La ley de utilidad final
El terreno de los economistas austriacos es la teoría en el sentido estricto de la palabra. Son de la opinión de que la parte teórica de la economía política necesita ser transformada de arriba a abajo. Las doctrinas más importantes y conocidas de los economistas clásicos o no son ya sostenibles en absoluto o sólo después de alteraciones y adiciones sustanciales. Ante la convicción de la inadecuación de la economía política clásica, los economistas austriacos y los partidarios de la escuela histórica están de acuerdo. Pero en relación con la causa final de la inadecuación, hay una diferencia fundamental de opinión que ha llevado a una viva controversia sobre los métodos.
La escuela histórica cree que la fuente última de los errores de la economía clásica era el falso método que empleaba. Era casi completamente abstracto-deductivo y, en su opinión, la política económica debería ser sólo, o al menos principalmente, inductiva. Con el fin de conseguir la necesaria reforma de la ciencia, debemos cambiar el método de investigación: debemos abandonar la abstracción u disponernos a recoger material empírico, es decir, dedicarnos a la historia y la estadística.
Los austriacos, por el contrario. Son de la opinión de que los errores de los economistas clásicos fueron sólo, por así decirlo, las enfermedades normales de la infancia de la ciencia. La economía política es aún ahora una de las ciencias más jóvenes y era aún más joven en los tiempos de la economía clásica, que, a pesar de recibir el nombre de “clásica”, como se ha demostrado, demasiado pronto, era sólo una ciencia incipiente, en embrión. En ningún otro caso ha ocurrido que la totalidad de una ciencia se descubriera al primer intento, ni siquiera en el caso de los mayores genios, así que no es sorprendente que no se descubriera la totalidad de la economía política, ni siquiera por la escuela clásica.
Su mayor defecto era que eran precursores, nuestra mayor ventaja es que llegamos después. Los que somos más ricos por los frutos de una investigación de un siglo de lo que eran nuestros predecesores, no necesitamos trabajar con métodos diferentes sino simplemente trabajar mejor que ellos. La escuela histórica sin duda tiene razón en sostener que nuestras teorías deberían apoyarse con material empírico tan abundante como sea posible, pero se equivocan en dar al trabajo de recolección una preferencia anormal y en querer o evitar o rebajar casi a la nada el uso de generalización abstracta. Sin esa generalización no puede haber ciencia en absoluto.
Hay numerosa obras de economistas austriacos dedicadas a esta disputa sobre los métodos.[1] De entre ellas Untersuchungen uber die Methode der Sozialwissenschaften, de Carl Menger es la más importante por su profundo y exhaustivo tratamiento de los problemas implicados. Debería advertirse en este aspecto que el método “exacto”, o, como prefiero decir, el método “aislante” recomendado por Menger, junto con el método “empírico-realista”, no es en modo alguno puramente especulativo o no empírico, sino, por el contrario, busca y siempre encuentra su fundamento en la experiencia.
Pero aunque las disputas sobre los métodos, tal vez más que ninguna otra cosa, ha llamado la atención de los economistas austriacos, prefiero considerarlas como un episodio poco importante de su actividad. Lo importante para ellos era, y es, la reforma de la teoría positiva. Sólo al verse molestados por la escuela histórica en sus trabajos pacíficos y fructíferos, se han visto obligados, como el granjero de la frontera que lleva el arado en una mano y la espada en otro, casi contra su voluntad, a emplear parte de su tiempo y energía a polémicas defensivas y a la solución de los problemas de método que se les planteaban.
Entonces, ¿cuáles son las características especiales que presenta la escuela austriaca en el ámbito de la teoría positiva?
Sus investigaciones se rigen por la teoría del valor, siendo la piedra angular la bien conocida teoría de la utilidad final. Esta teoría se puede condensar en tres proposiciones inusualmente sencillas: El valor de los bienes se mide por la importancia del deseo cuya satisfacción depende de la posesión de los bienes. Qué satisfacción es la dependiente, es algo que pude determinarse muy sencilla e infaliblemente considerando qué deseo se vería insatisfecho si los bienes cuyo valor hay que determinar no estuvieran en su posesión. Y, además, es evidente que la satisfacción dependiente no es aquella satisfacción para el propósito de la cual los bienes se utilizar realmente, sino que es la menos importante de todas las satisfacciones que las posesiones totales del individuo pueden procurar.
¿Por qué? Porque, de acuerdo con consideraciones prudenciales de la vida práctica muy simples y establecidas incuestionablemente, siempre tendremos cuidado de dirigir al punto menos sensible un daño al bienestar que se produce por una pérdida de propiedad. Si perdemos propiedad que ha sido dedicada a la satisfacción de un deseo más importante, no sacrificamos la satisfacción de este deseo, sino simplemente tomamos otra propiedad que se haya dedicado a una satisfacción menos importante y la ponemos en el lugar de la perdida. La pérdida recae así en la utilidad menor o (como renunciamos naturalmente a la menos importante de todas nuestras satisfacciones) en la “utilidad final”.
Supongamos que un campesino tiene tres sacos de grano: el primero, A, para su sustento; el segundo, B, para semilla; el tercero, C, para engordar a las gallinas. Supongamos que el saco A es destruido por un incendio. ¿Tendrá que morir de hambre el campesino? Sin duda, no. ¿O dejará su campo sin sembrar? Sin duda, no. Simplemente trasladará la pérdida al punto menos sensible. Hará su pan con el saco C y consecuentemente no engordará a las gallinas. Por tanto, lo que depende realmente de que arda o no el saco A es sólo el uso de la unidad menos importante que pueda sustituirlo o, como podemos calificarla, la utilidadfinal.
Como es bien sabido, el principio fundamental de esta teoría de la escuela austriaca es compartido por otros economistas. Un economista alemán, Gossen, la había enunciado en un libro que apareció en 1854, pero en ese momento no atrajo la más mínima atención.[2]
Algo más tarde, los mismos principios fueron descubiertos casi simultáneamente en tres países distintos, por tres economistas que no se conocían entre sí ni tampoco a Gossen, el inglés W.S. Jevons,[3] Carl Menger, fundador de la escuela austriaca,[4] y el suizo Walras.[5] También el profesor J.B. Clark, un investigador estadounidense se acercó mucho a la misma idea.[6]
Pero el sentido en que creo que los austriacos han superado a sus rivales es en el uso que han hecho de la idea fundamental de la construcción subsiguiente de la teoría económica. La idea de la utilidad final es para el experto el “ábrete sésamo”, por decirlo así, con el que se liberan los fenómenos más complicados de la vida económica y se resuelven los problemas más duros de la ciencia. En este tipo de explicación reside, me parece, la peculiar fortaleza y la significación característica de la escuela austriaca.
[1] Menger, Untersuchungen uber die Methode der Sozialwissenschaften, 1883; Die Irrthumer des Historismus in der deutschen Nationaokonomie, 1884; “Grundzuge einer Classification der Wirtschaftswissenschaften”, en Conrad Jahrbuh fur Nationalokonomie und Statistik, N.F., vol. 19, 1889; Sax, Das Wesen und die Aufgabe der Nationalokonomie, 1884; Philippovich, Ueber Aufgabe und Methode der politischen Oekonomie, 1886; Böhm-Bawerk, “Grundzuge der Theorie des wirschaftlichen Guterwerths”, en Conrad’s Jahrbuch, N.F., vol. 13, 1886, pp. 480 y ss.; crítica de of Brentano Classische Nationalokonomie en Gottinger Gelehrten Anzeigen, pp. 1–6, 1889; crítica de Schmoller Litteraturgeschichte en Conrad Jahrbuch, N.F., vol. 20, traducido al ingles en Annals of the American Academy 1, nº 2, Octubre de 1890.
[2] Entwickelung der Gosetze des menschlichen Verkehrs.
[3] Theory of Political Economy, 1871, 2ª ed., 1879.
[4] Grundsatze der Volkswirthschafslehre, 1871.
[5] Elements d’economie politique pure, 1874.
[6] “Philosophy of Value” en el New Englander (Julio de 1881). El Profesor Clark no conocía, según me dijo, las obras de Jevons y Menger.
Traducido del inglés. El artículo original se encuentra aquí. [Extraído de Böhm-Bawerk, “The Austrian Economists”, Annals of the American Academy of Political and Social Science, volumen 1 (1891)]
No hay comentarios:
Publicar un comentario