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lunes, 7 de marzo de 2016

La vacuna


El viernes cayó el telón marcando el fin del primer acto. La investidura fallida de Pedro Sánchez no dejó más sorpresas que la ya comentada confirmación de Ciudadanos como un partido plenamente socialdemócrata, por no decir simplemente socialista. Los excesos verbales de todos durante esta semana de adrenalina y postureo culminaron en la segunda votación. El candidato salió derrotado del parlamento, pero era una derrota táctica, descontada por sus leales que la anotarán en la columna del haber: el sacrificio generoso de un político joven, aún inexperto pero responsable y tal. Sánchez hizo lo que pudo en los pactos y en la tribuna, porque no da para más. Pero conviene aclarar que, si él ha fracasado en su primer intento de investidura, Mariano Rajoy ha fracasado en la política.

Ha fracasado por adoptar durante cuatro años tantas decisiones estatistas que ha pasado por la izquierda al PSOE de Felipe González. Ha fracasado por desaprovechar una inmensa mayoría absoluta que le habría permitido acometer las reformas liberales que necesitábamos y para las que se le votó. Ha fracasado por emprender el camino conservador del recorte de libertades, por carecer de la valentía de mirar a Londres ante los retos territoriales y por no haber explicado —ni mucho menos combatido— la corrupción extrema. Hace veintitantos años, todo el país tenía la convicción moral de que González era la equis de los GAL, y hoy toda España tiene por cierto que Rajoy, y con él toda la enorme cúpula del PP, ha cobrado durante años sobresueldos procedentes de una estructura de cohecho organizada por el propio partido. Con independencia de que un juez llegue o no a disolverlo, el Partido Popular, tal como lo conocemos, ya no puede contribuir a la solución porque es parte del problema.
Cualquier fórmula que incluya a los restos del Partido Popular en algún acuerdo frente a Podemos debería pagar primero el caro peaje de una completa refundación
El problema al que de verdad nos enfrentamos no es la dichosa cuestión territorial sobre la que parece girar todo hasta cuando no se la menciona, sino la amenaza gravísima que se cierne sobre nuestra Libertad personal y económica. El problema importante es la perspectiva de un escenario a la griega —más a la griega que a la venezolana, como bien precisa en estas páginas Fernando Díaz Villanueva, aunque no exento de elementos importados del neoestalinismo latinoamericano—. Y si tenemos ese problema es, sencillamente, porque una explosiva combinación de arrogancia, torpeza e indignidad ha llevado a Rajoy, a Sáenz de Santamaría y a la plana mayor pepera a actuar como aprendices de brujo. Jugando con el fuego del intervencionismo gubernamental en los medios, insuflaron vida a su monstruo de Frankenstein para asustar a su rebaño y devolverlo al redil. Lo que Mitterrand le hizo a la derecha francesa, impulsando el Frente Nacional, se lo ha hecho Rajoy al PSOE aupando a Podemos.

¿Con qué cinismo exige ahora la élite de este PP, con el propio Rajoy a la cabeza, un papel en la estrategia de todos frente a la izquierda radical? No tiene derecho a desempeñarlo quien nos ha causado el problema. Si la herencia de Rodríguez Zapatero fue una pésima situación económica, la de Rajoy es mucho peor: nos deja un cuarto de los escaños del Congreso y bastante poder territorial en manos totalitarias. Invoca siempre un patriotismo decimonónico, pero ha destrozado su país. Cobarde hasta el final o temeroso de sus probables desventuras judiciales, que desde el poder son siempre más gestionables, ni siquiera a la hora de irse es capaz de reunir una pizca de valor y hacer eso, irse.

Pero, en realidad, ni eso bastaría ya. Cualquier fórmula que incluya a los restos del Partido Popular en algún acuerdo frente a Podemos debería pagar primero el caro peaje de una completa refundación, con cambio de siglas y jubilación anticipada, no ya de Rajoy y Saénz de Santamaría, sino de toda la jerarquía nacional y territorial del actual PP. Si no, se cerrará en falso porque esto ya no se arregla sacrificando al jefe: desde el aciago verano de 2013 —“Luis, sé fuerte”—, los dirigentes del PP han dejado claro que todos ellos son Rajoy. Aunque se odien entre sí, todas las facciones y dirigentes están en el mismo barco de dossieres y complicidades, y por eso nada se mueve y el PP sigue su rumbo de colisión con la realidad. Ante esa inercia, es normal que hasta Ciudadanos trace un cordón sanitario en torno a ellos, evitándolos como a los leprosos.
Iglesias busca ser la única Oposición, la verdadera alternativa. Y de ahí, con un gobierno débil y complejo, va un escalón al sorpasso y… al poder
En los dos meses que quedan antes de convocar nuevas elecciones, sólo veo dos caminos sensatos. O una “operación vacuna” o una refundación exprés del PP, por supuesto sin Rajoy y con nuevas siglas y dirigentes inéditos, que permita a duras penas incluirlo en una coalición sin Podemos. Pero pensando en el largo plazo, la mejor opción, aunque arriesgadísima, sería la vacuna: un gobierno de coalición donde Podemos gestionara carteras con bastante presupuesto pero sin riesgo excesivo, rebajando todo lo posible sus peticiones. Así demostrarían rápidamente su extraordinaria incompetencia (como vemos en Madrid) y su ansia de enriquecerse, facilitando un rápido desgaste que resituara a la extrema izquierda en su franja electoral previa. Sería entonces cuando deberían convocarse elecciones, no este mes de junio. Si en vez de esa vacuna se opta por algún torpe frente anti-Podemos, Iglesias quizá lo celebre con una botellita de champán discretamente enviada por Marine Le Pen, porque habrá conseguido lo que en realidad busca: ser la única Oposición, la alternativa de verdad. Y de ahí, con un gobierno débil y complejo, va un escalón al sorpasso y… al poder. Como en Grecia. La parábola de la ventana rota, de Frédéric Bastiat, explica cómo “lo que no se ve” puede ser mucho peor que lo que se ve. Es un relato económico, pero lo creo muy aplicable a la política. Las ramificaciones de la ingeniería cortoplacista pueden ser colosales, como demuestra la propia génesis de Podemos. Si malo es darle mañana a Podemos algunas carteras, de forma controlada, mucho peor sería darles pasado mañana un gobierno en solitario.

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