Lo verdaderamente preocupante es que los mandatarios locales parecen haber perdido el control financiero de la situación, algo que no augura nada pero que nada bueno
Se ha hecho eco 'Business Insider' de un informe muy interesante de Deutsche Bank sobre lo que está pasando en China.
Ya saben ustedes que todo lo que sucede en la segunda economía del planeta tiende a magnificarse y que es de los pocos lugares del mundo en el que los datos se discuten ya que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Reminiscencias de una planificación macro que secularmente ha admitido pocas divergencias respecto a la realidad deseada por sus mandatarios.
Bien, en los últimos meses dos han sido los debates principales que han estado sobre la mesa en relación con el gigante asiático. Uno, si su desaceleración sería brusca o suave, algo sobre lo que hemos escrito en numerosas ocasiones (V.A., 'RBS le da la puntilla a China (y al mundo): Vamos directos al abismo', 09-02-2016), y dos, qué va a suceder con su divisa que actualmente cotiza en una banda de fluctuación respecto al dólar y cuya depreciación, para alentar las exportaciones, podría conducir a una sanguinolenta guerra monetaria mundial.
Pues bien, hoy nos vamos a centrar en este segundo aspecto.
Lo que dice el analista de DB Zhiwei Zhang es que la fuga de capitales del país está siendo mucho más relevante de lo que los políticos locales reconocen. Mucho, pero que mucho más (para profundizar en esta cuestión les recomiendo el siguiente artículo del Ecomonitor de Roubini). De hecho, para él habría que añadir, a la salida oficial de dinero foráneo de su territorio y al derivado del consumo de reservas por parte de su banco central para defender al yuan, la fuga encubierta en transacciones comerciales de los mercaderes chinos con el exterior, especialmente con Hong Kong. Un mecanismo que habría facilitado una 'evasión' allende sus fronteras de 328.000 millones de dólares adicionales a los reconocidos entre agosto de 2015 y enero de este año.
Así se desprendería de los datos de aduanas. Los importadores han realizado pagos al extranjero en 2015 por valor de 2,2 billones (millones de millones) de dólares, de acuerdo con las estadísticas suministradas por la banca. Sin embargo, el valor aduanero de esas mercancías, según señalan las autoridades pertinentes, se reduce a 1,7 billones. 500.000 millones de diferencia que habría que ajustar por el lag entre pago y entrega. Pero, aún así. La distancia es abismal.
No se trata ni mucho menos de un fenómeno nuevo.
Como se puede ver en el segundo de los cuadros, su origen coincide, precisamente, con el momento en que el mercado comienza a contemplar la devaluación de la moneda china como una posibilidad cierta. Fueron, por tanto, los locales los primeros en ponerse a cubierto buscando la fórmula más inmediata y eficaz para saltarse a la torera los controles de capitales establecidos en el país.
Lo cuál nos lleva a la cuestión principal, a lo realmente preocupante. En la medida en que, en contra de lo que piensan tanto el banco central como su Tesoro, el férreo marcaje a la circulación de divisas es en China una quimera, habiéndose convertido más bien en un coladero, las cifras que se están manejando de capacidad de aguante de la moneda con las reservas actuales puede pecar por defecto y, siendo así, propiciar más antes que después una devaluación desordenada del yuan con todo lo que eso implicaría para la economía mundial, tsunami deflacionario en toda regla. Algo que el Gobierno, como explica en esta entrada WSJ, quiere evitar a toda costa, al menos a priori.
Ese es, por tanto, el riesgo sustancial. Cuando se habla de China cada vez importa menos lo que afirman sus dirigentes o, incluso, lo que hacen para mantener a flote el chiringuito actual, llámense programas de estímulo, reducción del coeficiente de reservas de la banca o prohibición bursátil de venta de accionistas mayoritarios. Lo verdaderamente relevante es hasta qué punto tienen la realidad subyacente bajo control y, en caso negativo, cuándo se va a romper ese dique y qué consecuencias puede tener.
Y no es cuestión, ni mucho menos, baladí.
Vayan recopilando oraciones...
He dicho.
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