomía. A diferencia de Chicago, los austriacos no creen que haya dos esferas distintas, una donde los individuos actúan de acuerdo a leyes de oferta y demanda y otra de agregados que deben ser planificados eficientemente por expertos para que la primera funcione bien. Por eso la escuela austriaca en general rechaza la idea de políticas contracíclicas y descarta la posibilidad de una política monetaria centralizada postulando que el dinero debe ser privatizado y controlado por las leyes de oferta y demanda.
En suma, para Chicago la postura metodológica de Viena carece de rigor científico y es poco seria. Para Viena la metodología de Chicago cae en una pretensión de conocimiento imposible de alcanzar abriendo las puertas parcialmente a la planificación.
Lo interesante es que si se testea según el criterio de Chicago, cuál de las dos escuelas ha sido más acertada en sus predicciones en el último siglo, Viena lleva claramente las de ganar.

La Escuela de Chicago frente a la Escuela Austriaca.


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Escrito por Robert Murphy y traducido por Mariano Bas. Breve comparación de la metodología, la teoría del ciclo económico y el derecho según la escuela austriaca, frente a otra fuente económica del libertarismo, la escuela de Chicago.
La gente me pregunta a menudo: “¿En qué son los economistas de la Escuela Austriaca distintos de los de la Escuela de Chicago? ¿No sois todos gente del libre mercado que se opone a los keynesianos del gran gobierno?”
En el presente artículo señalaré algunas de las principales diferencias. Aunque es verdad que los austriacos están de acuerdo con los economistas de Chicago en muchos asuntos políticos, su aproximación a la ciencia económica puede ser bastante distinta. Es importante explicar de vez en cuando estas diferencias, aunque sólo sea para rebatir la queja habitual de que la economía austriaca es sencillamente una religión que sirve para justificar conclusiones políticas libertarias.
Antes de empezar, déjenme hacer dos advertencias obvias: no hablo en nombre de todos los economistas austriacos y en este artículo me referiré a los seguidores austriacos de la tradición de Ludwig von Mises y Murray Rothbard. (Sobre la metodología en particular, los austriacos en el bando de Rothbard difieren algo de los que buscan inspiración en Friedrich Hayek e Israel Kirzner). También es importante advertir que no todos los economistas de la Escuela de Chicago piensan igual. Aun así, espero que las siguientes generalizaciones sean representativas.

Metodología

En primer lugar, los austriacos son una rareza entre los economistas profesionales por su enfoque en temas metodológicos. De hecho, la obra maestra de Mises, La acción humana, dedica todo el segundo capítulo (41 páginas) a “Los problemas epistemológicos de las ciencias de la acción humana”. No existe ese tratamiento en el último libro de Freakonomics.
Aunque la mayoría de los economistas en el siglo XX y nuestro tiempo estarían muy en desacuerdo, Mises insistía en que la teoría económica era en sí una disciplina a priori. Lo que quería decir es que los economistas no deberían reproducir los métodos de los físicos para llegar a hipótesis y someterlas a pruebas empíricas. Por el contrario, Mises pensaba que el cuerpo central de la teoría económica podía deducirse lógicamente del axioma de la “acción humana”, es decir, la idea o punto de vista de que hay otros seres conscientes que utilizan su razón para alcanzar fines subjetivos. (Para más detalle sobre las opiniones metodológicas, ver esto y esto).
Como contraste, el artículo seminal de la Escuela de Chicago sobre metodología es “The Methodology of Positive Economics” de Milton Friedman, de 1953. Lejos de deducir principios económicos o leyes que sean necesariamente ciertas (como sugiere Mises), Friedman defiende en su lugar el desarrollo de modelos sobre suposiciones falsas. Estas falsas premisas no chocan, sin embargo, contra una buena teoría:
La cuestión relevante acerca de las “suposiciones” de una teoría no es si son “realistas” descriptivamente, pues nunca lo son, sino si son aproximaciones suficientemente buenas para el propósito que corresponde. Y esta pregunta sólo puede responderse viendo si la teoría funciona, es decir, si produce predicciones suficientemente ajustadas.
Aunque el análisis de Friedman suena perfectamente razonable, y el epítome de lo “científico”, Mises pensaba que era una tentadora trampa para economistas. Para una breve ilustración de la diferencia de perspectivas, déjenme contarles un ejemplo de mi experiencia docente.
Era una clase de principios de microeconomía y estábamos usando el (excelente) libro de texto de Gwartney, Stroup, et al. En el primer capítulo hay una lista de varias indicaciones o principios de pensamiento económico. Por lo que recuerdo, eran cosas como “La gente responde a incentivos” y “Siempre hay compromisos”. Eran cosas indiscutibles con las que estaría de acuerdo cualquier economista en que eran importantes para hacer que los universitarios “pensaran como un economista”.
Sin embargo, la única indicación que destacaba como fuera de lugar anunciaba: “Para ser científica, una teoría económica debe hacer predicciones que puedan probarse”. Expliqué a la clase que aunque ésta fuera una opinión popular entre economistas profesionales, no era algo que yo compartía. Expliqué que todo lo que aprenderíamos en todo el semestre del libro de texto de Gwartney et al. no generaría predicciones que puedan probarse. Por el contrario, yo sólo les enseñaría un marco con el que podrían interpretar el mundo. Los estudiantes tendrían que decidir si el marco era útil, pero en definitiva su decisión no se reduciría a “¿Hacen buenas predicciones estas herramientas de oferta y demanda?”
Después de mi perorata, uno de los alumnos hizo la excelente observación de que ninguna de las demás indicaciones era una predicción que pudiera probarse. ¡Tenía razón! Por ejemplo, ¿cómo podría alguien poner a prueba la afirmación de que “La gente responde a incentivos”? Podría decir a una persona: “Te doy 20$ si te cortas el dedo gordo del pie”. Independientemente de lo que ocurra, mi afirmación es segura. Si la persona no se corta el dedo gordo del pie, sólo demostraría que no le ofrecí un incentivo suficientemente grande.
No es mera palabrería filosófica. Mises destacaba que la importante herencia de un pensamiento económico sólido no es una recogida de afirmaciones probadas empíricamente acerca del comportamiento de las variables económicas. Más bien, la teoría económica es un marco internamente coherente para interpretar “los datos” en primer lugar.
Es verdad que ciertas aplicaciones de la economía implican evidencias históricas (como investigar si la Reserva Federal desempeñó un papel importante en la burbuja inmobiliaria), pero esto no tiene nada que ver con la típica justificación del economista mainstream para la construcción de un modelo matemático.

Auges y declives

Otra gran diferencia entre la Escuela Austriaca y la de Chicago es su explicación de los auges y sus prescripciones de políticas para los declives. Los lectores de este artículo probablemente estén familiarizados con la visión austriaca, así que omitiré otra explicación.
Los economistas de la Escuela de Chicago tienen evidentemente visiones matizadas, pero en general suscriben la “hipótesis de los mercados eficientes”. En su forma más radical, la HME niega que pueda haber siquiera una burbuja inmobiliaria (ver aquí y aquí). Dadas sus suposiciones de actores y mercados racionales que liquidan rápidamente, y dado que les falta una teoría compleja de la estructura de capital de la economía, los economistas de la Escuela de Chicago se ven obligados a explicar las recesiones como un resultado de “equilibrio” debido a “sacudidas” repentinas.
Históricamente, no tienen en cuenta las distorsiones causadas por los tipos de interés por debajo del mercado (que, por supuesto, son el ingrediente clave en la teoría austriaca del ciclo económico). Sin embargo, recientemente cada vez más críticos de la Escuela de Chicago con la Fed han estado apuntando los peligros de la política de tipos de interés cero de Bernanke.
Curiosamente, el área política en la que difieren más los austriacos y la Escuela de Chicago es en relación con el dinero, la especialidad de Milton Friedman. Es conocido que Friedman (y su coautora Anna Schwartz) echaron la culpa a la Reserva Federal por no imprimir suficiente dinero a principios de la década de 1930 para compensar el declive alimentado por las corridas bancarias. En nuestros tiempos, algunos economistas formados en Chicago (que lógicamente apuntan al propio Milton Friedman para reivindicarse) echan la culpa de la crisis en el otoño de 2008 a las políticas de “rigidez monetaria” de Bernanke. Naturalmente, estas opiniones son un anatema para los austriacos modernos en la tradición de Murray Rothbard, que piensan que el banco central debería ser abolido.

Derecho y economía

Finalmente, la mayoría de los miembros modernos de la Escuela Austriaca y la Escuela de Chicago tienen ideas enormemente diferentes respecto del campo conocido como “Derecho y economía”. Ya sea basándose en el derecho natural o en la herencia tradicional del derecho común, los austriacos tienden a pensar que la gente tiene objetivamente derechos de propiedad y punto, y que una vez que especificamos estos derechos pueden empezar el análisis económico. Por el contrario, algunas de las aplicaciones más extremas de lo que podría llamarse “la aproximación de Chicago”, dirían que la asignación de los propios derechos de propiedad debería determinarse basándose en la eficiencia económica. (En la reducción al absurdo de Walter Block, un juez decide si un hombre ha robado el bolso de una mujer preguntándole cuánto está dispuesta a pagar cada parte por éste).
Ésta es un área especialmente sutil que no puedo resumir adecuadamente en este artículo. Baste con decir que tanto los economistas austriacos como los de la Escuela de Chicago pueden apreciar las maravillosas ideas (y retar a la habitual crítica de Pigou del mercado) contenida en el famoso artículo de Coase. Sin embargo, la tradición de la Escuela de Chicago ha llevado a la obra de Coase a conclusiones que muchos (tal vez la mayoría) de los austriacos encuentran repelentes.

Conclusión

Respecto de temas típicos como el salario mínimo, los aranceles o el estímulo público, los economías de la Escuela Austriaca y de la de Chicago pueden agruparse con seguridad como “librecambistas”. Sin embargo, en muchas otras áreas (particularmente en asuntos de pura teoría económica) las dos escuelas son completamente diferentes. Como economista austriaco declarado, animaría a los partidarios del libre mercado que sólo conozcan a Friedman a que añadieran a Ludwig von Mises y Murray Rothbard a sus listas de lectura.

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